122. El colmo del despropósito burrocrático
Hoy, aviso, estoy muy cabreado. Físicamente, la de ayer fue una jornada manifiestamente mejorable: cansancio extremo, falta de apetito, dolor de articulaciones… Por si no fuese suficiente el cuadro clínico, derivado de un tratamiento durísimo en el que llevo un año instalado, viene la burrocracia española y de las JONS y me da una patada en toda la boca del estómago. A ver si soy capaz de resumir sin excitarme hasta el punto de colapsar, que es lo que me pide el cuerpo.
Por fin llegó a mi casa ese caballo del malo que transporta las notificaciones oficiales del Instituto Nacional de la Seguridad Social; al sobre solo le faltaba un sello de lacre y un poco de polvo del desierto; siete días desde la fecha del registro de salida, 20 de octubre, hasta que ayer pude firmar el recibí. ¡Siete días desde A Coruña a Santiago para un asunto urgente! He visto cucarachas más rápidas.
Firma la misiva el subdirector provincial de incapacidad, que así denominado no sé si la competencia de su cargo se refiere a mi incapacidad o a la de la del Ministerio de Empleo y Seguridad Social toda junta, que es mucha. Ellos son los incapaces, y a los hechos me remito.
Me explica el subdirector provincial de incapacidad, de parte del director provincial, que a partir del día 1 de noviembre, «la mutua de accidentes de trabajo y enfermedades profesionales con la que su empresa tiene concertada la protección de la incapacidad temporal le pagará directamente la prestación, por lo que debe presentar una solicitud en dicha mutua». ¿Debo solicitarlo yo, que soy el enfermo, el incapaz? ¿Ellos resuelven mi prórroga de la baja para un máximo de 180 días y si quiero seguir comiendo tengo que pedirlo por escrito? Eso es solo el principio.
El caballo cojo traía también en sus alforjas otro pergamino, este de la mutua de marras. Hice tan mala sangre en Correos que casi me tienen que desfibrilar con la batería de una furgoneta. Resulta que para poder pagar la hipoteca y dar de comer a mis hijos a partir del mes que viene me piden tantos papeles que me dan ganas de acamparles en la puerta con un perro y una flauta. Me ponen por escrito que, tal como me ha adelantado el amo de las incapacidades, será «directamente esta mutua» la que me abone el sustento. Y me advierten de que tengo que ser yo el que presente ante ellos la solicitud de pago directo y la documentación «que a continuación se detalla». ¡Entiéndanse entre ustedes y déjenme con mi cáncer, que ni siquiera han tenido el detalle de preguntar cómo voy de lo mío!
Ahí va el listado de formularios y documentos obligatorios para que en casa podamos comer en noviembre: «Solicitud de pago directo debidamente cumplimentada (modelo que se acompaña). La segunda hoja, certificado de empresa, deberá ser cumplimentada por su empresa». La sede de mi empresa, como todo el mundo sabe, está en Arteixo y la de la mutua en A Coruña. Pero yo tengo que hacer de cartero con cáncer desde Santiago.
Sigue el despropósito: «Fotocopia del DNI (¿Y el chip para qué carallo vale?); comunicación de los datos del IRPF (modelo 145 que se adjunta); nómina o TC2 -ni puta idea- del mes anterior a la baja médica o correspondiente a los tres meses anteriores a la baja médica si se trata de un contrato de trabajo a tiempo parcial o fijo discontinuo; copia certificación bancaria donde conste usted como titular de la cuenta; libro de familia en caso de tener hijos menores a cargo; en caso de contrato a tiempo parcial deberán aportar fotocopia del contrato de trabajo».
¿Satisfechos? Por mi cuenta podría aportar el carné de la biblioteca pública, la licencia de pesca de superficie y el título de socio honorario del Avispados Vespa Club de Ourense. ¿Qué tal un análisis de orina, ya puestos? Y hasta podría conseguir sin mucho esfuerzo el certificado de penales de mi abuelo, que estuvo preso por rojo en el penal de la isla San Simón. Pero no me da la gana, ¿saben? No tengo el coño para ruidos.
Lo único que ha cambiado en este año, y no es poco, es que un astrocitoma anaplásico grado III, un cáncer de cerebro, me ha puesto la zancadilla. Lo demás ha venido por añadidura, pero el sistema se empeña en que le demuestre cada dos por tres que tengo lo que tengo, que pida por escrito que me paguen si quiero cobrar y, en definitiva, que pase por el aro de este ridículo circo de Ángel Cristo que es la normativa laboral española.
Como quien tiene alma no tiene calma, así como leí la carta llamé hecho una fiera a la mutua. Tenía tal sensación en ese momento de ser un inútil, un estorbo y una complicación para España que lloré más de lo que hablé, no me da reparo decirlo. «¿Un año intentando sobrevivir a mi cáncer y me piden que les mande el libro de familia a A Coruña para que mis hijos coman caliente el mes que viene? ¿Se ríen de mí?». La persona que me atendió al teléfono no es la culpable de nada, es otra víctima de un sistema que parece parido por gente inmune. Fue amable, me vio alterado y se puso a mi disposición, incluso me pareció que un poco en mi piel. Pero no me vale lo de que «la cosa funciona así». Pues si la cosa funciona así, también es normal que un tipo con un cáncer de grado III se cague en todo cuando, superadas la radioterapia y la quimioterapia a dosis industriales, la Administración sanitaria intenta someterlo pidiéndole documentos a granel que ya tiene.
La mutua se excusa en que la ley de protección de datos le impide acceder, por ejemplo, a mi libro de familia. Hacienda sabe que tengo hijos desde hace siete años, ¡Hostia! La propia Seguridad Social está al corriente, que para eso disfrutamos de los correspondientes permisos de maternidad y paternidad en los años 2007 y 2010. Además, cumplo puntual con mis obligaciones fiscales.
Tengo que dar públicamente las gracias a mi empresa que, enterada del asunto, se ha prestado a facilitarme al máximo los trámites y, además, se interesa con frecuencia por mi estado, sanitario y anímico, cosa que los enfermos agradecemos muchísimo.
Me ruegan los de la carta bomba que presente la documentación en diez días y, sin otro particular, aprovechan para saludarme. Ni un miserable «esperamos que al recibo de la presente se encuentre bien de salud». Mi salud es para el sistema lo de menos. Usted y yo somos números, expedientes, bulto. Sé que mi madre, poco dada a las estridencias de su segundo hijo, se echará las manos a la cabeza cuando lea todo esto por si las autoridades me destierran a Fuerteventura, pero no podemos seguir gobernados por normas absurdas y gente incapaz que no nos mira a la cara y nos desprecia como seres humanos. Hoy soy yo; mañana será usted, no lo dude. Que pase el siguiente. Que suene Siniestro Total: Oh, qué raro soy.