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"El amor es algo muy resistente, se necesitan dos personas para acabar con él" José Luis Alvite

Mes: abril, 2014

80. Cualquier noche puede salir el sol

Quién no ha oído hablar del síndrome de Stendhal. Voy a la wikipedia, por si acaso a alguien le pilla con el pie cambiado: «También denominado Síndrome de Florencia o estrés del viajero, es una enfermedad psicosomática que causa un elevado ritmo cardíaco, vértigo, confusión, temblor, palpitaciones, depresiones e incluso alucinaciones cuando el individuo es expuesto a obras de arte, especialmente cuando éstas son particularmente bellas o están expuestas en gran número en un mismo lugar». Pues yo soy uno de esos fulanos capaces de experimentar el síndrome de Stendhal en un bazar chino, sobre todo en la sección de ferretería. Hay que ver cómo se lo curran los chinos. Supongo que en las palpitaciones tiene bastante que ver el hecho de haberme criado entre dos talleres, el de carpintería metálica de mi padre y el de carpintería de madera de mi tío Antonio. Soy, como dice mi amigo Javier Zunzunegui, mi hermano astronauta de Rois, un obrero ilustrado.

El caso es que esta tarde, haciendo inventario visual en mi ferretería asiática de cabecera, fibrilando ante la contemplación del género, me puse a pensar en todo lo que ha dado de sí el día, este 29 de abril que, en un rato, finalizará con la ingesta masiva de Temozolomida: 400 miligramos de citotóxicos para mí solo. Dosis ampliada. Que corra la droga, que paga el Servizo Galego de Saúde. Un día largo; un día completo; otro día Comansi.

Amanecí a las seis de la mañana con el culo de mi hijo sobre la cara. No es contorsionista: el culo era suyo y la cara mía. Me costó convencerlo de que a las seis de la mañana, si acaso, se toman café los panaderos, que ya llevan dos horas con las manos en la masa, pero los periodistas de prensa suelen vegetar, y más si están de baja. Miniyó grita tanto para pedir el desayuno que cualquier día me llamará a la puerta la Guardia Civil con una báscula exigiéndome informes sobre la alimentación de la camada. «Que sí que come, agente, mire qué lorcitas, pero es que se empeña en desayunar a las seis de la mañana, y eso ya lo hará cuando empiece a salir de marcha en el Galicia, en un after… yo qué sé. ¡Pero es que tiene tres años, que lo hace por llamar la atención!». Confío en dar un con un guardia con hijos, con un hijo del Cuerpo que tenga nietos.

A pesar del tratamiento, sigo ocupándome del zampabollos y de su hermana por las mañanas. Los deposito en el colegio, siempre sobre la hora en punto, como quien deja ropa pequeñita en una tintorería sin criterio que entra limpia y sale para lavar. No hay demasiado tiempo para contemplaciones por las mañanas, con esa trenza que reciclar, ese flequillo que cambiar de lado, venga esa leche, que llegamos tarde, que hagas pis de una vez… Es la logística matinal del cole, cuando la diferencia entre llegar o no llegar, entre el «lo hice» y el «Dioooooooos bendito, que nos quitan la tutela!» la marcan pequeñas chorradas como la potencia del microondas o el abastecimiento de Nesquik. ¡La que me montaron el otro día mis hijos cuando se dieron cuenta de que el Nesquik alemán de Lidl no tiene la misma fórmula que el español! Hay que decir que tenían toda la razón. Yo en su lugar también me habría dicho que se lo tomara mi padre.

Depositados los niños y despedida la madre en la puerta de la Cadena Ser -y continuamos con el relato de acontecimientos del martes- puse rumbo al Hospital Clínico para atender a otra convocatoria del míster de la oncología en esta liguilla contra el Casiano Fútbol Club. Me siguen temblando las piernas cuando bajo por la avenida de Barcelona y veo al fondo ese enorme edificio de espejos que refleja los dolores de toda el área sanitaria, esa especie de terminal de aeropuerto por la que llegas al mundo encogido y sales de él cuando se te acaba la ficha con los pies por delante. Hoy tocaba control, como volverá a tocar el 13 de mayo. Me da igual que sea martes y 13,  no soy supersticioso. Como me trae sin cuidado si los niños portugueses Lucía, Francisco y Jacinta vieron bajar de los cielos ese día, pero en 1917, a María Santísima o a ET disfrazado de Rocío Jurado. Allí estaremos.

