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"El amor es algo muy resistente, se necesitan dos personas para acabar con él" José Luis Alvite

Mes: octubre, 2014

122. El colmo del despropósito burrocrático

Hoy, aviso, estoy muy cabreado. Físicamente, la de ayer fue una jornada manifiestamente mejorable: cansancio extremo, falta de apetito, dolor de articulaciones… Por si no fuese suficiente el cuadro clínico, derivado de un tratamiento durísimo en el que llevo un año instalado, viene la burrocracia española y de las JONS y me da una patada en toda la boca del estómago. A ver si soy capaz de resumir sin excitarme hasta el punto de colapsar, que es lo que me pide el cuerpo.

Por fin llegó a mi casa ese caballo del malo que transporta las notificaciones oficiales del Instituto Nacional de la Seguridad Social; al sobre solo le faltaba un sello de lacre y un poco de polvo del desierto; siete días desde la fecha del registro de salida, 20 de octubre, hasta que ayer pude firmar el recibí. ¡Siete días desde A Coruña a Santiago para un asunto urgente! He visto cucarachas más rápidas.

Firma la misiva el subdirector provincial de incapacidad, que así denominado no sé si la competencia de su cargo se refiere a mi incapacidad o a la de la del Ministerio de Empleo y Seguridad Social toda junta, que es mucha. Ellos son los incapaces, y a los hechos me remito.

Me explica el subdirector provincial de incapacidad, de parte del director provincial, que a partir del día 1 de noviembre, «la mutua de accidentes de trabajo y enfermedades profesionales con la que su empresa tiene concertada la protección de la incapacidad temporal le pagará directamente la prestación, por lo que debe presentar una solicitud en dicha mutua». ¿Debo solicitarlo yo, que soy el enfermo, el incapaz? ¿Ellos resuelven mi prórroga de la baja para un máximo de 180 días y si quiero seguir comiendo tengo que pedirlo por escrito? Eso es solo el principio.

El caballo cojo traía también en sus alforjas otro pergamino, este de la mutua de marras. Hice tan mala sangre en Correos que casi me tienen que desfibrilar con la batería de una furgoneta. Resulta que para poder pagar la hipoteca y dar de comer a mis hijos a partir del mes que viene me piden tantos papeles que me dan ganas de acamparles en la puerta con un perro y una flauta. Me ponen por escrito que, tal como me ha adelantado el amo de las incapacidades, será «directamente esta mutua» la que me abone el sustento. Y me advierten de que tengo que ser yo el que presente ante ellos la solicitud de pago directo y la documentación «que a continuación se detalla». ¡Entiéndanse entre ustedes y déjenme con mi cáncer, que ni siquiera han tenido el detalle de preguntar cómo voy de lo mío!

Ahí va el listado de formularios y documentos obligatorios para que en casa podamos comer en noviembre: «Solicitud de pago directo debidamente cumplimentada (modelo que se acompaña). La segunda hoja, certificado de empresa, deberá ser cumplimentada por su empresa». La sede de mi empresa, como todo el mundo sabe, está en Arteixo y la de la mutua en A Coruña. Pero yo tengo que hacer de cartero con cáncer desde Santiago.

Sigue el despropósito: «Fotocopia del DNI (¿Y el chip para qué carallo vale?); comunicación de los datos del IRPF (modelo 145 que se adjunta); nómina o TC2 -ni puta idea- del mes anterior a la baja médica o correspondiente a los tres meses anteriores a la baja médica si se trata de un contrato de trabajo a tiempo parcial o fijo discontinuo; copia certificación bancaria donde conste usted como titular de la cuenta; libro de familia en caso de tener hijos menores a cargo; en caso de contrato a tiempo parcial deberán aportar fotocopia del contrato de trabajo».

¿Satisfechos? Por mi cuenta podría aportar el carné de la biblioteca pública, la licencia de pesca de superficie y el título de socio honorario del Avispados Vespa Club de Ourense. ¿Qué tal un análisis de orina, ya puestos? Y hasta podría conseguir sin mucho esfuerzo el certificado de penales de mi abuelo, que estuvo preso por rojo en el penal de la isla San Simón. Pero no me da la gana, ¿saben? No tengo el coño para ruidos.

Lo único que ha cambiado en este año, y no es poco, es que un astrocitoma anaplásico grado III, un cáncer de cerebro, me ha puesto la zancadilla. Lo demás ha venido por añadidura, pero el sistema se empeña en que le demuestre cada dos por tres que tengo lo que tengo, que pida por escrito que me paguen si quiero cobrar y, en definitiva, que pase por el aro de este ridículo circo de Ángel Cristo que es la normativa laboral española.

Como quien tiene alma no tiene calma, así como leí la carta llamé hecho una fiera a la mutua. Tenía tal sensación en ese momento de ser un inútil, un estorbo y una complicación para España que lloré más de lo que hablé, no me da reparo decirlo. «¿Un año intentando sobrevivir a mi cáncer y me piden que les mande el libro de familia a A Coruña para que mis hijos coman caliente el mes que viene? ¿Se ríen de mí?». La persona que me atendió al teléfono no es la culpable de nada, es otra víctima de un sistema que parece parido por gente inmune. Fue amable, me vio alterado y se puso a mi disposición, incluso me pareció que un poco en mi piel. Pero no me vale lo de que «la cosa funciona así». Pues si la cosa funciona así, también es normal que un tipo con un cáncer de grado III se cague en todo cuando, superadas la radioterapia y la quimioterapia a dosis industriales, la Administración sanitaria intenta someterlo pidiéndole documentos a granel que ya tiene.

La mutua se excusa en que la ley de protección de datos le impide acceder, por ejemplo, a mi libro de familia. Hacienda sabe que tengo hijos desde hace siete años, ¡Hostia! La propia Seguridad Social está al corriente, que para eso disfrutamos de los correspondientes permisos de maternidad y paternidad en los años 2007 y 2010. Además, cumplo puntual con mis obligaciones fiscales.

Tengo que dar públicamente las gracias a mi empresa que, enterada del asunto, se ha prestado a facilitarme al máximo los trámites y, además, se interesa con frecuencia por mi estado, sanitario y anímico, cosa que los enfermos agradecemos muchísimo.

