168. Hábeas «porcus». Mis amigos.

por Nacho Mirás Fole

Es normal que, después de un cuarto de siglo dedicados a redactar y fotografiar sucesos para las páginas de los periódicos, a mis compañeros de la prensa gráfica y a mí mismo se nos hayan pegado los palabros de policías, abogados, fiscales, jueces, forenses… Yo suelo contestar con un «de cuerpo presente» o «decúbito supino» cuando me preguntan cómo estoy.  La última incorporación léxica llegó de la mano del gran Fernando Blanco, fotógrafo de El Correo Gallego y académico sin silla pero con taburete en la Real Academia de la Lengua, que decidió bautizar a nuestras habituales churrascadas -que tanto bien nos hacen para el estómago y el espíritu- como «hábeas porcus» en una adaptación libre del hábeas corpus que a todos nos suena más o menos de libros, películas, series… de la realidad misma. Qué, ¿quedamos para levantar un cadáver?, solemos preguntarnos antes de encargar el menú en la churrasquería de guardia. Sí, somos unos salvajes que comen animales. Fue en una de esas citas gastronómicas cuando, al comunicarles que yo tenía lo que tenía en la cabeza, los muy cabrones pidieron a mayores una ración de sesos. Tienen mucho sentido del tumor.

El caso es que el último hábeas porcus lo celebramos en una casa particular tan particular que encajaría perfectamente en un capítulo de El Ministerio el Tiempo; con decir que atravesabas una puertecilla y aparecías en un ultramarinos… En realidad nos reímos más de lo que comemos, pero estas reuniones hacen más por mi ánimo que cualquier remedio de farmacia. Lo mismo que cuando nos cuadramos antre una mesa de futbolín o una baraja de póker. «Las únicas deudas que no se perdonan son las del póker y los encargos de Ikea», acostumbramos a recordarnos, para que la confianza no llegue a dar asco. Gracias, Soler, Paco, Álvaro, Curricho, Fer, Ángel, Agus… Hay que convocar ya la siguiente.

Mis amigos son unos atorrantes…