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"El amor es algo muy resistente, se necesitan dos personas para acabar con él" José Luis Alvite

Mes: marzo, 2014

72. No news, good news. Y suplemento dominical

Quién me iba a decir que el humidificador que compramos para los niños le iba venir bien ahora al padre de mis hijos. El sábado por la noche terminé el primer ciclo de droga dura de los seis que están programados, aunque no sin efectos secundarios. En los cinco días, a razón de 300 miligramos de Temodal por toma, ha habido de todo pero, sobre todo, cansancio y sequedad de mucosas, de ahí que mi gata se haya pasando la tarde observando cómo sale vapor de un aparato verde que está enchufado a la pared para que yo pueda respirar sin que se me acartonen las cañerías.

El cansancio aparece de repente, sobre todo por la tarde. Ya lo había notado antes, pero ahora se agudiza hasta el punto de que, en ocasiones, me flaquean las piernas igual que cuando ella se me apareció fuera de los sueños. Desde el martes hasta el sábado he tenido que parar varias veces, pero no han vuelto los vómitos. Como esta noche ya no tengo que meterme nada, y así hasta dentro de veintitrés días, el panorama cambia.

Solo hace tres jornadas que no escribo, así que tranquilidad. Lo digo porque ya solo me faltaba que, en mi situación, haya quien me riña por desaparecer. Acordaos de lo fina que es la línea que separa el cariño del control. Y recordad que tengo la esquela en el periódico pagada por convenio. Así que, hasta nueva orden, «no news, good news». Y si no cojo el teléfono o no respondo a todos los mensajes no es nada personal.

Hoy he probado a engañar al cansancio cansándolo más. Como la primavera sigue siendo de fogueo me he dedicado a pasear a cubierto. Un tipo acatarrado que tiene los linfocitos bajos no debería exponerse demasiado. Me han advertido de que podría acabar ingresado antes por una neumonía que por complicaciones derivadas directamente del tumor. De ahí que me cubra.

Los de Santiago siempre acabamos paseando bajo la lluvia en Área Central, que es un centro comercial y residencial que ya tuvo momentos mejores, pero que lucha por sobrevivir dignamente con su calle acristalada de seiscientos metros. Las dieciséis vueltas de hoy dan como resultado 9,6 kilometros caminados que no están mal para un paciente oncológico que lleva encima 45 sesiones químicas y los efectos de otras treinta radiactivas. Hay gente sana que se mueve bastante menos.

Agradezco los comentarios y las preguntas que me llegan por todas las vías imaginables. Ya me gustaría tener respuesta o consuelo para todos, pero conviene no olvidar que lo que yo hago es improvisar sobre un pronóstico malo. Y lo que es bueno para mí no tiene que serlo necesariamente para otros. Yo nado hacia la orilla agarrado a un tronco. A veces le doy a los pies; otras me tumbo y me dejo llevar por la corriente. O me hago el muerto para descansar.

El viernes coincidí de nuevo en la plaza de abastos con Manolo Fernández Otero, mi carnicero, un tipo que ha visto al cáncer con las gafas de cerca, por eso nos entendemos tan bien. Además vive en Angrois, que es un sitio donde siembras unos repollos y te salen superhéroes. Me contó Manolo que el otro día le despachó unos bistés a mi neurocirujano, cliente y amigo, y que, antes de despedirlo, frunció el ceño y lo amenazó: «¡Ya lo puedes haber dejado perfecto, que es mi colega!», le espetó. Me gusta imaginarme la escena con Manolo blandiendo un cuchillo sangrante y Prieto defendiéndose con un bisturí pequeñito. Y de la risa se me abre la cicatriz. Qué grandes tipos los dos, cada uno en sus armas.

Aunque ya es casi lunes quiero cumplir la reedición dominical de mis memorias periodísticas, ya no sanitarias, respondiendo a una petición de mi amigo José Ramón Mosquera, que me facilitó la fotografía que dio pie a este reportaje que publiqué en La Voz de Galicia el 19 de mayo del 2013. El gobierno municipal de Santiago de Compostela inauguró la semana pasada un parque infantil en la plaza de Galicia, un espacio que destrozó un alcalde de 1975. El regidor de entonces se cargó una joya arquitectónica para construir un aparcamiento subterráneo y se quedó tan ancho. Lo mejor del nuevo parque del siglo XXI es que la atracción principal para los chavales es un barco pirata en el que alguien ha sustituido la bandera con las dos tibias y la calavera por el escudo consistorial. Qué mala hostia ¿no? Qué propio para el momento informativo que nos ocupa, donde las páginas de política municipal y los sucesos se confunden. Está al caer el cliché Sucesos/Municipal.

Voy con el reportaje que abrió la serie de viajes en el tiempo a los mandos de mi Vespa 150 Sprint de 1966, recorridos que espero recuperar en cuanto la salud me deje. Por cierto, la restauración de la moto, con estas manitas, la conté hace ya ocho años en este otro blog, que lo mismo le puede interesar a alguien; hay gente para todo, incluso para el óxido. El reportaje está lleno de lugares, personajes y situaciones que entenderán mejor los de Santiago de toda la vida, pero aporta información creo que valiosa para todo el que se acerque a la capital de Galicia por el motivo que sea, ya sea para comer o para rezar. Mirad cómo era la plaza de Galicia y acercaos hoy o mañana para ver cómo es. Los culpables tienen nombre y apellidos; apuesto por inmortalizar las cagadas con placas de mármol, lo mismo que se inmortalizan las inauguraciones. «Esta plaza fue destrozadada siendo alcalde don fulano de tal». Después, el minuto musical.

A nadie en su sano juicio se le ocurriría hoy cargarse esta joya que coronó, desde 1926 hasta 1975, la plaza de Galicia; pasen y lloren . Archivo de José Ramón Mosquera.

A nadie en su sano juicio se le ocurriría hoy cargarse esta joya que coronó, desde 1926 hasta 1975, la plaza de Galicia; pasen y lloren . Archivo de José Ramón Mosquera.

Salvajada en la plaza de Galicia

Después de 38 años, el mayor crimen urbanístico de la ciudad sigue impune

La Voz de Galicia, 19 de mayo de 2013

Nacho Mirás. Santiago

He descubierto una manera de viajar en el tiempo, pero no voy a profundizar en los detalles. He instalado en mi Vespa Sprint 150 de 1966 un auténtico condensador de fluzo comprado en e-Bay y así, a escarranchaperna, me muevo adelante y atrás solo para mirar; soy un voyeur espaciotemporal. Hoy, sin embargo, haré una excepción. Me voy echando leches al 8 de septiembre de 1975 a parar un crimen que se perpetrará ese día y en los siguientes: el derribo del edificio Castromil. He tenido que rectificar el condensador de fluzo para que, en lugar de funcionar cuando uno va a 140, lo haga a ochenta, que es lo más que da la moto. Y cuesta abajo.

Me llevo la foto que ilustra esta página, que me pasó mi amigo José Ramón Mosquera, amante de los autobuses y del pasado a partes iguales. Arranco de una patada y enfilo hacia la avenida de Lugo, donde me pondré a 80 para que la máquina del tiempo haga su trabajo y me lleve a 1975. Espero no encontrarme a mi madre de excursión paseando con un niño de cuatro años parecido a mí. La avenida de Lugo ya existe en el 75; si me metiera en el periférico o en la AP-9, acabaría roturando una leira. No hay tiempo que perder. Bajo por Rodríguez de Viguri, me salto todos los semáforos, acelero a fondo fondo con el objetivo de llegar a 80 en el cruce de Sar. Los árboles pasan veloces. Salta el radar. Me persigue la policía. Por fin, el condensador hace su magia, se produce un fogonazo y no veo nada. «¡Mamaaaá!». Al segundo vuelvo a ver y me dejo las zapatas frenando para no estamparme con un camión de gaseosas Espiña. Parece que estoy en la fecha adecuada: La carretera es poco más que una corredoira y llego sin problema al cruce del Hórreo. Ni rastro del túnel, voy bien. No llamo la atención; viajo en un vehículo de época. Hay dos soldados haciendo guardia delante del cuartel que un día será el Parlamento de Galicia. Si llego a venir diez años antes, el soldado igual era mi padre.

Casi estoy. Aparco a la derecha, a la altura del 41, sin problemas. Arriba viven las hermanas Domenech y Hors, que observan la maniobra desde el balcón.

Corro como un loco y me planto en lo que en el 2013 será plaza de Galicia, antes llamada plaza de García Prieto. He llegado a tiempo. El edificio Castromil está rodeado por una cinta. Un regimiento de obreros se dispone a echarlo abajo porque así lo ha decidido el ayuntamiento que preside Antonio Castro. Una alcaldada. Varias personas le gritan a los obreros. Llevan carteles. «¡Criminales!». «¡Parad!». «¡Pesará sobre vuestras conciencias!». No tardo nada en ponerme del lado de los del escrache. Los grises rondan. ¡Anda! ese es el arquitecto Carlos Almuiña con 38 años menos. Ramón Castromil llora.

