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"El amor es algo muy resistente, se necesitan dos personas para acabar con él" José Luis Alvite

Mes: diciembre, 2014

147. La tregua de San Silvestre.

Lo único bueno que tiene visitar de vez en cuando la sala de calderas de la existencia es que cuando, por fin, la vida enciende de nuevo el aire acondicionado y cesan las hostilidades, disfrutas tanto la sensación de alivio que no te lo puedes creer. ¡Coño, pero si vivir era bonito!!! Es lo que ha ocurrido entre hoy y ayer, con una tregua concedida por parte de los infraseres que gobiernan los efectos secundarios de la industria farmacéutica que llevo puesta por todas las vías imaginables, de esta química Prêt-àporter que, como el amor desbocado en aquella canción de Camilo Sesto, «me mata y me da vida a la vez…«

Qué alivio, amigos, esto de resucitar. Aunque no me siga el tren de aterrizaje. Aunque tenga que ir con pies de plomo preocupado pensando desde dónde me dispararán el próximo cañonazo. El avance, de todas maneras, ha sido de tal calibre que mañana podré por fin estar muy lejos de mi casa y muy cerca de mis hijos. Si este bienestar provisional -insisto en lo de provisional, que andan los demonios rondando- alivia también la tensión de los que vivís mis males como si fueran vuestros, entonces todo tiene mucho más sentido y descansamos juntos, y juntos es mejor. Yo prometo dedicaros las uvas de fin de año, aunque me atragante en la cuarta, y vosotros brindad a mi salud, que a mí, como a Madrid, no me conviene la botella.

Tal día como este 31 de diciembre del año pasado, lo recordaréis, me llegó el pronóstico maldito, que sigue teniendo validez 365 días después con coberturas ampliadas. Así que, aún pendiente como estoy de la anatomía patológica del hijo de Casiano, comprenderéis que no me preocupe en exceso conocer los apellidos de la criatura, que fue expulsada por la fuerza de las armas e insistirá, como ha venido haciendo, en volver a presentarse. Para eso vamos a drogarlo a chorro en los meses venideros, con una próxima sesión el 8 de enero a través del Celsito que llevo instalado en el pecho.

Hay quien se sorprende porque, estos días, voy con una mochila puesta del revés, como si temiera a que me robaran la cartera en un supermercado o en la misa del peregrino. Es mi versión particular del escudo del capitán América. Mis amigos, que son mucho de dar «peitazos», que dicen los de Verín, -pechadas, pechazos…- me sorprendían a traición y acababan incrustándome el reservorio en todo el esqueleto, con las molestias propias de semejante maniobra. Así que si me asaltáis por la calle, y mientras no me coloco una señal de dirección prohibida, evitad mi lado frontal derecho. Achuchadme el izquierdo todo lo que queráis, pero evitad estribor, os lo pido por favor, que me metéis cada hostiazo que un día se me sale el Celsito por una oreja y tengo que ir al servicio técnico para que me lo reinicien.

Hoy, después de tantas jornadas de horror, ha sido un gran día. Aprovecharlo o que pasara de largo, como decía Serrat, dependía en parte de mí. He caminado, he alternado, he visto a algunos de mis compañeros de La Voz, he hecho vida casi de ser humano. Hasta he celebrado un cumpleaños de alguien que, por cierto, está más joven que la semana pasada. Además, he acabado -de momento- con el antibiótico aquel tan caro y con la cortisona, así que químicamente estoy mucho más saneado, dónde va a parar. Se me nota en la carrocería. Hasta creo que tengo mejor color. El camino de Santiago en sentido inverso será largo mañana, pero el premio que hay en la meta navarra bien lo vale; ellos son los que le dan sentido a todo, esos locos bajitos que se incorporan, mis miniyós, mis herederos.

 Los de la «prestación por incapacidad» -que es esa manera estúpida de referirse a la pasta con la que vives cuando estás enfermo, como si mendigaras-, se han portado, todo hay que decirlo, así que le deseo un buen año al que le dio puntual al botón del ingreso. Si mantenemos los pagos así de ordenados, un día hasta igual hablo bien del sistema…

Daos todos por felicitados de cara al último día del año y el primero del siguiente. Si alguien tiene mucho interés en que le emborrone su ejemplar de El mejor peor momento de mi vida, que me busque en la vieja Iruña en los próximos días. A mis hijos les entusiasma que no me riñan por pintarrajear libros con una pluma. «En el cole no nos dejan», me dicen ellos, que son muy limpitos.

Me iré a la cama con los dedos cruzados, que está Murphy de guardia y con este por ahí suelto uno nunca sabe si va a acabar durmiendo sentado entre anacondas.  Y tiro de discoteca con uno de los temas clásicos de estas memorias sanitarias. Dentro The Divine Comedy: Tonight we fly. Confío en que volemos hacia arriba, amigo Neil Hannon, sin mirar al fondo, que está lleno de bichos. Deseo de verdad que, por encima de todo, el 2015 sea el año de la salud; lo demás llega por añadidura. Como si no llega. Carguen, apunten… ¡besos!