A ver, que me centro. Cuando ya llevas un tiempo como paciente del servicio de Oncología Médica no puedes evitar hacer inventario de compañeros. No es que los conozcas a todos, pero las caras te van sonando y sueles sospechar cuando no ves a alguno de los habituales, para mal o para bien. Yo vivía hasta hoy muy preocupado con la idea de que, pasando lista, me faltara un día la presencia inmensa de mi maestro y amigo José Luis Alvite, una referencia tan importante que hasta la puta suerte ha querido unirnos en el cáncer. Pero allí estaba él, de cuerpo presente, este martes 29, en estado de revista, renovado.

-«¡Hostia, Alvitiño, si hasta me pareces más alto!

-Eso es que me inyectan aire con un bombín cada vez que entro en las salas de tratamiento.

Que el humor haya vuelto a la boca de Al solo puede ser una buena señal. Hace un mes coincidí en oncología con un tipo que llevaba puesta su cara, pero que no era él. Era un señor con el traje de Alvite. El de esta mañana sí que era el autor de la frase que encabeza mis memorias sanitarias: «El amor es algo muy resistente, se necesitan dos personas para acabar con él». El genio barbudo que parió también esa otra declaración certera que dice que «el amor eterno es aquel cuyo fracaso se recuerda siempre».

«Si quieren me cambio y así se pueden sentar juntos», nos dijo una mujer que esperaba en el pasillo de Farmacia al vernos tan entusiasmados de habernos encontrado. «No se preocupe, no somos pareja», le dijo Alvite declinando la invitación. Siempre fantaseé con la idea de atracar una farmacia con José Luis para refugiarnos luego en el Savoy, pertrechados detrás de las piernas de Lorraine Webster. Ahora que sé la pasta que cuestan los químicos que nos recetan a los dos, lo de hoy en el pasillo de la farmacia del hospital ha sido lo más cerca que he estado de compartir una recortada con mi maestro y salir a celebrarlo. ¡Ay, Lorraine!, la mujer que una madrugada le dijo a mi amigo: «Raras veces me verás sin un cigarrillo entre los dedos. Supongo que esa es la razón por la que me hago la manicura en el estanco».

Como cada martes que acudo al hospital, tuve que pagar con sangre la atención de un personal sanitario que vale su peso en uranio enriquecido. ¡Ni me los toquen, conselleira! Me pinchó Alba, que es de Rianxo, y me pinchó bien, a chorro. Me sacó la cantidad suficiente para media docena de filloas infantiles. Y después, ya directo a la consulta del oncólogo, que me dio la bendición urbi et orbe con ese apretón de manos que certifica, cuando ocurre, que los análisis han salido bien y que, completada línea, seguimos para bingo.

También me transmitió Súper López la enhorabuena por el triunfo en los premios 20Blogs y abrió mucho los ojos cuando le dije que, a día de ayer, estas memorias sanitarias improvisadas sobre un pronóstico malo llevan un acumulado de 392.000 visitas y 1.563 comentarios. «Desde luego, los residentes las leemos todos», apostilló la doctora que ayer me supervisó los números de la vida. A veces siento una extraña responsabilidad, no tanto por lo que cuento como por tener la culpa de que la gente deje de hacer cosas interesantes para dedicar su valioso tiempo a la lectura de este estriptís oncológico. «Prefiero ponerme en bolas en la plaza del Obradoiro que hacer lo que haces tú en el blog», insiste mi amigo Julio Mosquera, el sobrino de la tía Claudina, que es un lector fiel y lleno de sentido común, pero recatado en las intimidades.

