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"El amor es algo muy resistente, se necesitan dos personas para acabar con él" José Luis Alvite

Mes: May, 2014

86. Maruja, Coralia y Calamaro; miércoles de Marías.

Cuando uno le ha visto las orejas al lobo como yo se las veo todavía -orejas, tronco y extremidades-, las letras de Andrés Calamaro brillan el doble: «Porque vivir es jugar, y yo quiero seguir jugando; porque buscando tu sonrisa estaría toda mi vida; yo soy un loco, que se dio cuenta que el tiempo es muy poco…». Yo también me he dado cuenta de lo raquítico del calendario, por eso la idea de participar de ese gran karaoke calamariano que ha sido esta noche la plaza de A Quintana, sugerida por mis queridos Alberto Casal y Pilar Comesaña, me pareció un planazo.

Una gran propuesta, sin duda, ver en directo a Andrel-lo a dos horas de iniciar en mis trasteros digestivos otro ciclo químico de cinco días para complicarle la vida al máximo posible a mi astrocitoma anaplásico en grado III. A ese cabrón con pintas, a ese corrupto que se empeña en recalificarme el cerebro; al cáncer  más socializado de cuantos se hayan retransmitido en directo. ¡Qué mejor que escuchar a quien tanto se ha metido antes de metérmelo todo yo!

Con el lingotazo citotóxico preparado encima de la mesa del salón, los niños acostados y la madre calentándome la cama -he vuelto en moto, así que agradeceré que sea primavera aunque solo sea bajo el edredón- reflexiono sobre la cantidad de cosas que he hecho en las últimas horas mientras hago tiempo para el festival químico después de haberme metido ya los ocho miligramos de Ondansetrón que evitarán que se me salgan las tripas.

Qué día largo, qué día raro. Regresé por la mañana de Vigo, donde dejé operada a mi madre -en mi familia vivimos empeñados en llevar la sanidad pública a la bancarrota- y entre Caldas de Reis y Padrón se me dio por reírme solo pensando en una escena del otro día, que me sirve además para introducir lo que ha ocurrido esta misma tarde, solo unas horas antes de que Calamaro le dijera otra vez a una flaca pesada que no le clavara sus puñales por la espalda.

-Oye, Guerra, ¿cómo te llamas, que siempre me dirijo a ti por el apellido?

-Mejor llámame Guerra, porque me llamo Ricardo, pero todo el mundo me conoce por Enrique.

¡Arrecarallo! No me digáis que no somos grandes los gallegos. A esta pequeña pero intensa pieza dialéctica  asistí el lunes por la noche como testigo en el quirófano musical de Oli Xiráldez, al que recurrí para sanear de urgencia el más erótico de los instrumentos patrios: mi gaita de madera africana tallada hace casi treinta años por las manos de Nancy Mouriño. Oli despedía a Guerra a la vez que me recibía a mí y le prometí que no pasaría por alto la profundidad de semejante diálogo onomástico. Ahí queda, y voy con el parte médico y la explicación de las causas de mi emergencia musical en el taller de Xiráldez.

Como Nacho Vidal, yo también llegué a la categoría de virtuoso de mi instrumento a base de darle. Hay que convencerse de que la única manera de destacar en algo, da igual si son las muiñeiras que los maratones sexuales, es meterle horas. Igual que mi tocayo el actor, cobré por ello -ya lo he contado alguna vez- y me pagué de esa manera buena parte de los estudios de periodismo. O, al menos, los caprichos, que fueron tan importantes en mi formación como la cobertura de las necesidades básicas y los amores correspondidos.

Fui, como Vidal con el suyo, un mercenario del instrumento, aunque también lo tocaba, y sobre todo, por gusto; un vicioso, vaya.  El asunto es que tuve que poner de urgencia la gaita a punto porque la gente del Ateneo de Santiago me pidió que tocase un par de piezas en el cementerio santiagués de Boisaca ante la tumba de María y Coralia Fandiño Ricart, Las Marías, remachando así musicalmente un acto ciudadano de homenaje y reparación de la memoria histórica de dos mujeres que forman parte de las memorias vivas y muertas de Compostela. Los detalles de la convocatoria los podéis leer aquí. Todo partió de este reportaje que publiqué en febrero del año pasado. Es la primera vez que acabo un reportaje tocando la gaita y no me ha disgustado la experiencia.

Acabo de hacer una paradiña para meterme los cuatrocientos miligramos con los que Panorámix López quiere mantenerme muchos años en el más acá. Así que iré plantando la redacción de estas sagradas escrituras según se me vaya poniendo voz de Luis Zahera en Celda 211, como es habitual. Hoy he regado el veneno con Fontvella Sensación con sabor a manzana. Y así me imagino que estoy en una sidrería de la Seguridad Social. López me felicitó el martes en la sesión de control, en ese debate sobre el estado del astrocitoma que mantenemos regularmente en el servicio de Oncología Médica:

-Tiene usted más linfocitos que la última vez. Estupendo.

-¿Será la alta cocina navarra de mi suegra, que me ha traído en palmitas toda la semana?

-Será.

En el acto emotivo del cementerio municipal me arranqué con dos piezas. Siempre he creído que las marchas procesionales y los himnos están bien para investir presidentes o para sacar santos en procesión. Para un desembarco pueden valer, pero no para un decorado con nichos al fondo. Por eso digité para María y Coralia Fandiño Ricart, para lo que queda de ellas, la Muiñeira de Chantada que Avelino Cachafeiro elevó a monumento artístico musical y cerré con «Ven bailar Carmiña, Carmiña, Carmela, con zapato baixo e media de seda», un tema que no me consta que haya tocado nunca un gaitero entre las tumbas de un camposanto. Y el público cantó conmigo y dio palmas y seguro que María y Coralia, la mujer que siempre se quiso llamar Rocío, bailaron de contentas. He visto cosas que no creeríais; pero es que… ¡también las hago!

No tuve demasiado tiempo de besar mucho a mis niños y a su madre porque tiraban de mí las letras de Calamaro, a quien conocí por primera vez en 1998; las drogas eran otras. Pero me voy a desquitar este jueves, que es festivo en Santiago, y voy a ejercer de padre a tiempo completo y marido a tiempo parcial.

Ya empiezo a notar los efectos de la droga. De la legal, que la otra ambientaba la plaza de la Quintana esta noche que pensé que habían sacado el botafumeiro al exterior para desodorizarnos a todos quemando hierbas prohibidas. «¡Andrel-lo, fúmate un grelo!», le gritaban a Calamaro, que lo único que se metió en el cuerpo en todo lo que duró el concierto fue la energía del público. «¿Calamardo? ¿Alguien ha dicho Calamardo?». Imaginaciones mías.