Me ruegan los de la carta bomba que presente la documentación en diez días y, sin otro particular, aprovechan para saludarme. Ni un miserable «esperamos que al recibo de la presente se encuentre bien de salud». Mi salud es para el sistema lo de menos. Usted y yo somos números, expedientes, bulto. Sé que mi madre, poco dada a las estridencias de su segundo hijo, se echará las manos a la cabeza cuando lea todo esto por si las autoridades me destierran a Fuerteventura, pero no podemos seguir gobernados por normas absurdas y gente incapaz que no nos mira a la cara y nos desprecia como seres humanos. Hoy soy yo; mañana será usted, no lo dude. Que pase el siguiente. Que suene Siniestro Total: Oh, qué raro soy.

121. Negra sombra que me asombras

Regreso de Madrid con las baterías en verde y, al mismo tiempo, con una sensación contradictoria que me remuerde. Todo ha ido muy bien: el diálogo en el foro de la Sociedad Española de Oncología Médica, haber abrazado a grandes amigos a los que hace tiempo no veía… incluso la productiva visita a la Appel Store de Sol, de la que salí literalmente renovado. Acompañó el tiempo, dormí en un hotel de seis almohadas -todo un exceso del acomodamiento-, desayuné café con porras, caminé un par de docenas de kilómetros largos, me camuflé en la marabunta de la Ribera de Curtidores el domingo por la mañana… Pero algo me «desacouga» (desasosiega): incluso las actividades agradables que realizo son consecuencia de que tengo cáncer, y eso es así. ¿O qué iba a pintar yo en la capital de España, coño, un fin de semana de otoño?

Se extrañó el sobrino de la tía Claudina en otro viaje a la villa y corte de que no estuviese eufórico cuando un jurado decidió que este espacio que compartimos, yo como productor y vosotros como lectores, fuese considerado la mejor bitácora personal de España en los premios 20Blogs. Y así fue: me puse contento por el reconocimiento, pero sin olvidarme de que me honraban por estar escribiendo sobre una enfermedad grave con la que convivo, no por haber imaginado una novela erótica. El temor al tumor me obliga a contener las emociones, pero creo que no puede ser de otra manera. Eso no quiere decir que viva en estado de acojone permanente, pero sí que tengo muy presente lo que hubo, lo que hay y lo que podría venir; de ahí la prudencia. Como Rosalía de Castro, yo también tengo una negra sombra a la que le puedo cantar:

En todo estás e ti es todo,
pra min i en min mesma moras,
nin me deixarás ti nunca,
sombra que sempre me asombras.

Volando anoche hacia Santiago me asaltó una melancolía tal que acabé escuchando en bucle la versión del Boig per tu de Sau en la que colaboró Luz Casal, una canción que me traslada a aquel 1992 olímpico de las patatas bravas del Alaska, las noches de cine en el Kursaal y las copas del Impacto en Cerdanyola del Vallés, a la felicísima y lejana vida universitaria: mucho más pelo y mucho menos cáncer. No creo que sea cierto que cualquier tiempo pasado haya sido mejor, no es eso, pero desde que tengo lo que tengo revivo todo aquello con tanta intensidad que el otro día me desperté creyendo que estaba en mi cama del G-308 de la Vila Universitària. Solo duró un instante, pero fue tan real que estuve a punto de bajar a desayunar a la cafetería de Ciencies de la Comunicació,

Arranca la última semana de octubre y sigo instalado en ese purgatorio administrativo que es el alta por agotamiento -recordad, de la baja, no del paciente-. He vuelto yo más rápido de Madrid que el mensajero a caballo que trae en sus alforjas las instrucciones del Instituto Nacional de la Seguridad Social sobre mi situación laboral.

Un poco trastornado aún por el cambio de hora, voy con el lunes. Esta tarde presentaré el libro en la nueva sede de la Asociación de Dano Cerebral Sarela. Será a las siete. No puede haber mejor foro: después del ictus y los traumatismos, los tumores cerebrales son una de las causas más habituales del daño cerebral adquirido. Seguro que los usuarios de Sarela tienen más que enseñarme que yo a ellos.

Me despido de momento con SAU, loco por ti, boig per tu. Nos vemos por ahí.

120. Intervención en los Diálogos SEOM

Todos los que quieran ver en directo la mesa sobre información en cáncer, redes sociales, Twitter, Facebook y Blog -en la que participo desde Madrid, invitado por la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM)- pueden pinchar aquí a partir de las 13:00 http://www.seom.org/es/noticias/104889-siga-en-directo-los-dialogos-seom-hablamos-de-cancer-entre-oncologos-pacientes-y-periodistas

Comparto mesa con el oncólogo Martín Lázaro (@mlazqui) y el periodista Javier Granda (@Xavi_Granda)

NOTA: ESTE POST ES DEL VIERNES 24 DE OCTUBRE. SI se pulsa en el enlace después de esta fecha sale la grabación a toda la jornada. La charla en la que yo participé arranca en la hora 2, minuto 19, segundo 55.

119. Nos vemos en Madrid

Un día, el pueblo se levantará contra los precios de las cafeterías de los aeropuertos. Como todavía no aflora el Espartaco de la hostelería popular que llevo dentro, aquí estoy, pagando cuatro euros por un café con leche corriente y una cosita de mojar, tamaño infantil, en la terminal compostelana de Lavacolla, esperando que den las cinco. Un clavo, vaya.

Me encanta llegar a los embarques con mucho tiempo. Observo a la gente, las maniobras de los aviones… Ya de pequeños mis pades nos llevaban los domingos de lluvia a Peinador, el aeropuerto de Vigo, y de paso que hacías el indio a cubierto fantaseabas con los destinos de los pasajeros, sabedor de que tu vuelo de regreso en un Renault 6 color crema tomaría tierra, inevitablemente, en el domicilio familiar de A Salgueira con el comandante Pepe Mirás a los mandos. Mis domingos lluvisosos de la infancia se dividían entre Peinador y Cabo Estai sin salir del coche; todo un ejercicio de convivencia familiar y bocadillos de pan de ayer que, a menudo, acababa a hostias con mi hermano; nada serio.

Ya era mayor de edad cuando me subí por primera vez a un avión. Me desfloraron en el mundo de la aviación comercial con un VGO-BCN de Aviaco, justo en aquel momento en el que el precio de los billetes tomó tierra y los pobres pudimos volar fuera de los sueños o de las drogas; a cambio nos siguen clavando en la cafetería como si el café lo trajera Juan Valdés en bicicleta.