Almuiña, desolado

Almuiña está que trina. Me da una fotocopia y me dice que estamos a punto de presenciar el mayor crimen urbanístico de la historia de Santiago. No es un visionario: es un tipo que tiene los dos dedos de frente que le faltan al consistorio. Me sumo al griterío sin dejar de leer la fotocopia: «El edificio Castromil, antes café Quiqui-Bar, se sitúa en la plaza de García Prieto, entre la calle del Hórreo y la calle Entrecarreterras. Sus promotores fueron Manuel Ramallo Gómez y Ángel Gontán Sánchez». «¡Ramallo! -me digo- el mismo del Café Español!». La cosa se pone fea. Llega más gente, más obreros y más policías. Ese de ahí es el jefe Carril. Menos mal que tiene fama de buena persona. Pero también hay grises, y esos me gustan menos. Una excavadora Caterpillar 235 está a punto de largarle el primer zambombazo a la estructura. ¡No! Me vienen a la cabeza Rafael González Villar, el arquitecto que lo proyectó en 1922, y Antonio Alfonso Viana, que coordinó la obra en el 26. «¡González Villar ha sido, sin duda, uno de los mejores arquitectos gallegos de origen coruñés, no se le puede hacer esto a su memoria!», me dice, indignado, Almuiña. A mi lado, una señora me llora en el hombro y me lo pone perdido de mocos: «¡Ai, neniño, cincuenta anos collendo aquí o coche de línea e agora bótanno abaixo!». Tranquila, señora, que esto lo paramos.

Me consta que el Colegio de Arquitectos se mojó desde que, en 1974, el Ayuntamiento expropió el inmueble modernista, precioso, para construir un aparcamiento. Pidieron hasta la extenuación que fuera declarado monumento histórico artístico, pero ganó la Corporación en nombre de un progreso equivocado. No lo soporto. Voy a dar un paso más: me salto la línea de seguridad y me subo a la excavadora.

Crónica de un fracaso

«¡Bájese de ahí, majadero!», me grita Carril. «¡Ni de coña! ¡Si tiran esto se arrepentirán los próximos 38 años, lo sé bien!». La gente me jalea. Me crezco. «¡No pasarán!». Los obreros paran y fuman. Me enciendo tanto que no veo a dos fulanos que suben por detrás, se me echan encima y me ponen una camisa de fuerza. «¡No me toquen, desgraciados, que vengo del futuro!». «Sí, y yo soy Juan XXIII». Noto un pinchazo. Caigo. Despierto en el psiquiátrico de Conxo. «Soy el doctor Seoane, ¿cómo se encuentra?». «¡Ostras, el del grupo Milladoiro!», me digo. Enseguida me centro. «Bien, doctor, yo solo quería que no tiraran el edificio. Pero estoy bien. Y usted grabará muchos discos». «¿Usted cree? Pues sepa que han dejado un bonito solar allá arriba». Lloro. Espero que no me hayan robado la moto.

Dentro música. After de lights go out. Los hermanos Walker, de la banda sonora de Enemy.

71. Bola extra en morse

Mientras espero la media hora de reloj que tiene que pasar entre el Ondansetrón antivomitivo y los trescientos miligramos de Temodal, se me acaba de ocurrir rescatar de ese baúl de los recuerdos que gestiona mi padre desde su archivo secreto del garaje el reportaje que le dediqué a Manuel López cuando se jubiló como el funcionario de Correos más veterano de España. Manolo todavía entiende morse de oído. Me he acordado de él después de recuperar la cobertura del móvil al salir del Dado Dadá de Santiago y empezar a recibir la correspondencia atrasada de dos horas: la de Dios. Pero reírse con Carlos Blanco acompañado de buenos amigos como mi consuegro Jorge Ribó o Gonzalo Cortizo en el local de Carmen Eixo bien vale estar apagado o fuera de cobertura. Voy con Manolo mientras me preparo el gintónic de Temozolomida bañado con agua de la traída on the rocks en copa ancha. Un día hasta le pongo enebro para decorar. A ver si no me da tanta resaca como el de ayer, que me arruinó la mañana y me hizo entender la literalidad de la frase «hacer de tripas corazón». Al final del post, el minuto musical de rigor para los que prefieren las putadas del mundo real a la ficción televisada y que hurgan a deshora en las memorias sanitarias de este tipo que lleva un huevo Kinder instalado de serie. Buenas noches.

Manuel López, una historia con punto… y raya

Se jubila el funcionario de Correos más veterano de España

La Voz de Galicia, 13 de mayo de 2013

Nacho Mirás. Santiago

«Juanita. Un niño. Todo bien. 3,600. Besos. Mamá». «Llego mañana exprés. Espérame estación». «Te quiero, mi vida. Sufro. Mariano» «Yo bien. Todos bien. Mandadme cien». Bien mirado, tampoco hay tanta diferencia entre los telegramas que acaba de leer y un WhatsApp cualquiera. La de historias que se han contado por telegrama, primero en morse, luego a través de teletipo… Manuel López Méndez (Sarria, 1944) dice con la autoridad que da ser el funcionario de Correos más veterano de España que hoy, sin embargo, un telegrama no deja de ser «un correo electrónico con entrega domiciliaria». Pero cuando Manolo era Manolito y empezó, con catorce años y de pantalón corto, a repartir telegramas en bicicleta, aquella forma de comunicación seguía siendo tecnología punta.

Hoy, el que más y el que menos sabemos que Samuel Morse fue un inventor norteamericano que contribuyó, con Joseph Henry, a la invención del telégrafo y al código de puntos y rayas que lleva su apellido. Pero solo con que se fije un poquito, solo un poquito, encontrará a su alrededor más morse de lo que se cree. Verá cómo, después de leer esto que le cuento, hoy escuchará los partidos en la radio con otro interés. ¿Sabía que cuando cantan un gol y se oyen de fondo unos pitos frenéticos, lo que suena es una palabra? Lo es: «Gol», pero traducida al código de don Samuel Finley Breese Morse: «–. — .-..».

Todavía hay más. Si en casa alguien tiene un móvil Nokia, es muy posible que, cuando reciba un SMS, la terminal le avise con unos pitos. Morse también, exactamente las siglas de Short Message Service (SMS), pero en versión pitada: «… — …».

Manolo López se jubilará esta semana, después de toda una vida dedicada comunicar a la gente, buena parte desde Santiago. Y con él se lleva una habilidad que cada vez es menos común: entender morse de oído. «Con la práctica -cuenta- el oído se te va haciendo a la musiquilla de cada letra y, por extensión, de cada palabra». Justo después de eso muestra el dedo con el que telegrafiaba y dice: «Llegué a tener callo».

En Compostela aterrizó en 1965, con 21 años, pero llevaba desde los catorce entregado a la causa de transmitir la vida de los demás. «En la oficina -dice- había tres días especialmente intensos, con colas kilométricas para poner telegramas: el 13 de febrero, víspera del día de los enamorados; el 18 de marzo, justo antes de San José (el nombre más común); y el San Manuel. Con semejante cantidad de trabajo, en Telégrafos no tenían más remedio que hacer copias de los telegramas en Santiago y mandarlos a Madrid por avión, tal era la cantidad de felicitaciones. Manolo apela a la ética profesional de este que escribe y deja a mi criterio que cuente o calle ciertos «pecados» que tenían como intermediario al telégrafo. «Decimos el pecado, no el pecador ¿de acuerdo?». Levanta una ceja.

El funcionario cuenta que era habitual que, cuando se celebraba la fiesta del pueblo y alguien tenía un hijo en la mili, de repente enfermasen muchos familiares de los quintos. «Eran mensajes tipo Tu padre enfermo. Ven a verlo. Pide permiso urgente». Eso conllevaba que el jefe del cuerpo en el que estaba destinado el quinto pidiese informes sobre la veracidad de la dolencia a la Guardia Civil. Nada que no arreglara una caja de puros.

Cuando Manolo era Manolito, Correos no era un todo. ¡La de tiempo que faltaba todavía para que mandara en la casa Alberto Núñez Feijoo! Había entonces dos subdirecciones que dependían de una misma dirección general: Telecomunicaciones por una parte; y Correos, por la otra. «Incluso teníamos cuentas de explotación separadas», precisa López, que se hizo mayor en la parte de las telecomunicaciones y llegó a lo más alto en la empresa.

Al veterano funcionario se le dispara la nostalgia cuando recuerda que, al llegar a Santiago, vivió con un compañero en una pensión de la plaza de Rodrigo de Padrón, frente al cuartel de la Guardia Civil (hoy comisaría de policía). «El telegrafista -cuenta – se pasaba la vida transmitiendo por morse y nosotros, desde la habitación, intentando interceptar las comunicaciones de oreja. Pero muchos telegramas eran cifrados, con bloques de cinco números, y aquello era un coñazo impresionante de transmitir».

Ahorrando palabras

Ahora, cuando uno pone un telegrama le cobran por bloques de palabras. Se hace mucho, por ejemplo, para dar pésames, sobre todo si uno no tiene suficiente confianza con la familia del finado como para descolgar el teléfono. Pero en aquellos tiempos se pagaba por palabra, y eso generaba también alguna situación rocambolesca.

Manolo recuerda un episodio en Muros de San Pedro. En plenas fiestas acudió a la oficina un quinto de permiso, acompañado por un amigo, con la intención de mandar un telegrama trapalleiro al cuartel para que le prorrogasen la libranza. «¡A ver, que poñemos!», le preguntaba el amigo. «Pon… pon… xa sei: Mi padre sigue enfermo. Ruego prórroga permiso». Cuando Manolo se disponía a telegrafiar, el quinto rectificó: «¡Non, que hai que aforrar palabras! Pon así: Padre inmejorable. Ruego prórroga permiso».