 

 

 

146. ¡No apaguen la luz del túnel! Malísimo

Se me queda escaso, señores de la Real Academia de la Lengua, querido Darío Villanueva, el superlativo «ísimo» para poner en palabras lo malísimo que he estado en estos últimos días de convalecencia que separan la Nochebuena de la Nochevieja. ¿Me cuela «malérrimo», aunque solo sea por esta vez? Hoy son mis tristes tripas las que, en horario de madrugada, me mantienen lejos de la cama, tragándome una película en alta definición sobre anacondas, infestada por igual de reptiles que de machitos inflamados de testosterona y rubias gritonas -para que digan del sexismo en el cine- mientras, en modo multipantalla, vomito pensamientos improvisados, que siempre es mejor que hacer de tripas un montón, como realmente me pide el cuerpo.

Hoy son los entresijos; ayer eran las cicatrices del cráneo las que le ladraban a la humedad; la contractura que me nace detrás de una oreja y muere bajo el omoplato derecho; y cada día, a cada hora, mi tren de aterrizaje, con el que repto cual culebra coja por las piedras de Santiago. Todos estos efectos especiales me recuerdan que llevo mucho encima, pero que me queda todavía tanto… A estas alturas de la contienda ya he experimentado semejante cantidad de efectos secundarios -vengo, no lo olvidemos, de otro año de guerra química y física acumulados, dos craneotomías y de la instalación de un reservorio- que lo único que me sorprendería es que me salgan alas. El estómago celebra además por su cuenta un festival antibiótico en el que participan otros medicamentos que se van contrarrestando e interactuando entre sí hasta la explosión. Y los restos que permanecen de la bronquitis mantienen viva la sensación de que respiro por la garganta trasplantada de un despojo que estaba pasado de fecha. Ya sabía que esto no iba a ser un paseo, pero ver venir lo que te viene encima no minimiza el impacto.

Ya se ha acabado la película de anacondas en la 1, con triunfo de los machitos sobre los reptiles, y yo sigo sin conseguir que mi estómago me conceda la paz que necesito para dormir. La noche es lo peor para el convaleciente, no hay nada peor ni más largo. No es cierto que los gatos se vuelvan pardos: son panteras y atacan. He llegado a pensar que tocaba fondo, que Fenosa había apagado la luz al fondo del túnel; que no salía de esta. Y no es una manera de hablar. Como a Dinio, la noche me confunde. Espero que así sea.

No busco con este mensaje contramedidas de ánimo y paciencia en forma de mensajes, de verdad, que tampoco me sobra el tiempo como para gastarlo en hacer de moderador. Solo trato de entretenerme y de mantenerme ocupado escribiendo a la vez que comparto y me libero, como he venido haciendo siempre desde que arrancó esta emergencia sanitaria en la que vivo instalado ya hace más de un año. La buena voluntad se presupone, así que no os preocupéis por intentar suavizar con palabras lo que no se puede. Sé que estáis ahí.

Sigo animado, otra cosa es que el cuerpo esté agotado. Estoy agotado de estar enfermo; estoy agotado de efectos secundarios; estoy agotado de estar agotado; esto no es una cuestión de actitud y voluntad. Si lo fuera, me habría tocado ya más veces la lotería que a Carlos Fabra, pero sigo sin un duro.

Si la anaconda que se ha escapado de la película y se me ha metido en el intestino no me deja de una vez en paz, estoy viendo que acabaré la noche con la cabeza apoyada en la butaca orejera viendo el episodio 18 de «Vender para comprar» en Canal de Casa. Es lo que tiene la fibra óptica: que lo mismo te entretiene con culebras gigantes que te mete en vena un ciclo formativo completo de Bricomanía mientras la vida se empeña en dejarte en fuera de juego. Pero el saber no ocupa lugar.

Agradezco las invitaciones y propuestas de todo tipo que me llegan por vías diversas pero, como Nicholas Cage en Leaving Las Vegas, no tengo planes más allá de esta cena… Lo de la cena es un decir, no quiero ni oír hablar de comida. Mi horizonte de actividades es como mucho a horas vista, hasta tal punto que hoy he dejado de ver a personas realmente importantes -a las que me hubiera gustado abrazar hasta la asfixia- por incapacidad física. Bien que lo siento.

No me voy a complicar con la banda sonora. Sabéis, chicas, en cualquier caso, que moriría por vós. Aunque también es cierto que, de un tiempo a esta parte, lo de «morir por»  me parece una exageración muy fuera de lugar. ¿Que cómo estoy? Pues ya veis. Toca mal, pero peor les fue a las anacondas de la película, que acabaron en una tienda de marroquinería.

 

 

145. Con una pequeña ayuda de mis amigos (y otros medicamentos)

Ahora que están a punto de cumplirse las primeras 24 horas desde que me administraron a chorro la primera dosis de Irinotecán -el citotóxico anticancerígeno de nombre Azteca también conocido como CPT-11– tengo que decir que sigo de una pieza que y que la cosa ha ido mejor de lo que imaginé. Es pronto para cantar victoria ante el rosario de efectos secundarios que lleva incorporado el tratamiento pero, de momento, no tengo queja. Sí, ya sé: «Tranquilo, los efectos adversos se manifiestan en un no sé cuántos por cien de pacientes, no tiene por qué pasarte…». Pero si te toca a ti porque está el dedo de Murphy señalándote desde hace un año y dos meses, entonces te jodes porque el no sé cuántos es tu cien por cien. Es justo hoy cuando Murphy podría empezar a removerme las tripas, así que permanezco a la escucha.

