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"El amor es algo muy resistente, se necesitan dos personas para acabar con él" José Luis Alvite

Mes: febrero, 2014

57. No se vayan todavía, ¡aún hay más!

¿Noche de jueves? Me voy a escuchar a French Connection Quartet a la Casa das Crechas. Pero no voy a dejar tirados a los que se niegan a irse a la cama sin noticias rabudas. Estoy abrumado y agradecido a partes iguales. Además, saber que mi amiga Noa Díaz le da la teta a Nara a eso de las cinco de la mañana leyendo mis memorias sanitarias es toda una responsabilidad. Hoy va por vosotras, guapísimas. Por eso escribo ya y, como decimos en el periódico, me marcho antes de que pase algo. Además, tengo que ordenar un par de ideas para soltar mañana a las 13.00 en el acto de homenaje al personal del área sanitaria de Santiago que se jubila. Lo celebramos en el aulario, que también es un poco mi casa como profesor asociado de la USC que soy. Una sesión de freidora más, dos raciones de citotóxicos asesinos y vacaciones.

Hemos tenido un simulacro de sol por la tarde y daba gusto ver a la gente echarse a la calle para deshumidificarse y para protestar. A eso voy yo a Barcelona la semana que viene: a secarme. Por los ecos que me llegan, hay quien agradece que recupere viejas historias y las coloque aquí. Normal, no todo van a ser enfermedades. Hoy quiero darle las gracias de manera especial a Pablo Alcalá por dedicarme este artículo en ABC. Lo podéis leer directamente en el enlace o también aquí, que se lo merece. Pablo y yo no nos conocemos de nada, pero la hostelería compostelana tiene remedio para eso. Después recupero una historia que escribí hace unos meses, recreando el viaje de Eva Perón, Evita, a Santiago de Compostela en 1947. Y permitidme que cierre el post con la música que Kim Carnes le dedicó a los ojos de Bette Davis. Esos ojos. Como decía Jack el destripador, vamos por partes.

De oncología y ortografía

Pablo Alcalá (ABC Galicia) 27 febrero 2014

Aunque no conozco a Nacho Mirás, llevo unas cuantas semanas acostándome con él. Últimamente, en realidad, he cambiado la rutina ante las sospechas de mi esposa, que me ve reír, sonreír, fruncir el ceño y hasta los ojos vidriosos mirando el teléfono, y empieza a sospechar que en vez de irme a la cama con un señor y un astrocitoma anaplásico grado III me despido entre nostálgico y feliz de una amante de guasap ligero.

 Ahora lo dejo para las mañanas. Hijo con mal despertar, ducha, café, pañal, correo electrónico, radio, guardería, prensa, coche, teléfono, correo físico y… Mirás. Esa hora y media ajetreada que me separa de rabudo.com la vivo con impaciencia. «¡Puñetas, cómo escribes, Mirás!», me digo cada nueve de la mañana, con esa sensación frustrante de que todo lo que tú vayas a escribir a partir de ese chorreo de emociones radioactivas con retranca balsámica va a importar bastante nada. Tal es el talento del escribiente.

 El citado autor tiene dos características que disgustarían a cualquier padre de familia que quisiera a su hijo: es periodista y tiene cáncer. Mezclando ambas desgracias, Mirás vuelca en un blog, ya bestseller, su personalísima batalla con lo que viene a llamar «un inquilino de renta antigua que ahora, descubierto, se expone a un desahucio inmediato». Y lo hace tan bien, que casi olvida uno que está hablando de un puñetero cáncer.

 Da pudor escribir esto. Primero porque se me adelantaron hace tiempo unos señores de esos capaces de escribir una notificación de embargo y que parezca merecedora del Cavia. Además porque no le conozco, pero es que Mirás ya es un poco de todos.

 Ocurre también que él lleva 10 goles y el tumor un par, así que me he comprado la bufanda del que va a ganar el partido. Me apunto el tanto antes de que me pase como en los 90, que yo seguía siendo del Rácing de Ferrol y no había quien tomase una copa sin cara de pardillo entre tanto deportivista venido a más. Aquí un hooligan, Mirás. Por delante y por detrás.

Ahí va la visita de Eva Perón a Santiago contada en primera persona. Ya sabéis que soy un freak que viaja en una Vespa del tiempo. Me fui al 20 de junio de 1947 de una patada. La crónica la publiqué en La Voz de Galicia el 16 de junio del año pasado, sin prisas. Y, al final del relato, las propinas musicales.

No llores por mí, Compostela

«Una jornada inolvidable de emoción intensísima y de fraternidad hispano-argentina con motivo de la llegada de doña María Eva Duarte de Perón, esposa del presidente de la República del Plata». Así arrancaba el relato de la visita a Compostela de un mito rubio y argentino en La Voz de Galicia del 20 de junio de 1947, un día después de que Evita, la única, la irrepetible, la gran valedora de los descamisados, llegase a la ciudad en una parada de su gira española. Fueron unas pocas horas, pero suficientes para desatar una de las mayores apoteosis ciudadanas que se hayan vivido jamás en las calles de Santiago.

Con la excusa de la mini serie emitida recientemente por Televisión Española y con la portada de La Voz como guía, arranco mi Vespa del tiempo de una patada y me planto en la Compostela alterada de 1947. Si quiere venir de paquete, hay sitio; verá cosas asombrosas.

Nos vamos directos al «campo de aviación» de Lavacolla, que es una manera pretérita de referirse a nuestro aeropuerto. Según la página que llevo en el bolsillo, a las 12.50, exactamente, divisaremos en el horizonte la escuadrilla que escolta el avión presidencial. ¿La ve? ¡Ahí está! Y justo detrás, como bien escribe el cronista de la época, el DC-3 «que ocupa la ilustre dama», pilotado por el comandante Ansaldo. Las aeronaves de apoyo, comandadas por un tal Araújo desde el aeródromo de Guitiriz, vigilan el aterrizaje desde las alturas; esto es una visita de primera división. Si nos colamos entre la multitud aún veremos más. Por ejemplo, cómo la esposa del ministro de Marina recibe a «doña María Eva» -como la llama el Régimen- con un ramo de flores. En la recepción no falta nadie, desde el ministro del Aire, el general González Gallarza, al capitán general, señor Mujica, o los gobernadores civiles de las cuatro provincias. Pero lo realmente interesante viene después del acto protocolario, cuando arranca una formidable caravana automovilística con dirección a Santiago.

He conseguido colarme en el coche de la prensa enseñando únicamente una libreta. Todo el mundo está tan alterado con el despliegue que ni se han fijado en que mi pinta no es exactamente la de un periodista de posguerra. Para no levantar sospechas, hago como que tomo notas, aunque llevo el programa cerrado en el bolsillo y sé perfectamente todo lo que va a ocurrir; ventajas de viajar en el tiempo.

Tal como dice el periódico que me he traído del futuro, entramos en el pueblo por Concheiros y por la Cruz de San Pedro, donde nos esperan el alcalde, la corporación y una batería de artillería con estandarte. Y lo hacemos por lo que hoy sería dirección contraria. Como para que se nos averíe la línea espacio-temporal y suba el 6 en dirección a San Lázaro. No quiero ni pensarlo. Miles de personas se agolpan a ambos lados durante todo el trayecto. ¡Franco, Franco, Franco! ¡Perón, Perón, Perón! ¡Evita, Evita!, gritan los ciudadanos, ya sea voluntariamente o inducidos. Doña María Eva contesta con uno de esos gestos automáticos de mano que se aprenden en las academias de protocolo. Subimos por Casas Reais, enfilamos Cervantes y, por fin, la caravana se detiene frente a la fachada de la Inmaculada. Mires a donde mires solo hay gente que vitorea. Toca caminar ahora por debajo del arco de palacio, que en 1947 todavía no tiene incorporado el gaiteiro de serie. La ilustre dama lleva un peinado digno del mejor estilismo de mediados de siglo y se cubre la cabeza con un sombrero que recuerda a los que usan las campesinas. ¿Será un guiño? Aunque tiene solo 28 años aparenta muchos más, pero es la elegancia personificada. Una diva, una diosa caída del cielo para unos españoles necesitados de glamur y de pan, todo sea dicho.

«¿Ha visto cómo está el Obradoiro, Alvite?», le pregunto a un compañero de la prensa.

-Dirá la plaza de España…

-Claro, perdón, no sé en qué estaba pensando.

-¿Y todas esas personas de blanco en el balcón del Hostal de los Reyes Católicos?

-Eso es un hospital. ¿De dónde ha salido usted, señor? ¡Son los médicos y las enfermeras!

