Y como quien no quiere la cosa, ya estamos a 25 de junio. Ayer brindé a la salud de los Juanes que en el mundo son con un lingotazo de 400 miligramos de temozolomida, dando así por inaugurado el cuarto ciclo de citotóxicos con los que la sanidad pública gallega se afana por mantenerme en el más acá. De los efectos secundarios, lo ya sabido: me canso, me canso… La quimioterapia funciona por acumulación, así que lo que va entrando en el cuerpo es más de lo que sale y claro, lo notas. Acabaré de drogarme el sábado por la noche y después tendré por delante todo el mes de julio hasta el ciclo siguiente.
La ventaja es que me podré ir de vacaciones con la familia y la casa a cuestas sin llevarme la farmacia puesta. O, al menos, solo la botica suave, la del antibiótico y el protector gástrico. La idea de viajar con unas cápsulas cuya ingesta accidental por un niño puede causar la muerte del niño y el suicidio del padre no me hacía demasiada ilusión.
Hoy es miércoles y ¿qué pasa los miércoles? Eso es, que tengo que comparecer en el centro de salud, recibir la baja y llevarla de paseo a la empresa y a la universidad. Para desaparecer en julio tengo que resolver la logística burrocrática del mes entero a base de pedir favores: pero así me convierta en un sin papeles, me iré fuera de Galicia, me vestiré de blanco, me anudaré un pañuelico rojo al cuello y correré… detrás de los toros por las calles de Pamplona. Sí, detrás, que ya sobra quien se ponga delante.
Antes de eso deberé cumplir varios requisitos. Primero: el médico de familia tiene que autorizar por escrito mi desplazamiento. Segundo: alguien tiene que encargarse de ir los miércoles a buscar la baja en mi lugar y sacarla de paseo, lo mismo que tienes que empaquetarle a alguien el gato cuando te vas unos días. Yo le propongo directamente al sistema que me coloque en el tobillo una pulsera de esas del arresto domiciliario, así puede controlar telemáticamente mis movimientos y no le jodemos la vida a las amistades. También autorizo a la Administración a que me siga con el helicóptero de control de tráfico, a que me implante un chip en la oreja o a que me ponga una luz en el culo.
No me canso de decir que mientras el Curiosity se hace selfies sobre la superficie de Marte y los coches que se conducen solos están a punto de entrar en el plan PIVE, seguimos soportando un sistema burocrático vintage que en vez de solucionar la vida de la gente la complica. Alguien decía el otro día: «Hacemos un rey en quince días y una radiografía en seis meses». Y, así, todo.
Sigo entreteniendo la cabeza todo lo que puedo, aunque en los últimos días he tenido algún bajón anímico que, de todas maneras, se difumina si me pongo a atornillar a lo loco. «Eres un hombre del Renacimiento», me dijo el otro día mi mujer cuando le regalé un soporte para el iPad que fabriqué con los restos de un flexo viejo. Más que un inventor soy un chatarrero renacentista, pero me entretengo.
A veces pienso cómo habrían sido estos ocho meses en las filas de la oncología si me hubiera hundido desde el principio. Habría sido el horror amplificado, para mí y para todos.
El lunes me dieron la bendición urbi et orbi en la consulta 11. Los números de los análisis me acompañan más que el gol average a la Roja (que me la trae floja) en Brasil y por eso hemos podido iniciar el cuarto ciclo sobre lo previsto.
Guardad un hueco en la agenda para el 18 de septiembre, que me gustará veros las caras en Santiago. Ya os contaré.
Ahora que llevo ocho meses de baja observando obras públicas me doy cuenta de que, en realidad, los jubilados que miran detrás de las vallas lo que querrían es estar ellos mismos en el tajo. O mejor: dirigir la orquesta. Como toda esa gente que se desgañita en la grada porque sabe más que el míster y no le dejan demostrarlo. Porque una cosa es que no puedas trabajar y otra diferente que seas un inútil.
Como adelanté en esa plaza del pueblo que es el Facebook, ayer decidí hacer un «podemos» de las obras públicas y pasé a la acción directa, harto como estoy de llamar por teléfono a los servicios de mantenimiento del Ayuntamiento para que no me hagan ni puto caso. Poco faltó para que acabase en la Audiencia Nacional. Sí, sí, veréis…
Resulta que a pocos metros de mi portal, en la zona peatonal que piso irremediablemente si quiero salir de casa, una papelera de acero inoxidable colgaba de un tornillo desde hace cosa de dos años. No sé ni la cantidad de veces que he llamado para avisar. En el mismo lote, otros recipientes parecidos, también abandonados por falta de mantenimiento, acabaron en la furgoneta del chatarrero de guardia. «¡Pero si esto se arregla con un tornillo del 8!», bramaba para mí mismo cada vez que pasaba por delante del metálico objeto. Es la herencia de haber sido becario infantil en el taller de carpintería metálica de mi padre.