El de ayer fue sin duda el sorteo más raro de la lotería de Navidad que recuerdo. Convencido de que no me iba a tocar, instalado como estoy en el lado oscuro de la fortuna, me conecté doblemente: a la Cadena Ser por las orejas y a una máquina de nombre Hospira Micro Macro, que es una bomba de infusión que, convenientemente insertada al reservorio que tengo incrustado debajo del pecho, el famoso Celsito, me administra la dosis adecuadas en el tiempo adecuado. Al timón estaba Beatriz, la parte humana y amable de un tratamiento que, de otro modo, sería una visita amarga a las calderas de la existencia misma. ¡Me quedan tantas! Estoy abonado.

Pensé que sería un lavado químico larguísimo, pero más tardó en salir el gordo de Navidad que la Micro Macro en vaciarse. «¡Ostras, a ver si va a acabar en cuatro!», pensé cuando vi que me colocaban en la máquina 4, rodeado de otros compañeros que ya veníamos con la suerte puesta de casa (adviértase la ironía).

De los veinte años que llevo trabajando a tiempo completo en La Voz de Galicia, solo dos no he estado en el equipo especial que cubre la Lotería de Navidad: el 2013 y este. Echo de menos esas carreras por Galicia adelante buscando gente que se baña con con cava catalán -la mayoría de las veces- y se empeña en llamarle champán y en jurarle al periodista que el premio lo dedicarán «a tapar agujeros». Si es por agujeros, ¡los tengo de todas clases y todos los tamaños, oigan!

La sensación de alegría de los premiados, vivida a pie de campo, es una emoción contagiosa. A ver si en el 2015 el famoso día de la salud lo es también para mí, aunque sea una pedrea, y puedo volver a firmar en el cuadernillo especial, como aquella vez, en el 2006, que le dediqué una última a la gente de La Favorita de A Coruña.

Conectado a la Micro Macro y a la Cadena Ser me llegó la noticia de otro compañero caído en el frente oncológico justo ahora que es Navidad. Ninguna versión de With a little help from my friends tiene la potencia que le supo dar Joe Cocker, acompañado en este vídeo por Phil Collins a la batería y Brian May a la guitarra eléctrica. Nos queda su voz, la música y las letras que juntó John Lennon -otro ilustre difunto-, para recordarnos, como arrancaban los capítulos de Aquellos Maravillosos Años, que solo no va uno a ninguna parte. Gracias por esa pequeña gran ayuda de mis amigos. Sin dinero ni salud, aferrémonos al amor.

Con una pequeña ayuda de mis amigos

¿Qué pensarías si yo cantara desafinado?
¿Te levantarías y te alejarías de mí?
Préstame tus oídos y te cantaré una canción
Y trataré de no cantar fuera de tono.

Oh, lo conseguiré con una pequeña ayuda de mis amigos
Mm, llego alto con una pequeña ayuda de mis amigos
Mm, lo intentaré con una pequeña ayuda de mis amigos

¿Qué hago cuando mi amor se ha ido?
(¿Te preocupa estar solo?)
¿Cómo me siento al final del día?
(¿Estás triste porque estás solo?)

No, lo conseguiré con una pequeña ayuda de mis amigos
Mm, llego alto con una pequeña ayuda de mis amigos
Mm, lo intentaré con una pequeña ayuda de mis amigos

¿Necesitas a alguien?
Yo necesito alguien a quien amar
Podría ser cualquiera
Yo quiero alguien a quien amar

¿Creerías en el amor a primera vista?
Si, estoy seguro que pasa todo el tiempo
¿Qué ves cuando apagas la luz?
No puedo decírtelo pero sé que es mío

Oh, lo conseguiré con una pequeña ayuda de mis amigos
Mm, llego alto con una pequeña ayuda de mis amigos
Mm, lo intentaré con una pequeña ayuda de mis amigos

¿Necesitas a alguien?
Yo necesito alguien a quien amar
Podría ser cualquiera
Yo quiero alguien a quien amar

Oh, lo conseguiré con una pequeña ayuda de mis amigos
Con una pequeña ayuda de mis amigos.