Me voy con una letraza. ¿No os pasa que cuando estáis enamorados todas las canciones hablan de vosotros? A mí me ocurre ahora con mi realidad sanitaria. Por eso me convierto en la doña Rogelia de Andrés Calamaro y canto con su voz a los amigos que se fueron antes. No me esperéis levantados en el más allá; ya iré llegando. Hasta mañana.

  
Si te toca ir arriba, antes que yo, 
porque existe la vida eterna, 
lleva de parte mía un cucumelo, 
por si no llovía en el cielo, 
y de parte de los 22, 
se lo das al chico, cuartetero, 
y dale un abrazo muy largo, 
a mis amigos que se fueron primero 
También lleva algunas canciones de nosotros, 
Que van a causar gran posterioridad, 
Supongo que habrá una ciudad entera 
y me sirve de consuelo, si me esperas allá. 
Muchos amigos se fueron antes que yo, 
y me dejaron solo, por eso si el invierno hace frío, 
también bajo al infierno un poco 
supongo que nadie se va del todo, 
espero que exista algún lugar, 
donde los chicos escuchen mis canciones, 
aunque no los escuche opinar. 
Toma una lista de mis amigos , 
quiero convencerlos que vuelvan conmigo, 
si no van a esperar mucho, y hace mucho 
que los quiero ver. 
Por eso si el invierno hace frío, 
también bajo al infierno un poco, al infierno un poco. 
Toma una lista de mis amigos , 
quiero convencerlos que vuelvan conmigo, 
si no voy a esperar mucho, y hace mucho 
que los quiero ver.

 

85. La cuchillada y los delitos

Tengo apadrinados a un par de buscavidas callejeros de Santiago; supongo que es un poso de la catequesis salesiana, de la que saqué en claro -además de las proyecciones dominicales de los grandes éxitos de Bud Spencer y de que yo tengo un amigo que me ama, me ama, me ama- que hoy eres tú el que necesita un euro; mañana puedo ser yo. No salgo a buscar a mis beneficiarios pero, si me los encuentro, sonríen porque saben que me rascaré el bolsillo. Uno de mis favoritos es un punkie malabarista que se pone con su pareja en el Preguntoiro compostelano, un poco más arriba de la central de El Correo Gallego. Eso que hace de estirar la mano y pedir «¿Una monedilla?» mientras sobre su cabeza vuela un artefacto de madera que se parece a un bolo deforme me parece incluso arriesgado; la cresta lo protege, claro. Pero yo no tengo.

Hemos intercambiado pocas palabras en todo este tiempo. Pero el otro día, justo después de haber cotizado unas calderillas para su número artístico, se fijó en la cicatriz en forma de interrogación que me cierra el lado derecho de la cabeza y me señaló con el dedo esa raja por la que traje al mundo por cesárea un tumor cancerígeno, al tiempo que se desgañitaba en aspavientos.

-¿Pero quién te ha hecho eso, muchacho? ¡Menudo hijo de puta! ¡Su maaaadre!

-No es lo que parece, fue para bien.

-¿Cómo va a ser esa cuchillada para bien? ¡Mira que hay cabrones sueltos! ¿Quién te lo hizo, tío!!!???

-Que no, que me lo hizo el médico, que me tuvieron que operar.

-Joder, me dejas más tranquilo, pensé «que te rajaran». Pero menuda cuchillada, tío. ¿Te duele?

-Solo cuando me río.

Me gustó que el malabarista punkie saliera en defensa del acuchillado y en ataque del carnicero aún sin conocer los detalles de la craneotomía pterional. Solidaridad obrera. Y agradecimiento. Me sentí tenido en cuenta por un tipo que bastante tendrá con salir adelante haciendo equilibrios en el alambre de la vida y tirando mazas al aire como para ponerse en mi pellejo. La gente es cojonuda, de verdad. Allá lo dejé.

Le conté la anécdota el otro día a mis compañeros de la central de La Voz de Galicia, a los que me gusta ver de vez en cuando, sobre todo ahora que estoy de baja. Cuando llevas 23 años trabajando en el mismo equipo, si el roce no hace el cariño es que igual estás como Bruce Willis en El sexto sentido y no te has dado cuenta. O estás en el sitio equivocado. Es cierto que en los trabajos se suele hacer más compañeros que amigos, pero con grados y todo me siento muy acompañado por mis colegas de La Voz, capaces la mayoría de liarse a piñas con el neurocirujano, como el punkie de las mazas, para devolverme la honra si llegara el caso. Y no es por corportativismo, que es otra cosa. Somos familia. El jueves tenía el olfato especialmente disparado, así que el festival de perfumes de mujeres de la comunicación que me traje impregnado de Sabón me alegró el día. El olor es un sentido infravalorado; estoy por no lavar la camisa en una temporada.

Me gusta que muchos de los que leéis este blog vayáis descubriendo, por efecto rebote, el trabajo de otros compañeros que se dejan la piel mecanografiando la realidad en estos tiempos convulsos. ¡No sabía que hubiera tan buenos periodistas en Galicia!, me dijo el otro día alguien por correo electrónico desde el otro lado del telón de grelos. Lo que no hay es trabajo en el sector, señora, pero talento y ganas sobran.

Quiero cederle ahora espacio a mi compañera Tamara Montero, que hoy se marca una simpática opinión en las páginas de sociedad de La Voz. Hay un nuevo periodismo que se hace en las trincheras de los medios que, en algunos sitios, siguen llamando «regionales» con ese desprecio igual no pretendido con el que también se refieren «a los de provincias». «¡De provincias son ustedes, que cuando salen de Madrid tienen Segovia o Guadalajara; yo desde Ferrol, tengo del otro lado de la ría Nueva York!», se defendía Torrente Ballester calzándose los puños con los guantes de boxeo de la retranca patria.