Hoy me voy a Madrid, invitado por la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM). Tropecientos oncólogos y un par de pacientes -lo del par es literal- hablando sobre lo nuestro, que es también lo suyo, que es lo de todos. Mañana participaré en un diálogo abierto al público -hasta completar aforo- en la sala Florencia del hotel NH Eurobuilding. Compartiré mesa y seguro que muchos puntos de vista, a eso de la una, con Javier Granda, compañero blogger y periodista, y con el oncólogo vigués Martín Lázaro. El diálogo se titula «Información en cáncer: redes sociales, twitter, facebook, blogs». Estaba claro que me podían nominar: le pego al twitter, al facebook, al blog y además, puñeteros… ¡tengo cáncer! Agradezco la invitación, de verdad. Además de la noche de hotel cortesía de la organización -una noche, que está la cosa muy achuchada- el viernes y el sábado asaltaré el sofá de buenos amigos emigrados y viviré Madrid en la medida de mis posibilidades físicas, que tampoco son demasiadas. No me dará tiempo a ver a todos los que merecen ser vistos, pero procuraré repartirme. Voy vacunado contra la gripe y el neumococo, me dejaré sobar.

Sabed que para viajar a Madrid he tenido que comunicar mi desplazamiento a las autoridades sanitarias, que esto del «alta por agotamiento» es un tercer grado sanitario que manda carallo. De momento sigo en tierra de nadie, con la prórroga de la baja aceptada vía SMS por el Instituto Nacional de la Seguridad Social pero sin recibir todavía, por correo ordinario -o mensajero a caballo, o paloma, o diligencia- la notificación oficial. Y digo yo: ya que voy a Madrid podían enviar al del caballo a Barajas y ahorrarse varias noches de posada y los correspondientes repostajes de alfalfa. Es una idea, que no diga Montoro que no miro por España .

El caso es que antes de venirme al aeropuerto me pasé por el ambulatorio -me niego a utilizar centro de salud, con la potencia que tiene la palabra ambulatorio- y puse al corriente de mi viaje a mi médico de familia. «Con la prórroga aprobada por el INSS, yo ya no pinto nada, pero tomo nota», me respondió muy amable. Que vean que soy, como decimos en Galicia, «guiadiño» -bien mandado-.

Con la megafonía del aeropuerto internacional de Lavacolla sobre mi cabeza agaujereada, me asalta una duda: ¿Por qué carallo Ryanair se pronuncia «raianeeer» en inglés y castellano y «rianer», así, a la brava, en gallego? ¡Castromil se dice igual en todos los idiomas!

Pues que me voy a la villa y corte hasta el domingo. Sed felices y aprovechad para amaros los unos sobre los otros, que enseguida me tenéis de vuelta dando la tabarra. Voy a repetir banda sonora, «Carteiro em bicicleta», de mi querido Joao Afonso, dedicado a todos esos funcionarios de la Seguridad Social que siguen transmitiendo buenas y malas nuevas a través de sistemas rudimentarios con la humanidad a punto de acampar en Marte.

118. Bienvenidos al siglo pasado: noticias de la Seguridad Social ¡Por SMS!

¡Albricias! ¡Que repiquen las campanas! El Instituto Nacional de la Seguridad Social (INSS) acaba de ponerse en contacto conmigo, tachán… ¡enviándome un SMS! Casi lloro de la emoción. La comisión del Santo Oficio que tenía la misión de resolver esta absurda situacion de «alta por agotamiento» en la que viví instalado las dos últimas semanas ha puesto el huevo y, en un derroche de modernidad, la decisión me ha sido comunicada con un mensaje al móvil que dice lo siguiente (transcribo tal cual, todo en mayúsculas y sin acentos, que debe de ser que se pagan aparte): EL INSS INFORMA: SE HA CONCEDIDO LA PRORROGA DE INCAPACIDAD TEMPORAL. PROXIMAMENTE RECIBIRA LA NOTIFICACION. Me ha emocionado tanto el aterrizaje de la Seguridad Social en el siglo XX -los SMS son ya del siglo pasado- que tampoco me voy a poner estupendo con esos acentos con los que penalizo a mis alumnos de Periodismo con -0,25. Cualquier usuario de la telefonía móvil y de las redes sociales sabe que la escritura en mayúscula se interpreta como un grito. Así que concluyo que la Seguridad Social me grita que me ha concedido una prórroga porque ya estoy muy pesado yo con esto del cáncer y mira, mejor que me cure todo junto que andar sanándome por parroquias. ¿Habrá tanda de penaltis también? A esa seguro que me convocan por Whatsapp.

Supongo que en la notificación que me traerá el cartero, colega de Vespa, me explicarán cómo va la cosa ahora, si ya estoy de baja para seis meses de un tirón o tengo que seguir visitando los miércoles al doctor Blanco para que me entregue el formulario correspondiente. Por cierto, que tengo una deuda literaria pendiente con mi médico de familia, que en una de las últimas visitas me recetó la lectura de La muerte le sienta bien a Villalobos, obra de Francisco José Alcántara. El premio Nadal de 1954 es «la paradoja de cómo un fallecimiento saca del entumecimiento a una población rural de la España franquista, de cómo la muerte trae la vida al pueblo». Como podéis apreciar, mi médico tira con bala.

Un extraño verano de otoño ha venido a Galicia para quedarse esta semana. Eso me permite respirar al aire libre, dar largos paseos… Ayer por la tarde me fui de maniobras con mi Vespa 150 Sprint de 1966 y completé varios kilómetros del Camino de Santiago al revés, un ejercicio que me carga las baterías. No me importó la mezcla de abonos que se respiraba por San Marcos; el purín es la caca de la vida.

Reitero las gracias a la organización del Festival Social Media de Galicia MexilOnseTuits 2014, que me entregó por sorpresa el sábado pasado en Cangas de Morrazo su más alta distinción. «Papá, tu premio es un mejillón con alas, los mejillones no tienen alas ¿están locos o qué»», apuntó mi hijo, ajeno todavía al significado de fusionar el pajarito de Twitter con el bivalvo patrio en una bonita pieza de esmalte, obra de Octavio Cerviño.

Vengo feliz del fin de semana en O Morrazo, donde me sentí tan bien tratado que me hubiera quedado a vivir. La presentación de El mejor peor momento de mi vida en el centro social del mar de Bueu, organizado por el librero y ya amigo Fernando Miranda, fue otro de esos baños de humanidad difíciles de olvidar. Esta enfermedad es una putada, pero también es cierto que me está mostrando lo mejor del género humano. Sí, a qué precio, es cierto, pero qué bien me sigue haciendo la fisioterapia de los abrazos. El viernes me esperan en Madrid para participar en la reunión anual de la Sociedad Española de Oncología Médica, todo un honor para mí; no pienso fallar. Y ustedes, doctores, no me fallen tampoco, que me va la vida en ello.

