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"El amor es algo muy resistente, se necesitan dos personas para acabar con él" José Luis Alvite

Mes: abril, 2015

170. Círculos viciosos

En Santiago no tenemos medida: o llueve por aspersión o llueve al gotelé. Llegué del Mediterráneo con las baterías cargadas y el cortocircuito de los sistemas estaba asegurado. Debe de ser por eso que tengo el tren de aterrizaje más flojo que nunca. Los kilómetros caminados en los últimos cinco días por Barcelona me han destrozado los motores. Fue una escapada cojonuda, bien aprovechada, mejor acompañada, pero que me ha dejado hecho polvo… Como decía Woody Allen, «no me aceptaron en el Ejército, fui declarado inutilísimo. Sí, en caso de guerra sólo podría ser prisionero.» (Annie Hall, 1977). Pues eso, inutilísimo.

Ya me llega con los sermones del médico como para aguantar las palizas de los no colegiados. Yo ya sé lo que tengo que hacer y no me hace falta que me llenen el teléfono de mensajes que, en realidad, son órdenes. Qué manía de gobernar en la vida de otros, ¡rediós! Y ha sido regresar al terruño y arreciar la tormenta de curanderos sin carné que casi me exigen que me entregue a hierbas, potingues y limones y le haga un Steve Jobs por toda la banda a la oncología convencional. Que no, rehostia, que no. Que conmigo dais en hueso.

Las aftas en la boca entraban dentro de lo posible. Han tardado en manifestarse, pero aquí están. Soy un invernadero de efectos secundarios, todo un muestrario. Y sí, he puesto también las aftas en manos de la farmacia convencional, llamadme irresponsable; me gusta vivir al límite.

«Lo que necesitas alcalinizar tu cuerpo», han llegado a decirme. ¿Y qué carallo sabes tú si soy alcalino, ácido o mediopensionista? ¿De qué va gente? Va a resultar que el cáncer es como el fútbol: todo el mundo lleva dentro un entrenador y un oncólogo. Ya no soporto a los conspiranóicos que predican que hay un complot entre las farmacéuticas y nuestros doctores para asesinarnos en masa, no sin antes sacarnos bien los cuartos. También estoy muy a la defensiva ante los vendemotos telefónicos: «Le propongo un seguro de vida que le va a interesar», me dijo una voz del otro lado. A lo que respondí veloz: «Es posible, pero con un glioblastoma en el cerebro y las expectativas lamentables de vida que tal circunstancia supone, a quien no le interesa es a su compañía». Dicho lo cual, colgué. ¡A la mierda! No tardó ni dos horas en sonar de nuevo el teléfono: «¿Ha pensado en hacerse un seguro de decesos?». Me saltó de nuevo el piloto automático: «Mire, señor, ya lo hizo mi padre para toda la familia hace más de cuarenta años y, a estas alturas, le tengo pagado el cóctel de despedida a una legión de plañideras. ¡A la mierda!» Sí, estoy un poquito borde con ciertos asuntos, pero lo que te alivia soltar una de estas no hay dinero que lo pague.

En este post escrito desde la astemia me voy a ahorrar los detalles escatológicos de un apretón por el que la asociación catalana de hostelería habrá puesto precio a mi cabeza. Créanme que lo siento, pero fue la química, no yo. Qué mal se pasa cuando se pasa mal.

Acabo con otra de Woody Allen: «Amar es sufrir. Para evitar el sufrimiento no se debe amar, pero entonces se sufre por no amar, de modo que amar es sufrir y no amar es sufrir, y sufrir es sufrir. Si para ser feliz hay que amar, para ser feliz hay que sufrir, pero sufrir hace a uno infeliz, por lo tanto para ser infeliz uno debe amar o amar para sufrir o sufrir de tanta felicidad, y dejémoslo que es un lío.» (La última noche de Boris Gruschenko). Sed felices y no os metáis a dirigir la vida de nadie. Que cante Chicho Sánchez Ferlosio por las gargantas de Sabina y Pili Carbajo. ¿Por qué estoy cansado? ¡Porque no camina! ¿Por qué no camina? ¡Porque estoy cansado! Y así, hasta el infinito, doctor López.