La Montero me entusiasmó el fin de semana pasado con su retrato del mundo «jister» desde dentro: «Soy jister y no doy hecho«, se titulaba la pieza. Hoy ha vuelto a hablar Tamara, «e falou ben».  Una columnita cargada de sentido común y una cierta irreverencia muy necesaria en los tiempos del cólera. Que siga «haciendo» delitos como este, que dice así:

Muchos delitos decimos

Tamara Montero

La Voz de Galicia, 24 de mayo de 2014

He vuelto. Vengo de andar un rato por el Twitter, que como sabrán es la fuente de todo mal, que lo dice el que más sabe de cosas de mala gente, el ministro del Interior. Este señor está poniendo a unos señores policías a leer todos los días el Twitter entero —supongo que serán muchos, porque esto es como intentar leer Internet hasta el final o pasar el Super Mario sin usar la flauta esa que te cambiaba de mundo— para ver qué ladramos y si hacemos delitos. Y parece que hacemos delitos todos los días, hacemos delitos seguido, casi cada tuit que echamos al mundo es constitutivo de delito. Pero el señor ministro no está abordando el problema en toda su extensión. Se queda corto. Porque yo sé que también se dicen delitos en la barra del bar, muchísimos delitos, creo que hasta más que en Twitter. Así que le recomiendo que asigne a un señor policía a todos los bares. Y a las paradas de bus, que también se dicen muchos delitos. Y a la cola de la charcutería, y a las horas del café de los trabajos. Es más, podría acabar con el paro si contrata a los policías que hacen falta para controlar todos los sitios donde decimos delitos. Debería poner un policía en cada casa a la hora de comer, que ahí decimos muchísimos delitos. Hay que poner a toda la policía a ver qué delitos decimos. Porque es el mayor problema que tenemos en este país. ¿No?

Y, para Tamara, Los Tamara, que fueron unos «jisters» de su época que incluso se atrevieron a meter parrafadas en gallego en sus canciones. ¡Unos tipos de provincias! Pucho, Prudencio, Tocho… first, we take Manhattan… Feliz fin de semana. Entre el furbo y las elecciones, como diría Montero, «no vais dar hecho».

 

84. Rajoy tiene razón: ¡Tengo brotes! (en la cabeza)

Aunque las seguridades sociales incompatibles de Cataluña y Galicia se empeñen en matarme y la mutua en jubilarme a los 42, les he salido rana. Pero cuidado, una rana peluda. Para muestra, un botón: me está saliendo tal cantidad de pelo en la cabeza que en cualquier momento tendré que volver a peinarme. Ahora, que me estaba acostumbrando a ser mondo y lirondo… No sé si la germinación capilar es una prueba de que el tratamiento va bien o un efecto secundario de alguna de las pociones farmacéuticas que me meto. En cualquier caso, y es un hecho, me sale más pelo, me sale más rápido y me sale más duro; cuidado que no empiece a brotar el acné…

Es cierto que escribí el último post, el de la receta electrónica bluf, con muy mala leche y sobrecarga semántica. O sea, tacos. El taco es el desahogo del pobre. Yo recurro al exabrupto cuando la realidad me retuerce las tripas. Si alguien se escandaliza es algo que me la trae al pairo; lo que no puedes es cogértela con papel de fumar para no herir sensibilidades. Recuerdo con insistencia que estas memorias sanitarias son mi desahogo, una válvula de escape que me sirve de terapia. Agradezco compartirla, pero tampoco es un ejercicio obligatorio. Lo de la incompatibilidad entre sanidades públicas es algo que me calentó de tal manera que, creedme, casi mejor haber explotado de palabra que de obra.

No hay que equivocarse tampoco: no tengo nada contra Cataluña, más bien todo lo contrario. Simplemente me fastidia que un lugar tan avanzado, el sitio donde se me cayeron los dientes de leche, no vaya un paso por delante del resto en cosas tan elementales como conservar la vida de los seres humanos que la pueblan, ya sean propios o importados. He vuelto bien de coco a Santiago, que es de lo que se trataba.

El cansancio acumulativo del tratamiento sigue haciendo mella, pero yo no se lo pongo fácil. Me quedan cuatro ciclos de quimio citotóxica y en esta carrera de fondo pienso aguantar. Y ahora que me está saliendo pelo, hasta con más ganas. No quiero ni pensar en la cara de mi peluquero cuando vea entrar por la puerta al hijo pródigo pidiéndole que le haga las puntas.

La hiperacusia (ese síndrome que produce una disminución de la tolerancia a sonidos cotidianos del ambiente) crece también en consonancia a la pelambrera incipiente. Es como si no mezclara bien todavía todas las frecuencias que me rodean que, además, sintonizo en Dolby Surround. Es más acusada algunos días que otros. Puedo convivir con ella, pero tengo una feria instalada en la cabeza.

Para corroborar la teoría de mi padre, que está convencido de que se está muriendo gente «que no se había muerto nunca», los óbitos siguen salpicándome los pies en el entorno más cercano. Los amigos -el oncólogo también lo hace- me recomiendan que no me pase en el hospital más tiempo del estrictamente necesario. Y también me persuaden, incluso con más insistencia, de que evite los tanatorios. Pero a veces toca pisar, como esta tarde, esos aeropuertos que solo tienen fingers de salida. Hoy quiero tener un pensamiento para Avelino, que apellidándose Nistal Nistal y siendo de As Pontes, era el más maragato de los gallegos que haya conocido jamás. Aunque esté mermado, todavía tengo fuerzas para la exportación, y por eso quiero compartir el ánimo con Curru, su viuda; con su hijo Julio y con Minia García, la madre de sus nietos, Nicolás y Carolina; con sus consuegros Maite Angulo y Benedicto García. Rebuscando en el baúl de los recuerdos periodísticos di esta tarde con un viaje en el tiempo que publiqué el año pasado en esa hemeroteca rara que me inventé porque un jefe me recriminó que no firmase más en el periódico. «Es que con tanta actividad frenética y tanta concentración de sucesos en la capital de Galicia, cada vez me queda menos tiempo para la creación -le respondí- pero, aún así, por mí que no quede». Y no quedó.

Creo que a Avelino Nistal le habría gustado conocer a Cary Grant, que pisó la plaza del Obradoiro en 1956 en el rodaje de la película Orgullo y Pasión. Quién sabe si el de As Pontes no salió quizás de extra y no lo contó nunca. Por él y por los que lo lloran, que pase Cary Grant hasta la cocina. Descansa, amigo, que lo dejas aquí queda en buenas manos.

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Y Cary Grant pisó el Obradoiro

El actor rodó en Santiago en 1956 un par de escenas de Orgullo y pasión

La Voz de Galicia, 15 de abril de 2013.

Nacho Mirás. Santiago

«Llevaba el pantalón todo lleno de mierda». Es lo primero que le viene a la memoria a Suso Rey, mítico hostelero de la Facultade de Ciencias da Comunicación de Santiago, cuando recuerda a Cary Grant bajándose de un carruaje en la mismísima praza do Obradoiro. Rey, que tenía 18 años en 1956, había empezado a hacer sus pinitos como barman en el recién inaugurado Hostal de los Reyes Católicos. Pero libraba el día que desembarcó en la ciudad la industria pesada de Hollywood para rodar unas escenas de Orgullo y pasión, así que pudo observar los toros desde la barrera. Pero vamos por partes, que aunque Suso tiene buena memoria para las caras y los pantalones, no le viene mal una ayuda.