Recupero, como agradecimiento a la gente de Cangas y Bueu, el reportaje que le dediqué hace cuatro años a los veraneos de Julio Iglesias, un texto que incluye testimonios con seseo y gheada, como es debido. Y me voy de maniobras vespaciales otra vez, a ver si me cruzo con el cartero que trae en su bolsa el salvoconducto de la Seguridad Social. Y esta tarde nos vemos, a las 19.30, en el Espazo Lector Nobel de Pontevedra. Solo por escuchar a mi amigo y compañero Serxio González deberíais hacer el esfuerzo y venir. Ahí va el reportaje de hace cuatro veranos, un canto a Galicia, hey!

La cocina de O Pote ya no cuece para Julio Iglesias

El local donde el cantante probó sus primeras nécoras fue después una tienda de deportes y ahora está en obras

Nacho Mirás. La Voz de Galicia, 20 de agosto de 2010

Cuando Rosario de la Cueva llegaba a Cangas, hasta el mar se paraba. «Era como se viniese Gilda, con aquellas pamelas… ¡Qué mujer!». Así recuerda a la madre de Julio Iglesias Moisés Loeda, visiño do Morraso. Cualquiera que lleve en Cangas más de medio siglo tiene algo que contar de los veraneos de una familia que no pasaba desapercibida. A papuchi lo veían poco. «Él venía, dejaba aquí a la mujer y a los niños y se largaba a Portonovo», cuentan. El propio cantante recordaba no hace tanto en estas mismas páginas un lugar que, para su familia, era una especie de templo, el bar O Pote, donde Iglesias degustó sus primeras nécoras.

¿Y qué fue de O Pote? Pues, como todo lo bueno, se acabó. Ubicado en la avenida de Bueu, y con entrada también por Méndez Núñez, el bar que regentaba Juan Bermúdez Bamio fue un clásico gastronómico. El local está ahora en obras y, antes de la reforma, fue una tienda de deportes. Pero todo el mundo se acuerda de O Pote en Cangas y todo el mundo lo relaciona con Julio Iglesias y con su familia. Tenía el comedor en un edificio y la cocina en el contiguo, justo en la planta baja del inmueble que hoy ocupa otro negocio. «Tampoco creas que era un local de categoría -explica Jesús Fernández Soliño-, cocinaban bien, tenían cosa fresca y ganaron fama y buenos clientes».

La casa de Lola Barreiro está enfrente del antiguo O Pote, por la parte de Méndez Núñez. Moisés cuenta que, hasta que Juan Bermúdez se pasó a la cocina industrial, las mariscadas del bar se cocían sobre una trepia -soporte de hierro de tres pies- que se coloca sobre el fuego-.

Moisés saca pecho por encontrar la oportunidad de contar, en plena calle, cómo un día le partió la cara al hombre -entonces niño- que llegaría a vender casi trescientos millones de discos: «Él estaba en una barca de ir a los pulpos que era de un tío mío. Estando en seco, el chaval se puso a saltar en el fondo y yo le dije que saliese, porque podía desfondarla. Y como no me hacía caso, le di un sopapo. ¡Le di un sopapo a Julio Iglesias! Entonces él saltó de la lancha, se le enganchó el pantalón en el toletebdonde se mete el remo e hizo del pantalón una falda. ¡Setesaias! -sietefaldas-, le llamábamos».

La playa de Rodeira no era el hormiguero de ahora. Por eso los paseos de Gilda y de sus hijos Carlos y Julio, la jet-set de Cangas, daban tanto juego. «Eu vivía onde está o Eroski -cuenta Lola- e eles, frente. Os nenos paresían xemelgos, pero Julito era un escachado, nunca levaba un tirante ben posto». Moisés y Lola recuerdan la selecta clientela de O Pote: «Había un cura que lle chamaban don Perpetuo; o irmán, don Salvador; nesa palmera fasíanse festas con jaiteiros… ¡Cada baile!». Tanto paladean el recuerdo que a uno le parece estar leyendo a Bernardino Graña mientras las nécoras hierven sobre la trepia para darle gusto, ¡hey!… a Julito el escachado.

117. Más inmune que ayer

Resulta que hoy soy más inmune que ayer, pero menos que mañana, recién vacunado como estoy contra la gripe y el neumococo, enemigos íntimos que no dudarían en hacer una escabechina en un inmunodeprimido calvo como yo si se les presentase la ocasión. De ahí la prisa por resolver, que unos mocos contagiados pueden dar con mis huesos en urgencias.

La de la gripe me la metieron por el flanco izquierdo y la del neumococo por el derecho, así que me imagino mis adentros como una rotonda en la que confluyen virus castrados y mansitos que no se ponen de acuerdo en quién carallo tiene la preferencia. Ahora ya solo queda que me repitan la resonancia magnética 3T que salió rana -por sobrecalentamiento del aparato- y que el tribunal del santo oficio sanitario resuelva si mi «alta por agotamiento» deriva en prórroga de seis meses o en «incorpórse usted al mundo productivo, majadero, que ya está bien de gastar». No he vuelto a saber nada ni de unos ni de otros. ¡Piticlín, piticlín! ¿Hay alguien en casa, McFly???

Es posible que las vacunas me provoquen febrícula, nada que no resuelva un lingotazo de paracetamol. Pero están los ánimos sanitarios tan alterados que si me da la fiebre la semana que viene en el avión, rumbo al congreso de la Sociedad Española de Oncología Médica en Madrid, lo mismo me aislan:
-Cuidado con «ejte», que tiene febrícula.
-¿Viene de África?
-De Galicia, pero para el caso…
-Fórramelo de film de cocina, que con los gallegos nunca se sabe si la fiebre les sube o les baja.

«Ejque» está el gallinero de la salud pública alborotado de carallo, hay que entenderlo; toda precaución es poca.

Bromas aparte, hay que ver qué chute de energía traigo de A Coruña, donde ayer presenté, con la impagable colaboración de mi compañero y amigo Luis Pousa, El Mejor Peor Momento de mi Vida. Volvimos a llenar, y van cinco veces. Siempre que hago recuento me acuerdo del abuelo de Gila, ese al que enterraron tres veces porque tenía tantos amigos que el público reclamaba: «¡Otra, otra, otra!». Luis dijo que lo que a él le gustaría en realidad es presentar mi primera novela erótica, pero la vida no nos dejó elegir el argumento. Amigo Pousa, non me toques naquela cousa… Estarás conmigo en que algo de erotismo también hay en esos camisones con lacito que te dejan el culo al aire en el hospital, en ese catálogo Victoria’s Secret de la Seguridad Social.