John Lennon (cofirmada con Paul McCartney) Traducción de Songstraducidas.com

 

 

144. O tren que me leva…

Justo ahora que el tren que me lleva a Santiago desde Vigo para en Cesantes, me acuerdo de una viñeta que Fernando Quesada publicó hace más de treinta años en Faro de Vigo. Se veía a dos paisanos mirando a la playa de Cesantes, justo frente a la isla de San Simón, en la ría de Vigo, y uno le decía al otro: «Esta playa siempre está llena cuando hay cambio de gobierno».
En este viacrucis ferroviario me queda todavía un rato: Arcade, Pontevedra, Portela, VIlagarcía de Arousa, Catoira, Pontecesures, Padrón, Osebe y ya, por fin, a eso de las ocho y cuarto, Santiago de Compostela, después de haber salido de Vigo a las 18:40. No es que se vaya mal en tren, tampoco es eso, pero le sobra metraje al desplazamiento. Al menos me sale barato gracias al convenio que tenemos entre la Renfe y el Colexio Profesional de Xornalistas de Galicia: no llega a ocho euros y me ahorro los baches con los que Audasa, Autopistas del Atlántico, premia la fidelidad de los usuarios de la AP-9.
Bastante bien el primer día de convivencia con Celsito, el reservorio subcutáneo que llevo instalado desde ayer dentro del pecho. Celsito es pequeño, aunque no peludo, ni suave, blando por fuera como silicona sobre lecho de titanio, eso sí. Nos estamos acostumbrando el uno al otro, del roce nacerá o el odio o el cariño, pero estamos condenados a entendernos para mucho tiempo.

Sigo instalado en el cansancio extremo. El bastón de trekking es una tercera pierna imprescindible en esta situación. Estoy convencido de que con un poco de sol se me levantaría la paletilla, pero la radiación ultravioleta es un bien escaso en el noroeste. A la que pueda subirme a un avión no me lo pienso y me instalo en el Mediterráneo una temporada.

Vamos a 159 por hora porque lo dice la pantalla, pero tengo una sensación de ir pedaleando que para qué. Me da la impresión de que, en cualquier momento, el revisor se descolgará desde lo alto con un par de escobas en las manos para asustar a la chavalada. Aunque no voy precisamente por la orilla del Miño, que le ponga la banda sonora a este telegrama ferroviario Andrés Do Barro, que cayó en el frente oncológico cuando tenía mi edad. Do Barro consiguió llevar al número 1 una canción en gallego en plena dictadura franquista, un súper héroe con guitarra. Vamos allá. No dejéis de leer hoy a Xavier Alcalá recordando a Do Barro en La Voz de Galicia.

Y por el mismo precio… Adriano Celentano. Estamos que lo tiramos, oigan

143. La oncología y el pleonasmo, interacción y propuesta

No me canso de predicar que en el mundo de la medicina, en general, y en el de la oncología, en particular, la comunicación con los pacientes es manifiestamente mejorable. Desde esta mañana llevo en la cartera un carné que dice literalmente, y no pongo ni quito nada: «A esta persona se le ha implantado un sistema implantable de acceso. Ver instrucciones de uso». No te jode… si me hubieran implantado un sistema no implantable, entonces sí que sería la leche. Al margen de la redacción lamentable del documento que me acredita como poseedor de un sistema implantable de acceso Celsite, modelo Discreet STL205P, la buena noticia es que ya tengo puesto el Celsito, como me referiré a partir de ahora al reservorio que, desde su ubicación en la clavícula derecha, me da un ligero toque cibernético que tiene como cometido facilitar las maniobras en la sala de quimioterapia durante los muchos meses de tratamiento que me quedan por delante.

«Celsite Discreet. Rechace imitaciones», se me ocurre después de leer otra vez el nombre de mi pequeño chirimbolo de fabricación francesa. ¿Te mola mi Celsito?

Toda una experiencia ha sido mi paso esta mañana por el quirófano de la Unidad de Cirugía Mayor Ambulatoria (UCMA) del Complexo Hospitalario Universitario de Santiago de Compostela, donde todo salió estupendamente.
Entré pelín acojonado, no me importa decirlo. Si ya me asusta pasarle la ITV a la Vespa porque siempre hay un tiquismiquis de uniforme que te encuentra una luz fundida o un tornillo flojo, ¿cómo no iba a estar nervioso siendo yo directamente la Vespa rectificada? Me tranquilizó el transporte y la compañía del sobrino de la tía Claudina, que tiene podio en esta carrera de fondo en la que hay unos saboteadores dirigidos por un tal Murphy que te van alejando por las noches la línea de meta.

Ni tiempo tuve de calentar las sábanas en la habitación 004, pero sí de estrechar la mano de Carlos, compañero del fregado oncológico que también se fue a casa tuneado con un Celsito Discreto igualito al mío. Hoy íbamos a hacer gasto y lo hicimos. Mejor nos habríamos conocido en un bar, Carlos, pero como las circunstancias son la que son, hagamos de la necesidad virtud y disfrutemos de que nos hayan implantado un sistema implantable y no uno que no lo sea. No es que me moleste el pleonasmo como recurso literario, señores de los laboratorios B | Braun, pero creo que está de más en un carné de portador de Celsito Discreto con el que tengo que justificar que se alteren a mi paso los arcos de seguridad, da lo mismo si es en Hacienda en Salgueiriños que en el aeropuerto de Lavacolla. «Sí, señor guardia, que llevo implantado un sistema implantable, ya ve cómo me las gasto…».