Año 1956. Rainiero y Grace Kelly se casaban en Mónaco. Televisión Española estaba a punto de comenzar sus retransmisiones, cosa que haría en octubre. Se morían Bertolt Brecht, Pío Baroja y Juan Negrín. Y, en España, el Gobierno de Francisco Franco Baamonde, caudillo por la gracia de Dios -porque Dios era muy gracioso- abría su país a la industria cinematográfica de Hollywood a lo grande, delegando tan importante misión en sus ministro de Asuntos Exteriores, Manuel Martín-Artajo; y de Información y Turismo, Gabriel Arias-Salgado.

No era la primera vez que los americanos rodaban en España, pero nunca hasta este año una superproducción a lo bestia, en Cinemascope, había puesto los ojos en la península Ibérica. Y mucho menos en Galicia.

La Historia, a su manera

La película se basa en la novela The Gun, de Cecil Scott Forrester -el mismo que escribió, por ejemplo, La Reina de África-, que se desarrolla en una España que lucha en 1810 por sacarse de encima al invasor francés, a las órdenes de Napoleón. Para darle emoción, el director Stanley Kramer introduce en esta tesitura guerrillera a tres de los más afamados actores del momento: Cary Grant, que da vida al capitán Anthony; Sofia Loren, en el papel de Juana; y Frank Sinatra, que interpreta al líder de la resistencia española, Miguel. Les gustará saber que, esa época, Sinatra tenía un lío tórrido y tumultuoso con Ava Gardner, aunque esa es otra historia.

A lo que íbamos. A Kramer se le ocurrió que como, total, los americanos, su público, con trabajo sabían situar a España en el mapa, nada mejor que regalarles una sucesión de estampas y paisajes imposibles de ver en un país joven como el suyo. Así que no lo dudó y localizó los exteriores más impresionantes que pudo pasándose por el objetivo el rigor ya no histórico, que también, sino geográfico. Todo valía para brindarle al público yanqui la mayor apoteosis monumental que jamás hubiera soñado.

Claro que, gracias a esta falta de criterio, conseguimos que el paseo da Ferradura, la praza do Obradoiro y la Catedral de Santiago llegaran en Cinemascope a las salas comerciales norteamericanas y dejasen al público, suponemos, con la boca abierta.

Tan lamentable es el planteamiento en este sentido que Grant desembarca en un puerto del norte -se supone que Santander- y, para llegar a Ávila, pasa por delante del Alcázar de Segovia, por la Alameda compostelana y se entrevista con el líder de la resistencia en su cuartel general, situado en el mismísimo Hostal de los Reyes Católicos; el cine siempre fue una gran mentira y esta vez no iba a ser menos.

Llama la atención que Grant entra por la puerta principal del Hostal -mientras en el Pazo de Raxoi se arma la de San Quintín, como se puede ver en el fotograma de arriba- y aparece a cientos de kilómetros para entrevistarse con Sinatra, que mira con desconfianza al aliado inglés. Segovia, Madrid, Cuenca o Ávila fueron algunos de los lugares donde se rodó un largometraje que, sin embargo, y a pesar del gran despliegue de medios humanos y materiales, fue un fiasco de crítica y taquilla.

Entre los extras que rodaron en Ávila se encontraba un jovencito que, años más tarde, sería uno de los protagonistas principales de la política española: un tal Adolfo Suárez. El propio Franco se presentó más de una vez en el rodaje. Más que nada, para incordiar.

La osadía de Sinatra con su «Franco, cabrón»

En su libro Rodado en Galicia, Miguel Anxo Fernández recuerda buenas anécdotas de aquel rodaje. En un artículo publicado en La Voz hace cuatro años, Fernández dice que la más audaz de todas es la que atribuye a Frank Sinatra, cuando el equipo rodaba en Ávila, una pancarta con el texto: «Franco, cabrón».

En el año 2001, Sofía Loren desveló en una entrevista concedida al diario italiano La Stampa que, cuando rodaba en España, Cary Grant le pidió matrimonio. Y ella le dio calabazas a la manera puramente española: «No, no y no». Carlo Ponti vigilaba ya de cerca a su protegida.

Miguel Anxo Fernández cuenta también que, inicialmente, tanto el productor del largometraje como el propio Stanley Kramer pensaron en volar de verdad una parte de la muralla de Ávila para darle más realismo a la historia. Por suerte, tuvieron que conformarse con una maqueta. Y cita al historiador Xosé Enrique Acuña, que recordaba el rodaje en el semanario pontevedrés Litoral. «Afirmaba -escribía Fernández- la intención de rodar cinco o seis planos en los que, en plena guerra contra el francés, un cañón cruzaba el río Miño por Arbo». La prensa local llegó a anunciar que Sofía Loren y Cary Grant se alojarían en un hotel pontevedrés. «Pero ese hecho nunca fue confirmado ya que, oficialmente, Sofía Loren nunca rodó en Galicia», dice el experto en cine.

El director del Hostal, Julio Castro Marcote, confirma que Cary Grant tampoco llegó a firmar en el libro de oro del establecimiento. Pero estuvo aquí.

Vamos con una marcha triunfal digna de la banda sonora de Orgullo y pasión. Lástima que cuando se rodó, mi querido Kepa Junkera todavía no fuese siquiera un proyecto de acordeón diatónico. Kepa, tío, añade tu Gaztelugatxeko Martxa al repertorio que podemos mecanografiar juntos, que la tengo muy trabajada. Pamplona no me parece mal sitio para la prestidigitación, así que si me aceptas como animal de compañía… A mí también me gustaría que un día me despidieran así de bonito, con una esquela telegrafiada sin hilos con una txalaparta. Buenas noches. Dormid con los pies tapados, que por ahí entran todas las enfermedades. Mañana más. Y más pelo. Kepa Junkera eta Euskadiko Orkestra Sinfonikoak.

83. La trola de la receta electrónica. Europedos.

Cuando, como es mi caso, eres un paciente oncológico que se toma al mes un cargamento de pastillas, es posible que te pierdas en la cuenta y te quedes sin género antes de lo que pensabas. Me pasó el miércoles con el Septrin Forte, ese antibiótico de caballo que tengo que tomar tres veces a la semana para que una infección oportunista no me coma la vida a traición. Me di cuenta en el aeropuerto de Santiago, a punto de embarcar hacia Barcelona: ¡Mierda, estoy sin Septrin! Aprovechando que ahora el Servizo Galego de Saúde te deja hablar con tu médico de familia por teléfono si la cuestión es más técnica que propiamente sanitaria, lo cual habla bien del sistema, llamé al centro de salud y le conté el problema al doctor.