López se toma unas merecidas vacaciones indefinidas, que 54 años escuchando las conversaciones de los demás es toda una vida. Para acabar, ¿le apetece un reto? Busque un conversor y traduzca esto: «-.. .. … ..-. .-. ..- – . / –.- ..- . / .-.. .- / …- .. -.. .- / . … / -.-. — .-. – .- ». Manolo lo haría de oído.

Y para los que todavía escribís-escribimos cartas de amor -este blog no es más que una larguísima carta de amor por entregas-, que cante el único Rey verdadero. Love Letters straight from your heart... Cantad bajito, que mis hijos duermen. Si el pequeño se despierta no lo dudéis: se os meterá en la cama y os pedirá el desayuno, así sean las tres de la madrugada.

70. Superhéroe achatarrado

Todavía estoy resucitando después de la ingesta venenosa de ayer. Ya sabéis, el martes por la noche arrancaban los seis ciclos de quimio programados, con cinco días de medicación y 23 de descanso. Así lo ha diseñado mi oncólogo, que ayer por la mañana bendijo con un apretón de manos los resultados de la analítica. Que un oncólogo, que no tiene ningún interés en venderte un coche, te choque esos cinco siempre es una buena señal. «Tiene los linfocitos bajos, pero eso ya está contemplado en el tratamiento», añadió antes de cargarme en la tarjeta sanitaria, de propina, un comprimido de Trimetoprima/Sulfametoxazol (160 mg/800 mg) que se vende con el nombre comercial Septrin Forte. Un antibiótico en esperanto, vaya. Carlos Blanco, amigo, igual ya lo tienes, pero con un monólogo sobre la industria farmacéutica y sus marcas registradas nos escarallamos todos y si nos morimos, al menos que sea de risa. Completé la jornada hospitalaria del martes -había pleno en oncología- con algo de papeleo y la sonrisa perenne del personal de Farmacia, que te droga por un lado y te anima en la misma receta. Son mis camellos del buen rollo.

Por la noche, acojonado como la primera vez, la andanada de Temodal, 300 miligramos todos para mí, fue un hostión de kriptonita por toda la escuadra. Ya no dormí bien, pero desperté peor. La ración doble de Ondansetrón bloqueó las náuseas de la toma a las 23.30, pero a las seis de la mañana no tenía muy claro si forrarme la cabeza con una bolsa del Gadis o intentar dormir directamente con la cabeza encajada en el váter. Perdonad la claridad de la imagen, pero en esta guerra, lo mismo que das, a veces recibes.

Por primera vez en todo el tratamiento me he sentido realmente mal. Influyó el error de dejarse la calefacción encendida por la noche, con el consecuente reseco de mucosas, atascamiento… Si le sumamos la contractura que llevo de serie, con inicio detrás de una oreja y remate en la cacha derecha, el resultado es un superhéroe caído por el que ni siquiera pagarían la ayuda del plan Pive. Una chatarra calva.

¡Tranquilos! Con las horas me ido viniendo arriba, he comido bien y ya solo me dan ganas de vomitar algunos titulares de los periódicos. He resucitado y en cuanto Patricia, mi fisio, me administre el antídoto digital, volveré a ser el mismo de anteayer y sacaré pecho para desfacer entuertos. Hoy voy con un minuto musical repetido, pero es que la realidad lo impone. Seguimos informando.

69. La muerte siempre puede esperar

Tengo tal empacho de hagiografías de Adolfo Suárez que temo que en cualquier momento aparezca una señora de Ávila atribuyéndole una curación milagrosa y arranque el imparable proceso de beatificación. Ni le quito ni le pongo méritos al difunto que pudo prometer y prometió y pudo dimitir y dimitió, a lo que hizo o a lo que dejó de hacer, pero la cobertura mediática del óbito, incluso la anticipación del óbito mismo, dan para una gran reflexión acerca de la sobreinformación y el exceso. Si se le pueden poner grados al luto, vaya por delante que me ha tocado más en lo hondo la muerte de Iñaki Azkuna, el alcalde de Bilbao, más que nada porque jugaba conmigo en la liga de la oncología y le llamaba al cáncer con sus seis letras. Me he hartado en los últimos días de escuchar tapadillos diferentes para referirse al Alzheimer de Suárez, incluidas la «larga enfermedad» y el «complicado proceso neurodegenerativo»; flaco favor para otros enfermos. ¿Seguro que a un tipo tan sencillo le gustaría semejante cobertura mediática? Menos es más.

Llevo cuatro días sin escribir y no falta incluso quien me riña. Hay que recordar que esto es un blog terapéutico en el que un enfermo de cáncer cuenta su batalla y la comparte con los demás. Pero no son unos deberes. Agradezco el interés y no sobra la mano de obra, pero el ritmo lo marcamos Casiano, yo y los acontecimientos.

En el capítulo anterior di cuenta del premio especial de la montaña que me llevo al conseguir que, después de treinta sesiones de radioterapia y otras cuarenta de química venenosa, el astrocitoma anaplásico grado III siga ausente. La posibilidad de que tengan que abrirme otra vez la cabeza no es menor. Y la recidiva es toda. Ahora se trata de complicarle las cosas al invasor hasta el punto de que se manifieste lo más tarde posible. Como la primera fase física y química ha ido bien, este martes vamos con la segunda.

Esta misma noche empezaré los ciclos con la Temozolomida, en dosis más altas, con la siguiente frecuencia: cinco días de drogas duras, 23 de descanso. Y así, en principio, seis meses. Yo pongo todo de mi parte para responder bien al tratamiento, pero también lo hago para que me toque la lotería y no me toca. Agradezco que me hagáis llegar novedades sobre los avances en oncología. Como la de los investigadores suecos del Instituto Karolinska, empeñados en cargarse al tumor cerebral más agresivo, el glioblastoma -mi Casiano es un glioma con aspiraciones a glioblastoma- con un matarratas que se llama Vacquinol-1.  O ese ensayo de la Clínica Universitaria de Navarra que apuesta por atacar los tumores con virus. Si algo tengo claro es que cada año que gano de vida es un año de investigación, en Suecia o en A Choupana.

Supongo que con la cantidad de cosas que me tengo que hacer mañana en el hospital llenaré el porrón de las historias para seguir informando en tiempo real de mis episodios sanitarios nacionales. Me voy a la cama después de una breve incursión navarra que improvisamos en familia y salió bien y os dejo un proverbio chino que me prestó hoy mi amigo César Casal, que es un tipo que escribe columnas medicinales que se leen sin receta: Nadie es demasiado mayor porque siempre puede vivir un año más; y nadie es demasiado joven porque podría morir esta noche.

No, yo no conocí personalmente a Adolfo Suárez. Pero lo más parecido que me tocó cubrir fue el entierro de Manuel Fraga Iribarne, una crónica que encabecé para La Voz de Galicia al más puro estilo Monterroso y coló. Así que me voy al archivo secreto de mi padre, lo busco y os lo pongo. Lo mejor de los entierros siempre es que no sean el tuyo. Buenas noches.

Fraga, puntual hasta en el adiós

Cientos de personas despidieron al expresidente de la Xunta en San Pedro de Perbres

Publicado en La Voz de Galicia el 18 de enero de 2012

Nacho Mirás. Perbes

Cuando el cardenal Rouco llegó a Perbes para enterrar a Fraga, Fraga ya estaba allí. La comitiva fúnebre que partió de Madrid poco antes de las diez de la mañana alcanzó el cementerio parroquial a las cinco menos veinte, con cinco minutos de adelanto sobre el horario previsto (16.45) en el protocolo. «Aí o tes: Xenio e figura», decía alguien entre dientes.

Colocados como un regimiento de cariátides sobre un muro de contención que tiene vistas directas al camposanto, cuarenta músicos de la Real Banda de Gaitas de la Deputación de Ourense recibieron al expresidente de la Xunta con el Himno do Antergo Reino de Galicia. En el plano inferior, dirigía la partitura Xosé Luis Foxo. Los nietos de Fraga sacaron el ataúd del abuelo del coche fúnebre, alguien colocó una bandera de Galicia sobre la caja y don Manuel entró en la pequeña iglesia dedicada a San Pedro pasando revista ante el respeto de la mayor concentración de políticos y autoridades que jamás haya llegado a Perbes: desde José María Aznar y su esposa, Ana Botella, a la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría; los ministros Alberto Ruiz Gallardón, Ana Mato y Ana Pastor; o los presidentes de Galicia, Castilla-La Mancha y Asturias, Alberto Núñez Feijoo, Dolores de Cospedal y Francisco Álvarez Cascos, respectivamente, entre otros.

El féretro llegó con la bandera gallega y se le añadió la española

El funeral de cuerpo presente, al que solo asistieron la familia y las principales autoridades por lo escaso del aforo, duró alrededor de una hora. Y por fin salió de nuevo el ataúd con los restos de Fraga, cubierto esta vez por dos banderas: la de Galicia y la de España. La segunda la trajeron con retraso, pero España llegó a tiempo. Cientos de personas se apretujaban en el exterior para despedir al político, al amigo, al vecino; a don Manuel. No se oía otro nombre.