169. Oiga, doctor, al habla el hombre  de las patas de gallina

Sin haber sido nunca un gran atleta, juro que antes de los acontecimientos sanitarios que nos ocupan tenía yo un par de piernas musculadas que daban envidia. Muchos años subiendo cuestas en Vigo, a pie, en bici… Unas pernolas, vaya. Esta mañana me he contemplado en pelotas en el espejo del hotel y donde había hierro puro me he encontrado dos patas de gallina que ya ni darían para el consomé de una familia caníbal delgadita. 

Mi oncólogo insiste en cada consulta: «¡Ande, ande, ande!» Sigo caminando cada día lo que puedo, bien es cierto que el andamio ya no soporta aquellos paseos kilométricos del año pasado. «Es que no puedo, doctor, me canso muchísimo». «Según estos análisis, no tiene usted ningún motivo para estar tan cansado y, a la vez, los tiene todos [gallegos somos, gallegos seremos…]. Esto es un círculo vicioso: se cansa porque ha perdido mucha masa muscular, y la manera de recuperarla es seguir caminando. Así que ande, ande, ande». No me va a quedar más remedio que llevarme la pandereta en la próxima consulta y seguirle la copla: «¡La marimorena, ande, ande, ande que es la noche buena!».

Además del cansancio, las tripas también me asaltan por sorpresa, así que tengo que medir muy bien lo lejos que estoy de un cuarto de baño. Por eso me he venido a Barcelona de nuevo, donde camino hasta la extenuación. Me hace bien además revisitar los espacios que marcaron mi educación universitaria: cómo han cambiado algunos, de qué manera hay otros que están exactamente como los dejé en 1994… Lo que más inquieta no es el paisaje, sino el hecho de apenas distinguir caras conocidas entre el paisanaje. 

Me hizo ilusión que una señora me preguntara en el avión si viajaba a Barcelona para firmar libros en Sant Jordi, justo el mismo deseo que una compañera de profesión expresaba en Tweeter. Pues no; lamentablemente, nadie me ha invitado, supongo que estarán los tenderetes de libros llenos de Belenes Estébanes y otros literatos de altura. No me habría importado, la verdad.

Voy a continuar con este paseo obligatorio a ninguna parte mientras mis piernas de gallina lo soporten. ¡Pitas, pitas, pitas! Oiga, doctor…. http://youtu.be/g3ey03MuQ4U

168. Hábeas «porcus». Mis amigos.

Es normal que, después de un cuarto de siglo dedicados a redactar y fotografiar sucesos para las páginas de los periódicos, a mis compañeros de la prensa gráfica y a mí mismo se nos hayan pegado los palabros de policías, abogados, fiscales, jueces, forenses… Yo suelo contestar con un «de cuerpo presente» o «decúbito supino» cuando me preguntan cómo estoy.  La última incorporación léxica llegó de la mano del gran Fernando Blanco, fotógrafo de El Correo Gallego y académico sin silla pero con taburete en la Real Academia de la Lengua, que decidió bautizar a nuestras habituales churrascadas -que tanto bien nos hacen para el estómago y el espíritu- como «hábeas porcus» en una adaptación libre del hábeas corpus que a todos nos suena más o menos de libros, películas, series… de la realidad misma. Qué, ¿quedamos para levantar un cadáver?, solemos preguntarnos antes de encargar el menú en la churrasquería de guardia. Sí, somos unos salvajes que comen animales. Fue en una de esas citas gastronómicas cuando, al comunicarles que yo tenía lo que tenía en la cabeza, los muy cabrones pidieron a mayores una ración de sesos. Tienen mucho sentido del tumor.

El caso es que el último hábeas porcus lo celebramos en una casa particular tan particular que encajaría perfectamente en un capítulo de El Ministerio el Tiempo; con decir que atravesabas una puertecilla y aparecías en un ultramarinos… En realidad nos reímos más de lo que comemos, pero estas reuniones hacen más por mi ánimo que cualquier remedio de farmacia. Lo mismo que cuando nos cuadramos antre una mesa de futbolín o una baraja de póker. «Las únicas deudas que no se perdonan son las del póker y los encargos de Ikea», acostumbramos a recordarnos, para que la confianza no llegue a dar asco. Gracias, Soler, Paco, Álvaro, Curricho, Fer, Ángel, Agus… Hay que convocar ya la siguiente.

Mis amigos son unos atorrantes…