La comitiva entra en el Ayuntamiento, pero yo me quedo a pulsar el ambiente. La gente saluda con pañuelos y echa vivas a la Argentina cuando La Perona abanica con los dos brazos abiertos desde el balcón de Raxoi. ¿Les he dicho que hace un calor horrible? «¡¡Relindaaaa, sós como una diosa!!», le grita con acento argentino un señor orondo que está a mi lado. Lo que sucede en el ayuntamiento está en las hemerotecas: ofrendas, discursos, la medalla de oro para su marido, más discursos… Intermedio.

Evita se lleva de Santiago tantos regalos que le hará falta sitio en el avión: una imagen del Apóstol peregrino de 30 centímetros, una talla en azabache de Mayer, un álbum… Procuro no perder de vista al fotógrafo Artus -el hijo- que se conoce al dedillo el programa y tiene que retratar la visita para La Voz. Es él el que me cuenta que Evita ha estrenado con su firma el Libro de Oro de Santiago.

-¿Y qué ha escrito?

«¡No sé, pelotudeses!», bromea Artus fingiendo acento austral.

«Minutos después -leo en la crónica de La Voz del día siguiente- doña Eva Duarte abandonó las casas consistoriales, siempre entre las fervorosas manifestaciones de afecto y simpatía de pueblo santiagués». Vuelva a leer esta frase imaginándose la voz de Matías Prats padre, hágame caso.

La comitiva camina ahora en procesión hasta la catedral detrás de la Virgen de Luján. Veo a lo lejos al doctor Souto Vizoso, obispo auxiliar, que aguarda a la dama a pie de escalera. ¿Este sabrá que está casada por detrás de la sacristía? Y tanto que lo sabe. Dentro de la catedral, ceremonia solemne, discursos, botafumeiro y lleno absoluto.

Evita sale del templo por Platerías, «donde el gentío le tributa nuevas ovaciones y vítores». Subida en un impresionante descapotable recorre la Rúa do Vilar hasta el Hotel Compostela. La gente le entrega ramos «con delirante entusiasmo», que ella va arrojando, flor por flor, al público, a sus descamisados. Yo recibo una y me la guardo, porque siempre me he sentido un descamisado. En la recepción del hotel la agasaja con otro ramo el violinista Manuel Quiroga. Si quieren revivir el saludo desde el balcón del Compostela, busquen en Internet el NO-DO número 243B.

Ameniza la comida la masa coral de Educación y Descanso. Antes de salir hacia Pontevedra, Evita plantará un abeto en la explanada de la residencia de estudiantes, el único vestigio que encontrarán de su visita 66 años después. Búsquenlo; lo llaman La Perona.

Y acabo. Ahí van los ojos de Bette Davis cantados la voz rota de esa rubia platino que es Kim Carnes. ¡No se vayan todavía, aún hay más!

Sí, señores. Despedida y cierre a lo grande con otro de mis clásicos. Johnny Hallyday. Este fulano sí que es la rehostia en verso. Que je t’aime.

56. Entre dos mundos, entre dos aguas

«Nunca había caminado tanto ni había comido tantos bombones como desde que trabajo en este hospital». Me lo dijo ayer, después de la sesión de radioterapia número 28 de 30, la técnica que me frió la cabeza en el acelerador lineal Siemens Primus con tanto cariño que casi me quedo dormido. La de corriente que le tengo que estar gastando a la Consellería de Sanidade. Sabiendo lo caro que está el kilowatio hora, no quiero ni pensar a cómo saldrá el kilo de fotones. ¿O se venderán por litro?

Lo de andar mucho que me decía mi churrera viene porque el Hospital Clínico Universitario de Santiago de Compostela es más horizontal que vertical. Atrás quedaron aquellos pirulís como el Xeral de Vigo, antigua Residencia Sanitaria Almirante Vierna, donde yo nací el 4 de julio de 1971, con más de veinte pisos; sanidad preconstitucional en caída libre. Por eso la técnica dice que camina mucho entre departamentos cada día. En cinco pisos y tres sótanos hay que resolver todas las instalaciones que antes se metían en rascacielos, así que toca recorrer mucho pasillo de nuestro señor. Y lo de los bombones -un exceso bien se compensa con el otro- es una prueba de que los pacientes de radioterapia somos público agradecido. ¿Preferís pues algo saladito? Yo quería agasajaros el viernes, cuando me friáis por úlitma vez. Llevar callos al hospital me parece un poco arriesgado; algo se me ocurrirá, pero tampoco esperéis sushi.

Hoy me he ganado el sueldo, caminando arriba y abajo por toda la ciudad como si la vida me fuese en ello. En cierto modo, la vida me va en ello. Mi oncólogo insiste en que gaste mucha zapatilla para eliminar toxinas. Hoy, como un control de la Guardia Civil por sorpresa, voy y me lo encuentro en la Porta Faxeira.

-¿Qué haces?

-Caminar, como me mandas.

-Eso está bien.

-Mira la prueba (entonces levanté un zapato y le mostré la suela consumida de unos Camper que me costaron un pastón poco antes de Navidad. Ya no lo quedaron dudas).

En el paseo de la tarde incluso he parado en una iglesia. No lo hice por mí, sino por acompañar a un amigo policía que tiene fe y suele entrar a echarle una oración rápida, incluida esa pequeña coreografía del alma que es hacer la señal de la cruz desde la frente al pecho y desde el hombro izquierdo al derecho, invocando a la Santísima Trinidad; santiguarse, vaya. Yo soy más de bostezar. Pero respeto profundamente a los que hallan en la fe el consuelo y el remedio que yo encuentro en otras alternativas, desde tocar la gaita a escribir mis memorias sanitarias o hablar con el hombre que siempre va conmigo.

Ahora que me ha dado por reeditar viejos escritos, me sorprende que haya personas que se acuerden de cosas que leyeron hace un montón de años. Ya que hablamos de rezos,  mi amiga Eva Sandino, que no es precisamente una crítica complaciente, me pidió hoy por Whatsapp que volviera a colgar la crónica de una peregrinación europea de jóvenes católicos que escribí… ¡en 1999! Hace quince añazos. Aquella cobertura informativa fue la crónica de una invasión. A la jerarquía le pareció tan irreverente mi página que desde el arzobispado compostelano llamaron al director y al dueño de La Voz de Galicia para que me sometieran a un consejo de guerra que, de haberse celebrado, podría haber acabado con un fusilamiento al amanecer. Lo que se llama espíritu cristiano, vaya. Total, porque utilizaba, según decían en palacio, algunas expresiones que de ninguna manera se podían admitir. Solo me faltaba que me controlara los textos el Espíritu Santo. Dieron en hueso. 

Yo simplemente me limité a contar el exceso de celo con el que una invasión alienígena de jóvenes tomó al asalto la capital de Galicia en el nombre de Jesucristo. Os juro que fue, como diría Enrique Iglesias, casi una experiencia religiosa. No me inventé nada. Es más, me quedé corto. A mí tampoco me gustan muchas cosas que dicen los curas en las misas y no por eso voy por ahí pidiéndole sus cabezas al Papa. En cualquier caso, aquello ocurrió hace tiempo así que, por mi parte, monseñores, pelillos a la mar. Querida Eva, ahí te va aquella crónica que empezaba «Solo faltó María Ostiz bajando en ala delta» y por la que casi me crucifican en el monte Pedroso. La empresa me avaló y ni siquiera tuve la necesidad de resucitar. Aquí estoy, quince años después, de cuerpo presente y sin rencor.

Catequesis a discreción

El arzobispo de Santiago dio la bienvenida a los miles de jóvenes que participan en el Encuentro Europeo

(Publicado en La Voz de Galicia el 5 de agosto de 1999)

Nacho Mirás. Santiago

Sólo faltó María Ostiz bajando en ala delta. Imagínese una sesión de catequesis para cinco mil personas. Cientos, miles de catequistas cambiando la guerra por el amor y el pecado por la penitencia. Pues así fue ayer el acto de bienvenida que el arzobispo de Santiago brindó a los muchachos que participan en la Peregrinación y Encuentro de Jóvenes Europeos. Todo lo que se diga sobre el acto es poco y sólo vivir la celebración en carnes propias puede servir para hacerse una idea de lo que fue Santiago ayer por la tarde.

Sobre las seis, varios miles de chicos y chicas, monjas blancas de hábito negro, monjas negras de hábito blanco, curas recién ordenados, simpatizantes de las órdenes más diversas, guitarras con bandolera, pañuelos, gorritas identificativas y mochilas de peso escaso tomaron literalmente las aceras de la rúa do Hórreo. La tropa aguardaba a los compañeros que llegaban en tren desde la estación y que no pudieron contener las lágrimas con semejante recibimiento, mezcla de emoción y asalto.