-No tengo cargado el antibiótico en la tarjeta y tengo que tomarlo. ¿Me lo pone? Me despisté…

-Ahora mismo.

Dicho y hecho. En segundos, un señor de bata blanca pulsó un botón en Fontiñas y la prescripción quedó registrada en la tarjeta sanitaria de mi cartera viajera. El futuro parecía la hostia.

«Ahora llego a Barcelona, voy a una farmacia y andando», me dije. Iluso de mí; hubiera sido más fácil intentar la operación en París o en Sebastopol.

Ya en Cataluña, busqué una farmacia, que con las cosas de vivir mejor no se juega.

-Bon día. ¿Me podría despachar por favor el antibiótico que tengo cargado en esta tarjeta? (traduzco del catalán, que todavía me defiendo)

-Bon día. De ninguna manera, es una tarjeta de otra comunidad autónoma.

-Ya lo sé. Pero es de España. De Europa, en cualquier caso.

-Lo siento. No leemos recetas electrónicas de otras comunidades.

-¡No fastidie! Es un tratamiento que tengo que tomar sí o sí. Soy un paciente oncológico y esto es un antibiótico preventivo. Ya sabe, las defensas bajas… Pues cóbremelo al precio normal, me sella el envase y ya veré cómo arreglo.

-Le digo que no se lo puedo ni despachar sin receta.

-¡Pero la receta está aquí, en mi mano! Se lo estoy diciendo…

-Pero la Seguridad Social de aquí y la de Galicia no tienen sistemas compatibles. No tiene nada que hacer.

Me empecé a calentar, pero me contuve, que me conozco y acabo en el cuartelillo. Los Mossos no se andan con chiquitas…

-¿Qué hago entonces?

-Lo siguiente: Se va usted a un dispensario de este mismo barrio. Les cuenta que es un paciente desplazado, le asignan un médico, le da cita, lo atiende y convence usted al doctor de que necesita ese antibiótico. Si no se fiara, él llamaría a su médico a Santiago y lo arreglan. Entonces el médico de aquí le da una receta de papel, vuelve a la farmacia y yo lo vendo el Septrin Forte.

-¿Está de broma? ¡Y de dos días en Barcelona me tiro uno en un dispensario convenciendo a un médico de que tengo cáncer y haciendo papeles? ¡Por el amor de Dios! ¡Qué me está contando!

-No puedo hacerle otra cosa. El sistema funciona así.

-Ese es el problema. El sistema, que NO funciona así.

No di un portazo porque la puerta de la farmacia era automática, pero no fue por falta de ganas. Al final decidí jugármela y posponer la ingesta del salvavidas un día, así, a lo loco. No pasa nada, seguro, pero el hecho en sí me inflama. Tengo unas ganas de mandar un poquito a la mierda a los políticos que se baban tanto en el nombre de Europa que se me está avinagrando la sangre, con sus linfocitos bajos y todo. Mucha campaña para las europeas y mucha hostia y resulta que si te recetan en Santiago te jodes en Barcelona. Lo del libre paso de personas y mercancías no llegó a las farmacias, lástima. No somos europeos; somos europedos, que no es exactamente lo mismo.

Incidente burrocrático galaico-catalán aparte, estos dos días han cundido mucho y bueno. Aún no puedo dar detalles, pero lo haré pronto. Os vais a hartar. En este viaje se trataba de hacer más que nunca de la necesidad virtud. Y así ha sido. Escribo desde el Prat, con muchas ganas esta vez de volver a casa y abrazar a mi familia hasta el agotamiento y arriesgarme, de paso, a que mi hijo pequeño me contagie unos mocos que den con mis huesos en el hospital. ¡Por haber calculado mal las dosis de antibiótico antes de atreverme a moverme por mi propio país! ¡Si hasta tengo un título por una universidad catalana! ¡Soy medio catalán hasta en el primer apellido! Hay que fastidiarse con la sanidad 2.0. O carallo vintenove.

Así baje del avión, no me puedo olvidar de ir a una farmacia de Santiago en la que puedan resolver algo tan complicado tecnológicamente para la sanidad catalana como es leer una tarjeta sanitaria gallega. Supongo que en Galicia tampoco leemos las recetas electrónicas que se prescriben más allá del telón de grelos, que para chulos nosotros. Para mear y no echar gota, oigan. A ver si además de arreglar lo de Europa arreglamos también lo de España de un carallo de una vez. Que el cáncer no entiende de fronteras, rehostia! Burrócratas, pero mucho. Voy con Celso Emilio Ferreiro musicado por Luis Emilio Batallán. Porque, por suerte, algunos de los muertos que mata la burrocracia, gozamos de buena salud. Disfrutad del fin de semana como yo pienso hacerlo. Y gracias por permanecer a la escucha.

82. Quimio, quimio, assim você me mata…

Que tarde en escribir cada vez más tiene su lógica: la acumulación de química me deja la sangre, como decía mi compañero de armas José Luis Alvite, «como a Urdangarín, del montón». Hay más cosas: en la última semana me tocó enterrar a un compañero de profesión y de guerra y, para completar, yo soy uno de esos tipos que se empeñan en escribir sobre hechos reales. Y para hacer eso, primero tienen que ocurrir las cosas, no me las puedo inventar. Por eso pensad que, si pasan días y no hay novedades escritas, entonces es posible que esté descansando, viviendo o ambas cosas. Ya presiona bastante la enfermedad.

Ahora mismo vengo de escuchar a mis idolatrados Kepa Junkera y Xavier Díaz en la praza das Coles de Melide. La música tiene por fuerza que amansar a mi fiera, sobre todo con ese final apoteósico en el que Junkera al acordeón diatónico y Díaz a la pandereta bordaron las bandas sonoras de Superman e Indiana Jones mientras, en el público, el señor Benigno hacía contorsiones debajo de una boina.

Si el sábado por la noche no me enganché al Twitter para comentar las mejores jugadas del festival de Eurovisión fue simplemente porque estaba disfrutando de mis hijos en nuestra casa con ruedas con las ondas del mar de Vigo de fondo. Vivo, luego existo.

La semana que arranca promete, ya iré contando según vaya cerrando frentes. El martes y 13 me toca estriptís oncológico de control y después volveré a subirme a uno de esos coches de línea de los cielos que son los aviones de Ryanair para regresar a Barcelona por unos días.