Continúo la gira otoño 2014 mañana sábado en «O Morraso». Primero, como invitado al MexilOnseTuits, festival social media de Galicia que llega a su tercera edición en el auditorio de Cangas. Y a las ocho me dejaré caer por el Centro Social do Mar de Bueu con mi hijo de papel debajo del brazo, una iniciativa que es fruto de la inquietud del librero y ya amigo Fernando Miranda. Dice el pronóstico meteorológico que el fin de semana viene bueno, así que O Morraso es el plan perfecto. Y como llevo las vacunas de serie, viajo mucho más tranquilo. Se vou a Bueu nun bou, vou; e se non vou nun bou… tamén vou.

El acto de ayer en A Coruña lo organizó el librero Manuel Arenas, otro de esos tipos que responde perfectamente a mi frase de cabecera de Fernando Pessoa: «Quem tem alma não tem calma». Fundador y presidente de la Asociación de Amigos del Museo Histórico Militar de A Coruña, con Arenas compartí hace tres años, cuando estaba sano y en orden de marcha, una recreación del desembarco de Normandía. Y hoy la recupero porque en el monte coruñés de San Pedro, convertido en Omaha Beach, conseguimos derrotar al invasor nazi en una batalla salvaje como la que ahora mismo se libra, a nivel celular, en mis sótanos. Ya rescaté la crónica para el blog en junio, pero me apetece ponerme el casco de nuevo y empotrarme en la piel del reportero de guerra Ernest Pyle para la liberación de Europa. Y se lo quiero dedicar especialmente a Elena López, que es público fiel y agradecido. Y para Belén, su hija, y Estela, almas ambas del Tosta e Tostiña de Santiago, donde ha instalado mi cuartel general. Por cierto que todavía no sé quién es Tosta y quién Tostiña. En semejante base de operaciones y con semejante intendencia, en cualquier caso, la guerra está ganada. Ahí va. Recomiendo pinchar primero aquí, en la banda sonora, y después leer el relato con la banda sonora de fondo, que pone mucho más.

https://m.youtube.com/watch?v=g43Q0KuLAm0

Normandía, día D, Hora H
La Voz de Galicia, 8 de agosto de 2011

Nacho Mirás
Pocos podemos presumir de haber ido al desembarco de Normandía en autobús. Y si no se lo cuento, reviento. Día D. Por una extraña circunstancia espacio temporal que no tengo tiempo de contarles, y gracias a la mediación de la asociación The Royal Green Jackets de A Coruña, me convierto en el reportero de guerra Ernest Pyle (Dana, Estados Unidos, 1900) y me empotro en la fuerza internacional que tiene como misión, un domingo, a la hora de la merienda, liberar Europa del yugo nazi.

«No nos disfrazamos, nos caracterizamos, somos recreadores», dice Antonio Osende, lugarteniente de Manuel Arenas en el mando de los Royal Green Jackets. Así que, debidamente compaginado, soy Ernest Pyle de pies a cabeza. Llevo al cuello mi cámara Argus made in USA de 1939. Uniforme de infantería. Casco. Botas. No pienso morir en esta guerra, solo contarla, pero pongo, como los demás, mi vida en las manos infinitas de Dios. Soy un reportero de guerra, un empotrado.

Seis de junio de 1944. Hoy va a pasar algo gordo, un hecho que cambiará el mundo. El mando me supervisa y se asegura de que no hay nada en mi atuendo que se haya fabricado en el siglo XXI. Me destinan a la torreta de un M-8, un blindado de la Segunda Guerra Mundial. Y es subirte en la torreta, a los mandos del cañón, y te asaltan unas ganas inexplicables de liberar París. Tranquilidad, en este año de 1944 me darán el Pulitzer.

Atardece en el monte coruñés de San Pedro. A lo que estamos: amanece en la costa de Normandía. Antes del desembarco propiamente dicho hay preparada otra recreación: la toma del Nido del Águila en los Álpes Bávaros. No queda a mano, pero el monte de San Pedro, con sus baterías auditando el Atlántico, puede ser lo que uno quiera que sea. La toma del Nido del Águila es un paseo. Hay tiros, humo, bajas, rugen las entrañas de los blindados. Los muchachos se entregan a la misión y le arrancan la victoria al enemigo, que claudica. Llevamos cuatro Jeeps, un Dodge, tres motos alemanas con sidecar, el M-8 y un semioruga. Parque móvil suficiente para recuperar Europa.

Y ya nos vamos a Normandía. Los alemanes ni se imaginan la que se les viene encima. El Atlántico está sereno y se presenta ante la vista como una paellera abisal. El general alemán, que es alemán, ve pobres las defensas y pide que se refuercen. No las tiene todas consigo. Los centinelas patrullan. Nada hace prever un ataque masivo y brutal salido de las entrañas mismas del océano Atlántico. Una sirena, un disparo. Ya están aquí. Desde Illinois, desde Arkansas, desde Kentucky… los muchachos suben la colina para liberar el continente. Veo a Smith, a Tylor, veo a Harris dejándose el aliento para liberar a Europa. La reconquista no ha hecho más que empezar. Sus madres estarían orgullosas.

Valor y emoción
Los aliados escalan la costa de Normandía como jabatos con piolet. El enemigo abre fuego sin contemplaciones. Al frente tienen ya un cañón 38,1 que defiende la costa, un artefacto capaz de hacer blanco a 38 kilómetros de distancia. Como suele ocurrir en las guerras, el general enemigo es el primero en ponerse a cubierto.
«¡Granadeeeeen!», grita un soldado de Hannover justo antes de que una detonación sorda deje a un par de alemanas viudas, su mujer incluida. Los muchachos avanzan y se produce el inevitable cuerpo a cuerpo, la lucha desesperada. O tú o yo. Y serás tú. Los aliados dinamitan la defensa y ya, por fin, celebran la victoria.
Los generales Patton y Leclerc aparecen en un Cadillac del 41 y pasan revista a las tropas y las bendicen por la acción. Y se acaba así una recreación tan auténtica que durante algo más de una hora uno se olvida de que el mundo del año 2011 ya es otro, aunque las guerras sean parecidas.
El presidente de los Royal Green Jackets, Manuel Arenas, destaca la labor de difusión histórico-cultural que realiza esta entidad. «Nuestra idea -dice- es difundir las épocas, medieval, templaria, napoleónica, la Segunda Guerra Mundial y toda la historia de Galicia y España».
Además, aprovechando la recreación de ayer se rodaron secuencias para un documental que se está haciendo sobre Cariño López, que bien podría ser el soldado Ryan gallego.