Completé la mañana ampliando la letra B de la agenda con otra de esas personas talismán que este pronóstico malo me va colocando en el camino, como amuletos de un vídeo juego basado en hechos reales que, aunque diseñado para joderte la vida, te salpica apoyos en pantallas escondidas; bolas extra. Encontrarlas es mi responsabilidad. Acabé la sesión matinal comiendo a base de bien en el Domínguez de Sar, donde las manos de Carmen transformaron un pescado de día y unas fabas de Lourenzá en la poción de Astérix, pero en caldeirada. La compañía, magnífica.

Voy con el cubata de Temozolomida y agua del grifo, sin pepino, ni enebro, ni mariconadas. En media hora se me pondrá la voz de Releches en Celda 211 y será el momento de esconderme del mundo debajo del edredón nórdico, que el culo del pequeño inquisidor de los desayunos se me aparecerá de nuevo antes de que el gallo toque diana. Un gran día, sin duda. La música la pone hoy mi amiga Lola Camiña, otra de esas personas con podio en esta carrera frenética contra una muerte prematura. Y se la dedica a mis hijos. Suscribo. Como dice Jaume Sisa, qualsevol nit pot sortir el sol. ¿Será esta noche? Bah, y ya que estoy catalanfófilo como de costumbre, bola extra con Llach. Que tinguem sort.


 

79. Pensando en los hijos de Tito Vilanova

Puedo comprender que en el luto de Tito Vilanova la gente hable más de fútbol que de cáncer; sé en qué país vivo: «Nosotros somos gente normal hasta que llega el domingo…«, cantaba Gabinete Caligari en ese himno a la ignorancia patria que es la Canción del Pollino. Pero, sin ponerme estupendo y con respeto al ocio mayoritario, desde el tiqui-taca de la oncología solo diré que llevo tres días sin dejar de pensar en los hijos del técnico de Bellcaire llorando en el funeral de un compañero de guerra. Si el Barça necesita refuerzos es una cosa que, como la Roja, me la trae floja. Y no puedo evitar hacer la cuenta: si Tito llevaba dos años y medio luchando y cayó a los 45… ¡joder! Cada loco con su su tema.

Desde la última vez que me pasé por aquí han ocurrido cosas. Dejé mis memorias sanitarias el 21 de abril, en vísperas de presentarme el 24, bajo amenaza franquista (Orden Ministerial del 21 de marzo de 1974), ante la Inspección Sanitaria de área de Santiago de Compostela. Llegué a la cita, como suelo hacer, antes de la hora, que yo soy mucho de ir a los sitios a poner los bancos. De camino fui afilando la lengua con la piedra de esmeril que llevo escondida en el coche por si fuese el caso tener que acribillar a la inspectora con una ráfaga de dardos impregnados en curare. Iba muy caliente, mucho. Pero no hizo falta echar mano de las armas secretas.

Me alegró encontrarme del otro lado de la mesa con una funcionaria que se interesó primero por mí y por mi salud y que ya luego, roto el hielo sanitario, se reveló como otra víctima del sistema burrocrático que gobierna nuestras vidas y se empeña también en gobernar nuestras muertes. Agradezco haber encontrado humanidad en ese cuarto de los ratones unifamiliar que la Consellería de Sanidade heredó del antiguo Instituto Nacional de Previsión en la calle Manuel Murguía. La inspectora no ha visto en mí, al menos de momento, un incapaz en ciernes. Y eso me alegra porque me devuelve un poco la confianza en un sistema esclerotizado que desnuda al enfermo y lo convierte en un número con el culo al aire. Tengo derecho a un año completo de bajas temporales y a otros seis meses de prórroga. Así que, señores de la mutua, incapaciten a otro, que ni a mí ni a la inspección nos sale la inutilidad de los cajones.

Lo de Madrid ya es sabido: viajé lleno de ilusión y medicamentos para participar en la gala de entrega de los premios 20Blogs y regresé con una estatuilla y un diploma firmado por Arsenio Escolar. Supongo que es lo más parecido a hacer de la necesidad virtud. Ni en mis peores pesadillas me habría imaginado que la crónica de mi propio cáncer daría tanto juego; y os anticipo que estas memorias sanitarias todavía tienen recorrido.