Ayer no pude más. Arranqué la moto, puse rumbo a mi chino de cabecera y por el módico precio de sesenta céntimos compré un lote de tres tornillos acerados del 8 con sus respectivas tuercas y volví a mi calle. Transformado en un espontáneo del mantenimiento, en un activista peligroso, tardé dos minutos en reparar una papelera que llevaba abandonada dos años. Los vecinos, desde las ventanas, debieron de flipar: «¿Qué carallo hace este manipulando la papelera? ¿Ya tiene que buscar en la basura?». Pero como últimamente todo me resbala, terminé el operativo, hice unas fotos del resultado -por si el alcalde se conmueve y me quiere descontar los sesenta céntimos en el próximo recibo del IBI- y di por finalizada la maniobra. «Te pareces a uno que sé yo -me escribió mi amiga Nuria Fernández-, que cuando le sobra un poco de cemento de algún trabajo se dedica a tapar los baches del barrio». Vaya, Jorge, ¡va a resultar que somos un comando con células independientes!
Lo más cachondo del asunto es que, justo cuando acababa de recoger las herramientas, desembarcó en la zona la Guardia Civil toda junta. No exagero: un despliegue uniformado en toda regla, con sus agentes con pasamontañas -anda que no hacía calor- sus coches oficiales apurando la primera, sirenas… todo un número. Nada menos que un dispositivo especial coordinado por la Audiencia Nacional para detener en el barrio a un supuesto colaborador de un grupo armado. Si llegan a desembarcar solo cinco minutos antes y me ven poniéndole las tuercas que le faltaban a un bidón de acero inoxidable me aplican allí mismo la ley antiterrorista. Ya estoy viendo a los Tedax rodeando el recipiente para desactivar las cacas de perro en bolsitas que llenaban el cubo. Y yo explicándome: «Se lo juro, señor guardia, yo soy un vecino aburrido que estaba arreglando la papelera porque el Ayuntamiento no me hace puto caso. Y además tengo cáncer». «¡Guarde silencio, majadero, ¿no tiene una excusa mejor? ¿Manipulando metralla justo antes de un operativo antiterrorista? ¡Levante las tuercas, digo, las manos!»
Yo es que me tomé muy a pecho que mi enfermera favorita de oncología me recomendase tener «la cabeciña ocupada» ¿Verdad, Isabel? Por eso me he convertido en un activista de la tornillería así, a lo loco, de la noche a la mañana. Y soy reincidente: hace días enderecé una señal de tráfico que alguien tumbó dando marcha atrás. A mano. Eso sí, señores alcaldes entrante y saliente (Santiago tiene una gestión municipal muy complicada): a lo que me niego es a baldear los contenedores de la basura que huelen a podrido que tumban. Algo huele a podrido en Santiago… jeje. Así que eso se lo dejo a los del mantenimiento de Urbaser. No será que escasea el agua este año. Que hablen las fotos de mi intervención y sigo:
Activismo aparte, me encuentro razonablemente bien. El día 25 toca control y, si todo está en orden, preparar otro nuevo ciclo químico, el cuarto. Aunque me canso cada vez más, sobrevivo con una calidad de vida de ocho en una escala del uno al diez. ¿O acaso conocéis a más pacientes oncológicos con un tumor en grado III que se dediquen a arreglar papeleras? Ahora me preparo para la ruta burrocrática de los miércoles, ya sabéis: centro de salud, empresa, universidad… A ver si ahora no me viene la Inspección y me empura por arreglar una papelera pública estando de baja.
Sigo capeando los problemas gástricos que me generan la quimioterapia y el Septrin Forte con la leche sin lactosa y los yogures con bífidus. El resultado es bastante aceptable. Lo que sale, al final, es tan importante como lo que entra.
La moqueta que me había abandonado en el cuero cabelludo, sobre todo en el lado que me radiaron, ha vuelto a hacer acto de presencia. Tengo ese pelillo fino que Camilo José Cela etiquetaba de «pelo de hijo de puta» pero, según pasan los días, aumenta el calibre y viste más. No, si aún acabaré haciéndome las mechas californianas después de haber lucido mondo y lirondo tanto tiempo.
Tengo que preparar la logística burrocrática para poder abandonar Santiago un mes entero, con la quimio en el neceser, y procurar que mi familia tenga unas vacaciones lo más normales posibles. No es fácil, con esa mierda de la baja semanal. Pero si el trozo de cerebro que no me han extirpado me ha bastado para solucionar un problema de mantenimiento del mobiliario urbano que el Ayuntamiento no resolvió en dos años, malo será que no encontremos la fórmula. Qué ganas de poner tierra por medio. A lo ancho, no en vertical, que ya estáis haciendo segundas lecturas. Si en la resonancia magnética de octubre sigo teniendo el cerebro saneado será el momento de volver a hacer vida normal. Aunque, después de todo y convertido en un paciente crónico, ¿existe la vida normal? Existe la vida, en cualquier caso.