La anestesia local hizo su trabajo y apenas noté nada mientras duró la colocación del dispositivo, que ahora me achatarra las entrañas. Chorro escandaloso de Betadine, Cadena Dial en la radio, las palabras tranquilizadoras de Mercedes, una de las enfermeras… y buen pulso el del doctor López a la caja de herramientas y el catéter. Y qué buen manejo de la silla de ruedas por parte de Ana, la celadora que me movió por ese Tetris lleno de almacenes y cuartuchos que es la UCMA.

Voy mucho mejor de la bronquitis y ya estoy mucho menos apaquirrinado en la zona de la brecha por la que parí dos tumores cerebrales en un año, señal de que el antibiótico vale lo que cuesta. Ya en casa, solo quiero escribir una última cosa para evitar que cualquier día le ponga mal gesto a alguien o, lo que es peor, le suelte un improperio y lo deje patidifuso: que tengo la cara más redonda y que la cortisona me ha hinchado como a un pez globo es un hecho, así que no hace falta que vayáis por ahí diciéndome: ¡Estás más gordo! Hoy me ha ocurrido dos veces, así que, desde el cariño lo digo: no me aporta nada y, al contrario, me jode profundamente que me recuerden lo evidente, que bastante incómodo estoy.

Tengo suficiente con los espejos de casa como para ir reflejándome por ahí en los comentarios gratuitos y hasta ofensivos -me da igual que sea sin intención- de quienes hablan más rápido de lo que piensan. Lo digo como lo siento y, por lo que he comprobado, es  un sentimiento que compartimos muchos enfermos. Si no os parecemos lo suficientemente delgaditos o lo suficientemente lozanos, mejor nos callamos ¿De acuerdo? Es como cuando me dicen que tengo «mala cara», Con lo que llevo encima y sin apenas dormir, invadido de células que se reproducen a lo loco, sin dos trozos de cerebro y preocupado por sobrevivir… ¿que pretendéis? ¿que la tenga buena?

Al próximo que no pueda contenerse le enseño lo bonito que tengo el torso, lleno de acné; o lo triste que me han dejado el pecho después del rasurado; o las estrías que me atraviesan la barriga en vertical que parezco el niño del pijama de rayas sin pijama. O lo que es peor: me pongo a sacarle defectos yo: culos, chichas, arrugas o lo que aprecie a simple vista y acabamos como el rosario de la Aurora.

Apenas noto a Celsito Discreto mientras escribo, creo que acabaremos llevándonos bien mi aparato y yo. Gracias a todo el equipo que ha hecho posible el implante. Para mí era importante seguir avanzando hacia las líneas enemigas y ese paso ya está dado. A ver si el lunes abrimos el surtidor, me dejo invadir por el CPT11 y escribo otro capítulo en estas memorias sanitarias que sirva para dar fe de que el enterrador puede tomarse una excedencia.
Eladio, amigo, cántamela otra vez.»Si aquí nunca nieva, aquí solo llueve, y bajo la lluvia crecemos más fuertes. Ya sé que tu juras que hay un futuro, y el tiempo futuro yo creo que este!…» Sí, es mi Vigo lo que sale en el vídeo, mi tiempo pasado, espero que mi tiempo presente.

142. Bronquitis, ¡A escena!

Por si no éramos bastantes personajes en esta pesadilla antes de Navidad, va y se cuela una bronquitis oportunista en el cásting. Ha irrumpido además con tantas ganas que he acabado ganando un viaje con todos los gastos pagados en ambulancia asistencial del 061 a Urgencias del Hospital Clínico, donde me he convertido en objeto de observación buena parte de la jornada. Nunca tendré palabras suficientes para insistir en la calidad humana de la gente de la sanidad pública que nos mantiene vivos. Ni para despreciar a los modistas/os del Servicio Galego de Saúde, que antes de andar por ahí colocándonos a los enfermos camisones con lacitos en el culo, deberían ponérselos ellos de traje de noche e intentar hacer una vida normal. ¡Qué cosa incómoda de llevar y lamentable de lucir! Estoy por moverme por ahí con un taparrabos en la mochila, por si vuelven a ingresarme por sorpresa y tengo que improvisar.

La de hoy ha sido una batalla dura de la que he salido vapuleado y con una sensación de asfixia tal que juro que pensé que me ahogaba, pero he alcanzado la superficie después de nadar hasta con las orejas y puedo contarlo mirando desde arriba a los tiburones que amenazan con comerme las piernas.

Ante el aluvión de mensajes que me llegan por todo tipo de canales, vaya por este cauce el parte oficial, que no estoy para contestar uno por uno aunque lo merezcáis.

Dada mi situación inmunodeprimida, las contraindicaciones y las interacciones entre potingues, el riesgo de infecciones y otros factores que hay que tener en cuenta… el médico tuvo que afinar con el antibiótico. Salió el caro carísimo, pero parece que es el que mejor va. Ochenta eurazos por dos cajas que pagamos a medias entre la Seguridad Social y el presupuesto familiar. Seguir vivo no es barato, no.

Que me colocarán el viernes por la mañana el famoso reservorio por el que me introducirán la quimio es -salvo imprevisto- seguro. Otra cosa es que el paciente impaciente esté lo bastante entero el lunes para poder tuitear el sorteo de la Lotería de Navidad desde una de las salas de tratamiento del Hospital de Día mientras el CPT11 corre por mis venas, mujer, no tengo problemas, de amor…. Lo que me pasa es que estoy loco por privaaaar.