A 24 horas de regresar a la dosis ampliada de Temozolomida venenosa durante cinco días, me quedo con las sensaciones de un fin de semana familiar pedaleando por la orilla del río Miño; con la ocurrencia de mi hijo Mikel, de tres años, convencido de que el ratón Pérez dirige una fábrica en Pontevedra y es allí adonde se lleva los dientes de su hermana;  y con un remate de cifras gastronómicas en la finca del tío Carlos en Peitieros (Gondomar), donde arreglamos el mundo comiendo como sabemos hacer los Mirás: por delante… y por detrás. Para los minutos musicales recupero uno de los clásicos que, volviendo de Madrid, cantamos en el coche el sobrino de la tía Claudina y yo a pecho partido. Si el helicóptero de la Guardia Civil tiene imágenes, que las mande, por favor, que estos documentos siempre se revalorizan. Luis Mariano lo clavó cuando, pasando por Villafranca del Bierzo y a punto de cruzar el telón de grelos, se puso profundo y sentenció: «Sabes, que ya no habrá primaveraaaaaaa…» Y, efectivamente, ya no la hay. Continuará.

78. Flojera en las bisagras y burrocracia franquista

Vuelve la normalidad meteorológica -que no es otra cosa que la humedad perenne- a Mordor de Compostela, la ciudad donde llueve por aspersión. Y regresan las hostilidades justo cuando menos falta me hace, ahora que noto los efectos acumulativos de la Temozolomida con la que Súper López trata de frenar el avance del súper villano que tiene reserva de espacio en el lóbulo temporal derecho de mi cerebro: Casiano Luthor, un cabrón con pintas.

No, amigos, no estoy curado. Soy un aspirante a enfermo crónico y me daría con un canto en los dientes si, en los días de mi vida, el cáncer y yo mantenemos la distancia suficiente para que el invasor me deje ver crecer a mis hijos. Estoy operado, sí. Craneotomizado. Frito en la churrería radiactiva que dirige el doctor Antonio Gómez hasta treinta veces a una potencia tal que, si hago fuerza y no me hago caca, podría iluminar el rótulo de neón de un puticlub de la Nacional 550. Y sometido a 45 dosis de quimioterapia oral, que para nada es una quimio menor; la cicuta y el arsénico también se pueden administrar por la boca y no por eso te perdonan la vida. La única ventaja del tratamiento domiciliario es que te puedes envenenar con vistas a tu propio váter mientras tu gato se te frota entre las piernas.

Es ahora, precisamente ahora que el simulacro de primavera finaliza, cuando el veneno se ensaña con mis rodillas, que dejan de sostenerme de repente, como si se acojonasen ante los acontecimientos, e incluso con mis codos. Tengo la sensación de haber estado tirando flechas al pebetero olímpico de Barcelona 92 para no acertar ni la primera. Vaya, que el Temodal es para mis articulaciones un antídoto del 3 en 1. Por suerte, sigo siendo capaz de neutralizar la potencia de la Kriptonita movilizando al trozo de cerebro que no me han extirpado, poniendo a trabajar la cabeza: caminando, en moto, entre la tornillería del taller clandestino que tengo montado en el trastero… Pero me asusta pensar en cómo estaré de aquí a octubre, cuando terminaré la primera oleada de ciclos químicos a la que estoy convocado por la Seguridad Social.

Esta semana, al menos, tengo tareas para no aburrirme e incluso para hacer mala hostia, que también es una manera de entretenerse. La burrocracia española y de las JONS va un paso más allá con la visita obligada -y bajo amenaza escrita- a la inspección médica. Porque, señores de la Consellería de Sanidade, citar a un tipo con cáncer para que comparezca en sus instalaciones por primera vez y calzarle un párrafo que dice literalmente: «A súa NON COMPARECENCIA -atención a las mayúsculas- inxustificada poderá dar lugar á emisión do parte de ALTA en aplicación da Orde Ministerial do 21 de marzo de 1974» es una amenaza. Y apelando a una norma franquista. Ahórrense la pistola, que voy a ir. A quien corresponda: va siendo hora de darle una vuelta al formulario de la notificación,  por preconstitucional y por burdo.