Entre que nunca he tenido mucho culo y que cada vez arrastro más los pies al caminar debo de tener una pinta de Cantinflas calvo para flipar. De todos modos, gracias por los piropos que me van llegando. Os aseguro que a un tipo con cáncer, craneotomizado, radiado treinta veces y quimicado casi cincuenta si hay algo que le siente bien es que le digan que tiene buena cara, aunque no sea cierto. Si no os lo parece y no os veis con moral de mentirle a un enfermo con un pronóstico malo, entonces dejad que hable el silencio.

Voy a rescatar un reportaje de esos que fueron flor de un día y me voy al sobre, que estoy urdangarinizando. Esta vez vuelvo a mi particular guía de Santiago de Compostela, a la historia que no sale en las publicaciones oficiales, para volver al origen del cruceiro de Ramírez. Porque donde hubo un cruceiro hubo un pecado. Al final, el minuto musical, más santiagués que nunca. Boas noites, boa xente.

El secreto del Cruceiro de Ramírez

El hito, hoy desubicado en San Fiz, guarda la memoria de un asesinato

Publicado en La Voz de Galicia el 2 de junio de 2013

Nacho Mirás. Santiago

Cruceiro de Ramírez que t’ergues solitario / D’os Agros n’a expranada / entr’as rosas dos campos / O sol d’a tarde pouse en ti o postreiro rayo / Coma n’un alma triste pouso un sono dourado. Algun-ha vez n?oestio, eu o teu pe sentada / escoito silenciosa, mentras a tarde acaba: Baixo d’as pedras mudas, qu’ o teu secreto gardan…». Efectivamente: cuando Rosalía de Castro escribió esta estrofa, incluida en el capítulo IV de Follas Novas (Da Terra), hablaba del cruceiro de Ramírez, pero no de la pieza de cemento que, el otro día, unos obreros colocaron como remate a la remodelación del parque infantil situado junto a la Praza Roxa. Rosalía jamás le hubiera cantado a un cruceiro de cemento ¿no creen? ¿

De qué secreto habla el poema? ¿Cómo es que una cruz de piedra intrigaba tanto a la autora? Vamos por partes. Si desconocen la verdadera historia del cruceiro de Ramírez, sigan leyendo, porque les garantizo que, en cuanto lleguen al punto y final de esta página, su curiosidad se verá gratificada. De otro modo, pueden pasar directamente a Los Ocho Errores, en la página 62. Permítanme la ambientación fabulada para situar unos hechos, sin embargo, ciertos.

Nos vamos a 1718. Moría aquel año el pirata Barbanegra, terror del Caribe y la costa atlántica de América del Norte; era asesinado el rey Carlos XII de Suecia… Y aquí, en Santiago, el estudiante de Artes Manuel Joseph Ramírez de Arellano y Sotomayor camina la madrugada del 25 de abril por un descampado en la zona conocida como Agros da Carreira. Nervioso, ha cruzado por Matacáns y casi se destroza las rodillas contra unas piedras. No está claro qué pinta Ramírez en semejante lugar, apartado de la ciudad, una zona de labradío que no queda de paso a ninguna parte. Él es un joven de familia adinerada y apellidos compuestos que jamás le ha metido mano a un sacho. Y no son horas de pasear. ¿Entonces…? En el lugar donde hoy se levanta la iglesia de San Fernando, frente al antiguo Peleteiro, Ramírez se detiene preocupado. Se sube el cuello de la capa y se calienta las manos con el aliento. Manuel mira con desconfianza a los lados, temeroso de que lo estén observando; tiene intuición. Ladra un perro. Suena a lo lejos una campana. Por fin, el estudiante divisa entre la niebla formas humanas que aumentan de tamaño según se acercan. Maldición, son ellos. Han venido.

«¡Ramírez de Arellano -le grita el más fiero-, daos por muerto!». «Santo Apóstol, dadme fuerza en este tránsito», masculla el muchacho aferrándose a la daga que guarda bajo la capa. Los gritos de los hombres despiertan a más perros y, campo abajo, una polifonía de aullidos se estrella contra los muros del convento de Santa María de Conxo. Los frailes mercedarios duermen ajenos a la tragedia que se va a producir kilómetro y medio más arriba.

Cruz de navajas, como en una canción de Mecano del siglo XVIII. La luz de la luna se refleja en el filo del puñal segundos antes de que el acero le atraviese el pecho al estudiante, que cae de rodillas, ensartado y desconcertado. «¡Madre, rogad a Dios por vuestro hijo!», balbucea. La sangre de Ramírez abona la tierra que pisa. Qué solos se quedan los muertos.

Doña Isabel de Sotomayor llorará amargamente el resto de su vida a su hijo, a quien enterrará el 26 de abril de 1718 en la capilla de Santa Teresa, en la iglesia de Salomé de la Rúa Nova. Este dato lo recoge Manuel Suárez Serantes en una crónica publicada en El Compostelano el 27 de noviembre de 1945. No obstante, el investigador Javier Rey, autor de un completo inventario sobre Salomé, no ha hallado pruebas documentales sobre el sepelio, pero tampoco lo desmiente La desconsolada madre encargará a uno de los mejores canteros que levante un cruceiro en el mismo punto donde su hijo encontró la muerte. Fue Castelao el que dijo: «Onde hai un cruceiro, houbo sempre un pecado».

¿Y dónde está hoy ese hito, el verdadero cruceiro levantado sobre el pecado que mató a Ramírez? Lejos de allí. Exactamente, en la plaza de San Fiz de Solovio, frente al pub La Radio. En el despiece cuento los detalles del traslado. La cartela barroca ya no se lee. Pero, tal como recogió en un escrito el archivero del Ayuntamiento de Santiago e historiador Pablo Pérez Costanti, dice así:

AQUI

FINO D. MANV

EL JOSEPH RA

MIREZ DE ARELLA

NO RVEGVEN

A DIOS POR EL

AÑO DE 1719

Señala Raimundo García Borobó en el periódico La Noche (14 de mayo de 1954) que la manera en la que se redactó la inscripción dio lugar a confusión. Los canteros escribían aprovechando el espacio disponible, sin reparar en que separar el apellido Arellano en dos líneas (ARELLA-NO) iba a dar como resultado que, con el paso de los años, se forjase un misterio sobre Ramírez. La gente leía: «No rueguen a Dios por él». Una simple sílaba fraguó la leyenda de un maldito que no lo fue.

