159. Más cansado que ayer, ¿menos que mañana?
Pienso que no se puede estar más cansado hasta que llega el día siguiente y me levanto más hecho polvo que el anterior. Hoy es el día siguiente. Lo llaman astenia y, básicamente, se concreta en que me cuesta incluso arrastrar los pies. El cansancio extremo -me han dicho- es una buena señal: eso quiere decir que la quimio te está haciendo efecto. Yo, que soy de natural desconfiado, lo dejo ahí, porque también me escarallaron al máximo las hostilidades químicas del año pasado, las cuchipandas de Temozolomida, y el tumor resurgió de sus cenizas y volvió a acampar en mi cerebro.
Las tripas siguen en su sitio, pero la sensación de mareo en el estómago es habitual. Hago esfuerzos para comer y, antes de abrir la boca y tragar, primero tengo que imaginarme qué me puede apetecer y cómo me sentará; por norma general, acierto y me voy nutriendo. La cocina asiática, en todas las variantes a mi alcance -básicamente, China y Japón- se ha descubierto como un gran aliado en esta circunstancia, quién lo diría.
Me quedan nueve días para la siguiente dosis de antineoplásicos. Menos mal que ya tengo la descendencia fabricada, porque estoy al día de lo mal que le sientan estas pócimas a la reproducción. Con los hijos hechos, el libro escrito y algunos árboles plantados, debo de ser lo más parecido a un fulano completo. Incluso he subido en globo un par de veces, así que ya no hay mucho dónde rascar. Yo sigo convencido, no obstante, de que estoy, más o menos, en la mitad de la carrera, por mucho que el cáncer me ponga zanadillas.
Empecé esta entrada escrita en el blog confiado en que me vendría arriba, pero incluso me cuesta mecanografiar. He salido a la calle para ver si espabilaba, pero una ráfaga de viento helado que entraba por Amio me ha obligado a regresar a la base. Necesito sol, calor… ¡Y los necesito ahora, no en julio! Ando sobrado, sin embargo, de calor humano, como el que recibí el viernes en la entrega del VI Premio Derechos Humanos del Ilustre Colegio de Abogados de Santiago. Compartir el momento con mi familia y, especialmente, ver la cara de orgullo de mis hijos han sido motivos de satisfacción máxima, y no anda uno sobrado de satisfacciones máximas en esta segunda tandada de hostilidades químicas. Gracias de corazón a los abogados de Compostela, que me eligieron por unanimidad en estos tiempos en los que una decisión unánime, sea para lo que sea, es una excepción.
En los minutos escasos que he empleado en llegar a esta línea he entrado en calor. Lo peor de estos daños colaterales de la guerra química es no poder hacer la cantidad de cosas que uno quiere hacer porque el cuerpo no te sigue. No mandé mi flota a luchar contra los elementos… Aún así, de verdad que me esfuerzo para torear al invierno y a la astenia con todos los medios a mi alcance.
Ah, por fin he cobrado. Más tarde que el resto de la plantilla y sin que la mutua tenga la deferencia de detallarme los conceptos, pero he cobrado. Si el ingreso es correcto o si se les ha olvidado algo es una cuestión de fe. Sigo esperando noticias del Instituto Nacional de la Seguridad Social, que tiene ahora la misión de resolver mi situación laboral a largo plazo: Incapaz permanente o incapaz absoluto. Lejos de ser sinónimos, que te señalen como permanente o como absoluto marca la diferencia entre morirte de hambre o quedarte económicamente como estabas. Lo único que le falta a un enfermo de cáncer, después de haber cotizado más de veinte años, es tener que pensar además en la solvencia y en el futuro de los que dependen de ti. ¿No es suficiente tener lo que tengo?
Voy a hacer otra intentona y salir al exterior; el riesgo de quedarme dormido al teclado es alto. Pasad una buena semana, que la mía arranca con un poco más de lo mismo. En la entrega del premio sonó el viernes el A Rosalía de Curros Enríquez, que me pone los pelos de punta desde que lo escuché por primera vez. Va la versión de Luis Emilio Batallán. ¡Ai dos que levan na frente unha estrela, ai dos que levan no bico un cantar!