Eran casi tantos como en la última manifestación del BNG, sólo que las consignas no tenían mucho que ver, ni tampoco las banderas: «Somos una familia, un auténtico mogollón», gritaban hasta desgañitarse en la zona de la praza de Galicia; «Cristo me ama, Cristo me ama», contestaban otros, completamente convencidos de que, en efecto, Cristo les ama. «A-ba-ni-bi-aboebé» —que, como todo el mundo sabe, quiere decir «te quiero, amor»— , bailaban los más modernos, arropados por los acordes guitarreros de una sor con sandalias e inspirados en un ídolo profano como es El Chaval de la Peca.

Todos en piña, arrasando con los peatones a su paso, pasando de las señales, los semáforos y los policías locales, se concentraron en el Obradoiro para participar en la Liturgia de la Palabra que presidió Julián Barrio.

«¡Que bote el arzobispo, que bote el arzobispo!». Y el arzobispo botó. Discreto, pero botó. De repente, la plaza se convirtió en el festival de la OTI. Nunca un acto religioso había sido tan festejado. Parecía que fuese a dar la eucaristía Michael Jackson. En lo alto, a las puertas de la catedral, el clero, con Julián Barrio, Ricard María Carles y el cardenal Rouco Varela al frente. Abajo, en la platea, miles y miles de devotos.

«Ahora podríais hacer ondear las gorras y los pañuelos», pedían desde la tarima. Y la muchedumbre respondía a gritos al llamamiento. Se oyeron mensajes de profundo contenido católico polaco, inglés, alemán, español. Pero el plato fuerte fue cuando salieron a las escaleras de la catedral una especie de Spice Girls peregrinas, también apodadas in situ las «chicas botafumeiro»: cuatro chavalas con pantalones ajustados que cantaron y bailaron el himno del encuentro al más puro estilo G iorgio Aresu. «Arriba, arriba, abajo, abajo, uno dos, uno dos…». Resulta que eran italianas y se llaman Hope Music. Pero fueron, sin duda, la bomba, el contrapunto discotequero en sesión de tarde de un acto que se pretendía solemne.

Luego vinieron los mensajes del arzobispo santiagués en varios idiomas y se cantó a pulmón partido Mensajeros de la vida, de la paz y del perdón, un clásico de las liturgias, según los entendidos. «Que el Dios de la esperanza os colme de paz y de alegría en vuestra fe», dijo Julián Barrio a los jóvenes que, a la vista saltaba, andaban sobrados de alegría. El broche final lo puso la Royal Bagpipe Band of the Diputation of Ourense, nombre internacional con el que los jóvenes peregrinos conocieron a la banda de gaitas de la Diputación ourensana, muy en la línea de la cosa anglosajona tanto en sus interpretaciones como en las coreografías marciales y castrenses que se marcaron en medio de la plaza.

Lo de ayer sólo fue el cohete de salida de una concentración que durará hasta el próximo fin de semana y en la que, según la organización, participarán unos cincuenta mil jóvenes. Los compostelanos tendrán que tener paciencia hasta el domingo, pues los peregrinos demostraron ayer que no vienen a Santiago en plan muermo.

¿Verdad que tampoco era para tanto? Yo suelo decir a quien se molesta por algunas lecturas que escojan otra opción entre las que hay en el quiosco. Solo jodería. Me voy a ir a la cama con la Temozolomida puesta, con esos 150 miligramos de citotóxicos que me envenenan lo bueno para fulminar lo malo. Estoy muy afectado por la muerte de Paco de Lucía. Monseñores, Dios está demostrando muy poca sensibilidad con la guadaña, no me lo negarán. No se puede andar por ahí haciendo el indio con la motosierra. Y lo de las borrascas perpetuas en las que vivimos instalados en Galicia es como para darle de comer aparte o hacerse budista.

Doble ración, para finalizar, de minutos musicales. Para arrancar, la voz de Leonard Cohen (gracias, Lola Camiña, por coincidir en gustos). De postre, Entre dos aguas, de Paco de Lucía, cuyos dedos me gustaría tener trasplantados para tocar con ellos a la gaita una muiñeira atómica que resonase en las ruinas del purgatorio. Buenas noches. Vivid antes de que la vida os mate, como le pasó a Paco.

55. Un martes más, un miércoles menos. Una de curas

Hoy os dejaré pronto, que me ha venido todo el sueño junto. Los martes son un coñazo. O lo han sido, porque, después del viernes, ya no tendré que pisar más el hospital hasta el 25 de marzo. Me han chutado, me han analizado los fluidos, he tenido visita con el oncólogo… Todo en orden. El roble sigue vertical, con menos hojas pero con las mismas ramas. Tengo bajos los leucocitos, vale, pero entra dentro de lo normal. Va a ser que leucocitos están sobrevalorados.

Llevo bastante bien lo de ir saludando por el hospital; soy la Leticia Ortiz de la oncología compostelana. Aunque Josep Plà distinguía entre amigos, conocidos y saludados, creo que en los últimos meses ha habido un montón de cambios y saltos entre las tres categorías. Amigos que han pasado a ser saludados; conocidos y saludados que se han convertido en amigos… El tiempo y las urgencias suelen poner a cada uno en su sitio. Está bien hacer limpieza general, que cuando te das cuenta tienes la casa llena de trastos inútiles y escasa de las cosas necesarias.

Solo voy a seguir escribiendo esta noche mientras me llega la hora de la droga dura. Así que después me entregaré en cuerpo y alma al edredón nórdico y me dormiré oyendo llover. Por cierto, el edredón nórdico es una de las consecuencias de una novia alemana que tuve en la universidad. Hasta 1992 yo era de mantas y colcha, pero ella cambió eso y más cosas. ¿Cómo era esa frase de José Luis Alvite? Ah, sí: «El amor eterno es aquel cuyo fracaso se recuerda siempre».

Hoy me he encontrado por la calle a un montón de personas. La difunta madrina Celia, que era la Agustina de Aragón de mi familia -madrina de mi madre, de mi hermano y de la boda de mis padres-, distinguía siempre claramente entre personas y gente: «Hai moita xente -decía-, pero persoas poucas». Por eso digo que esta tarde he saludado y me he parado con un montón de personas. Os diré que estas memorias sanitarias tienen más de una lectura. Intento decir muchas cosas sin decirlas, lo mismo que obvio otras. Hay mensajes cifrados, hay frases en código, dedicatorias escondidas… incluso aflora, sin yo buscarlo, algún que otro rencor. De fogueo, nada preocupante. En todo caso, confío en que los interlineados lleguen a los destinatarios. Ya sé que algunos saben leer perfectamente entre líneas.

Por petición os dejo de nuevo el enlace al programa Expreso de Medianoite que compartí el sábado pasado con Victoria Rodríguez en la Radio Galega. Victoria es todo sensibilidad y me hizo sentir muy a gusto en el compartimento de este convoy autonómico. Son tres cuartos de hora de viaje que podéis escuchar desde aquí. Ya me voy, pero antes, en este intermedio del cáncer, voy a rescatar un post del pasado para dedicárselo a mi amiga Tere Ferreirós Criado, a propósito de un encuentro episcopal que ha tenido estos días en los dominios de Dios. Lo escribí en noviembre del 2010, cuando viajé a Barcelona en acto de servicio para cubrir la consagración de la Sagrada Familia. No todo el mundo puede presumir de haber viajado en avión con toda la Conferencia Episcopal Española al completo. Para ti, Tere, en rigurosa reedición. Hasta mañana.

La trastienda del Papa 

(Barcelona, noviembre 2010)

Tengo que hacerme mirar esta facilidad pasmosa que tengo para encontrarme frikis por la calle. ¿Cuántas posibilidades hay de que te envíen a Barcelona a cubrir una visita del Papa y tropieces con el Padre Apeles? Pues a mí me ha pasado hoy. No pude evitar la tentación de sacarle una foto con el móvil. «Si no lo hago -me dije- no me creerán». Apeles vestía sotana hasta el suelo, parecía un cura en traje de noche en un capítulo revenido de Amar en tiempos revueltos.

Junto al pinturero Apeles, dos idiotas arborescentes se dejaban la garganta: “¡Viva España, una y católica!”. Miré a mi alrededor, convencido de que, en cualquier momento, aparecería el caudillo bajo palio. Entiendo a los católicos y a sus razones, incluso las que no comparto -aún no he apostatado, así que hablo desde dentro-, pero no comprendo a los fanáticos y soy completamente incapaz de respetarlos. “¡Viva España, una y católica!”, seguía vociferando el idiota mientras yo me abría paso en esta cuadrícula maravillosa que es el Eixample barcelonés, una ciudad de papel milimetrado. Allá lo dejé, desbocado junto a Apeles. Carne de cañón.