Sobrecogía la imagen de una de las hijas de Fraga, Adriana, tocada por una mantilla negra mientras caminaba triste con un cirio blanco en la mano. Vibraron entonces los punteiros tumbales de la Real Banda con el Himno Galego. Y Rouco bendijo por última vez el féretro de Fraga, antes de que sus nietos auparan al padre de sus padres a la cuarta altura del panteón familiar, sobre los restos de la abuela Carmen, que murió en 1996. Allí descansa para siempre quien fuera presidente de Galicia durante dieciséis años, en un nicho forrado de granito negro, junto a la familia Dopico Díaz. «¡Viva Galicia! ¡Viva España!», gritó alguien. La respuesta fue más discreta de lo que cabría esperar. En el cementerio de Perbes olía a hierba recién cortada, a mar. Y aún se escuchó un último viva, salido de la garganta desgarrada de una mujer que seguía el entierro desde una finca alta: «¡Viva don Manuel!». «Eso iba a decir yo», se lamentaba un vecino que tampoco anduvo ligero en la despedida de quien hizo de la puntualidad una seña de identidad. Entre los muchos ramos que llegaron llamaba la atención uno, por lejano: el que envió el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas.

«Se quiso despedir como un gallego más al lado de su casa y con su mujer»

Alberto Núñez Feijoo

«Nos hemos convertido todos en deudores de su obra, por eso hemos venido aquí »

Francisco Álvarez-Cascos

«Manuel Fraga foi un home que desparramou o seu gran corazón por España enteira»

Jesús Pérez Varela

El minuto musical va dedicado a los que suben la escalera -o la bajan- para no volver. Aunque esté en inglés, a mí me valdría para despedirme. Pero tranquilos, presidentes, no me esperen levantados, que tengo lío; ya iré llegando. The Parting Glass.

68. Rabudo 2 Casiano 0

Breaking news: Todo en orden. Ni rastro del enemigo que, de momento, se caga ante la física y la química. Tengo el solar temporal derecho saneado y limpito, listo para iniciar la segunda fase química en unos días. Hoy hay motivos para estar contentos. Echémonos a los bares. Gracias, seguiremos informando, que la batalla está ganada, pero la guerra sigue.

67. Acojone semestral. Hoy toca.

Ya sé que voy a tener que acostumbrarme al acojone que me invadirá, de por vida, como hoy me invade, cada vez que me toque pasar por la resonancia magnética de control. Fue tan gráfico el radioterapeuta con aquello de que «en seis meses se le puede abrir una coliflor en el cerebro» que no puedo evitar pensar en que mi cabeza es una olla exprés con temporizador en la que se cocina el plato del día. Eso no quiere decir que me derrumbe, qué va, simplemente es inquietud, no vaya a ser que se me queme el menú y acabemos almorzando en el Burger King. Hoy estoy así, un poco como un flan sísmico con epicentro entre el estómago y los congojos. Ayer tocó resonancia y hasta que el doctor Allut le dé a mis neuronas la bendición urbi et orbi, el miedo es libre.

Antes de profundizar en los hechos magnéticos de ayer por la tarde, hagamos justicia. Me golpeo el pecho con la mano derecha por haber llamado radiólogos a los «especialistas en oncología radioterápica». Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. A mí también me molesta cuando llegamos los periodistas a un sitio y nos llaman «paparazzi». Asumo mi culpa, pero estaréis conmigo, doctores, en que, en general, en el terreno esdrújulo de la medicina, la física y la química la comunicación con el mundo exterior es mejorable. Hace tiempo que los de Periodismo impartimos en Derecho una asignatura que se llama «Técnicas de comunicación oral y escrita aplicadas al Derecho». ¿Nos ponemos con unas técnicas de comunicación oral y escrita aplicadas a la Medicina? Señores decanos, pueden darle una vuelta; la humanidad que no habla esperanto se lo agradecería. Pacientes, familiares…

Ahí va un ejemplo de mi propio informe del servicio de radioterapia, al que adoro aunque en sus despachos se hable marciano reintegrado: «En el polo anteroinferior del lóbulo temporal derecho se observa engrosamiento de la corteza cerebral que en secuencias T2 y Flair tiene un comportamiento discretamente hiperintenso y es isointenso en secuencia T1«. Si ya sabía yo que el T2 y el Flair estaban en la pomada… Que el índice de proliferación de mi astrocitoma anaplásico grado III es alto lo entiendo sin diccionario.

Hoy escribo desde el Tosta e Tostiña de la Avenida de A Coruña, uno de esos sitios en los que, si te dejas llevar, te quedas a vivir y acabas apagando la luz. Voy pues con lo de ayer. Después de la sesión de despachos de la mañana tuve que guardar ayuno las seis horas siguientes. Como nadie te explica los motivos supongo que es una medida cautelar para que no acabes echando la pastilla en el Magnetom Siemens. No he comentado la sensación de respeto que volví a sentir al cruzar de nuevo, después de tantos días de relax, la puerta principal del Hospital Clínico Universtiario de Santiago. Con tanto apoyo y estando de una pieza es fácil que te olvides de que tienes cáncer. Pero él no se olvida de ti, el muy hijo de puta. De eso se trata, de convivir para sobrevivir.

Agradecí mucho que otros usuarios avanzados de la sanidad pública se me acercasen para saludar. Como Virginia Rodríguez, una colombostelana (nació en Colombia pero lleva 18 años en Santiago), que me dio unos besos terapéuticos y me confesó que no se va tranquila a la cama hasta que no doy señales de vida en el blog. Con tanta compañía vamos a acabar haciendo una fiesta de pijamas en el multiusos Fontes de Sar, ya veréis. Gracias por tu cariño y por el de tantos que se manifiestan justo cuando hace falta.

De nuevo penetré a las seis de la tarde en las entrañas de esa ballena alemana que es el Magnetom de Siemens en posición decúbito supino. Por cierto, después de las treinta sesiones de radioterapia en la Primus, también de Siemens, y de varias resonancias magnéticas y otras putadas en otros tantos aparatos de la marca, si me quieren llevar a Alemania para conocer sus instalaciones ¡iré encantado! Ustedes me prolongan la vida y me lavan los platos en casa, no sería malo que intimáramos más.

El caso es que Moby Dick me tragó, me administró su sesión de música trance y me regurgitó como a una sobra con camisón de usar y tirar. Y de esa coreografía sexual salió la imagen que en breve comentaremos en el despacho de uno de los hombres de mi vida. Los neurocirujanos Alfredo García Allut y Ángel Prieto han metido sus manos en lugares nunca antes explorados, son ya de casa. Cuando me extirparon un trozo del lóbulo temporal derecho del cerebro con su tumor maligno dentro decidí bautizar al solar que dejaron como «plaza de los doctores Prieto y Allut. O Allut y Prieto (no creo que el orden de los factores altere el producto). Recordad que hay muchos descerebrados por ahí, pero yo soy un descerebrado con papeles y una plaza dedicada en medio del tarro. Si hoy me confirman que el solar está saneado, igual me dejo una pasta en marisco.

No me marcho sin recuperar un texto sanitario de esos que me hacen volver a los tiempos cercanos en los que contaba las historias de los demás y no la mía propia. Nos subimos a la Vespa del tiempo acompañados por mi compañero y amigo Joel Gómez para presenciar el desalojo del Hospital Real de Santiago -hoy Hostal de los Reyes Católicos- el 31 de agosto de 1953. Poneos cómodos, que veréis cosas que no creeríais. Al final, el minuto musical. Gracias, y me repito, porque con vuestro apoyo estáis consiguiendo que viva el mejor peor momento de mi vida.

Desahucio en el Hospital Real

La Voz de Galicia, 1 de julio de 2013

Nacho Mirás / Joel Gómez. Santiago

Lunes, 31 de agosto de 1953. Llevan semanas trasladando a todo el mundo al nuevo hospital de Galeras. Es el no va más, dicen. Me he ido escaqueando, pero el doctor Puente Domínguez, hijo del doctor Puente Castro, me dio ayer un ultimátum: «Amigo, hay que irse, que aquí ya no pintamos nada». Es buena gente don José Luis.

El edificio tiene eco. Se han llevado los muebles, las camas, a los enfermos… Quedamos el gato y yo. «¡Mueva eso con cuidado y cárguelo en el camión de la Diputación, merluzo!». Mientras el decano de Medicina, Pedro Pena, manda y ordena, me voy a dar una última vuelta. Franco ha decidido que esto va a ser un hotelazo, el mejor de Europa, y ese no se anda con chiquitas.

Encima de una caja de vendas hay un ejemplar de La Noche de anteayer. «Para el año santo tendremos el mejor parador de Europa», dice en portada. Leo que unos 2.000 obreros, «en ocho meses de trabajo intensivo» convertirán el Hospital Real en la Hospedería del Peregrino. ¿Hospedería? No lo veo. ¿No sería mejor algo más potente, como Hostal de los Reyes Católicos? ¡No la cague en el nombre, generalísimo!

Me pierdo por el edificio, que aún huele a cataplasma y a cloroformo. Un morbo insano me hace ir primero a la morgue, donde todas las plazas están vacantes. Tendría su gracia hacer aquí un restaurante y llamarlo Restaurante dos Reis. Me parto.

Me puede la sangre. No me pregunten cómo, acabo en la sala de autopsias. ¡La de gente que ha entrado aquí de una pieza y ha salido desmontada! Qué ideas se me ocurren: estaba pensando en abrir en este sitio otro restaurante y llamarlo, por ejemplo… Restaurante Enxebre; soy un adelantado a mi tiempo. Mejor vuelvo con los vivos, que tengo palpitaciones. Me planto en el vestíbulo. A la izquierda esta la enfermería de San José, pero hasta el siglo XIX esto era la peregrinería de hombres. Aquí siempre han convivido muy bien la sanidad, la beneficencia y la peregrinación. Voy hacia el refectorio de peregrinos. ¿Y si pusieran ahí una cafetería con sus camareros con chaquetilla? Valeeee, solo era una sugerencia.