116. Desde el limbo burrocrático del «alta por agotamiento»

Sigo instalado en este purgatorio burrocrático que es el estado de «alta por agotamiento». Agotamiento de la baja, no del paciente. No puedo ir todavía a trabajar, pero tampoco estoy de baja hasta que la comisión médica que estudia mi caso dictamine si me prorroga seis meses la parada técnica o resuelve por decreto que ya soy apto para el servicio. De lo que me voy a librar por primera vez en 53 semanas es de ir al ambulatorio a buscar el parte. ¡A ver si en el mostrador me van a echar de menos, se ponen en lo peor y buscan mi esquela en el periódico! Tranquilos, alta por agotamiento.

Para ir abreviando, al tribunal de las blancas togas le propongo que, cuando resuelva, me llame por teléfono así, a lo loco, en confianza. Porque entre que ponen el huevo, cursan la notificación, la envían por correo y la recibo -no suelo estar en casa cuando el cartero aporrea el telefonillo- los plazos se dilatan; ¡A la Administración electrónica solo le falta mandar mensajeros a caballo, carallo!

Sin noticias del hospital. Tengo que completar la prueba aquella que dejé a medias el viernes día 3, cuando la resonancia magnética 3T del Clínico se indigestó de mí, eructó fuerte y tuvieron que vomitarme a mano. No llama nadie. No sé nada. Soy todo oídos. ¿Hay alguien ahí?

Tampoco tengo muy claro cómo es el protocolo de las vacunas. El oncólogo me dijo que me meterán la de la gripe y la del neumococo, pero tampoco sé si me van a convocar por teléfono o a través de un anuncio en el periódico. A veces me siento como una fabada sanitaria a medio cocinar.

Por si queda alguien que no sabe de lo mío, el jueves 16 estaré a partir de las ocho de la tarde en la librería Arenas de A Coruña para presentar El Mejor Peor Momento de mi Vida. Ediciones Paidós-Grupo Planeta ha tenido que arrancar la máquina que fabrica los libros por segunda vez, y digo yo que eso no debe de ser muy malo para el sector. Para el medio ambiente, si acaso. Estoy muy agradecido a todos los que encuentran en mi testimonio oncológico una razón para gastarse dieciséis euros; es una responsabilidad por mi parte cumplir expectativas.

#ElMejorPeorMomentoTour sigue el sábado, 18, en la librería Miranda de Bueu. Y después, el 21, en Nobel de Pontevedra. Ya voy por el segundo cartucho en la pluma de firmar ejemplares que me regaló mi hermano. Es una sensación rara esa de emborronar la página en blanco de un libro que no has comprado tú y que el dueño, encima, te dé las gracias y un achuchón.

La semana que viene cruzo el telón de grelos y «bajo» a Madrid, como dicen los nativos. Me invita la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM) a participar en sus diálogos entre oncólogos, pacientes y periodistas. Así que entre el jueves 23 y el domingo 26 estaré disponible para madrilear y atracar cualquier bar o mueble bar que merezca la pena ser asaltado. Ya estoy ensayando la pronunciación del «ejque» y la bordo.

Despachada la agenda, decir únicamente que no he vuelto a tener más sustos como el del otro día. Alguien me ha comentado que la sensación que me llevó a Urgencias, con sofocos y todo, es similar a la que sienten las mujeres cuando llega la menopausia. ¡Y mira que todavía no estoy en la edad!

A la espera de que nos arrase una ciclogénesis que asoma por el Atlántico, creo que me voy regalar aire libre para el resto de la jornada: bici, moto… el lote completo. Aprovecharé sobre todo la mañana, que después de comer se me siguen acantinflando las piernas para recordarme en qué liga juego.

Gracias a la enfermedad -qué ironía- y a las redes sociales sigo recuperando amigos que he ido salpicando por el mundo a lo largo de estos 43 años de recorrido. El último en aparecerse a través del Facebook ha sido Jonathan Rodríguez, un costarricense con el que compartí piso en Cerdanyola del Vallés en los primeros años de estudiante en la Universitat Autònoma de Barcelona. Después de 23 años sin saber uno del otro, lamento haberle puesto al día a la brava, yo en Santiago y el en San José, pero en casi un cuarto de siglo distanciados entraba dentro de lo posible que la vida te vaya regular, incluso que ni te vaya; benditas redes sociales que me han amortiguado en la caída libre hacia los sótanos de la existencia.

Sigo llevando de pena -asumo la responsabilidad- que se tutele mi autonomía, aunque no haya mala intención y sea desde el cariño. Con cinco especialistas, el médico de familia y el de la Mutua como agentes de la condicional tengo más que suficiente. Hace un año que vivo en libertad vigilada, por eso prefiero que me dejen hacer, pensar, decidir y, si se da el caso, equivocarme; la rima entre aconsejar y controlar es consonante y, además, inflamable.

Lo mejor que se puede hacer con un tipo como yo es dejarme ir. Tengo tocada la susceptibilidad y, aunque juro que hago esfuerzos, puedo saltar como un resorte si se me toca según qué tecla; para evitar accidentes basta con leer las instrucciones de uso. Otros enfermos de larga duración me han trasladado esta sensación de alerta ante las invasiones, que no es más que el producto de tanto tiempo paseando con correa.

Las 11.30 ya: a «apatrullar» Compostela. Como decía Michael Conrad en la comisaría de Hill Street: «¡Tengan cuidado ahí fuera!».

115. Estado de psicosis y ataques de estupidez

Un mareo con sofoco y palpitaciones me llevó ayer a urgencias. No quería ir, que en ningún momento me sentí morir y sé bien que urgencias es un cajero automático de enfermedades donde es muy posible que salgas con más mierdas de las que entras. En la hora escasa que permanecí en el departamento de emergencias del Clínico de Santiago -lo de llevar puesta la etiqueta de paciente oncológico e inmunodeprimido te ahorra muchas esperas, para mi desgracia- me di cuenta de hasta qué punto la psicosis del ébola nos está salpicando a todos.

Ya me extrañó ver las ventanillas de admisión completamente cerradas, como las cristaleras blindadas de los bancos tras las que los empleados se parapetan de los clientes y de los atracadores. Yo no iba ayer con la intención de asaltar urgencias, pero hasta tres veces tuve que pronunciar mi primer apellido a través del penoso telefonillo para que me encontrasen en el ordenador.