Ha sido interesantísimo el viaje desde Santiago a Barcelona a bordo del Papa Force Two, el avión especialmente fletado por la Conferencia Episcopal Española. Los de Iberia, que se deshacen en atenciones con el clero, incluso le pusieron a los asientos unos reposacabezas conmemorativos de la visita de Ratzinger. Y, así, me encontré con que, durante todo el viaje, Benedicto XVI me hacía masajitos castos y píos. Llegué a temer que hubieran sustituido el chaleco salvavidas por una casulla. ¡Dios, ¿¿cómo inflo una casulla??! ¿Soplando por un tubo?
En el avión iban facturados cien obispos y arzobispos y, en las plazas sobrantes, los chicos de la prensa. Estaba convencido de que rezaríamos en medio de la travesía, como en aquel viaje en autobús a Torreciudad con el cura de A Salgueira, que era del Opus; empezamos con el rosario en Benavente y acabamos en el desierto de Monegros. Menudo recital.

Pero no, nada de rezos en el aire. Después caí en la cuenta, claro, de que Dios nunca daría de baja en acto de servicio a la Conferencia Episcopal toda junta. Eso obligaría a Nuestro Señor a replantear la empresa y a convocar concurso de méritos. O, lo que es peor, a un cierre patronal. Viajé, por lo tanto, con una seguridad desconocida, como si el avión lo pilotara directamente la Virgen de Loreto, patrona de la aviación.

Mientras la aeronave llegaba y no llegaba a buscar tan selecta carga, en Lavacolla conversé con monseñor Luis Quinteiro, obispo de Tui-Vigo; y también con Alfonso Carrasco Rouco, obispo de Lugo y sobrino del cardenal Rouco Varela. He entrevistado a ambos, así que ya nos sonábamos. Aunque lleva poco tiempo en Vigo, Quinteiro le tiene perfectamente tomada la medida a sus parroquianos, a la esencia de cómo somos en esa ciudad donde, detrás de cada farola, sale en su defensa una asociación de vecinos; nos tiene calados. Rouco me sorprendió cuando, del bolsillo de su chaqueta de obispo, sacó un flamante iPhone negro. “Caramba, monseñor -le dije- está usted a la última”. Carrasco sonrió -todos los del iPhone ponemos risa tonta cuando nos adulan- y nos pusimos a hablar de nuestros teléfonos móviles como solo sabemos hacer los devotos de San Steve Jobs. Tengo que desmentir a mi compañera Tamara Montero, que está convencida de que todos los curas hablan “en cura” -así le llama a esa manera de expresarse canturreada y aguda que se enseña en la escuela oficial de idiomas del seminario-. Fuera de servicio, algunos obispos son magníficos oradores.

Con Quinteiro hablé de la sociedad civil y para nada intentó plantar olivos ni recoger espigas por el camino. Soy terreno duro. Y con Rouco, del último IOS del iPhone. “Yo espero a que salga el 5 ¿Para qué quiero el 4?”, me dijo vacilón. La de puntos Movistar que debe de tener la Conferencia Episcopal Española. A pesar de las tres horas que duró la ceremonia de hoy -alguien debería convencer a la Iglesia de que, a veces, menos es más- vengo razonablemente satisfecho, sobre todo en la parte musical. He descubierto que, bien cantadas, las letanías no tienen que tener la monotonía insoportable del sorteo de Navidad. Es más, el recitado de santos se me hizo corto, arropado por ochocientas gargantas del Orfeó Català, el coro Sant Jordi y la Escolanía de Montserrat, entre otros. Qué delicia. Me pasó con la misa flamenca de Enrique Morente que viví en la basílica de Saint Denis de París.

Tal como ordenaba el protocolo, he ido de traje a la consagración. Reconozco que el traje me queda bien, pero yo no me veo. Para diario soy más de Decathlon. “Neno, qué bien te queda el traje”, me dice mi madre, que siempre que me quiere halagar empieza las frases por “neno”. El caso es que, al ser gris oscuro e ir combinado con una camisa negra sin corbata, me dio la impresión de que mi presencia, más que seductora, era pastoral. Solo así se puede explicar la sonrisa piadosa que me dedicó una voluntaria del Arzobispado de Barcelona que, por cierto, tenía un interesantísimo piercing en la nariz. Yo creo que, nada más verme, sintió ganas de confesarse. Pero… estoy pensando… ¿y si la mirada no era piadosa? No, seguro que sí que lo era… ¿Y si no era?. Vengo de Barcelona ungido de santidad, no cabe duda.

Tres horas y pico de misa hoy, más todas las visperas de Santiago… ¿No podría convalidar todos estos créditos por una docena de mis peores pecados? Como nos colocaron en una tribuna en el segundo nivel de la Sagrada Familia, el humo del incienso que quemó el Papa para purificar la basílica menor subió sobre su cabeza y acabó incrustado en mi traje de legionario de Cristo del servicio secreto. He estado todo el día oliendo a tiraboleiro y me acabo de dar cuenta ahora, al llegar al hotel y quitarme la ropa. Si me pilla Armando, el tiraboleiro mayor, me para girando y acabamos fundidos en un tango. Va a ser por el olor y por la camisa negra por lo que me hacía ojitos la del piercing. Y es que uno ya tiene una edad y con las canas supongo que infunde una mezcla de ternura, seguridad y absolución latente. Aunque… ¿y si no era eso? ¡Vade retro, Satanás!

Me ha pasado una cosa muy curiosa en la tribuna de prensa. Me explico, primero, para los que no saben cómo va esto del periodismo. Normalmente, cuando nos envían a cubrir un acto -el verbo suena fuerte, pero no es algo en absoluto carnal, al menos de entrada- los periodistas no tomamos parte. Es decir, si nos ponen delante a un político soltando una sarta de paridas tomamos nota, si acaso preguntamos -cada vez preguntamos menos- y ya está. Nunca jamás aplaudimos ni nos levantamos por respeto, así se esté firmando la paz en Oriente Medio. Estamos trabajando, como ellos, y así lo hacemos ver, yendo a lo nuestro.

Sin embargo, en la tribuna que me tocó hoy todo fue diferente. No reparé en que, conmigo, la mayor parte de los compañeros acreditados eran redactores de publicaciones católicas, desde Radio Vaticana hasta L’Observatore Romano. Había muchos, como veinte. Me di cuenta cuando una de las voluntarias se nos acercó y pidió que levantasen la mano todos los que querían comulgar durante la macromisa, que ella se encargaría de que subiera un cura para darnos unas hostias a distancia. Fue muy violento cuando, menos la mía y otras dos, se levantaron todas las manos. Tan brusco me resultó que me puse a recitar mentalmente los santos de las letanías: San Pedro y San Pablo, San Andrés, Santiago, San Juan, Santa María Magdalena… Se me pasó un poco el agobio cuando comprobé que don Juan Carlos de Borbón, Rey de España, también ayunó el cuerpo de Cristo mientras su mujer sí que participaba en la cena del Señor. Pero eso no fue lo peor del trabajo en la tribuna.

Hace un momento os conté que los periodistas jamás nos levantamos ante el que nos convoca -nunca falta alguna palanganera excepción-. Pero es que aquí el que convocaba era el Papa y los que cubrían a mi lado la ceremonia estaban a la vez en misa y repicando, esto es, trabajando y participando de la eucaristía. Mal asunto. Ese estar a todo provocaba un continuo levantarse y sentarse de compañeros que hacía realmente difícil mantener la atención. Tanto viento generaban que casi me vuela un discurso embargado de Benedicto XVI. Y claro, si el de delante te tapa la pantalla gigante porque viene la consagración, te da reparo mandarle que se siente, porque no ves. Fue una cobertura difícil. No faltará quien me tache de irreverente por contar las cosas como las cuento. Pero diré en mi descargo que, para ser irreverente, hay que serlo en el momento en el que uno debería tener un respeto, y yo en eso soy muy escrupuloso. Quitando que no comulgué -estoy plenamente convencido de que algunos de mis compañeros estaban, por lo menos, empatados conmigo en el gol average pecador- soy un maestro en el arte del respeto in situ. Sin embargo, lo que sí me parece irreverente es un acólito del Padre Apeles salivando en medio de Barcelona: “¡Viva España, una y Católica!”, eso sí que me parece irreverente.

Me pasó lo mismo cuando, el día de la Guardia Civil, un chaval con los dientes y el bigote de leche se puso a vociferar como un animal, sin venir a cuento, junto a la capilla de San Lázaro: “¡Viva España, viva el Rey, viva le orden y la Ley!”. Soy alérgico a tales declaraciones de principios. Lo que yo cuento, guste más o menos, no deja de ser un retrato fiel de la realidad, adobado si acaso, pero retrato. Creo -y ahora opino- que la Iglesia ganaría purgándose de fanáticos y de parafernalia y que, en general, el mundo espiritual está falto de sentido del humor. El padre Isorna, un franciscano al que le tengo fe, me decía el otro día que no soporta a los fanáticos de ninguna religión. Y en eso estamos de acuerdo: ni a los de la religión, ni a los del fútbol, ni a los de la política… Ha sido un fin de semana intenso, pero ahora me voy a la cama sin cargos de conciencia.