Detrás del refectorio ya han desmantelado la cocina de los peregrinos. Apuesto a que con la reforma se cargan la lareira. Y ya no hay nada tampoco ni en la botica ni en la rebotica. Qué bien le quedaría llamar a esta zona Salón San Marcos y darle glamour. Lástima de huerta, con sus casi doscientas plantas medicinales: saúco, malvas, artemisas, adormideras…

Estoy pensando que allá, en la enfermería de Santa Ana, pondría un comedor potente. Ya está: El Salón Real. ¡Viva el Rey! (si me oyen, me destierran a Fuerteventura). Evito pasar por lo que fue hasta 1846 la inclusa, conectada a la plaza de España por una pequeña puerta. Me perturba pensar en la cantidad de madres que han dejado ahí una parte de sus vidas y de sus entrañas. Podrían poner una sala de lectura, por ejemplo, para meditar. En el paritorio, subiendo las escaleras de Belén, ya no llora nadie. Me ha dicho Puente que el último niño nació hace unos meses. Yo ahí dividiría y haría habitaciones. Hay dos inscripciones que me dan repelús: El Observatorio de Agonizados y el Depósito de Sanguijuelas. La acústica del observatorio es increíble. Si un día lo descubre Andrés Segovia seguro que querrá venir aquí a tocar la guitarra. Tengo la corazonada de que mis propuestas serán oídas.

-¿Todavía por ahí, hombre de Dios? ¡Hay que irse!

-Estaba buscando la salida y me he liado, don José Luis. Que pase un buen día. Y perdone.

José Peña, pediatra: «Había mucha prisa por hacer el parador»

Los niños fueron los primeros en ser trasladados desde el Hospital Real al nuevo de la rúa Galeras, entonces conocido como Residencia de la Seguridad Social, sostiene José Peña, quien ya ejercía como pediatra del centro: «Recuerdo que fue en verano. Vino un camión de la Diputación, que transportaba todo, e hice mucha amistad con el chófer. Fuimos incluso juntos algún día festivo a la playa, porque estábamos en la misma pensión. Había mucha prisa para construir el parador: la obra del Hostal se hizo con 3 turnos de trabajo, las 24 horas, para acelerarla y que estuviese dispuesto en el Año Santo para acoger peregrinos», afirma. Peña había acabado Medicina en 1950. Entonces no había especialidades como ahora. La carrera duraba siete años y finalizaba con un curso rotatorio con prácticas en varios departamentos. «Estaba el catedrático Suárez Perdiguero al frente de la pediatría y acordamos que yo siguiese con él», afirma. Peña elaboró un trabajo sobre aquella etapa, presentado en el último congreso de la Sociedad Española de Pediatría y editado este mes por la entidad científica. Este texto memora la transformación que experimentó la asistencia pediátrica en los últimos años del Hospital Real, donde los pacientes procedían del llamado padrón de beneficencia, la Diputación pagaba su alimentación y el Ministerio de Educación su medicación. Suárez Perdiguero logró dinero para cambiar el viejo piso de madera; separó enfermos contagiosos del resto; amplió habitaciones y creó nuevos servicios como el área de radiología pediátrica. De sus colegas de entonces, cita como otro aún vivo «al doctor Gallego».

Vamos con la música. Bowie me acompaña en el iPhone cada vez que tengo que meterme en un aparato. Tócala otra vez, Sam. Podemos ser héroes, aunque solo sea por un día.

66. Viaje en torno de mi cráneo y otros. Rock duro.

Ya me perdonarán mañana en el colegio, pero hay una explicación para que los niños lleguen a clase oliendo a empanada. El pequeño tosía algo y, en una combinación maestra entre la química industrial del Flutox y la medicina del supermercado, hemos dejado en la habitación una cebolla cortada a trozos; pocas cosas resultan mejor contra la tos rebelde. El único efecto secundario es el olor, que no se va aunque te duches con Mistol.

Acabo de llegar de una partida memorable de futbolín terapéutico en nuestro Wembley particular que es el Volga y tengo que acostarme enseguida, que mañana me conectan de nuevo a la máquina de la verdad para hacerle a Casiano unas fotos de carné. No puedo olvidarme de una cosa todavía más importante: «Papá -me dijo Ane- mañana no te puedes levantar antes que nosotros». Tengo pues que hacer como que no sé que me van a traer el desayuno a la cama para celebrar que soy su padre. Y cada año, desde que me hicieran el primer dibujo con lentejas, lo gozo igual que si me dieran el premio Ortega y Gasset en pijama. Mis hijos son los mejores personajes de mis mejores obras incompletas.

Ayer, en uno de esos paseos que me están dejando las suelas para recauchutar, di en la calle Alfredo Brañas de Santiago con mi amigo Henrique Alvarellos, hoy editor y en otro tiempo compañero de prácticas periodísticas en los veranos interminables de La Voz de Galicia.

-¿Conoces el «Viaje en torno de mi cráneo» de Frigyes Karinthy?

-Ni idea.

-Karinthy, que era un afamado novelista y periodista húngaro, se diagnosticó a sí mismo un tumor cerebral en 1936. Y decidió contarlo en un libro, algo parecido a lo que estás haciendo tú.

Lo bueno de tener amigos editores es que incluso cuando te los tropiezas en la calle te amplían la bibliografía y acabas alquilando una furgoneta para ir a Ikea a buscar más estanterías Billy. No tenía ni idea de Karinthy y mucho menos de su tumor público. Pero me he mirado la reseña que hacen en el blog El niño vampiro lee, y a la que llegáis aquí, y ya estoy entusiasmado con tener un hermano húngaro de enfermedad y terapia. «El proceso de su ingreso e intervención, que constituyen el eje de esta obra, se convirtieron en asunto de interés nacional, seguido minuto a minuto por la prensa», cuenta El niño vampiro. Casi os ahorro el bajón de saber que Karinthy palmó dos años después de que lo operaran. Olvidad esta frase. Claro que eso fue en el 36; algo habrá avanzado la medicina, Frigyes, ya siento que no nacieras más tarde. Lo bien que nos lo pasaríamos leyéndonos las enfermedades el uno al otro.

Me gustó eso que escribiste, querido hermano de cáncer, de «tengo un tumor muy bien desarrollado para usted, querido doctor, si le interesa… Se trata de un ejemplar magnífico, digno de un especalista y coleccionista como usted. Se lo dejaría a muy buen precio». A mí me da la risa al pensar que el mío lo guardan en un congelador de la Seguridad Social junto a las croquetas de la madre de un técnico de laboratorio. Gracias, Alvarellos, por encontrar a mi sosias de 1936 y regalarme un billete a su cráneo.

Para completar este día del padre (aunque nos hagamos los tontos porque los niños nos traen el desayuno a la cama, todos sabemos que San José usurpa un esfuerzo que le corresponde al Espíritu Santo), hoy me han entrevistado en la Cope Santiago y he compartido almuerzo y tertulia con los residentes del colegio mayor La Estila. Ya he dicho que, mientras no me cueste dinero, voy allá a donde me llamen. Al menos mientras siga en vertical. Por si no era bastante, el Diario de Morón, que es una publicación comarcal de Morón de la Frontera, va y me dedica un artículo de opinión firmado por Marcos Martínez (@gallo_moron) con tanto corazón que solo se me ocurre agradecérselo plantándome en Morón a la que tenga ocasión.

Antes de pasar por delante de la habitación donde duermen mis hijos encebollados voy a dejar para la hemeroteca dos crónicas musicales, un género que de vez en cuando me gusta cultivar. La primera, dedicada a mi primo Carlos Mirás -que me inició en la música del mal en su piso de la calle Cataluña de Vigo- nos lleva al concierto que dio Barón Rojo en Cambre el 14 de agosto del 2010. Y la segunda también a Cambre, dos años después, pero esta vez ante otra banda de culto: Status Quo. Yo estaba allí. Y debajo de cada relato, su correspondiente minuto musical. Descansad, que mi cráneo y yo tenemos que pensar mucho todavía en la instantánea magnética que nos van a hacer mañana en el fotomatón 3T de la Seguridad Social. El rock también va por ti, Karinthy. Si no acabamos con los tumores, al menos que bailen.

Los rockeros, antes de ir al infierno van a Cambre

La Voz de Galicia, 15 de agosto de 2010

Nacho Mirás

«Se oye comentar a las gentes del lugar: los rockeros no son buenos…». La letra del clásico Los rockeros van al infierno, de Barón Rojo, es casi un himno para los que gastan melena o la tuvieron un día; para las muñequeras con pinchos, las camisetas negras y los pantalones pitillos adornados con cadenas y abundante ferretería. Buenos o no, el caso es que son fieles, para toda la vida. Los roqueros nunca mueren, no; si acaso, envejecen por fuera. Sobre 5.000 personas había -según la Policía Local- en el concierto que la otra noche subió de nuevo a un escenario a Barón Rojo, letras mayúsculas del rock duro cantado en español, en una nueva convocatoria del Rock in Cambre.