No me hizo falta más que echar un vistazo para darme cuenta de que en urgencias todo el mundo está prevenido contra la peste negra del siglo XXI. Carteles de advertencia, contenedores a la vista con trajes de protección… No dudo yo de que haya motivos para la prudencia, pero es tal la psicosis que hasta acojona levantarse de la cama por si el cacao que viene de África también está contaminado. En el cole de mis hijos, los niños hacían aspavientos ayer en ante la presencia de unos mosquitos de patas largas que invadían el patio: «¡No los toquéis, que tienen ébola!». Los chavales nos copian hasta en nuestras paranoias.

Un electro, reconocimiento general, pulso, termómetro, tensión… En urgencias me vine arriba yo solo sin gastarle un euro al Servizo Galego de Saúde. Falta de sueño, nervios, ansiedad de descarga por todo lo vivido y lo aguantado… la cosa se quedó en un susto de fogueo que confío en que no se repita. Pero confieso que me acojoné en el aparcamiento de un supermercado, cuando me sentí raro y se me dio por pensar que si jamacucaba de nuevo, la que se montaría para localizarme. Por eso avisé a los cercanos, por si me daba. Pero no me dio. La verdad es que llevo todo un año sin que me dé nada que pueda llevarle la contraria a las pruebas que me han venido haciendo. Pero he recibido un tratamiento físico y químico de elefante siendo yo un piojo y claro, el que las hace las paga. Tiene sentido el bajón, tal como confirmaron los sanitarios de guardia. Allá los dejé, expuestos a las fiebres de otros.

La visita a urgencias, inducida y por tranquilizar, me dejó el mal cuerpo del recuerdo de hace un año, cuando ingresé en ambulancia con el culo al aire y salí con un carné de socio vitalicio del Oncología Médica Fútbol Club; un momento horroroso que ayer reviví sin querer.

A fulanos espantosos como el consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid quería ver yo metiendo la mano en un cubo de la basura lleno de vómito caliente para rescatar la dentadura postiza de una mujer con la que ayer compartí silla en la sala de espera. El trabajador de pijama amarillo y guantes azules no lo dudó y atrapó la prótesis mientras yo sostenía el caldero sin asco y todos tratábamos de tranquilizar a la paciente. La inmensa mayoría de la gente de la sanidad pública es así: primero piensan en nostros y actúan y luego, si acaso, ya mirarán por ellos. Pero este fulano de pelo blanco que se sienta en una poltrona pública de la capital del reino echa la lengua a pastar y carga contra las supuestas negligencias de gente que no dudaría en rescatarlo a él mismo de un cubo de la basura si su vida y su estupidez corrieran peligro.

Ojalá no quede más, de todo esto del ébola, que una sobreproducción de trajes de astronauta que tienen las mangas cortas y un susto colectivo que nos hizo reflexionar sobre lo vulnerables que somos a las enfermedades y a la idiotez. Aprendemos a hostias, con lo fácil que sería hacerlo a abrazos. Hoy estoy en perfecto orden de marcha. Ayuda ver sobre la capital de Galicia la boina azul del cielo infinito que ayer era gris marengo. Por cierto, tengo respuesta a la pregunta que se hace media España sobre los problemas de talla de los trajes de aislamiento: tienen las mangas cortas porque los diseña el mismo sastre que hace los camisones con lacitos que te dejan el trasero expuesto. Voy a respirar aire, antes de que venga un iluminado y me lo contamine con unas declaraciones.

114. Evaluando mi incapacidad (y venga de burrocracia)

Pues hoy, que otoña que da asco en Mordor de Compostela, voy a dedicarle este post a Julio Fraga, lector de estas aventuras sanitarias que me acaba de parar en plena avenida da Coruña. Es la primera vez que nos vemos, pero alguien que te saluda por la calle porque te conoce solo de leerte bien merece unas líneas.
-¿Nacho Mirás?
-¡Por delante y por detrás!
Es la versión rabuda del hola don Pepito, hola don José con el que se saludaban ante los niños de España Miliki y Fofó, los payasos de la familia Aragón. Qué sano es saludarse y que poco lo hacemos, carallo, caminando con un ojo mirando al frente y el otro al Whatsapp.

Después de tocar podio el lunes, la carrera sigue. Todavía no tengo fecha para las vacunas ni para una prueba que hay que completar. Neumococo y gripe, en lote. Con semejante carga de inmunidad, Superman a mi lado va a ser sor Citroën.

Ayer me tocó comparecer ante el Equipo de Evaluación de Incapacidades (temendo nombre que se abrevia en las siglas EVI) de la Seguridad Social. Ya sabéis, ese departamento de la burrocracia española que te pregunta cosas que ya sabe y te pide informes que ya tiene. Pero voy a romper una lanza por los funcionarios que también sufren el corsé de uralita de un sistema que tortura al enfermo y le arranca las postillas cuando todavía ni están secas. Me consuela que siempre haya personas por encima del sistema. Y salí encantado de la entrevista con la inspectora Gloria Rodríguez, que me escuchó con atención, humanizó mi comparecencia y fue todo amabilidad con bata blanca. Le di la mano por educación, pero a punto estuve de plantarle dos besos.

Se trataba, una vez consumido el año de baja, de evaluar la posibilidad de una prórroga de seis meses. La cosa va así: la inspectora redacta un informe y, ¡viva la burrocracia que alimenta a tantas familias!, lo envía a una comisión que es la que tiene que determinar si vuelvo a ser productivo porque lo dicen ellos o me perdonan un poquito para acabar de curarme y no tener que andar por ahí, vomitando en los pasillos. Me imagino a los de la comisión vestidos con togas blancas y fonendoscopio al cuello, como una especie de tribunal del Santo Oficio o del juicio final.
El fallo les lleva su tiempo, claro, que entre los que estamos enfermos de verdad y los que se toman la baja para ir a la vendimia, si se descuidan en este país no aprieta un tornillo ni Dios.

Mientras sus señorías sanitarias se miran mi caso, sigo de baja, pero en tierra de nadie. Habrá que vigilar la cuenta, no vaya a ser que con tanto papeleo y tanto proceso sumarísimo se olviden de ingresarme la nómina, pensión o como se llamen los cuartos que alimentan a mis hijos y tengamos un problema de inanición por empacho de burocracia. Porque raramente la Administración peca de exceso y, sin embargo, lo del defecto le va en el nombre y en el organigrama, sobre todo a la hora de pagar.