Hasta aquí las notas a pie de página de hoy y el recuerdo del pasado. Me voy con la música a otra parte y en la confianza de que no soñaré con obispos. He arrancado mi Suzuki Burgman 400 y me he dado una vuelta por el garaje a lo loco, sin obedecer al neurocirujano. Qué bien me sientan estos gestos de insumisión sanitaria. Mañana toca burrocracia un miércoles más. Pero también es un miércoles menos. Música y a la piltra. Dirige la orquesta un súper pecador: Elton John. Gracias por todo.

54. Droja en el Colacao… and I feel fine…

Oigan, doctores: ¿Están seguros de que no me están echando droja en el Colacao como a Tojeiro? Porque excepto por unos pequeños daños colaterales ya conocidos, en general me encuentro de puta madre. Mondo y lirondo en el cuero cabelludo, envenenado de Temozolomida, frito por las 26 sesiones de radiactividad acumuladas y rindiendo cuentas cada día a las autoridades sanitarias como cualquier consejero podrido de un banco en el juzgado… Pero fuerte. Capaz. Y como la gente sigue mandándome ánimos en distintos formatos, me vengo arriba. Hoy incluso he acabado tomando café en el París con una mujer y con una perra desconocidas. Es la excitante vida pública de un paciente oncológico que, en vez de mortificarse, decidió improvisar sobre un pronóstico malo.

Para completar el cuadro social, me han invitado a que diga unas palabras el próximo viernes en el acto de jubilación del personal del área sanitaria de Santiago, que se celebra a las 13.00 en el aulario del complejo hospitalario. Como usuario avanzado del sistema que soy no me puedo negar: el personal es, precisamente, el que hace que la sanidad pública sea un tesoro de todos que hay que proteger; a los de Siemens tanto les da fabricar aceleradores lineales como lavadoras. «¡O asunto non é a máquina, é o maquinista!», decía mi tío Antonio. Me viene de repente a la cabeza el discurso que nos echó don Juan, el profesor de inglés, cuando dejamos el colegio público Lope de Vega de Vigo para migrar al instituto con el acné puesto y la libido a punto de nieve: «Sean buenos, malos o peores, recordad siempre que lo mejor que tiene este colegio son sus alumnos». Con la sanidad pasa lo mismo: lo mejor de los hospitales es la humanidad que está dentro, en pijama, en camisón, en bata o en uniforme; lo demás es inventario.

Hoy me contó Jesús, uno de los técnicos de radioterapia, que muchos de los radiados acaban pidiendo la máscara hecha a medida con la que nos atornillan todos los días al a freidora. «Algunos la quieren para destruirla -me explicó-, otros para usarla en carnaval o para quemarla directamente en la hoguera de San Juan». Yo también quiero la mía; siempre puedo exponerla en el CGAC como obra de arte contemporáneo. He visto cosas peores.

Que mis alumnos de la Facultad de Derecho me hayan votado para salir en la orla de su graduación es otro de esos regalos que me hacen crecer como ser humano. Los del departamento de Xornalismo impartimos en primero de Derecho Técnicas de comunicación oral e escrita aplicadas ao Dereito, que yo di dos años. Los que ahora se gradúan me juran que lo habrían decidido igual aunque estuviera sano, y no tengo motivos para pensar que a los futuros abogados los educamos en la trola ya desde la Universidad. Gracias. No, si cuando digo que tengo la sensación de estar asistiendo a mis propias honras fúnebres en vida…

Ya solo me quedan cuatro sesiones en el acelerador lineal para completar la treintena. Tengo la oreja derecha como para echarla al cocido, pero confío en recuperarla. Con lo que me gusta a mí que me coman la oreja… en crudo.

Los martes lo de siempre: sesión de control, agujas, análisis, farmacia, papeleo, oncólogo y residentes… Solo pienso en que llegue la semana que viene para desbrozar el musgo compostelano en el Mediterráneo. No queda nada. Una semana en Cataluña, otras dos de vacaciones terapéuticas y de nuevo en orden de marcha para afrontar los ciclos de quimio a dosis más brava: droga para cinco días, colocón para veintitrés. Y así seis meses. Antes me tendrán que hacer otra resonancia magnética para comprobar que la invasión alien sigue contenida.

Atención a lo que me ha dicho mi hijo esta tarde mientras cenaba: «Papá, en la radio están hablando de Pokemon. Eso me gusta a mí, tengo cromos». Excepto por un par de detalles, la frase no tendría más interés. El primero, que Mikel tiene tres años. El segundo, que Pokemon, para los que estéis fuera de la actualidad política gallega, es el nombre de una operación anticorrupción dirigida por la jueza de Lugo Pilar de Lara que salpica de mierda a un montón de ayuntamientos. Mal sabe el enano que lo de la radio no son dibujos animados. Está visto que lo único incorrupto en este país sigue siendo el despojo de Santa Teresa de Jesús.

Me acaba de venir a la cabeza una frase que mi padre siempre le clava a su médico cuando le dice que se descubra el brazo para colocarle el tensiómetro: «Mire, doctor, yo la tensión la tengo bien, ¡lo que tengo baja es la pensión!». Debe de ser por eso que le han subido un ridículo euro y medio al mes y otro tanto a mi madre. Un capital. Cuesta más la carta que les enviaron para comunicárselo que la subida. A veces tengo la impresión de que nos gobierna Calamardo.

Me voy al sobre con el veneno en la barriga y con mi cabeza mutilada en otra parte. Últimamente siento una curiosidad insana por saber dónde y cómo se conserva mi trozo de cerebro. ¿En la sección de frío? ¿En ultracongelados? Nunca pensé que me fueran a pasar cosas tan raras. Pero pasan, ya lo cantaba The Radio Dept. La letra parece hecha a mi medida. Y después otra de propina, también muy propia: It’s the end of the world as we know it, and I feel fine. Buenas noches. Abrazos radiactivos; un beso atómico de largo recorrido.

53. Regreso al futuro

No creo que al cáncer le siente mal combinar la quimioterapia del fin de semana -los sábados y los domingos descanso en la freidora atómica- con callos de mi prima Pili de Castrelos y guiso de fabas de Lourenzá. Si desarrollo algún súper poder y no son gases ya os aviso. Ayer estuve más fuera de combate que dentro. Me habían advertido de que, con semejante tratamiento, era posible que sintiese un cansancio extraño y repentino de vez en cuando: «Ese cansancio no se pasa en el sofá», me dijo el oncólogo levantando el dedo y una ceja. Y así es. Hasta que se me dio por salir a la calle a última hora de la tarde, viví la jornada en una especie de colocón farmacéutico que me dejó el cuerpo triste. Tener un hijo que te despierta por sorpresa en cualquier momento a partir de las seis de la mañana, como si hubiera que irse de maniobras, no creo que ayude. Son daños menores de la reproducción, en todo caso. Bendita reproducción.

Como voy a seguir dedicado a la vida familiar durante lo que queda de día, a modo de suplemento dominical voy a reeditar una de las entregas de la serie Compostela Vintage que he venido publicando en La Voz de Galicia hasta que un tumor cerebral de nada se cruzó en el camino de la Vespa del tiempo. La mecánica de la sección es sencilla. Así lo resumía Miguel Ángel Jimeno en el blog La Buena Prensa, en el que estoy muy orgulloso de aparecer: «En la edición de Santiago de La Voz de Galicia, todos los domingos se publica la mini sección «Compostela Vintage». El periodista Nacho Mirás viaja en el tiempo para conocer de primera mano hechos, noticias o acontecimientos que tuvieron mucha repercusión en la ciudad. «Después de darle muchas vueltas a cómo contar la hemeroteca de toda la vida con nuevas fórmulas —nos cuenta—, se me ocurrió esta. Soy riguroso en datos y fechas y recreo situaciones que, por supuesto, jamás viví más que a través de los archivos. En el círculo cercano, y por el feedback que recibo, la idea funciona. Cuidamos la maquetación, la edición gráfica… en fin, tratamos de devolverle al periódico del domingo el espíritu «dominical» que se estaba perdiendo, al menos, en los cuadernillos locales. El trabajo de documentación es enorme. Después de 22 años trabajando… me encuentro más a gusto con las noticias del pasado que con las del presente».  La última frase la sigo manteniendo, al menos hasta que la realidad me persuada de lo contrario. Sirva también de regalo para mi amigo José Ramón Mosquera, empeñado en seguir cumpliendo años lo mismo que yo.