Dentro vídeo. Tócala otra vez, Steve Harley, que tienes apellido de moto y me animas la mañana.
Noventa, un número redondo. Un peso pesado en la báscula, un límite de velocidad… Quiero dedicarle la entrada número 90 de esta etapa de www.rabudo.com a mi amigo, maestro y camarada José Luis Alvite. Charlas de nunca es el título de su nuevo libro, recién salido del horno gracias a Ézaro. No exagero si os digo que es una de las mejores lecturas que os puedo recomendar. Marilyn Monroe, Frank Sinatra, Alfred Hitchcock, Al Capone, Franco, María Callas, Verónica Lake… ¡El mismísimo Jesucristo entrevistado por Alvite en este ejercicio de ventriloquia periodística imprescindible e inteligente! Es la primera vez que soy prologuista. Cuando el editor Alejandro Diéguez me pidió que hiciera los honores fue como si me hubiese regalado las llaves de un un portaaviones nuclear: un juguete acojonante cuyo manejo implica, claro, una enorme responsabilidad. La asumo con orgullo. Haber participado en este increíble musical de entrevistas, aunque sea desde la posición de esta humilde corista, supone una de las mayores satisfacciones que haya podido tener en este tan jodido momento de mi vida. Crónicas de nunca llegará en días a las librerías. Os adelanto el prólogo en la confianza de que este verano desayunaréis diamantes con Audrey Hepburn, esa mujer de la que se enamoró mi amigo «el día que comprendí que en su cuerpo incluso la Vespa de Vacaciones en Roma era ropa».
El periodismo y la ventriloquia
Nacho Mirás
Prólogo, Charlas de nunca. Ézaro, 2014
Pablo Picasso era un genio con flequillo encantado de conocerse; Frank Sinatra, la clase de hombre que esnifa ostras; Hitler solo quería ser profesor de gimnasia del Tercer Reich, pero la coreografía se le fue las manos; y Jesucristo añora un pasado en el que la Iglesia que fundó no era más que un equipo de trece sindicalistas cruzando el lago Tiberiades en una patera. Seguro que usted, como yo, tenía pocas dudas de semejantes hechos. Pero algunas de las personalidades más relevantes de la Historia han tenido que hablar por boca de José Luis Alvite para para certificar lo que siempre sospechamos: que a los personajes históricos nos los han contado mal, sin profundizar, con poco interés.
Me gusta imaginarme al hijo de Dios Nuestro Señor dándole las gracias al periodista por haber publicado en un suplemento dominical una entrevista en la que el propio Jesús de Nazaret, empeñado en que lo tuteen, confiesa su miedo a aparecerse con la cruz a cuestas en una playa de Marbella por si algún niño lo confunde con un surfista en camisón. «Alvite, magnífica entrevista; la próxima vez avisa, no vaya a ser que me pregunte el Jefe y no sepa qué decirle».
Las Charlas de nunca son el ejercicio de ventriloquia periodística más grande que jamás haya soñado entrevistador alguno. Sin el riesgo del desmentido, que siempre provoca situaciones desagradables, Alvite se desdobla en el que pregunta y en el preguntado. Y más de uno sale ganando, porque cuesta imaginar a Marilyn Monroe declamando para el New York Times que el himen fue menos importante en su vida que la última cereza del Martini. El autor de esa frase que dice que el amor eterno es aquel cuyo fracaso se recuerda siempre es generoso, incluso, para repartir pedreas de inteligencia como un donante de sangre que tuviera excedente de cupo.
El día que leí en ese pregonero de 140 caracteres que es Twitter la declaración de mi maestro y amigo José Luis contando que tenía dos cánceres, me desplomé: “Me han diagnosticado un cáncer de pulmón y otro de colon. Nunca pensé que envidiaría el estado de mi coche”. Era la confirmación de que Dios, el padre del surfista, llevaba ya una temporada leyendo poco, tocando de oído, esparciendo mierda por aspersión. ¿Es que no le gustó la entrevista a su hijo, Señor? ¡Rencoroso!
Alvite, incluso con la ITV caducada, es el espejo periodístico en el que me miré cuando yo tenía diecinueve años y él ya era un veterano de este oficio de contar la vida. «No te preocupes, camarada, este fulano ha confundido la selva con un manojo de grelos», me escribió para defenderme en público un día que un concejal me llamó al orden por preguntarle una inconveniencia.
En aquellos tiempos, a principios de los noventa, el coche de Al era una madriguera infestada de colillas y recibos de Fenosa. Llegó a vivir dentro. Pero me gustó el reflejo que me devolvió aquel retrovisor torcido una vez que estábamos parados frente a la puerta del Maycar, ese local nocturno de Santiago que no es si no la trastienda del Savoy que gobierna Ernie Loquasto.
