136. Prueba de vida

por Nacho Mirás Fole

Qué largas se hacen las noches del convaleciente oncológico. Cambiando una camiseta tras otra, sudado, como un triatleta horizontal que no tiene otra meta que seguir de cuerpo presente, reptando sobre la vida.

Va cicatrizando razonablemente bien el área del cráneo por la que entraron por segunda vez los neurocirujanos y salió el tumor, pendiente todavía de resultado histopatológico. Ya sin grapas -que guardo en un sobre muy colocaditas, ya sabéis, para escupírselas en la cara al primer burrócrata que me pida pruebas- el tirón es menor y el descanso mejora.

Pero hay estos días en Mordor de Compostela una humedad prenavideña que se te mete en las carnes y no se va ni con un Kayami de cincuenta litros. Aún así, lo peor es mi calendario de adviento. A mi hijo lo espera el suyo, todas la mañanas, con una chocolatina sorpresa que va descubriendo a la hora del desayuno. Yo, en cambio, abro ventanitas de anticonvulsivos, cortisona, protectores estocamales o calmantes sintéticos con los que me voy cementando los adentros. Y claro, así luego sudo y vierto semejante caldo de cultivo en váteres y lavadoras. A estas alturas tiene que haber ostras mutantes que lleven mi olor y hasta mi lunar al pie de la depuradora de Silvouta.

Tengo los bajos doloridos de la fontanería hospitalaria. Entre el tubo de la anestesia, la sonda, el catéter y otras cañerías estoy cedido por parroquias. Pero eso no es, ni por asomo, lo peor que me espera.

En unos días, hacia el 15 -depende de que haya hueco-, me llamarán de nuevo del Hospital Clínico de Santiago. Operación: instalación de un reservorio venoso subcutáneo, dispositivo a través del cual me trasfundirán la quimioterapia que me tiene que mantener algo más de tiempo en la lista de los vivos. No sé dónde me lo encajarán, pero seguro que no va a ser cómodo. Se acabó aquella quimio oral que se administraba dos horas después de la cena, ¿recordáis? Aquel Santiago e-tapas que iba narrando a las noches. Ahora cambia el asunto y será un tratamiento largo, y cuanto más mejor, porque si se alarga querrá decir que resisto.

Ni rastro de problemas derivados de la intervención quirúrgica, así que por esa parte todo controlado, queridos doctores y salvadores Ángel Prieto y Alfredo García Allut, mis ídolos. Visión periférica OK, memoria OK, mala hostia, ok… Todos los sistema operativos. Tengo la mejor asistencia domiciliaria y estoy en las mejores manos, así que no encuentro más motivo de queja que el del cáncer propiamente dicho, y de eso no es culpable nadie.

Los paseos apoyado en mis bastones de trekking ayudan, pero voy a valorar seriamente en la carta a los reyes magos la posibilidad de añadirle a mi bici algún elemento eléctrico que me eche una mano justo cuando más me falla la tracción. Como el año pasado, pienso ir yo solo cada día a las salas de tratamiento del Clínico, pero no quiero desperdiciar todo aquello que la tecnología pueda propiciarme, incluida una poquita electricidad debajo del culo.

Señores de la lavandería del Clínico, planta tercera: creo que me dejé en un pijama unos auriculares de iPhone y 5 euros. Dónenlos a una buena causa. Después de una duchita y un poco de aire bajaré a la calle, que la hostelería compostelana merece todos mis respetos y hay que mover el mercado.  Lejos de lo que algunos pueden pensar, prefiero salir a comer por ahí que soportar la logística domiciliaria de un almuerzo familiar, que estoy sensible en los olores, los sabores y los ruidos. Hipersensible también, que va en el lote.

Quiero volver a dar las gracias a mis compañeros y amigos, a mi familia, de La Voz de Galicia, que me tiene presente a todas horas y así me consta. Seguiré informando según me vaya apeteciendo. Y mañana que la cortisona baja, hasta igual salgo a celebrarlo.  Me sobra hinchazón. Y un poquito de mala hostia, aunque eso es combustible, más madera para la caldera.