Un callejero descriptivo del Ayuntamiento de Santiago de 1883 da cuenta del duelo en el que murió el estudiante Ramírez de Arellano. En el capítulo 84, dedicado a la Calle de Matacanes, dice: «Camino al crucero y campo de Ramírez de Arellano, donde se dice muerto este caballero en desafío (1719)». Dejando a un lado si el alma del finado Manuel Joseph encontró la gracia de Dios o la nada infinita, su memoria pétrea se vio expuesta en los siglos siguientes a las gracias de los hombres que lo sucedieron y a sus despropósitos. Cuando el tan cacareado progreso -que a veces no es otra cosa que interés presentado en un bonito envoltorio- puso los ojos en los campos sobre los que hoy se levanta el engendro que tenemos como Ensanche, un iluminado municipal decidió mover el cruceiro de su emplazamiento original y cargarse con su gesto, de paso, el significado del propio conjunto. Lo llevaron a la plaza de Fonseca en 1954, tal como relata Borobó en su crónica para La Noche. El maestro de periodistas lamentaba que el traslado suponía «un quebrantamiento de la fidelidad histórica y un motivo de confusión para cuantos, en los siglos próximos, les dé por conocer, a fuerza de oír conferencias, el pasado próximo o remoto de Santiago». Insistía el cronista, fallecido en el 2003, en que lo esencial de un cruceiro es el lugar en el que se erigió, y más teniendo, como es el caso, una inscripción que hace referencia a una muerte en un lugar determinado.

La penitencia post mórtem de la memoria de Ramírez de Arellano tampoco acabó en Fonseca. Alguien decidió sustituir la cruz por una fuente traída desde Carme de Arriba y llevarla a la zona donde todavía está hoy, San Fiz de Solovio. Estos días, Agros de Ramírez ha recuperado un cruceiro que no es sino una copia del original, hecha en cemento hacia 1960 y pagada por los vecinos junto con las 212 viviendas construidas por Franco, unos edificios que en su nombre guardan la esencia de aquella tragedia: Las casas de Ramírez.

Adelante Los Tamara y Pucho Boedo: A Santiago voy…

81. En la muerte de Chema Veloso, compañero

Si es verdad que, como dice mi querido Carlos Blanco, escribo estas memorias sanitarias con las tripas, hoy toca trabalengüizar la expresión y añadir: escribo desde mis tristes tripas. El sábado por la noche acabé la quimio de este segundo ciclo y ahora disfruto -es un decir- de veintiocho días de reposo guerrero. Pero entre la Temozolomida y el Septrin Forte, que es un antibiótico tan preventivo que parece que me lo hubiera recetado Gallardón, siento que me han trasplantado el estómago de Moby Dick en pleno maremoto.

Aunque sabéis que paso, de momento, de la medicina alternativa, sí que le doy al bifidus, por ejemplo, que me regenera bastante bien la flora y, a este paso, la fauna intestinal. No quiero ni pensar en el festival químico que tiene que haber ahora mismo en mis entrañas. Estoy en el segundo ciclo y me quedan otros cuatro, así que hasta el otoño seguiremos rodando en mis escenarios intestinales nuevos episodios de la madre de todas las batallas.

El malestar físico, sin embargo, no me hace mella en el ánimo. Igual los neurocirujanos Prieto y Allut se llevaron pegado al bisturí, con mi astrocitoma anaplásico grado III, el mecanismo que regula los bajones. En serio, algo han debido de tocar, porque ni siquiera me hundo anímicamente ante el desfile de compañeros de batalla que causan baja. El último se fue ayer. Se llamaba Chema Veloso Castaño y durante casi tres lustros fue la mano derecha de Manuel Fraga Iribarne, que ya hay que valer para ser la mano derecha de un señor tan de derechas. Veloso era un periodista de raza, controvertido a veces pero buena persona siempre -al menos lo fue conmigo-. Me imagino a Chema cruzando la puerta del más allá y al viejo encendido, del otro lado, con una carretilla de recortes de prensa acumulados en todos estos años: «¡Veloso, ¿Quiere decirme dónde se había metido???!!».

-Estaba viviendo, presidente.

-¡Déjese de tonterías, que hay mucho trabajo. Y póngame con Dios!

-Ahora mismo, presidente.

Como periodista de La Voz de Galicia viajé con Fraga por algunos escenarios de Europa y compartí entretenidas expediciones con Veloso y su jefe. Iribarne era genio y figura. Recuerdo el día que el sistema aleatorio de control del aeropuerto de Heathrow encendió una luz sobre mi cabeza en el arco de seguridad. Fraga, su séquito y los demás periodistas habían cruzado sin problema, pero a mí me pitó la electrónica. Dos agentes al servicio de Su Majestad me abrieron de brazos y piernas, me embutieron contra una pared y comenzaron a masajearme, digo yo que en busca de alguna hernia. El viejo se coscó y, seguramente más preocupado por el retraso que por mi persona, desenfundó el pasaporte diplomático, se fue a los policías y les gritó en inglés: «¡Este señor viene conmigo!». No hubo más que hablar. Los del masaje acabaron de sacudirme el polvo, pidieron disculpas y nos dejaron ir.

-Gracias, presidente.

-¡Tire!

Como homenaje a mi compañero Chema Veloso recupero las dos entrevistas que le hice para La Voz de Galicia, la primera en el 2005 y la segunda en el 2012, cuando Fraga le tomó la delantera, víctima de esa manía casi insana que tenía el león de Vilalba de llegar a los sitios antes de tiempo. Y al final, el minuto musical sabiniano, que sé que a Veloso le ponía Sabina. Pasad buena semana, que yo de momento arranco con fuerte marejada detrás del ombligo pero muy bien situado de coco.

Chema Veloso: «Fraga no es un león tan fiero»

Publicada en La Voz de Galicia el 13 de marzo de 2005

Nacho Mirás. Santiago

Es la sala de máquinas de un portaaviones nuclear; ha tenido que adaptarse y renunciar a la vida privada, pero está orgulloso de ser la sombra de su patrón