Yo no le llegaré jamás a mi maestro ni a las uñas de los pies, ya no digo escribiendo, sino a la categoría de sus enfermedades. El mío es un cáncer solo; para empatar tendría que recurrir al horóscopo.
Pero no estamos solos. Siempre creí, camarada Alvite, que las carreras no serían posibles sin toda esa gente que está en los arcenes animando a los ciclistas. Gracias a ellos nos queda un montón de recorrido y de gasto para la Seguridad Social, que se empeña en mantenernos de una pieza como si de verdad le importásemos al sistema. Estamos pasando los mejores peores momentos de nuestras vidas y, además, vivimos para contarlo.
Te quiero, maestro; Ya sabes que mi coche es tu casa. Puedes instalar también a esos personajes que llevas en la maleta donde José Luis Moreno transporta el hambre de cartón de Monchito, la lucidez de Macario y la mala hostia de Rockefeller, ese cuervo que saluda como Shakira, con la pelvis; a esa gente que vegeta en la mochila de Maricarmen y sus muñecos como doña Rogelia, tirando con una exigua pensión de viudedad y una pañoleta; incluso podemos hacerle sitio al profesor de gimnasia del Tercer Reich en el hueco de la rueda de repuesto, que seguro que cabe.
Será divertido que las charlas de nunca sean las conversaciones de siempre. Y para siempre. Ya te dijo aquella vez Joseph Pulitzer, que era un sabio del periodismo al que entrevistaste nunca, que ahora la gente solo se conecta cuando está lejos y que lo que los periodistas debemos conservar es «la curiosidad de una peluquera, la dignidad de un mendigo y ortografía bastante para saber que un texto no se puede empezar con una coma». Pues por nosotros que no quede. Tuteémonos, compañero, camarada, amigo.
Hoy hace justo una semana que, a la que me levanto, en lugar de recibir los buenos días es como si me dieran una tunda. Eso tiene que ver con que los citotóxicos se van acumulando e incluso un cuerpo de acero inolvidable como el mío, con motor Barreiros que ha dado buenos ejemplos de consistencia, tiene su erosión. «La quimioterapia suave no existe, señora», le dijo el oncólogo a mi santa aquella vez que le preguntó si, por el hecho de ser oral, la quimio era menos quimio.
Tampoco es que el cansancio acumulativo me imposibilite, pero se manifiesta varias veces a lo largo del día. No me quejo, qué va. Si eso es lo peor que me espera del tratamiento firmo ahora la renovación por un par de temporadas. O, al menos, para los tres ciclos que me quedan a razón de cinco días de drogas duras y veintiocho de parada. Pero si algo he aprendido de mi máster acelerado en oncología y astrocitomas anaplásicos propios en grado III es que los futuribles tienen poco futuro, tanto en la enfermedad como en su tratamiento. Vivo hoy como si no hubiera mañana.
La peor parte de este festival terapéutico en el que vivo instalado se la llevan las piernas, que me abandonan a traición y acabo, y es literal, abrazando farolas. Las caminatas son ahora más cortas porque el andamio ya no me sostiene como antes. A cambio, le doy aún más a la cabeza -por si no le daba ya bastante- y me entretengo con cualquier instrumento que caiga en mis manos, ya sea musical o de natural obrero. Escribo menos, es cierto… pero procuro no perderme cualquier convocatoria a la que me inviten: baños de multitudes en los que recargo las baterías y, salvo excepciones, vengo bastante autoconvencido de que hasta tengo buen color y todo. Claro que también hay quien se columpia de carallo. Porque vamos a ver: aunque no esté para competir en Miss Universo, no cuesta nada decirle a tipo en mi situación que luce estupendamente. Esta clase de trolas están exentas de penitencia: pia-do-sas, se llaman mentiras pia-do-sas. Los analfabetos emocionales no salen en el informe PISA, claro. Me resbalan. Las faltadas las compensan con creces mis hijos, de quienes me contagio más de ilusión y alegría que de mocos.
Vengo de compartir con casi mil personas el concierto de despedida de Berrogüetto, uno de los grandes emblemas del folk gallego que, después de diecinueve años, se disuelve justo en el momento en el que va a haber mudanza en la Zarzuela. Contraprogramando, vaya. Suya es la pieza que, echando mano del humor negro que tanto bien me hace, acompaña este post de urgencia que escribo desde el agotamiento, pero que sirve de fe de vida para los que se siguen preocupando: Se titula Cancro Crú (Cáncer Crudo). Y también Berrogüetto le pone música a esa letra cargada de sentidiño -el sentido común gallego- que dice:
Sabe Dios de hoxe nun ano
sabe Dios de hoxe nun día
sabe Dios de hoxe nun ano
quén terá máis alegría.
Traducción para los de más allá del telón de grelos
Sabe Dios de hoy en un año,
sabe Dios de hoy en un día.
Sabe Dios de hoy en un año,
quién tendrá más alegría.