Creíais que, con todo lo que acabo de contar, este miércoles ya no tendría que ir al ambulatorio y a pasear la baja como si fuera un perrito pequinés en un sobre ¿no? Error. Hoy también tengo que ir, pero a buscar el «alta por agotamiento», según me explicaron ayer en la Seguridad Social. El agotamiento bien podría ser mío pero, en realidad, se refieren a la extinción del plazo máximo de la incapacidad en la que vivo instalado. Llevaré pues el papel a la empresa y a la universidad y, aún así, seguiré de baja. No es el raciocinio lo que nos diferencia de los animales, sino la burocracia y, si acaso, el uso del papel higiénico.

Me encuentro razonablemente bien, aunque me sigue atacando a traición el cansancio derivado del tratamiento acumulado. Y sin haberlo intentado… ¡Me ha salido un pareado! Muchos me preguntáis cómo he celebrado o cómo voy a celebrar los resultados que me dieron el lunes. La normalidad, mirad, es la mejor celebración. No soy dado a grandes excesos, así que pienso únicamente en lo que tiene que ser una semana entera sin ir a una consulta, a una farmacia, a un centro de salud… Eso aún no ha ocurrido, así que la alegría es discreta. Y tengo muy presente que esto es libertad condicional, porque Casiano fénix podría renacer en cualquier momento de sus cenizas radiactivas, dar una patada en la puerta y acoliflorarme el cerebro para que se me bajen los humos de campeón. Planes semestrales, como mucho, y vivir al día.

Más pronto que tarde, confío, dejaré de contar tanto mi vida y volveré a narrar las historias de los demás, que para eso me licencié en esa ciencia de recrear la realidad que es el periodismo. Y volveré a clase cual Fray Luis de León para arrancar la primera sesión con discípulos nuevos, como si fueran los antiguos, a la voz de «Decíamos ayer…».

Gracias por las gracias que me dais y por toda esa energía que me ayuda a levantarme mucho más que la que me vende Fenosa, con el kilovatio a precio de camarón de la ría. Señores de la comisión del juicio final: no creo que me haga falta un prórroga de seis meses; yo soy el primer interesado en volver a producir. Pero concédanme un poquito de oxígeno todavía, que tengo que supervitaminarme y mineralizarme.

https://m.youtube.com/watch?v=6L6SP7g4Ny0

113. Premio de la montaña. Va por ustedes

El cáncer me concede una prórroga y vosotros ¿queréis acabar con mi hígado? En el fondo va a ser que sois unos viciosos y que me queréis utilizar como excusa para regar vuestras entrañas. Que me parece bien, pero ni lanzando un crowdfunding sacaría pasta para pagar la cantidad de celebraciones a las que me veo obligado. Me valen perfectamente un brindis con agua del grifo, un irrintzi, un aturuxo o un corte de mangas al sol.

A ver quién le dice a mi madre que los buenos resultados de las pruebas de las que pendía mi fecha de consumo preferente no tienen que ver con la intercesión de San Roquiño y de las pulgas de su perro; que no fueron los rezos de las carmelitas vedrunas de Vitoria, con la tía Sole a la batuta, los que aplacaron las ansias de aniquilación de mi astrocitoma anaplásico; que la cabeza de cera que recibió, en mi nombre, la incorrupta Santa Minia de Brión de parte de su tocaya y amiga Minia García, no tuvo nada que ver. La física, la química, lo natural y lo sobrenatural, la confianza, la superstición, el ánimo, la farmacia… todo suma y nada ha restado. La energía bien canalizada ha hecho su efecto y, de momento -sin bajar por supuesto la guardia- renazco de mis cenizas al año exacto de morir cual ave fénix, calva y cansada, pero resistente. Pendiente de vacunarme contra la gripe y el neumococo como inmunodeprimido a la fuerza que soy, el apretón de manos del tipo en cuya experiencia deposité mi libro de familia me dio la reválida: «Puede celebrarlo». Ya dije el otro día que siempre fui más de Súper López que de Superman y el tiempo me ha dado la razón. Con los linfocitos todavía de saldo, mi santa y yo llegamos esta mañana en submarino al hospital, hundidos y mirando por el periscopio por si asomaba el enemigo en la línea del horizonte, y hemos salido volando en globo; señor enterrador: siento haberle jodido la estadística. Al menos, de momento, que esto es una meta volante en una carrera de fondo, bien lo sé. Dios le dé trabajo a cada uno en lo suyo, querido sepulturero, pero  de momento paso.

Tal día como hoy, a estas horas, me despertaba en una ambulancia medicalizada del colapso con el que comenzó todo. Quién me iba a decir que escribiría yo mi propio «cabodano», mi aniversario, y que saldría del nicho bailando la conga.

Confieso que no las tenía todas conmigo el viernes, cuando me metieron en la resonancia magnética 3T (3 Teslas) para tratar de asegurarse de que el solar que me dejaron en la sesera los doctores Prieto y Allut seguía sin recalificar. Me sentí como Nefertiti en aquel sarcófago electrónico con retrovisor. En la mitad de la prueba, la súper máquina se escaralló y me pareció ver la siniestra mano de Murphy -ese que se empeña en que todo lo que pueda salir mal, salga mal- fundiendo un fusible. «Se ha recalentado, veremos si es suficiente con los datos que hemos obtenido hasta el momento», me dijeron muy amables en el servicio de radiología. Yo también estaba recalentado para entonces.

Pero Murphy no tenía el día. Aunque me repetirán la prueba porque, como dice mi padre, «as cousas ben feitas, ben parecen», la Philips que se acojonó retratando mi sesera -la vieja Siemens nunca me dio gatillazo- todavía tuvo tiempo, antes de griparse, de sacar la foto limpia de mi cerebro podado. Ni rastro del invasor; terreno en barbecho; mar abierto.

Esta mañana he hecho llorar a las mujeres más importantes de mi vida, cada una en su punto cardinal. También le he sacado los mocos a algunos tíos, que nunca me he fiado de los fulanos que lloran hacia adentro. La alegría llorada es la verdadera, lo demás son contentos de fogueo. Los 23 eurazos del Euromillón que me hice el viernes con mi amigo Xoán Soler rematan este día de fiesta, este 6 de octubre de 2014. En la Santopedia (www.santopedia.com, os juro que existe) dicen que hoy es San Bruno de Colonia. Yo soy más de san Torrebruno -por la cosa generacional-, pero que viva en cualquier caso el eremita alemán, qué carallo. Kepa Junkera, ahora sí que tenemos una cosita pendiente. Acabo aquí este post de urgencia. Me amarro a lo que tengo, convencido de que la vida misma es una prórroga de la muerte. Os quiero y voy a seguir dando mucha lata.

W can be heroes, David!