El caso es que no consigo recuperarme de una y ya estoy peleando con la siguiente. «Dios aprieta, pero no ahoga», me dicen los que creen como si, encima de tener lo que tengo, tuviera que andar todo el día dando gracias al más allá por mantenerme en el más acá. Que no me da la gana, desde el respeto lo digo, pero que no. «Sí, Dios aprieta pero no ahoga, ¡pero la cuerda no la suelta, señor cura!», solía responderle al párroco de A Salgueira y capellán del Real Club Celta, Carlos Areán, mi tío Antonio, -el penúltimo de Os Peruchos de Castrelos, del que heredé parte de este espíritu contestatario, irreverente por necesidad y salvaje hasta cierto punto que tanto ayuda en la supervivencia extrema agudizando los sentidos. Que ya está bien de buenismo gratuito.

Cambio y corto con una de mis favoritas de Extremoduro. So Payaso es una obra de arte. Quién me iba a decir que después de una mañana tan agotadora iba a acabar con ganas de rock & roll de Plasencia. Esto va a ser un efecto secundario del antibiótico caro, verás… Disfrutadla. Hoy creo que dormiré sentado.

141. Oda de Calamardo el inflamado

Pues no pudo ser, señores,

la quimio del primer día,

que se me hinchó la sesera y tal tamaño alcanzó

que el doctor dijo que no:

«Si le bajo las defensas y la herida se le infecta,

igual en vez de curarlo, le volamos la cabeza».

Lo saben los estudiantes, lo saben los licenciados.

Si usted lo quiere saber, váyase a la wikipedia:

Es el seroma, lector, grasa líquida suero y linfa,

usualmente acumulada bajo una herida reciente,

que le complica al paciente, que paciencia tiene poca,

la ansiada recuperación y los cojones le toca».

El caso es que en vez de chutarme, en sala de tratamientos,

me llamó el doctor Allut y, sin muchos miramientos,

me pinchó sobre la herida y me drenó el pensamiento.

Que digo yo que operado, sin dos trozos de cerebro, sin tumores y sin riego,

debo de tener el tarro más vacío que un trastero.

Es un misterio, señoras, la cosa del cuerpo humano,

que resiste lo que sea por mucho que le metan mano.

Me remataron gracioso con un gorrito de gasa,

que me amusulmana en los polos hasta tal punto, lo juro,

que si juro por Alá en medio del Obradoiro y lo observa el arzobispo,

me corren a tiros, oigan, en nombre de Dios es Cristo.

Guerra santa en tierra santa.

A esperar pues hasta el lunes, para empezar tratamiento,

lo cual tiene una ventaja que muy mal tampoco encaja:

me inyectarán a granel -ya vendrán buenas diarreas-,

mientras España reparte una lluvia de pedreas.

No me imaginaba yo, chutado a la lavadora,

que sería San Ildefonso el de la banda sonora.

Tiene coña que la quimio, freno para el ataúd,

me cuadre justo en el día… ¡el día de la salud!

140. Mucho más templado que ayer

Me voy mucho más tranquilo a la cama aunque solo sea cubriendo unas pocas líneas en el parte de guerra, que sé que ayer os transmití tanto frío que los de Red Eléctrica Española estaban esta mañana contando dividendos porque un montón de gente subió la calefacción a lo loco porque uno de Santiago que escribe de noche tenía el cuerpo destemplado.

No sé si ha sido la visita relámpago a Vigo de este mediodía, el bacalao medicinal de mi madre, el ibuprofeno con arginina o una sesión completita de gaita electrónica que acabo de terminar -o todo junto-, el caso es que hoy voy a tomar la horizontal en muchísimo mejor orden de marcha que ayer, y espero que peor todavía que mañana. Será por la mañana temprano cuando aterrice en el Monster’s Garage de la oncología compostelana para meterme en la vena el primer lingotazo de CPT-11, el suero químico del profesor Bacterio que tiene la encomienda de mantenerme de cuerpo presente en este bosque animado. No es un chupito y ya está, que son horas conectado al surtidor, lo sé bien. Si me dejan los dedos libres, tengo pensado escribir allí mismo, chutado, las primeras sensaciones que se me presenten. Igual hasta digitando en un teclado corre mejor la infusión citotóxica y penetra en la mancha como un prelavado. Si la radioterapia fue la churrería, la quimio será mi hermosa lavandería. ¿Chorrito suavizante, señor? ¿Le pongo Kalia?

Mucho me acuerdo de cuando el año pasado, más o menos por estas fechas, el doctor García Allut me decía aquello de «si no estuviera asustado, sería usted un insensato». Y claro que le tengo miedo a ese bar intravenoso de Mad Max a cuya selecta clientela paso a formar parte desde mañana, pero de verdad que me voy con otro cuerpo a la cama hoy que no es aquel prestado de ayer, que me venía tan grande que parecía de Saldos Arias. Qué mal rollo tenía ayer, amigos. Pero me sentó bien sacudirme las pulgas en público; bien saben los psicólogos y los curas que algo tiene esto de la confesión que funciona.