Un día, un año… planazos,en cualquier caso.
No me quiero meter en el sobre sin dar por escrito la enhorabuena a mis ex alumnos de la promoción 2010-2014 de la Facultad de Derecho de la Universidade de Santiago de Compostela, con quienes ayer compartí su acto de graduación. Siempre he dicho que daría clases igual aunque no cobrase, aunque tal como andan en las consellerías con la tijera de podar, haced como que no he dicho nada. Ayer consiguió emocionarme esta tropa de hipsters con toga ya no solo con el hecho de recordar a un tipo que les dio clase en el 2011. Muchos no entendían al principio qué pintaba una asignatura como Técnicas de Comunicación Oral y Escrita Aplicadas al Derecho en una carrera de puñetas, códigos y jurisprudencia. Pero que alumnos como Miguel Mallo (por citar a uno de una promoción que es enorme en calidad y en cantidad, de la A a la Z) te confiesen que en esa materia y conmigo haciendo de Augusto Algueró le perdieron el miedo a hablar en público ya me pagan los servicios prestados. Incluso me abonan los que, por una causa de fuerza oncológica mayor, no he podido prestar este año a sus compañeros de Redacción Informativa I en la Facultade de Ciencias da Comunicación.
Antes de desmayarme mecanografiando todavía me da tiempo de rescatar un escrito del pasado, uno de esos textos que me trasladan a aquellos días de trabajo frenéticos y desordenados en los que, sin embargo, no me costaba encontrar a alguien que estuviera más enfermo que yo. Dentro de diez días, el 19 de junio, hará 49 años que una Vespa entró hasta el mismísimo altar mayor de la catedral de Santiago. Hoy, que he vuelto a subirme en mi chavala de 1966, rescato la historia de aquella ofrenda extraña que consiguió meter una moto en la cocina de la casa de Dios. Y al final el cáncer crudo de Berrogüetto. Confío en que no me sigan abandonando las fuerzas. Gracias por los ánimos, los achuchones y los «qué bien se te ve», sean verdades absolutas, relativas o, simplemente, trapalladas.
Una Vespa en la casa de Dios
El cardenal Quiroga recibió en la catedral en 1965 la donación de una escúter
La Voz de Galicia, 7 de abril de 2013
Nacho Mirás. Santiago
Si nunca se han puesto a los mandos de una Vespa, entonces no saben lo fantástico que es, como dice la celebrada canción del grupo Lùnapop, «dar vueltas con los pies sobre sus alas». La Vespa, la escúter más vendida del mundo, es algo más que una moto. Es un objeto de culto que nació en Italia del intercambio de pensamientos e inquietudes entre el empresario Enrico Piaggio (1905-1965) y el ingeniero aeronáutico Corradino D’Ascanio (1891-1981).
Finalizada la segunda Guerra Mundial, a Piaggio se le ocurrió la idea de fabricar un vehículo que fuese cómodo, barato y fácil de manejar. Don Enrico encargó un primer diseño que no colmó ni por asomo sus expectativas, así que se puso en contacto D’Ascanio y este replanteó la situación partiendo de cero. Primero dibujó a una persona sentada y erguida, en posición cómoda, y luego diseñó un vehículo a su alrededor. «Bello, sembra una vespa!», dice la leyenda que exclamó el empresario cuando el ingeniero D’Ascanio le mostró un boceto que, en cierto modo, recordaba a las líneas de una avispa.
No pasaron demasiados años hasta que Galicia se contagió de la picadura del insecto más famoso del mundo, encarnado en una moto con una mecánica sencilla y un robusto bastidor de acero que le daba a quien la conducía una libertad de movimientos que jamás habría soñado. Y una legión de entusiastas de la gasolina con mezcla se pusieron de acuerdo para disfrutar de sus motos en comunidad.
Un año especial
El año 1965 fue especial en muchos sentidos para Santiago de Compostela. Fue, quizás, el primer año santo a lo grande y el Régimen se volcó para que el mundo pusiera sus ojos en la tumba de Santiago el Mayor, patrón de las Españas, más que un apóstol o un santo, un símbolo por el que Franco sentía debilidad, como también por ese despojo sagrado que es la mano incorrupta de Santa Teresa.
Política y religión aparte, el caso es que a los clubes vespistas les pareció que Compostela, en pleno fragor jacobeo, bien valía una visita. Y fue así como se organizó una de las peregrinaciones motorizadas más numerosas que se recuerdan. La gestionaron las asociaciones españolas, pero fueron muchísimos los vesperos de toda Europa que acudieron a la llamada; vinieron más de mil.
La prensa de la época, principalmente El Mundo Deportivo y La Vanguardia, dedicaron amplias crónicas a la concentración que se desarrolló el sábado, 19 de junio de 1965.