Los que llegaron a las nueve y media, con día, tuvieron que esperar. Mucha camiseta de Iron Maiden, de Motörhead, de Ramones, de AC/DC… Cuarentones con melena, cincuentones con el descampado que dejó la melena, seguidores fieles de la causa roquera… Y gente también muy joven, iniciada en el heavy metal por sus hermanos mayores, por sus primos, por sus padres.

El público y el cartel contrastaban con una joya del románico como es la iglesia de Santa María de Cambre; y uno no podía dejar de imaginarse al párroco local empuñando el hisopo para excomulgar jevirulos pecadores en el nombre de Dios. Mucha nevera de playa con refrigerio, mucho calimocho en garrafa de cinco litros, humos de controvertidas hierbas… Ambiente del bueno.

A las 21.40 arrancaron los primeros de la noche, Display of Power. «¡Venga esas melenas!», reclamaba el cantante desde el escenario, todavía con la camiseta puesta. Y venga punteos, venga percusión, venga voces del averno. «¡We are the fuckin’ kings of metal!», reza el eslogan de este grupo, que no es, ni más ni menos, que un tributo a la legendaria banda de Texas, Pantera. Música dura y potente en Cambre, demasiado quizás para algún matrimonio que llegó al recinto confiado en echarse un agarrado, perdidos como María Ostiz en un concierto de Metallica. Los Display lo dieron todo y le dieron tiempo al sol para meterse. «¡A ver esos cuernos!», pedía el cantante. Y sobre las cabezas melenudas o descampadas aparecía de repente un mar de peinetas hechas con dedos índices y meñiques.

El heavy de toda la vida baila mucho, pero, sobre todo, con la cabeza; de ahí la importancia de la pelambrera. Quienes tuvieron y ya no, hacían lo que podían.

A las 22.40 salió al escenario Oath, todos menos uno con generosas cabelleras. El cantante es uno de esos tipos capaces de cambiar del grave al agudo como si la cremallera le hubiera pillado los escrotos. Los Oath y su público son, sin duda, auténticos obreros del metal. «Non dou maniobrado coa silla, macho», decía un padre cuarentón intentando colar entre el público a su hijo de poco más de un año, incrustado en una McLaren.

Por fin, Barón Rojo apareció -resucitó, decían algunos- a las 23.42 a la derecha de Santa María de Cambre. Arrancaron con Concierto para ellos, en cuya letra se cita a roqueros que palmaron en la tierra, pero que viven para la eternidad: «Las campanas doblan por Bon Scott, por Janis, Lennon, Allman, Hendrix, Bolan, Bonham, Brian y Moon». Todos muertos; todos vivos. Uno no podía dejar de mirar a la iglesia: ¿Y si, de repente, las campanas doblaran, ellas solas, por el finado vocalista de AC/DC? Eso no ocurrió -por suerte para el cura-, pero, a partir de este primer tema, ya no dejaron de atacar clásicos para delirio de sus seguidores. No faltó quien sacó a relucir, con cincuenta y tantos tacos en el cuerpo -los roqueros no cumplen años, cumplen tacos-, la camiseta relavada que desde hace 30 años guarda en el cajón de un armario como una reliquia de juventud.

Después fue Incomunicación, luego Chicos del rock, Larga vida al rock & roll… El tiempo sí que pasa por Barón Rojo, pero también los Stones están rozando el pensionismo y no han dejado de ser dioses. Barón Rojo mantiene el tipo en el escenario treinta años después con mucha dignidad. Los que no los vieron el viernes por la noche en Cambre tienen una segunda oportunidad hoy, a las 23.30, en la plaza mayor de Viveiro. Larga vida al rock and roll.

Status Quo, eméritos por la University of Cambre

La Voz de Galicia, 13 de agosto de 2012.

Nacho Mirás. Cambre.

El número 50 que ilustraba el bombo de Matt Letley estaba lejos de ser un límite de velocidad. Letley tomaba teta cuando unos adolescentes del instituto de Sedgehill empezaron a hacer ruido en The Spectres, el embrión de Status Quo. La pasada madrugada, en el Brincadeira Rock in Cambre Festival, la batería de Matt percutía, como un corazón trasplantado, los acordes potentes y afinados de Francis Rossi, Rick Parfitt, Andy Bown y John Edwards. Fue salir al escenario a las doce y diez, británicos y puntuales, y cesar los chistes fáciles del tipo: «¡Pero si estos ya eran viejos cuando empezaron!».

La banda pasó del punto muerto a la sexta en medio segundo para impartir una lección musical magistral digna de la University of Cambre. Parfitt (1948) anticipó ese plato de rock puro que es Caroline. Sin descanso, rebotó contra la tapia del cementerio Something ‘bout you baby I like. Justo después, Rossi (1949), el abuelo rockero y elegante que cualquiera querría tener, se quitó el chaleco y dejó claro que lo de cortarse la coleta fue solo en sentido literal. Sin piedad, la cuadrilla de obreros del metal sulfató las leiras de Cambre con What you’re proposing y ese patapatapán, patapatapán locomotorizado que mueve los vagones de este tren de mercancías. Había que ver la boca de Francis, marcando con la lengua cada punteo y cada distorsión como si su guitarra fuese un instrumento de viento.

El público se dejaba llevar ante el derroche de potencia, saber estar y saber tocar que demostraron sobre el escenario del Brincadeira los Status Quo. Conversación (en inglés), la justa; música, toda.

Andy Bown (1946) dejó los teclados para soplar la armónica y también para amarrarse a un mástil, y, a la una de la madrugada, llegaba otro hit: In the Army now, con un estribillo que el público reunido en Cambre se traía aprendido de casa.

A Francis lo dejaron solo ante el peligro para anticipar Down down, que es una canción con la que dan ganas hacer el Camino de Santiago a los mandos de un camión. La apoteosis, para los que todavía no la habían experimentado -ya pocos-, llegó con Whatever you want a la 1.18. Y por fin, después de un bombardeo masivo a orillas del río Mero, donde no se emplearon más armas químicas que los cubatas y la cerveza, los músicos simularon una huida de fogueo a la 1.28 con la evidente voluntad de regresar.

El bis fue uno solo pero sonó como si fuera uno y trino: Bye, bye Johnny, con una brutal distorsión metálica final que, seguramente, habrá afectado al desarrollo futuro de las cosechas de la zona. Después de repartir púas, los ingleses se despidieron a la 1.35 dejando un imborrable recuerdo.

65. Resiliencia

Después de casi seis meses pegando barrigazos en esta guerra de Gila contra el cáncer en la que vivo instalado, donde al enemigo lo llamamos por teléfono para saber cuándo piensa atacar, los psicólogos que se me aparecen por escrito o se manifiestan en persona se empeñan en destacar de mi actitud ante la enfermedad una circunstancia que, hasta hace unos días, ni sabía que tenía: la resiliencia. Vamos al diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. La resiliencia es, en su acepción primera, la capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas. Y, en la segunda, la capacidad de un material elástico para absorber y almacenar energía de deformación. Pero es que en psicología, además, explican que de experiencias traumáticas como la mía se puede salir reforzado. Pues entonces sí, queridos expertos: soy resiliente hasta los tuétanos o, por lo menos, estoy en ello.

Arranco, de todas maneras, la última semana de vacaciones terapéuticas con un hormigueo en el estómago que tiene más de una explicación. La sanitaria es que, en dos días, me meterán de nuevo en ese sarcófago magnético que es la resonancia 3T, la vanguardia de la prueba diagnóstica por imagen. Será el 19 de marzo, día del padre. Otra vez me entrará en la cabeza un señor con pijama blanco sin tener que usar el abrelatas. El radiólogo se paseará por el solar del que arrancaron mi tumor en el lóbulo temporal derecho del cerebro para echar un vistazo como un paseante virtual en Second Life. El terreno debería estar limpio y sin zarzas, pelado, saneado. Pero si no fuera así, con que únicamente hubiera empezado a aflorar el brote de un grelo microscópico, tendríamos, Houston, un problema gordo. Mi astrocitoma anaplásico grado III, ahora ausente, es un tumor de crecimiento rápido, como las lentejas que plantan mis hijos en una fiambrera para que hagan la fotosíntesis en la ventana de la cocina. La mínima reaparición de una espora de Casiano requeriría la intervención inmediata de la fuerza pública: cirugía de precisión otra vez, anestesia, motosierra, unidad de críticos… el lote completo. Según he sabido, los craneotomizados solemos reincidir. Ojalá yo sea la excepción, pero prefiero mantener los pies en el suelo como he venido haciendo. En la salud, como en el amor, escojo la certeza mala a las posibilidades infinitas de la incertidumbre. Comprenderéis que sienta miedo a que treinta sesiones de radioterapia y otras cuarenta de quimio no hayan sido suficientes para aplacar a la bestia casiana que me aflora en las entrañas. Así que perdonad si estoy un poco más nervioso que de costumbre; se me pasará.

Supongo que lo peor será la espera entre la resonancia y el veredicto del neurocirujano. Porque ya sabéis que los radiólogos no te cuentan nada a pie de obra así descubran que tienes la cabeza hueca o infestada de nécoras. El protocolo es el protocolo, así que de las noticias, buenas o malas, se encarga el periodismo científico de los neurocirujanos. Pórtense, doctores, y no me intoxiquen el día del padre más de lo necesario, que tengo que estar a tope para corresponder en besos y alegría a esos dos fans enanos que tengo por hijos. El pequeño, que tiene tres años, me llamó ayer por teléfono para preguntarme: «¿Dónde está la cueva de los cuarenta ladrones, papá?»