Así que, como es domingo, nos vamos al Gran Circo Feijoo. Igual no es lo que estáis pensando. Pero pasad y poneos cómodos. Veréis cosas que no creeríais. (Publicado en La Voz de Galicia el 18 de agosto de 2013)

Una noche en el Gran Circo Feijoo

Los hermanos Jacowlew

Después de viajar a 1918 para conocer a Enrique Rajoy Leloup, abuelo de Mariano Rajoy, se me ha quedado el cuerpo triste. ¡Tanta austeridad y tanta tontería, hombre ya! Así que, aprovechando la indumentaria y el dinero de la época que me he traído del mercadillo de antigüedades que se celebra los sábados en Correos, he decidido quedarme un día más por estos lares y darme un homenaje que me desatasque la sonrisa. Como voy bastante documentado, me moveré dos años hacia atrás en mi Vespa del tiempo -la tengo convenientemente escondida en unos matorrales de Conxo como objeto extemporáneo que es- para situarme en la Compostela de 1916; no hagan planes; los llevo directamente a la noche del 10 de mayo de ese año.

En el bolsillo de la levita me he traído dos localidades que compré por Internet, con previsión, en una página de coleccionismo. Son oro en paño: la puerta de entrada al mayor espectáculo del mundo que, a principios del siglo XX en Galicia, tiene nombre propio: El Gran Circo Fejioo. Sí, hagan chistes, que nos reímos todos.

La cita es a las nueve de la noche en el Teatro Royalty. En 1916, El Royalty lleva solo tres años construido. Es un teatro de variedades que ocupa parte del solar en el que se levantaba el palacio de la Inquisición y, en el 2013 desde donde me leen, el Hotel Compostela. El Royalty lo demolerán en 1927 pero, hasta entonces, todavía le quedan muchas tardes y noches gloriosas.

Llego justo a tiempo y me asalta en la puerta la primera sorpresa.

-Buenas noches, ¿su localidad?

-Buenas noches, aquí tiene, joven. ¿Es usted Manolito, el hijo de Secundino Feijoo?

-Sí señor, el mismo. Que pase una buena función.

El chaval que me acaba de recibir es Manuel Feijoo (1897-1969), hijo del mítico empresario circense de Vilanova dos Infantes (Ourense) Secundino Feijoo López, gran promotor del circo moderno. Me muero por decirle que llegará incluso más lejos que su padre en este mundillo. Pero he venido a lo que he venido: al espectáculo.

Me siento justo al lado de un colega, el periodista de La Gaceta de Galicia, que ha venido a cubrir la función mandado por don Francisco Vázquez Enríquez. Prefiero no advertirle de que es mejor que se vaya buscando la vida en otro medio, pues la cabecera para la que trabaja cerrará inevitablemente el 30 de noviembre de 1918; no me acostumbro a que cierren periódicos ni en el pasado.

De repente, se apaga la luz. Largo redoble de tambor. Platillos. Bombo. «¡Muuuy buenas noches y bienvenidos a la función de esta compañía internacional, ecuestre, gimnástica, acrobática, excéntrica, cómica y taurina que es el Gran Circo Feijoo!», dice una voz a través de un megáfono de lata. Ovación. Las casi dos horas siguientes serán de pura emoción. Hoy debutan en Compostela los míticos hermanos Jacowlew, que pedalean en posturas imposibles con sus bicicletas dentro de La Corbeille de la Mort (La jaula de la muerte). Cuentan que el pequeño se mató haciendo esto. «Les Fréres Jacowlew, champions du monde, sur pneus Hutchinson», [Los hermanos Jacowlew, campeones del mundo sobre neumáticos Hutchinson], dice la postal que me ha dado Manolito Feijoo en la puerta.

Es una oportunidad única para ver a los Jacowlew. La gente grita al ver las piruetas temerarias de estos ciclistas. Nos ponemos en pie. Mi colega el periodista se emociona tanto que se levanta de la butaca, se echa las manos a la cabeza y grita: «¿Ha visto eso? ¿Ha visto eso?».

«Dicen que es hoy la mayor atracción de Europa», le digo.

-Y no me extraña. Este Feijoo siempre trae lo mejor, tiene vista. ¡Y empezó tocándole la gaita a unas vacas, hay que joderse [aquí, en la versión impresa, pone «fastidiarse», cosas del libro de estilo]!.

«El Gran Circo Fejioo dará mucho que hablar, estoy seguro», le respondo. Fantástica está también la señorita María en el trapecio. Y elegantísima la equilibrista Miss La La con sus incomparables ejercicios sobre el alambre. No es la que pintó Degas en 1879, claro, es otra.

«¿Ha visto eso? ¿Ha visto eso?», no deja de repetirme mi colega de La Gaceta, entusiasmado con los ejercicios de los hermanos Chauffeur y la belleza inconmensurable de las jóvenes Milville, que hacen cosas terribles con los dientes. «Prepárese, que ahora salen Les Lecusson, fantásticos acróbatas de salón», me avisa el reportero. Qué bien me lo estoy pasando.

Don Secundino, el ourensano que contrataba para su público lo mejor de lo mejor

Entre la actuación del intrépido jockey A. Deseck y los payasos Santos, Cheret, Carpini y Noppi, sigo intercambiando emociones con el periodista de La Gaceta:

«Me han dicho que ha estado fantástica esta tarde la hermosa amazona Ángela de Cheret, con ejercicios de volteo sobre caballo», me comenta.

-No la he visto, pero he leído sobre ella.

-¿Y dónde, porque hasta donde yo sé lleva poco tiempo?

-Bueno, por ahí… en una revista francesa, creo… [por un pelo no meto la pata y me descubro como viajero del tiempo].

El payaso Carpini se ha vestido de mujer y su colega Cheret le hace una estúpida declaración de amor que arranca carcajadas en el auditorio. «Lo veo un poco grotesco -dice mi colega- estos clowns deberían tener en cuenta la especialísima circunstancia de que trabajan en Santiago».

-Con la Iglesia hemos topado…

-Pues eso mismo, querido amigo, eso mismo. ¿Sabe? Los hermanos Jacowlew, los de las bicicletas, antes hacían un ejercicio arriesgadísimo con un tándem. Pero como en tan arriesgada prueba pereciera el hermano menor de ellos, abandonáronle y crearon el ejercicio que ahora llaman Círculo de la muerte, y que es lo que ha contratado Feijoo. Perdone, tengo que escribir una nota de esta idea….

Entonces, mi colega anota en un papel el borrador de la crónica que sobre la función publicará en La Gaceta de Galicia del 11 de mayo de 1916, y que dice así: «Desafiando al peligro, marchan en la pista vertical, despreciando el propio vivir y, en su desenfrenada carrera, se desnudan y se visten, subiendo a lo alto de ella para descender, vertiginosos, al fondo de la misma».

-¿Qué le parece la descripción, querido amigo?

«Fabulosa -le digo- yo no lo habría relatado mejor».

Cuando termina el espectáculo, nuestros antepasados se deshacen en aplausos. Y el plantel del circo tiene que salir hasta cuatro veces a saludar al centro de la pista del Royalty. Me quedaría a entrevistar a don Secundino, pero estoy tan cansado de emociones que me despido de mi colega, salgo del teatro y me voy caminando en dirección a A Senra; igual me voy a dormir al Gran Hotel La Argentina. Ya les contaré.

¿Un vídeo? Venga, que no se diga que le lloramos a la música. Con este señor me hice mayor. Y de vez en cuando viajo entre el pasado y el futuro con él en los auriculares. Se está arrimando un día de sol. Ya queda menos.

52. A una semana de la condicional

Dejo para mañana lo que podría hacer hoy. Pero entre que estoy muerto de sueño y muerto de risa por culpa de Carlos Blanco y Xosé Manuel Budiño, casi mejor me retiro a mis aposentos drogado de Temozolomida hasta los dientes. La sesión hospitalaria del viernes es completita, así que me dormiré soñando con las vacaciones mediterráneas que ya están a la vuelta de la esquina. Me voy a quitar el moho más a gusto… Gracias de nuevo a todos los que os cruzáis conmigo por pasillos y empedrados, tanto si paráis como si no. Que sepáis, en todo caso, que no acostumbro a morder sin consentimiento. Y tengo todas las vacunas. Mañana se acaba la quinta semana y ya solo quedarán cinco sesiones más en la freidora y siete de Quimicefa hasta que pueda salir en libertad condicional. A ver si voy a tener mono… La canción de hoy, versión de la Space Oddity de David Bowie con la que me alisté en la guerra radiactiva y biológica contra el astrocitoma anaplásico grado III, os la dedico de corazón a todos los que hacéis que la sanidad pública siga funcionando contra viento, marea y ciclogénesis explosivas, literales y figuradas. La Estación Espacial Internacional sin astronautas como Chris Hadfield dentro sería un inútil bidón en órbita. Buenas noches a casi todos.