El momento álgido llegó cuando el presidente del Vespa Club de España, Manuel Aguilar, entregó al cardenal Fernando Quiroga Palacios una moto nueva del trinque «para que fuese destinada a una de las parroquias de España más necesitadas y pobres». Era una 125 fabricada ese mismo año por Moto Vespa S.A. en Madrid y su donación supuso algo nunca visto hasta entonces: la Vespa entró hasta el mismísimo altar mayor de la catedral, tal y como se observa en la foto, y allí -apagada, eso sí- la recibió su eminencia reverendísima, que se cuidó mucho de subirse encima.
Quiroga contestó la ofrenda con un discurso a la altura de las circunstancias: «Veo en vosotros un elemento más de esa puesta al día que el Padre santo, y con él el Concilio, nos enseñan a todos, con vuestros aires renovadores. Vuestros vehículos, que trepidan por las carreteras, son un auténtico homenaje al primer motor inmóvil: Dios nuestro señor». Y aceptó el «peculiar presente» como «símbolo de los tiempos modernos». El único humo que se olió a continuación fue el del Botafumeiro. Sabe Dios qué habría pasado en la batalla de Clavijo si Santiago Apóstol, en lugar de a caballo, se hubiese aparecido, escarranchado, sobre las cachas de una Vespa blanca.
Jorge Negreira: «Durante toda mi vida me he caído de la moto dieciocho veces»
Jorge Negreira Guzmán fue uno de aquellos entusiastas de las dos ruedas que participaron en la organización de la peregrinación masiva de vespistas. Hoy tiene 81 años y recuerda con nostalgia los tiempos en los que las distancias se medían en horas de disfrute sobre una Vespa. Tuvo dos y conserva la segunda en perfecto estado de revista. «Mis hijos -lamenta- me dicen que nada de moto, que estoy mayor». Pero todavía le queda gasolina en la sangre, y por eso, de vez en cuando, cabalga su montura de acero en un tramo de unos cien metros que hizo hormigonar, pensando en la escúter, en la finca que tiene en Aríns. «Durante toda mi vida me he caído de la moto dieciocho veces, pero nunca me he roto nada. En un par de ocasiones me pude matar», recuerda. Pero para un amante de este tipo de vehículo siempre son más las ventajas que los inconvenientes.
Jorge sonríe al recordar cómo embistió por detrás al primer Seat 850 que circuló en A Coruña y acabó en horizontal, con la Vespa «encartada».
El Vespa Club de Santiago funcionó entre 1965 y 1970, con Andrés Villaverde, propietario del concesionario de la ciudad, como presidente. Por allí también andaban el mecánico Suso Pedreira, el comerciante Luis Aldariz o el hoy propietario de Motos Adán y mecánico de referencia en el mundillo, Manolo Pérez Adán. «Llegamos a ser unos setenta, estas motos las tenía gente de cierto nivel», cuenta el ex secretario. Si a usted también le ha picado la avispa, puede encontrar un montón de material gráfico sobre el vespismo gallego en la web de Pablo Osorio http://www.miabueloteniaunaigual.es.
Dentro el cáncer crudo de Berrogüetto, que ya lo pongo yo en pepitoria.
La resaca de la abdicación de Juan Carlos Último -¿me estoy liando o es el subconsciente?- y otros fenómenos paranormales, como la dimisión de siete concejales del ayuntamiento en el que pago el IBI, el agua y la luz (Santiago de Compóntelascomopuedas), han dejado en un segundo plano otra celebración. Hoy, 3 de junio, hace exactamente 35 años que, convenientemente cubierta de pecados la libreta de Félix Rodríguez de la Fuente en la que anotaba mis faltas graves, hice la primera comunión. ¿Os acordáis de que, en Vigo al menos, los niños nos llamábamos «pecadentos» los unos a los otros a la que alguno se soltaba un taco? Pecadento tiene mucha más potencia como calificativo que pecador, dónde va a parar. Yo fui pecadento hasta el punto de que tuve que usar las guardas de la libreta para que me entrase completo el currículo del mal. ¡Y eso que evadí información!
El 3 de junio del año 2007 colgué un boceto de esto que reedito y tuneo a continuación en aquel http://www.rabudo.com que era un ventanuco por el que apenas entraban familiares, amigos y algún curioso que quizás buscaba porno y caía de rebote en mis vergüenzas puestas a serenar. Recupero gran parte del texto, reescribo algún pasaje y cambio el 28 por el 35 . Y pongo la foto, que es un todo un documento de época. Y después el vídeo, dedicado a los que por la razón que sea deciden cambiar de aires, nos entretienen los días y nos dan trabajo a los de la prensa. Como decía el enterrador: «Deus lle dea traballo a cada un no seu» (Dios le dé trabajo a cada uno en lo suyo).
Pecadento
Hoy hace 35 años de esta foto. Y, total, para nada porque, como decimos aquí, «non fixeron bo de min». Lo único que queda de la escena es la vela historiada, guardada en un baúl del tiempo que tienen mis padres. Y también, es cierto, el crucifijo nacarado, una preciosidad de la época que hacía de antena en la retransmisión espiritual entre el niño y el infinito.