Noto que me sienta fenomenal moverme, ya no digo salir a la calle, sino cambiar el decorado completo. Lo de Vigo de hoy, el bacalao de mami que estaba que lo flipas, que me lleven a ver el mar… yo qué sé, cualquier cosa que sea salir de la rutina. La hospitalización domiciliaria tampoco es la hostia, todo aburre. Además, tu casa es un hospital en el que vive gente ¡que está sana!

Esta semana tengo pensado ir a Ourense -todavía no sé qué día-, quizás vuelva a las Rías Baixas o suba a A Coruña… todo depende de cómo el CPT11 me deje las tripas y las ganas. Bueno, eso y el mantenimiento de la AP-9 en sentido Pontevedra, que tiene más marcas en el asfalto que yo ahora mismo en la cabeza. Vale que no suban el peaje, pero mantengan la infraestructura, hostia, que los doloridos que nos movemos arriba y abajo por la autopista que cruza Galicia de norte a sur nos resentimos en cada desplazamiento y ustedes parece que solo piensan en la caja. No, no hablamos de la misma caja, créanme.

Musicalmente, hoy he compartido escenario en el MacBook, gaita electrónica en mano, con la plantilla de Milladoiro, con Roi Casal, con Laura Quintillán… Me he colado en aquel concierto enorme que dieron en el Teatro Rosalía de Castro de A Coruña hace unos años, una actuación en la que sale todo el repertorio con la que me hice mayor con una gaita debajo del brazo. Sí, amigos, yo fui un niño atracción y bien que lo agradezco.

Por cierto: permanecen intactas todas las digitaciones, doctores y neuropsicólogos implicados. Picados, trinos… todo. Igual soy un chulito, pero estoy obligado a evaluarme, que solo jodería que el doctor Ángel Prieto me hubiera arrancado con el tumor la partitura de Na Cruz da Lobeira, con lo que disfruto esa fusión perfecta entre una muiñeira gallega y una danza vasca, bien sabes Kepa. Paso de repetir listas de palabras y series de números. Me basta con constatar que la cablería que une las neuronas y las muiñeiras está intacta, así que ni me convoquen a futuros controles, que le ahorramos pasta y tiempo al sistema. Dentro vídeo:

Acabo: ¿Qué apostamos a que entre mañana y el viernes, sin que los que ahora tutelan mi pasta porque así lo determina nuestro sistema burrocrátrico me ingresen la paga de Navidad -como estoy enfermo cobro cuando les sale a ellos de los huevos, ya sabéis como va-, me piden algún papel, informe o declaración de amor que demuestre de nuevo que tengo lo que tengo? Por si acaso, si leen esto, aflojen la mosca antes y pidan después, que tengo la mala hostia a chorro libre y el día se me hace largo, sobre todo el día de mañana, el primero en una serie de muchos que me esperan con las venas abiertas en canal.

Gracias a los que todavía no habéis desertado y seguís al pie del cañón. Anda que no sois majos ni nada… Si tenéis libros -me refiero al mío- y los queréis regalar firmados no tenéis más que pegar un silbidito y voy. Conste que ya le he firmado a una señora que me paró por la calle sobre un ejemplar de Follas Novas; disculpe el atrevimiento, doña Rosalía, la mujer se empeñó y tampoco me pareció propio hacerle un feo. «Es que del tuyo no quedaban», se justificó la lectora.

Nada, ya os cuento mañana cómo me entra la primera.

139. Frío y una palangana de lava

Una sensación de frío polar que no se va ni metiendo los pies en una palangana con lava y un dolor de articulaciones y huesos horroroso son novedades en esta guía Michelín del efecto secundario y la interacción en la que estoy convertido. Estudiantes de Medicina, tomad buena nota, que no todo el mundo está en disposición de contar sus pupas en tiempo real un sábado por la noche. Ya que estoy, le dedico esta entrada a la parroquia sanitaria en formación que le da forma al blog As MIR e unha noites. Para abrir boca os diré, queridos amigos, que con la cortisona me ha salido tanto acné en la espalda que estoy pensando seriamente en participar en la próxima puesta de largo del Casino de Pontevedra; si me baja la regla ya aviso antes.

No se me está dando nada bien esta segunda convalecencia. Ayer, 12 de diciembre, se cumplió justo un año de la primera craneotomía pterional para expulsar por la fuerza de las armas a mi invasor de renta antigua que, como recordaréis, resultó ser un astrocitoma anaplásico de grado III, un cáncer de cerebro por toda la escuadra.  Pero antes del cabodano, ya estaba el doctor Ángel Prieto metiendo de nuevo la mano en la caja de la herramienta para desalojar la recidiva, esas cuatro sílabas a las que los pacientes oncológicos tememos con todos los motivos.

¿Y por qué te duelen los huesos?, me pregunta la gente. Y yo qué carallo sé. Yo tengo los síntomas, no las explicaciones. Pero después de meses de cuchipandas de quimioterapia oral, radioterapia con fotones full equip y todo el catálogo de farmacia que llevo puesto en el cuerpo, supongo que entra en lo posible que te duelan hasta los huevos. La sensación de frío es tan intensa que he llegado a comprobar que en vez de uñas en los pies no me están saliendo raíces, que yo enseguida prendo.