51. Que no sea un jueves cualquiera

Hoy seré breve, que esta tarde me picó la mosca Tsé Tsé y caí rendido. Me frieron por la mañana, después tocó la ruta de la burrocracia… lo de siempre. Como el jueves quiero salir por la noche para escuchar a mis admirados amigos Carlos Blanco y Xosé Manuel Budiño en Arteria Noroeste (rúa Salvadas, sede de la SGAE, en Santiago), permitidme que salude rápido, que os cuente que me encuentro de bien como si en vez de citotóxicos me estuvieran envenenando con cápsulas de cocido; y que la quemadura de la oreja, producida por los fotones radiactivos, está contenida. Me voy a la cama y os dejo unas lecturas revenidas que parí hace ya unos años. La primera se titula El espuni y surgió de una conversación entre mi padre y mi hija en octubre del 2009, cuando ella tenía solo dos años. Fue todo un viaje. La segunda, unas redondillas que, respetando la métrica, compuse para liberar tensión el último día de julio de ese año, cuando se acabaron las vacaciones y tocó regresar al trabajo. Y al final, como siempre, minutos musicales por partida doble. Disfrutad.

El espuni

 (Conversación entre Pepe y Ane Mirás. Vigo, octubre 2009)

 -«¡Abuelo, abuelo, háceme un espuni!»

-Vamos.

-«¡Háceme un espuni, háceme un espuni!»

-Venga, vamos al jardín.

Escucho la conversación entre mi hija y mi padre y tengo la impresión de no sintonizar su frecuencia, de haberme perdido algo. Ella le pide un «espuni» y él la comprende perfectamente. ¿Qué carallo es un «espuni»?

Salimos los tres al jardín y observo. Mi padre coge dos pinzas de madera, monta una sobre la otra, cuenta hacia atrás del diez al cero y, con una uña del pulgar, dispara al aire la pinza de arriba, que sale propulsada hacia el cielo por su dedo pulgar.

-«¡Mira, Ane, ahí va, el Sputnik!»

Ane aplaude: «¡El espuni! ¡Va a llegar a las estrellas! ¡Va a llegar a la luna!», dice mi hija.

El satélite vuelve a caer sobre la mesa del jardín, pero la cara de Ane es de absoluta emoción durante los dos segundos escasos que tarda el pequeño cohete de chopo en completar su vuelo y regresar a la tierra. Me quedo mirándolos y me doy cuenta de que es un viaje privado, para ellos dos solos, una travesía a la que nadie más está invitado. Y entonces recuerdo que, una vez, hace más de 35 años, yo también fui un cosmonauta montado en una pinza de la ropa. ¡Apartaos, que ahí va el espuni!

Redondillas del final de las vacaciones de julio del 2009

Se acaban las vacaciones
y toca volver al curro.
¡Es injusto, no me aburro!
pero el sistema se impone.

En esta ciudad de curas,
donde adoran a un churrasco
donde llueve que da asco
las jornadas son muy duras.

¡Necesito un masajista!
El retorno me acongoja
Si yo fuera la Pantoja…
no sería periodista.

Mis sueños de millonario
se desinflan cada viernes
y me apedreo los dientes
si acierto el complementario.

Si la suerte me acompaña
-no juro por no jurar-
no volveré a madrugar
y no viviré en España
(o al menos no todo el año, coño, que estoy hasta el moño del tiempo de otoño y la lluvia gallega que al cuerpo se pega)

¡Adiós, cerveza! ¡Hola, mosto!
A la orden, mi sargento
Siempre trabajo contento…
qué duro va a ser agosto.

El verano tuvo tela
pero ahora se ha acabado
¡Que me quiten lo bailado!
¡Sóplame aquí, Compostela!

¡Qué cabrón eres, agosto!
Estabas ahí esperando
al acecho, vigilando,
para escupirme en el rostro.

Aparta de mí, asqueroso.
Que no traes nada bueno.
Huele fuerte tu veneno.
Pero saldré victorioso.

Os dejo con música para irse a dormir y para despertar. Si os acostáis con la memorable comida de morros de Robbie Williams a Daryl Hannah -cómo me ponía mí esa mujer antes de que la recauchutaran- y os da los buenos días Serena Ryder, un vulgar jueves seguro que muta en jueves santo y reluce más que el sol. Amaos los unos sobre los otros.

50. Noticias del maestro Alvite

Qué alegría llegar al servicio de oncohematología del Hospital Clínico Universitario de Santiago de Compostela y encontrarme con mi amigo y maestro José Luis Alvite, compañero de letras y de cáncer, autor de la frase que encabeza este blog desde hace muchos años. Ya dije en su momento que, por no tener, ni siquiera tengo la categoría de sus enfermedades, aunque lo que la oncología ha unido no lo separa ni Dios. Pero encontrarme a Alvite en la antesala del oncólogo, los dos de una pieza, enteros y verticales, ha sido uno de los mejores momentos de estas cinco semanas de tratamiento. La conversación fue más o menos así.

Yo-¡Alvite, hostiaaaa!

Al: ¡Nachiño! (Abrazo de oso)

Yo: Qué alegría verte, tanto tiempo sin saber nada de ti.

Al: -He estado muy mal. Ni siquiera he sentido ganas de escribir ni de hablar por teléfono. Y escribir un día para no hacerlo después… no sé, me parece una estafa. Han tenido que cambiarme la quimio. La que me metían me estaba dejando la sangre como la de Urdangarín: del montón.

Yo: Mucha gente me pregunta por ti, muchísima. Si quieres digo que me he encontrado con un hermano tuyo y que me ha dicho que estás mejor.

Al: No hace falta, diles que estoy mejor, que me has visto.

Qué momentazo. Los que lo conocéis sabéis que Alvite habla como escribe, desde las tripas, como hace Mari Carmen con doña Rogelia pero sin pañoleta. Por eso, cuando se fue un momento a las salas de tratamiento a que le quitaran una cañería y regresó a la recepción en busca de su mujer me preguntó: ¿Has visto por ahí a mi viuda?

-¡Está llorándote en el baño!

Si todo va bien nos veremos pronto en un decorado más nutritivo y menos terapéutico. Sirva solo esta introducción de mensaje de alivio autorizado y oficial a los miles de seguidores de José Luis; lo he visto con vuestros propios ojos. Alvite, el tipo que ha escrito renglones sabios como ese que dice que el amor «es algo complejo que empieza cuando conoces a alguien cuyo cuerpo parece que llevase años preguntando por el tuyo». Dios con gafas. Nos volvimos a abrazar pero sin extendernos, temerosos de que por la megafonía empezase a sonar El vals de las mariposas tocado por la Banda Municipal.

De nuevo he vuelto a pasar los análisis del martes con nota. Así que completada línea, seguimos para bingo. El 28 de febrero dejamos la churrería, paramos tres semanas y después volvemos con la química ampliada y en ciclos: 5 días de drogas, 23 de descanso. El Vaquillla hacía al revés, pero no le fue bien; nunca se le dieron bien las cuentas.

Después de la sesión de fotones de hoy, con el maestro Jesús a la sartén, Montse ha sido la enfermera encargada de restaurarme la oreja derecha con esa masilla sódica de ácido hialurónico que es el Jaloplast Gel. «A la que salga el sol -me recomendó- te pones crema factor cincuenta». Te haré caso.

Como la mañana se ha alargado y no me ha dado tiempo a comer en Fonseca, que es lo habitual, he acabado en un restaurante de categoría internacional que tiene sucursales en todo el mundo: El Burger King de A Senra. Los neurocirujanos Prieto y Allut se llevaron también en su palangana, rencorosos ellos, el recuerdo olfativo del Whopper. ¿Y sabéis que no me ha disgustado nada redescubrirlo? Yo soy más del Churras-King, pero para entretener al hambre…

Sigo saludando a nuevos viejos amigos. Y me encanta hacerlo, así que por mi parte que no quede. Creo que nos vamos cargando las baterías los unos a los otros y siempre salgo del hospital con más corriente de la que entré. Gracias.

El depósito de la energía lo acabé de llenar por la tarde en casa de Benedicto García, que ya es un poco como la mía; a veces hasta confundo a sus nietos con mis propios hijos. Y no sé si fue la radiactividad o qué, el caso es que acabé tocando la gaita electrónica y cantando a dúo con Uxía en un sofá de piel verde. El cáncer tocaba la pandereta, el muy cabrón. Y no lo hacía mal. No, si cuando digo que tengo quizás el tratamiento oncológico más entretenido de España tampoco creáis que exagero…

Uxía Senlle y un atrevido

Uxía Senlle y un atrevido

El miércoles me adelantan la fritura a las diez menos diez. Y después, como cada semana, a recorrer media ciudad con la mierda del parte de baja. Un día me rebelo y no voy, veréis. Y que emita la Seguridad Social una orden de busca y captura, que la incluiré en la versión encuadernada de mis obras sanitarias completas. Burrocracia española y de las JONS.