En las fotos siempre sale un paso por detrás de Fraga, pero lo bastante cerca como para leerle el pensamiento y anticiparse a sus órdenes. Es la cara b del de Vilalba, su sala de máquinas. Es José María Veloso Castaño (Vigo, 1958) y es de este mundo.
-¡Veloso, dónde está Veloso! ¿Cuántas veces al día escucha eso?
-Si estamos en el despacho, tres o cuatro. Si estamos fuera, alguna más. Procuro no alejarme mucho por si acaso, por la cuenta que me trae.
-¿Cómo sobrevive a Fraga?
-Es cuestión de adaptarse y de dormir un mínimo de horas diarias. Siempre me gustó madrugar y lo llevo bien. ¡Incluso algún día me da tiempo a tomar una copa!
-¿Le molesta que digan que es el hombre sombra?
-En absoluto. Primero, porque es verdad y, segundo, porque es un honor ser la sombra de un señor como Fraga.
-¿Se le han pegado las sábanas alguna vez?
-Una vez sí que me levanté tarde, hace años…
-¡Menudo paquete!
-No. Tuve la suficiente imaginación como para llamarle directamente y decirle que me había quedado dormido. Es humano y me entendió.
-¿Recuerda haberse dicho a sí mismo alguna vez ‘Chema, la has cagao’?
-No, pero seguramente alguna haya.
-¿Tiene úlcera o acidez?
-No, de salud bien. Tuve un susto cardíaco hace seis o siete años, pero lo llevo bien. Procuro hacer algo de deporte los fines de semana.
-Cuénteme un día tipo…
-Me levanto a las 5.50. Salgo de casa a las 6.50. Paro en el quiosco que hay frente al antiguo Hospital Xeral de Santiago a coger los cuatro periódicos gordos, los leemos en casa de 7.10 a 7.30. A las 7.30 vienen los coches y nos vamos a San Caetano. Llegamos sobre las 7.40 y hasta las 9.00 despachamos los dos, mano a mano. Y lo que vaya dando el día.
-¿Y uno sobrenatural?
-El viaje de hace dos semanas: salida lunes noche, duerme en el avión, martes en Uruguay, vuelta al día siguiente…
-¡Por lo menos viaja!
-Sí, la vuelta al mundo la tengo dada. Pero, viajando con este señor, no te da tiempo a conocer nada. Sé que la Ópera de Sídney era una cosa que estaba a la izquierda.
-¿Cómo se relaja?
-Leo algo que me distraiga o con música suavecita: Beethoven, Bach, Tchaikovsky. Y soy de la generación de Sabina, Silvio, Pablo Milanés. Hace año y pico descubrí a La Oreja de Van Gogh, u otro tipo de cosas para poner en el coche, como Milladoiro.
-¿Escucha La Oreja de Van Gogh en el coche de Fraga?
-No, en su coche siempre los informativos de Radio Nacional a las horas en punto.
-¿Escribirá sus memorias cuando cumpla ochenta?
-Seguramente, pero cuando tenga esa edad.
-¿Lo peor de su trabajo?
-La falta de vida privada.
-¿Él le pide consejo?
-No. Gran parte de su vida la ha hecho solo. Él va por libre. A veces le recomiendas que se ponga un traje liso para ir a la tele y, aunque al final te hace caso, siempre tiene algo que decir. Y no le gusta nada el maquillaje.
-¿Le riñe el patrón?
-Desde fuera todo el mundo piensa eso. Pero es una persona encantadora, no es tan fiero el león como lo pintan, incluso es entrañable.
-El alcalde de Negreira dice que «Don Manuel tiene un estado en la cabesa» ¿lo ha visto usted? ¿es grande?
-¡Ja, ja, ja! El alcalde de Negreira le dio una vuelta a una frase de Felipe González que decía que Fraga tenía «el Estado» en la cabeza. Lo que es cierto es que es una persona muy inteligente.

Y la segunda entrevista que le hice en La Voz, publicada el 17 de enero del 2012.

Chema Veloso: «Fraga era una persona tímida»

Nacho Mirás. Santiago

Dice José María Veloso Castaño (Vigo, 1958) que cuando se enteró, el domingo por la noche, de la muerte de Manuel Fraga, le asaltó un sentimiento de pesar: «No como si se muere tu padre, no es eso, pero sí alguien importante que se va. Era el típico señor que, una vez que lo retiras de la actividad, se va desinflando. Y se desinfló». Chema Veloso fue asistente personal de Fraga y director xeral del Gabinete de Apoio en su última etapa en Galicia. Su mano derecha. Su sala de máquinas.
-Era usted la auténtica sombra de Fraga…
-Empecé a trabajar con él en la campaña del 89. Vine a ayudar al equipo de Jesús Pérez Varela y Enrique Beotas. Cuando se acabó la campaña, tres o cuatro nos quedamos. Hicimos la transición de lo que era el Gobierno de González Laxe a la toma de posesión del 5 de febrero del 90. A partir de ahí estuve en el gabinete de comunicación dos años y, desde el 92, viajé constantemente con él. En el 2001 me nombró director xeral.
-¿Todavía tiene activado el reloj biológico que programaba el patrón?
-Sin duda. Me levanto a las 5.50 y a las siete y media estoy en el despacho. Me gusta desayunar con calma. Fraga tenía una actividad que se contagiaba. Y durante los años que estuve con él no puedo decir que acabara agotado, que no pudiera levantarme al día siguiente. Solo recuerdo una vez que no pude seguirlo, pero no por agotamiento, sino por un gripazo con cuarenta de fiebre. Íbamos a Potes, en Cantabria. Lo comprendió perfectamente.
-¿Fraga lo veía a usted solo desde el punto de vista profesional, como la pieza de un engranaje, o también lo tenía en cuenta en lo personal?
-Compartíamos también lo humano. Como cuando estuvo preocupado por la situación de su señora o cuando tenía algún problema personal. Si eso ocurría, se lo notabas. Y si veía que tú estabas mal, enseguida se interesaba por saber qué te ocurría y si podía hacer algo.
-A veces no lo parecía, con los desplantes que daba…
-Soy de los que pienso que él, en el fondo, era una persona tímida. Entonces, para autoprotegerse, daba esa imagen de dureza. Pero en la intimidad era la persona más cariñosa del mundo. En un momento determinado te podía decir que algo no le había gustado pero, a los dos minutos, si veía que no tenía toda la razón, enseguida lo reconocía. Era impulsivo y podía tener algún desplante con el primero que tenía delante y ese, claro, solía ser yo.
-¿Todas las anécdotas que se cuentan son verdad o hay leyenda urbana?
-Supongo que son verdad. Recuerdo que cuando viajábamos y vivía doña Carmen todavía, había que estar más pendiente de ella que de él. Él era súper puntual, pero ella era más de pararse a hablar con la gente. Él mismo te decía: «¡Encárguese de ella y esté atento, que tenemos que salir en diez minutos!».
-¿Hizo usted renuncias personales por estar al pie del cañón?
-Sí. Tuve que elegir: o sigo con esta persona, con la que cada día aprendo más cosas y me desarrollo más, o me dedico a otra cosa. Tuve que renunciar a la otra parte, pero pasó y no voy ahora a preguntarme si hice bien o mal; lo hice.

Dentro Joaquín Sabina, acompañado de su primo Joan Manuel Serrat. Veloso ya no será muchos hombres, pero fue otros. Borrando contacto…