Y esto, queridos amigos, es el principio de la segunda parte. El lunes empezamos en la vena con ese tratamiento con nombre clave que parece salido de la oficina de patentes y marcas del profesor Bacterio: CPT-11 + Bevacizumab. El CPT-11 también se conoce con otro nombre mucho más precolombino y más bonito, dónde va a parar: el irinotecán. A mí me recuerda a las aspirinas de Moctezuma. CPT-11 me suena más a la centralita telefónica de Vite.

El caso es que, con todos sus efectos secundarios, que nunca hay suficientes en mi colección, será el suero encargado de mantenerme en el más acá otra temporada para seguir dando lata y haciendo entradas en la libreta de campo. De todas las contraindicaciones, la caída de la hoja es ahora mismo, como podéis comprender, la que menos me preocupa, que ya vengo mondo y lirondo de serie.

Me drenaron finalmente el tarro, pero no descarto que haya que volver a hacerlo; me he mirado en el espejo y he vuelto a salir apaquirrinado por el oeste. Cuando en la tele hablan de fuga de cerebros creo que no nos referimos a lo mismo.

Me voy a forrar con el edredón nórdico, a ver si engaño un poco a la lagartija de sangre fría que habita en mi interior hasta que me venza el sueño.  Leiva, amigo, cántamela otra vez, que el miedo y la música tienen muchas menos contraindicaciones que los visitadores médicos (lo digo desde el cariño). Bacterio, nos vemos el lunes.

138. Qué tragedia tan bonita

Tengo muchas esperanzas puestas en que mañana, a primera hora, una pequeña intervención para drenar el líquido que se me ha acumulado en la parte derecha del cráneo, y que me da un aspecto apaquirrinado que vaya por Dios, me devuelva una parte de mi apariencia primigenia; ahora soy una mezcla de Mister Potato, Kiko Rivera, Calamardo y un pez martillo. Y vale, que tampoco aspiro a miss universo con semejantes pespuntes, pero tiene que haber un término medio entre lo que era y lo que soy.

Qué días malos he pasado, muchachos. Al cansancio, el tratamiento, la operación, la cortisona y demás mierdas que el campo no produce se sumó un virus gástrico que me dio la vuelta a las entrañas. Un protocolo astringente -qué manjar la merlucita del pincho cocida- y la visita a domicilio de mi médico, el doctor Blanco Corbal -que me receta más lecturas que pastillas y da apretones de manos que te cargan el móvil- me han devuelto la dignidad que uno siempre pierde cuando se va por la pata. Perdón por lo escatológico, pero es que las tripas nos igualan. Siempre he encontrado muy reconfortante eso de que caga el rey, caga el papa, de cagar nadie se escapa….

Formaba parte de lo previsible que un inmunodeprimido como yo acabase en manos de los infraseres, como así ha sido. Pero de nuevo les hemos ganado, doc. Que se joda la bichería.

Ayer a estas horas no podía ni pestañear. Así que comprenderéis que contestar whatsapps con el dedo gordo se me presente como una misión imposible a ciertas horas, por eso desaparezco, auque siga de cuerpo presente en el más acá. Pero no olvidéis el dato tranquilizador cuando os asalte la duda: la esquela me entra en el convenio de la empresa, así que por esa parte podéis estar tranquilos. No news, good news.

Agradezco todo el interés y confieso que me ha emocionado especialmente una iniciativa que han puesto en marcha un montón de niños vigueses nacidos en 1971 con los que compartí la Educación General Básica hasta 1985 en el Colegio Público Lope de Vega. La nostalgia y las redes sociales, caldo de cultivo de las kedadas, me han usado en cierto modo de excusa para que nos volvamos a ver después de tanto tiempo. Lo que me emociona es que la iniciativa parte no de los adultos que somos, sino de los niños que fuimos. La vida nos llevó por caminos diferentes, pero seguro que hay una base sólida para que alguien a quien no ves desde hace treinta años quiera subirse a un avión para abrazarte. Bueno, por si te mueres… también. Pero las razones son poderosas.

Desde luego, hay que ver qué tragedias tan bonitas me ocurren. Mañana tenía prevista una firma de libros en El Corte Inglés de Vigo, pero por si acaso no me esperéis levantados. El libro lo venden igual, eh… Mantengo que este es el mejor peor momento de mi vida gracias a esa red con la que amortiguáis mi caída libre a las catacumbas de la existencia misma. Os voy a prometer que las Navidades del 2015 conjugaremos todo esto en pasado, porque con este revival no contaba nadie. Os voy a dedicar una de esas canciones que me levantan la paletilla. Vivo enganchado a Son Galicia Radio, una iniciativa de música folk y/o gallega de la Radio Autonómica Galega que me tiene poseído. Como dice Treixadura: se chove, deixa chover, se orballa deixa orballar. Mañana más.

Se chove – Treixadura from Casa de Tolos on Vimeo.