Ese día me regalaron mi primer coche teledirigido ¡sin cable!; también un reloj con la esfera azul al que había que darle cuerda dos veces al día; si te despistabas vivías atrasado. Me cayó también algo de pasta para la hucha; una cámara Instantmátic de Kodak que aún conservo; algunos juegos de mesa; el clásico puzzle que nunca monté pero sí montó mi hermano… No me acuerdo del resto.
La hostia me la dio don Jesús, el cura de San Pedro de Sárdoma, en una comunión a discreción celebrada en el comedor del colegio. Fui sin desayunar, que nos insistieron mucho en que los jugos gástricos podrían interactuar con la sagrada forma. Vamos, como la quimioterapia si no le metes antes el Ondansetrón. No nos desmayamos de casualidad.
Fue un sacramento comunitario, por aspersión. Leí sin confundirme en la misa y me sabía bastante bien los pecados y las obligaciones del buen cristiano que, durante todo el curso, había ido anotando en una libreta en cuya portada salía Félix Rodríguez de la Fuente amarrado en un pasodoble con una anaconda.
La cuchipanda la sirvieron Pepe Costas y Conchi Núñez en su restaurante, Casa Pepe de Juan, y no faltó de nada. Hay una foto muy simpática de la abuela Pura, la madre de mi padre, metiéndole un zarpazo con todos los dedos en la tarta, que tenía pisos como las de las bodas. Después que si le subía el azúcar… Hacía bien la vieja, que le quiten lo bailao.
Por lo demás, ya digo, poco queda de aquello. Ni siquiera ese flequillo vintage llamado «perrera» con el que nos peinaban a finales de los setenta. La chaqueta marinera y el pantalón de Tergal gris -cómo picaba ese pantalón- eran heredados de mi hermano; es lo malo de ser el segundo, que no estrenas ni los calzoncillos. Otros después de nosotros recibieron sus comuniones con el uniforme prestado y pecadento hasta casi la descomposición.
La cara de devoto que recoge la foto de Mary Quintero no diréis que no la tenía, con esa posición marcial de ¡Presenten velas! que casi parezco una cariátide confundida digitando para el Papa sobre una gaita de cera la Muiñeira de las siete palabras.
Creo que después de aquello sólo me confesé dos veces más y enseguida deserté de las filas de Dios Nuestro Señor. Mantuve, sin embargo, el contacto con los Salesianos, que son unos religiosos que me caen bien y que nos ponían películas de Bud Spencer y Terence Hill los fines de semana en el Colegio Hogar de San Roque. ¡Incluso fui Scout en el grupo 181-Salesianos Vigo! Listos, siempre listos.
No sé si 35 años después habrá prescrito el delito de haber tomado el camino de la izquierda o si, por el contrario, sigo siendo un pecadento que te cagas en busca y captura. El caso es que el recordatorio con su foto deja claro que yo, lo que es recibir a Jesús… lo recibí. Que Jesús se quedara ya es otro debate. ¿No tengo un aire con Joselito, el pequeño ruiseñor? Era pecadento, era, pero tenía una buena pelambrera y el cáncer solo asomaba en el horóscopo de los nacidos el 4 de julio. En 1979 también pasaban todas estas cosas.
Acabo. El de ayer fue un día de esos en los que todos recordaremos qué carallo estábamos haciendo cuando don Juan Carlos hizo Borbón y cuenta nueva. Yo caminaba por la calle General Pardiñas de Santiago escuchando la radio, me crucé con Santiago Pemán, el hombre del tiempo de Galicia, y sentí la necesidad de hacerle partícipe de la Historia allí mismo:
-¡Qué buen día para abdicar, Santiago!
-¿Y eso?
-El Rey, que planta.
-Buf, a ver si no volvemos todos a los fusiles. Mira lo que pasa con Ucrania, cuando falte el gas y no tengamos agua caliente para ducharnos verás cómo sale la gente a la calle.
-No te molesto más, Santiago, que están las radios echando humo.
Ayer por la noche acabé el tercer ciclo de quimio; ya solo me quedan otros tres y reválida. De todos los tuits que se han escrito a propósito de la borbonada me quedo con éste de José Collado (@13_Jota): «Hemos conocido a tres papas, dos reyes, cuatro presidentes y a un solo presentador de Saber y Ganar«. La vida es como una caja de borbones; nunca sabes qué te va a tocar (este último, bastante facilón, es mío).
