170. Círculos viciosos
En Santiago no tenemos medida: o llueve por aspersión o llueve al gotelé. Llegué del Mediterráneo con las baterías cargadas y el cortocircuito de los sistemas estaba asegurado. Debe de ser por eso que tengo el tren de aterrizaje más flojo que nunca. Los kilómetros caminados en los últimos cinco días por Barcelona me han destrozado los motores. Fue una escapada cojonuda, bien aprovechada, mejor acompañada, pero que me ha dejado hecho polvo… Como decía Woody Allen, «no me aceptaron en el Ejército, fui declarado inutilísimo. Sí, en caso de guerra sólo podría ser prisionero.» (Annie Hall, 1977). Pues eso, inutilísimo.
Ya me llega con los sermones del médico como para aguantar las palizas de los no colegiados. Yo ya sé lo que tengo que hacer y no me hace falta que me llenen el teléfono de mensajes que, en realidad, son órdenes. Qué manía de gobernar en la vida de otros, ¡rediós! Y ha sido regresar al terruño y arreciar la tormenta de curanderos sin carné que casi me exigen que me entregue a hierbas, potingues y limones y le haga un Steve Jobs por toda la banda a la oncología convencional. Que no, rehostia, que no. Que conmigo dais en hueso.
Las aftas en la boca entraban dentro de lo posible. Han tardado en manifestarse, pero aquí están. Soy un invernadero de efectos secundarios, todo un muestrario. Y sí, he puesto también las aftas en manos de la farmacia convencional, llamadme irresponsable; me gusta vivir al límite.
«Lo que necesitas alcalinizar tu cuerpo», han llegado a decirme. ¿Y qué carallo sabes tú si soy alcalino, ácido o mediopensionista? ¿De qué va gente? Va a resultar que el cáncer es como el fútbol: todo el mundo lleva dentro un entrenador y un oncólogo. Ya no soporto a los conspiranóicos que predican que hay un complot entre las farmacéuticas y nuestros doctores para asesinarnos en masa, no sin antes sacarnos bien los cuartos. También estoy muy a la defensiva ante los vendemotos telefónicos: «Le propongo un seguro de vida que le va a interesar», me dijo una voz del otro lado. A lo que respondí veloz: «Es posible, pero con un glioblastoma en el cerebro y las expectativas lamentables de vida que tal circunstancia supone, a quien no le interesa es a su compañía». Dicho lo cual, colgué. ¡A la mierda! No tardó ni dos horas en sonar de nuevo el teléfono: «¿Ha pensado en hacerse un seguro de decesos?». Me saltó de nuevo el piloto automático: «Mire, señor, ya lo hizo mi padre para toda la familia hace más de cuarenta años y, a estas alturas, le tengo pagado el cóctel de despedida a una legión de plañideras. ¡A la mierda!» Sí, estoy un poquito borde con ciertos asuntos, pero lo que te alivia soltar una de estas no hay dinero que lo pague.
En este post escrito desde la astemia me voy a ahorrar los detalles escatológicos de un apretón por el que la asociación catalana de hostelería habrá puesto precio a mi cabeza. Créanme que lo siento, pero fue la química, no yo. Qué mal se pasa cuando se pasa mal.
Acabo con otra de Woody Allen: «Amar es sufrir. Para evitar el sufrimiento no se debe amar, pero entonces se sufre por no amar, de modo que amar es sufrir y no amar es sufrir, y sufrir es sufrir. Si para ser feliz hay que amar, para ser feliz hay que sufrir, pero sufrir hace a uno infeliz, por lo tanto para ser infeliz uno debe amar o amar para sufrir o sufrir de tanta felicidad, y dejémoslo que es un lío.» (La última noche de Boris Gruschenko). Sed felices y no os metáis a dirigir la vida de nadie. Que cante Chicho Sánchez Ferlosio por las gargantas de Sabina y Pili Carbajo. ¿Por qué estoy cansado? ¡Porque no camina! ¿Por qué no camina? ¡Porque estoy cansado! Y así, hasta el infinito, doctor López.