He vuelto de Barcelona con tantos sentimientos acumulados que creí que los de Ryanair me iban a obligar a facturarlos. Por cierto ¿os habéis fijado en la cantidad de ropa que llevan puestos los pasajeros de Ryanair? Se nota a leguas que se lo ponen todo para descargar la maleta y no tener que pasar por caja.  O eso o están sobrealimentados. En cualquier momento empezarán a comprobar las capas de forro y ya veréis la de sujetadores, camisetas y calzoncillos que empiezan a requisar en la puerta de embarque. Por cierto, felicidades a los irlandeses, incluido el presidente de la aerolínea, Michael O’Leary, en el día de su patrón, San Patricio, que fue un tipo que supo librar a Irlanda de las serpientes.

Voy acabando antes del revival periodístico del día. Varias personas me preguntan si predico en foros públicos. Y siempre respondo lo mismo: mientras no me cueste pasta y mientras siga en vertical, contad conmigo para todo lo que sirva de ayuda a otros en situaciones semejantes.

Y va un reportaje de agosto de 2012 dedicado a la gente del mar, que también tiene que aguantar las hostias en tierra. Yo respeto mucho todos los oficios y las funciones de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. Pero no estaría de más que algunos se pusieran el traje de marinero, aunque solo sea una vez, para darse cuenta de la desproporción de algunos porrazos. Y digo algunos, que buenos profesionales los hay hasta en el Gobierno. Al final, el minuto musical del día. Feliz Saint Patrick’s Day. Pensad en verde.

Héroes de Sal en el mar de Arousa

A bordo del pesquero de bajura Vendaval

La Voz de Galicia, 25 de agosto de 2012

Nacho Mirás. O Grove.

Cinco y media de la madrugada. El mar todavía no está puesto en la ría de Arousa,que parece una gigantesca explanada de asfalto. Es un trabajo duro, pero alguien tiene que hacerlo. El programa de turismo marinero Pescanatur, promovido por las cofradías de pescadores San Martiño de O Grove, San Telmo de Pontevedra y San Xosé de Cangas, permite ponerse en la piel de un marinero por 40 euros por persona. Es una de las propuestas de ocio más instructivas en las que uno pueda invertir, una manera de aprender a valorar el esfuerzo nunca bien reconocido de las mujeres y los hombres del mar.

Vamos a las órdenes de Paco Iglesias, patrón del Vendaval, un pesquero tipo racú de enérgico nombre, costillaje de carballo y topes de pino blanco con algo más de trece metros de eslora total. La tripulación la completan el grovense José Lorenzo, de 54 años; el marroquí Mohamed,de 34; y el peruano Mario Mariano Laines, de 61. Como mirones vamos otros cuatro: Rosa,de Barcelona; Julián y su hijo Jacobo, de 12 años, vigueses residentes en Madrid; y el único que acabará abonando el mar con su desayuno pese a ir puesto hasta arriba de Biodramina:un servidor.

«Pescadilla, faneca, xarda… o que caia», explica Paco sobre el fondo sonoro del motor diésel. Navegamos con la luz de proa apagada. Pero la noche no nos confunde porque los dos radares de a bordo saben bien que no todas las bateas son pardas. Hay vientos del suroeste de fuerza 4-5; esto se va a mover.

El Vendaval va equipado con betas, un arte de pesca de enmalle de un solo paño. La red, de dos kilómetros y medio de largo por tres de ancho, va al fondo y levanta en el mar de Arousa un muro de la muerte. Hay que largarlo antes de que salga el sol y el mundo submarino se encienda. «El precio del pescado es como la prima de riesgo, un día sube, otro baja, pero sobre todo baja», dice Paco mientras gobierna el timón.

El patrón hace unos comentarios sobre la situación económica llenos de realidad y sentido común, fruto de la experiencia de un trabajador que, en un día bueno, puede arrancarle al mar, como mucho, doscientos kilos de pescado; hoy no será ese día. Según avance la jornada, el mar se irá cabreando con los que se empeñan en peinarlo y apenas dejará escapar una limosna a la superficie.

Al bordear la Illa da Rúa, el patrón recuerda que, en este punto, su padre siempre le contaba la historia de Cananca, el farero que vivía allí durante la Guerra Civil obsesionado con que se le colase un submarino en la ría. El cielo avisa de la que se nos viene encima. Los marineros sueltan los 2.500 metros de red hasta que Lorenzo grita: «¡Boia na auga!». Son las siete. Dejamos que los peces caigan en la trampa fondeados durante un par de horas en Punta Cabalo, en la Illa de Arousa. Y se nos echa encima la claridad, con la embarcación junto a una batea.

Hablamos de las cantadas de Valdés en el partido del jueves; de la intensa vida de Mario, ex instructor de paracaidistas en el Ejército de Perú, que tiene dos sueños que cumplir antes de volver a los Andes: «Conocer París y el Vaticano»; reflexionamos sobre el futuro borroso de Mohamed: «Cobramos por semana en función de las capturas —explica—; en las dos últimas he sacado poco más de veinte euros». Con el kilo de pescadilla a setenta céntimos en lonja, el premio al esfuerzo es una venganza.

Las horas siguientes, la tripulación se empleará a fondo para recuperar el aparejo, que sube escasísimo de vida. Una manada de delfines nos baila el agua por estribor. Y el mar y la lluvia se ponen de acuerdo para regarnos por aspersión. Pero los marineros le plantan cara y le juran que el lunes volverán a intentarlo, Dios mediante.

Como buen zurdo, un clásico de Tahúres Zurdos. Yo también pienso tocar hasta que mis dedos sangren.  Y no me perderé en las palabras corrompidas por el uso. Besos.

64. Regreso a 1992 por mil pesetas

Podría ponerme intenso y decir, por ejemplo, que de todos los libros que leí en la carrera, entre 1989 y 1994, los que más me marcaron fueron cualquiera de los títulos del maestro Ryszard Kapuściński que todavía siguen en las bibliografías; las crónicas noveladas de Truman Capote en A Sangre Fría; o incluso las obras maestras de Hemingway, que también era un gran contador de realidades recreadas. Pero no, ni Ryszard, ni Ernest ni Truman, que me tocaron mucho, fueron capaces de taladrarme en la memoria tal cantidad de frases como labró en mi vida de estudiante en la Barcelona anterior a los Juegos Olímpicos del 92 una de las obras cumbre del periodismo de ficción: Sin noticias de Gurb, de Eduardo Mendoza. Mendoza, que es un cachondo mental, hacía aterrizar a su extraterrestre Gurb -antes de que se transformase en el ser humano conocido como Marta Sánchez- en el campus de la Universitat Autònoma (UAB), ¡mi universidad! Y ahí me enganchó en lo profundo. Igual tuvo también algo que ver lo de Marta Sánchez, a quien tantas novenas solitarias dediqué cuando posó en pelotas en el Interviú para desatascar a la adolescencia masculina española, para alegrar a sus padres y sorprender a sus madres; el subsconsciente, ya lo sabéis, que juega sucio.

El caso es que el marciano aterrizaba en un planeta raro como el nuestro, lleno de gente que hace cosas que no sabe explicar y que vive vidas surrealistas, y tardaba bien poco en darse cuenta de que la humanidad es el eslabón perdido entre el caos original y el punto final. Copio ahora de la Wikipedia: «El autor convierte a la ciudad [Barcelona] absurda y cotidiana en el escenario de una carnavalada que revela el verdadero rostro del ser humano urbano actual y la acelerada conciencia artística del escritor». Completamente de acuerdo.

No sé por qué extraña conjunción, esta mañana me desperté en la esquina entre el Passeig de Gràcia y el Carrer de València, donde me refugio, con la ausencia de noticias de Gurb en la cabeza. Y como mi compañero de piso dormía y ante el riesgo de mutar en el ser humano conocido como Marta Sánchez, ya un poco fuera de punto, me puse en marcha con un objetivo claro: llevar de paseo a mi astrocitoma anaplásico o las células que de él puedan quedar, a mi Casiano invasor, al campus en el que aterricé, como un marciano de la provincia de Pontevedra, un día de septiembre de 1989; el lugar que abandoné para siempre hará pronto veinte años.

Así que me fui a paso ligero a la estación de los ferrocatas (la forma abreviada y popular de referirse a los Ferrocarrils de la Generalitat de Catalunya, que es una pequeña Renfe patria) me subí al S2 con dirección a Sabadell y me dejé guiar, como Gurb en la nave espacial, hasta el campus de Bellaterra. Y aterricé.

Ha sido una gran experiencia, quitando que Gardel no tenía criterio cuando cantaba que veinte años no es nada. En lo de «que es un soplo la vida» sí que estamos de acuerdo, Carlitos. He vuelto por unas horas a los escenarios en los que perdí los dientes de leche, gané un montón de amigos, un idioma en el que incluso sueño, una formación con la que alimento a mi familia y, en definitiva, cinco de los mejores años de mi vida, por dentro y por fuera.

Tanto me pudo la nostalgia que, después de atravesar la facultad y echar de menos a Xosé, el Kioskiero, caminé hasta la Vila Universitària, que tuve el privilegio de estrenar con otros compañeros en 1992. En realidad, quienes probaron primero los colchones fueron los polis que vinieron para reforzar la seguridad de los Juegos Olímpicos. Y después ya entramos nosotros, a saco.