El fútbol lo mismo me da que me da lo mismo. Pero tengo un porrón de amigos del Deportivo. Así que, aun habiendo nacido en Vigo, voy a rescatar rapidito un reportaje de hace 3 veranos. Realmente es un salto de 70 años al 6 de junio de 1944. Aprovecho la conmemoración de la liberación de Europa por los aliados, se lo dedico a los deportivistas y hago tiempo para meterme la química que, como decía el filósofo Camilo Sesto en su obra maestra Tanto Amor, «me mata y me da vida a la vez». Condensador de fluzo a tope. El monte coruñés de San Pedro es la costa de Normandía. Vamos allá.
Normandía, día D, Hora H
La Voz de Galicia, 8 de agosto de 2011
Nacho Mirás
Pocos podemos presumir de haber ido al desembarco de Normandía en autobús. Y si no se lo cuento, reviento. Día D. Por una extraña circunstancia espacio temporal que no tengo tiempo de contarles, y gracias a la mediación de la asociación The Royal Green Jackets de A Coruña, me convierto en el reportero de guerra Ernest Pyle (Dana, Estados Unidos, 1900) y me empotro en la fuerza internacional que tiene como misión, un domingo, a la hora de la merienda, liberar Europa del yugo nazi.
«No nos disfrazamos, nos caracterizamos, somos recreadores», dice Antonio Osende, lugarteniente de Manuel Arenas en el mando de los Royal Green Jackets. Así que, debidamente compaginado, soy Ernest Pyle de pies a cabeza. Llevo al cuello mi cámara Argus made in USA de 1939. Uniforme de infantería. Casco. Botas. No pienso morir en esta guerra, solo contarla, pero pongo, como los demás, mi vida en las manos infinitas de Dios. Soy un reportero de guerra, un empotrado.
Seis de junio de 1944. Hoy va a pasar algo gordo, un hecho que cambiará el mundo. El mando me supervisa y se asegura de que no hay nada en mi atuendo que se haya fabricado en el siglo XXI. Me destinan a la torreta de un M-8, un blindado de la Segunda Guerra Mundial. Y es subirte en la torreta, a los mandos del cañón, y te asaltan unas ganas inexplicables de liberar París. Tranquilidad, en este año de 1944 me darán el Pulitzer.
Atardece en el monte coruñés de San Pedro. A lo que estamos: amanece en la costa de Normandía. Antes del desembarco propiamente dicho hay preparada otra recreación: la toma del Nido del Águila en los Álpes Bávaros. No queda a mano, pero el monte de San Pedro, con sus baterías auditando el Atlántico, puede ser lo que uno quiera que sea. La toma del Nido del Águila es un paseo. Hay tiros, humo, bajas, rugen las entrañas de los blindados. Los muchachos se entregan a la misión y le arrancan la victoria al enemigo, que claudica. Llevamos cuatro Jeeps, un Dodge, tres motos alemanas con sidecar, el M-8 y un semioruga. Parque móvil suficiente para recuperar Europa.
Y ya nos vamos a Normandía. Los alemanes ni se imaginan la que se les viene encima. El Atlántico está sereno y se presenta ante la vista como una paellera abisal. El general alemán, que es alemán, ve pobres las defensas y pide que se refuercen. No las tiene todas consigo. Los centinelas patrullan. Nada hace prever un ataque masivo y brutal salido de las entrañas mismas del océano Atlántico. Una sirena, un disparo. Ya están aquí. Desde Illinois, desde Arkansas, desde Kentucky… los muchachos suben la colina para liberar el continente. Veo a Smith, a Tylor, veo a Harris dejándose el aliento para liberar a Europa. La reconquista no ha hecho más que empezar. Sus madres estarían orgullosas.
Valor y emoción
Los aliados escalan la costa de Normandía como jabatos con piolet. El enemigo abre fuego sin contemplaciones. Al frente tienen ya un cañón 38,1 que defiende la costa, un artefacto capaz de hacer blanco a 38 kilómetros de distancia. Como suele ocurrir en las guerras, el general enemigo es el primero en ponerse a cubierto.
«¡Granadeeeeen!», grita un soldado de Hannover justo antes de que una detonación sorda deje a un par de alemanas viudas, su mujer incluida. Los muchachos avanzan y se produce el inevitable cuerpo a cuerpo, la lucha desesperada. O tú o yo. Y serás tú. Los aliados dinamitan la defensa y ya, por fin, celebran la victoria.
Los generales Patton y Leclerc aparecen en un Cadillac del 41 y pasan revista a las tropas y las bendicen por la acción. Y se acaba así una recreación tan auténtica que durante algo más de una hora uno se olvida de que el mundo del año 2011 ya es otro, aunque las guerras sean parecidas.
El presidente de los Royal Green Jackets, Manuel Arenas, destaca la labor de difusión histórico-cultural que realiza esta entidad. «Nuestra idea -dice- es difundir las épocas, medieval, templaria, napoleónica, la Segunda Guerra Mundial y toda la historia de Galicia y España».
Además, aprovechando la recreación de ayer se rodaron secuencias para un documental que se está haciendo sobre Cariño López, que bien podría ser el soldado Ryan gallego.