Los minutos musicales de esta noche son para mi amigo, mi maestro, mi Alvite. Ismael Serrano le compuso una canción y yo sigo suspirando siquiera por un bache dedicado. Ojo a la letra, porque aunque canta Serrano, el que habla es José Luis. Hay gente que nace en sábanas de seda y otros, qué quieres, nacen para ser trapos. Buenas noches desde la trastienda del Savoy. Y recordad: «El amor eterno es aquel cuyo fracaso se recuerda siempre» (José Luis Alvite). No olviden supervitaminarse y mineralizarse.

49. Todo cambia

Y aquí está otra vez, en víspera de martes, el dueño del astrocitoma anaplásico grado III más cacareado de la oncología española. Hoy lo he sacado de concierto; si no lo mato por desgaste, al menos que se desahogue. Tuvo una buena oportunidad esta noche mi cáncer en la Casa das Crechas, escuchando la digitopuntura de los bretones Jacky Molard (al violín) y Jean Michelle Veillon (a la flauta travesera). Nunca hasta hoy había entendido en toda su extensión el sentido de la frase «Jódete y baila». Encima, hijo de la gran puta, te he regado con Superbock negra sin alcohol y ahora te voy a dar tu ración diaria de Temozolomida para que la goces. No me extraña que te quieras quedar a vivir; si yo fuese el tumor de un fulano que no para, que te pasea, te fríe, te droga y te relaciona, tampoco querría irme, que hace mucho frío afuera. Recuerda de todas maneras, Casiano, que el martes nos toca control. Hay que evaluar con el especialista y con los residentes la bioquímica de la semana pasada; chutarse otra vez la vena para una nueva analítica; hacer cola en farmacia… y empezar a despedirse de la churrería atómica, que solo nos quedan nueve sesiones y las vamos a echar de menos. Después te llevaré de vacaciones al Mediterráneo con todos los gastos pagados y verás cosas que jamás creerías. El sol, por ejemplo, ese desconocido. Es como los fotones que nos meten todos los días pero en formato industrial.

Hoy, justo antes de que me atornillaran la cabeza en el acelerador lineal, he descubierto una excoriación detrás de la oreja derecha, un pequeño problema de carrocería. No tenía pensado presentarme a Miss Universo, pero jode y pica. Aunque me echo cremas como me mandan, la radiación hace su trabajo. ¿O por qué pensabais que cuando empieza la coreografía radiactiva todo el mundo menos yo abandona la sala? No es cobardía, es sentido común. Isabel, la enfermera de Radioterapia, me ha untado con un ungüento que se convierte con las horas en el film transparente con el que suelo envolver los bocadillos a mis hijos y que sirve para sujetarme el alerón y proteger la quemadura. Niki Lauda, amigo, me pongo en tu pellejo.

Reitero el agradecimiento a todos los que me ponen el ánimo por escrito, a los que me paran para darme las gracias… Que te den las gracias por vomitar pensamientos y por salpicar con tus vísceras a todo el que esté delante acojona. Ya dije hace unos cuantos capítulos que, a veces, tengo la impresión de que el pleno municipal acabará dedicándome una rotonda. Señor alcalde: me conformo con un bache.

Desde que tengo lo que tengo se me ha incrementado la nostalgia de los lugares y de las personas. A los sitios voy, pero todavía tengo ganas de recuperar el olfato de algunos seres humanos que han sido especiales en 42 años de recorrido y que dejaron de sintonizar mi frecuencia. Recordad que mi memoria olfativa fue a parar a una palangana esterilizada el 12 de diciembre y que cada día vuelvo a oler a los amigos que fueron lo mismo que he tenido que volver a oler a mis hijos por primera vez. Pero aún tengo mucho disco duro virgen.

Voy a acabar con una canción de Mercedes Sosa que, en mi situación, tiene muchísimo significado. Se la tomo prestada a una de esas personas que hacen que todo este horror tenga sentido. Así como todo cambia, que yo cambie no es extraño. (La letra al final). No os acostéis tarde y, si podéis, no os acostéis solos.

Cambia lo superficial
Cambia también lo profundo
Cambia el modo de pensar
Cambia todo en este mundo

Cambia el clima con los años
Cambia el pastor su rebaño
Y así como todo cambia
Que yo cambie no es extraño

Cambia el más fino brillante
De mano en mano su brillo
Cambia el nido el pajarillo
Cambia el sentir un amante

Cambia el rumbo el caminante
Aunque esto le cause daño
Y así como todo cambia
Que yo cambie no es extraño

Cambia, todo cambia
Cambia, todo cambia
Cambia, todo cambia
Cambia, todo cambia

Cambia el sol en su carrera
Cuando la noche subsiste
Cambia la planta y se viste
De verde en la primavera

Cambia el pelaje la fiera
Cambia el cabello el anciano
Y así como todo cambia
Que yo cambie no es extraño

Pero no cambia mi amor
Por más lejo que me encuentre
Ni el recuerdo ni el dolor
De mi pueblo y de mi gente

Lo que cambió ayer
Tendrá que cambiar mañana
Así como cambio yo
En esta tierra lejana

Cambia, todo cambia
Cambia, todo cambia
Cambia, todo cambia
Cambia, todo cambia

Pero no cambia mi amor

48. Lévame, Moraima

He visto gente sana caminar mucho menos que lo que he andado hoy yo enfermo. Salió el sol y la avenida de Castelao de Vigo parecía una manifestación que iba dejando a su paso un rastro de escamas y moho. Me he pasado de los veinte kilómetros y le he gastado las aceras a Abel Caballero, que si se entera de que vivo en Santiago igual me lo hace pagar. Es broma, alcalde, que yo nací en el Xeral y me asiste el derecho de usufructo. He visto Vigo con otros ojos, pero ahora estoy derrengado. Si no me saco al cáncer de encima con tanto paseo, al menos lo cansaré. Igual se aburre y se pira a la cabeza de alguien que lo sepa valorar. Hoy ha tenido suerte, que lo he puesto mirando al mar con las Islas Cíes al fondo. Me voy a la cama pero saludo, que sé que hay quien se preocupa si no encuentra novedades. Mañana, si eso, ya os cuento la carta de mi primo Carlos Mirás (por delante y por detrás), trabajador del Hospital del Meixoeiro, explicándome cómo de pequeño le diagnosticaron un ojo vago, no lo trató a tiempo y acabó extendiéndosele por todo el cuerpo, por eso ahora, como dice, está hecho «un vago de carallo». Eso es metástasis y lo demás son hostias, Carliños. Nostalgia, familia, buena compañía… ha habido de todo este sábado y este domingo. Acabo de meterme media farmacia y me voy a dormir la mona de la quimio como el yonki de la Temozolomida que soy. Empieza la quinta semana de física y química. Ahora, antes de que os acostéis, le dais al play del vídeo, escucháis a Ana Belén cantando sobre la música de Milladoiro y seguro que mañana os levantáis con otra cara. Os pongo la letra en gallego y en castellano. La dedicatoria la envío por telepatía a través de la antena de titanio que llevo atornillada en la cabeza. Si te llega ya me lo harás saber. Lévame, Moraima. Mañana más.

A saia do vento baila
nun horizonte de mar
Moraima, lévame Moraima
na túa cintura de terra e sal.
As sombras de mil estrelas
danzando na túa man
Moraima, lévame Moraima
entre flores de lúa e metal
lévame Moraima, lévame Moraima
na túa cintura de terra e sal.
Sobre cabelos de chuvia
brinca un sorriso de luz
Moraima, lévame Moraima
cabalgando no sol de cristal.
Xogas con niños de prata
pombas dun silencio azul
Moraima, lévame Moraima
nas xanelas de area
lévame Moraima, lévame Moraima
cabalgando no sol de cristal.
Trenza ca noite un manto
onde poder descansar
Moraima, lévame Moraima
navegando sobre o ceo.
Fai un espello de liño
ó paso do teu andar
Moraima, lévame Moraima
sobre cántaros de auga
lévame Moraima, lévame Moraima
navegando sobre o ceo.

La falda del viento baila
en un horizonte de mar
Moraima, llévame Moraima
en tu cintura de tierra y sal.
Las sombras de mil estrellas
danzan de tu mano
Moraima, llévame Moraima
entre flores de luna y metal
llévame Moraima, llévame Moraima
en tu cintura de terra y sal.
Sobre cabellos de lluvia
brinca una sonrisa de luz
Moraima, llévame Moraima
cabalgando en un sol de cristal.
Juegas con nidos de plata
aves de un silencio azul
Moraima, llévame Moraima
en las barcas de la arena
llévame Moraima, llévame Moraima
cabalgando en un sol de cristal.
Trenza con la noche un manto
donde poder descansar
Moraima, llévame Moraima
navegando sobre el cielo.
haz un camino de lino
al paso de tu andar
Moraima, llévame Moraima
sobre cántaros de agua
llévame Moraima, llévame Moraima
navegando sobre el cielo.