Ya puesto, busqué los dos pisos en los que viví: el B005 y el G308. Me emocionó ver que, veinte años después, todavía resisten, debajo del hueco de las escaleras traseras del bloque, las manchas de aceite que derramaba mi Vespino antes de que en un taller de Cerdanyola del Vallés me lo retificasen con el motor de una Derbi Variant. ¡Uy! Si acabo de meter la pata… Sí, mamá y papá, yo tenía un Vespino en Barcelona. ¿Os acordáis de aquella moto que le compré a Pablo Camiña para usar en los veranos y que después, cuando empezaba el curso y volvía a Cataluña, «guardaba» en el garaje de Alfonso? Pues no es cierto. Lo que en realidad hacía era facturar el ciclomotor por Transportes Ochoa y recogerlo en un polígono industrial de Barcelona. Nunca os lo dije porque eso de que el corazón no siente si los ojos no ven no es del todo mentira. No diréis que no os ahorré disgustos. La gasolina no tenía los precios de ahora, claro. Pero lo que no tenía precio era la libertad.

Fui el puto amo del campus con mi Vespino azul y blanco. La chavalada del Barça me rajó el asiento en Cerdanyola pensando que era una moto del Español cuando, en realidad, el uniforme blanquiazul del bastidor era el reflejo del celtismo vigués de su dueño anterior. La violencia, lo mismo que la ignorancia, suele ser atrevida. Incluso daltónica. La de kilómetros que le metí, solo o en compañía de otros, a aquella bicicleta de gasolina que acabó, amortizados sus servicios, en una finca de Vilasobroso, cerca de Ponteareas.

Los que hoy residen en la Vila, claro, solo ven suciedad donde yo leo el pasado. El futuro todavía se me resiste. Pero el momento álgido de la mañana llegó cuando, parado delante del G308, nostálgico y emocionado, se abrió la puerta y salió un chaval pelirrojo.

-Ah, disculpa, es que yo viví aquí hace más de veinte años, no pretendía asustarte.

-¿De verdad? ¡Encantado de saludar a un veterano! Un placer.

El estudiante me estrechó la mano justo antes de confesarme que desde la dirección les acababan de dar un ultimátum de desalojo:

-¿Y eso? ¿No podéis pagar?

-Se ve que nos hemos pasado con las fiestas.

-¿Qué tal se conservan los pisos? Tienen 22 años…

-Bueno, más o menos; les damos mucho tute.

-Pues anda que nosotros…

Menudo marrón lo del desahucio.

El pelirrojo cerró la puerta y divisé a la derecha el colchón que yo ocupé en una vida anterior. Me marché satisfecho con la risa puesta pensando en lo complicado que lo tendría Gil Grissom para extraer y clasificar semejante cantidad de ADN y de pelo púbico acumulado durante tanto tiempo en semejante sala de fiestas.

No pasé ni dos horas entre la Vila y el campus. Pero durante esos 120 minutos volví a tener flequillo, guardapolvos y salud. Y solo por eso doy por bien empleados los seis euros que, entre la ida y la vuelta, me gasté en la nave espacial con la que la Generalitat de Catalunya me llevó al pasado en calidad de observador.

Ahí van esas fotos y unos minutos musicales de la época, uno de aquellos temazos que nos pinchaban en el Impacto de Cerdanyola, junto a los cines Kursaal. El vídeo de Los Especialistas, con Cúbrele, es de 1991 y lo copresenta el ser humano conocido como Ana Obregón, otra diosa de la neumática. Mañana volvemos mis entrañas mutiladas y yo a Santiago con la maleta llena de regalos y la cara llena de besos. Recordad, alumnos queridos, lo que decía Kapuściński, aunque seguro que Gurb, incluso tuneado con las tetas de Marta Sánchez, pensaba lo mismo: «Creo que para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser un buen hombre o una buena mujer: buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Si se es una buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias. Y convertirse, inmediatamente, desde el primer momento, en parte de su destino. Es una cualidad que en psicología se denomina empatía. Mediante la empatía se puede comprender el carácter del propio interlocutor y compartir de forma natural y sincera el destino y los problemas de los demás» (En Los cínicos no sirven para este oficio). Bona nit, bona sort.

63. En la muerte de Javier Álvarez-Santullano, amigo

«Recuérdale a Nacho que está en las mejores manos», le dijo a modo de despedida mi amigo Javier Álvarez-Santullano Pino a su hija Marta antes de subirse, esta mañana, al tren que solo vende viajes de ida. Me queda la pena irremediable de no haberlo despedido a pie de vía, pero el consuelo de un compañero de batalla en quien me inspiré cuando me tocó afrontar el cáncer. Sobre Santullano publiqué esta página en La Voz de Galicia del 17 de diciembre del 2012. Ni por asomo me imaginaba entonces yo que, tan solo un año después de aquella conversación, compartiríamos especialista en el Hospital Clínico Universitario de Santiago; las mejores manos. Te echaré de menos en la consulta 11 y en la vida. Pero no olvidaré tu ejemplo. Gracias, amigo de la acera ancha.

Javier Álvarez-Santullano: «Soy de esas personas que presumen de tener amigos»

La Voz de Galicia, 17 de diciembre de 2012

Nacho Mirás

Fue el único pasante que tuvo el insigne abogado Santiago Nogueira, un hombre a quien admiraba por su humanidad y por sus conocimientos. «Usted sabe mucho de Derecho —le decía el pasante al maestro— y yo, sin embargo, no sé nada». Y Nogueira, que era un sabio, le respondía: «Sabes más de lo que crees». Javier Álvarez-Santullano Pino (Santiago, 1945) dice que nació en la «acera ancha». «Si alguien no sabe dónde está la acera ancha —explica— sé que no es de Santiago, siempre se lo digo a Farruco». La acera ancha está en El Pilar, ahora ya lo sabemos los de fuera.

La suya es una familia numerosísima. Once hermanos a los que unos padres entregados consiguieron dar estudios para sobresalir, cada uno en lo suyo. El Javierito niño fue un chaval traste, puro nervio, y sus contemporáneos todavía lo recuerdan. «Al venir del instituto, me agarraba a la escalerilla que llevaban detrás los autobuses de Calo y, al llegar a A Senra, como no paraba, me tiraba en marcha», dice. Se pegó así sus buenos trompazos, aunque tenía cualidades atléticas que le ayudaron.

Hace cosa de un año, la enfermedad puso de nuevo a prueba su resistencia física. Santullano habla sin contemplaciones sobre la dolencia que casi lo borra del mapa. «Estuve a punto de morirme, es cierto, pero aquí sigo». Con veinte kilos menos y una moral que no perdió en ningún momento, el que fuera decano de los abogados de Santiago durante nueve años vuelve a estar operativo.

«Me diagnosticaron un tumorcito en un pulmón, con metástasis en la columna vertebral. Como yo llevaba tiempo sufriendo de una hernia, al principio pensé que sería de eso». Pero era otra cosa. Sin embargo, lo que estuvo a punto de mandarlo al otro barrio fue una neumonía que pilló en esa tesitura, pero que por fortuna superó.

Nuevos bríos

Ahora hace vida prácticamente normal, fiel a la medicación, cuidándose al máximo —con el apoyo de su mujer y sus hijas— y sin dejar cada día de hacer su gimnasia. «Se me cansan algo las piernas por la tarde, pero no por eso dejo de pasear por Santiago. Es mi ciudad, una ciudad en la que siempre descubres algo nuevo, un detalle de una fachada, un rincón. En los días de hospital es lo que más echaba de menos».

«Yo soy de esas personas que puede presumir de tener amigos de verdad, y en los momentos difíciles han sabido demostrarlo», dice.

Javier conoce tan bien Santiago y tanto a los de aquí que uno podría pasarse el día entero aprendiendo de esa enciclopedia ciudadana que lleva en la cabeza; haría bien en escribir unas memorias compostelanas. Gran conversador, salpica su discurso de personajes, anécdotas, procesos judiciales sonados o sentencias curiosas, e ironiza recitando frases hechas de las que abogados, jueces o fiscales acostumbran a plasmar, esdrújulas y rimbombantes, en muchos de sus escritos.

Gallardón, descentrado

Con Santullano resulta imposible no hablar de la situación actual de la Justicia. Es muy crítico, al igual que sus compañeros, con la gestión del ministro Alberto Ruiz-Gallardón, especialmente en lo que tiene que ver con la imposición de las nuevas tasas judiciales. «Gallardón es fiscal —dice— pero está claro que no sabe lo que es un juzgado, está totalmente descentrado y ha conseguido una cosa que nunca consiguió nadie: unir a todo el sector de la Justicia». Y, como explica, no es que la gente esté en contra de establecer unas tasas, sino de «ese importe de las tasas».

La política siempre le ha interesado mucho al abogado compostelano, pero desde una segunda línea. «Si te gusta la profesión de abogado, no puedes dejar el despacho para dedicarte a la política, porque entonces ya nunca lo recuperarás», concluye.

En su rincón

La rúa de Xerusalén, paralela a la rúa da Troia, una calle estrecha y de postal que tiene plantado un olivo, es el rincón favorito de Santullano. «En esta zona estaba la judería de Santiago, es una calle tranquila, muy cuidada, apenas conocida», dice.

Hijo de un secretario judicial, nieto de un magistrado del Supremo, bisnieto de un magistrado de la Audiencia de Pontevedra, los vínculos de la familia Álvarez-Santullano con el mundo de las leyes se pierden en la memoria de los tiempos.