También me exige -«deberá achegar» es una exigencia- la Inspección que me lleve tanto los informes médicos como los resultados de cualquier prueba diagnóstica que se me haya realizado «y tenga en su poder en relación con su proceso de baja médica». Ya me veo con la carretilla llamando a la puerta el jueves por la mañana cual repartidor de Gadis. Lo cachondo es que me lo piden desde la propia consellería que, en un carísimo sistema informático, custodia mi historial médico completo, que no es de principiante, igual que hace con los vuestros si vivís en Galicia. ¿No tiene poder un inspector para darle a un botón y acceder a mis entrañas? Claro que lo tiene. Pues no mareen entonces. Menos mal que no me mandan llevar lacre para sellar los sobres o incienso para espantar el meigallo. Ya contaré cómo me va, pero ya adelanto que no me gusta un carallo el tonillo de la carta de convocatoria. Para informar no hace falta amenazar con normas de la Administración sanitaria del régimen anterior.

Me entra tal flojera en las rodillas que voy a tener que acabar escribiendo en una máquina de coser. En cuanto salga de la inspección médica y certifiquen burocráticamente que tengo, como sabe media España, un astrocitoma anaplásico grado III, clasificación de la Organización Mundial de la Salud, para poder seguir dedicado a curarme sin trabajar -a cuenta de lo que llevo más de veinte años cotizado-, pondré rumbo a Madrid. Sabréis, claro, que si estás de baja tienes que pedirle permiso al médico de familia para que te deje desplazarte a otra comunidad. Porque para acojonarte desde la inspección vale echar mano de las normas franquistas, pero para ir a una entrega de premios a la capital del reino te tienen que autorizar el desplazamiento, no vaya a ser que te pongas a trabajar en una inmobiliaria de Alpedrete y al Servizo Galego de Saúde no le conste porque las autonomías no cruzan los datos de sus respectivas seguridades sociales. Dan unas ganas de cagarse en todo…

Lo de Madrid, el jueves por la noche, es la gala de entrega de los premios 20Blogs, a la que llegamos ilusionados sesenta finalistas cribados entre 7.000 blogueros. Si me dicen hace un año que aspiraría a un premio por escribir la crónica de mi propio cáncer me habría echado a llorar.  Vaya, justo como ahora, disculpad. Qué bonito sería hacer de la necesidad virtud.

Voy acabando, pero tengo que cumplir con mi primo Miguel Cabaco Mirás (por delante y por detrás). Miguel es el pequeño de una familia de supervivientes que se merece su propia crónica y que seguramente firmaré yo si vivo para firmarla. Mi primo, el hijo menor de la hermana de mi padre, me pidió que rescatase dos historias viejas de cuando http://www.rabudo.com era un asunto de alcance doméstico. La primera hablaba sobre nuestro abuelo común, el abuelo Mirás, y la segunda sobre la madre de mi padre y de su madre, la abuela Pura. Ahí van, primo, en rigurosa reedición para que se las imprimas a tu madre. A mi tía Estrella el nombre le marcó la vida hasta el punto de que de sus seis hijos, mis primos carnales, solo viven tres. Tres tragedias con mi apellido. Y para sobreponerse a semejante mutilación hay que estar hecha de una pasta especial. Os hablaré otro día de la madre de Miguel. Hoy cumplo con su hijo y cierro el capítulo de una semana santa (no me da la gana de usar mayúsculas en la conmemoración del asesinato de Jesús de Nazaret) en la que solo he echado de menos alguna presencia que no pudo ser. Ahí va, primo:

¡Era cierto! Homenaje a Mirás 

(Publicado en http://www.rabudo.com el 23 de octubre de 2005)

Mi padre siempre predicaba, cuando éramos pequeños, acerca de la necesidad de compartirlo todo, de trabajar en equipo, de no ser un outsider en un mundo en el que, aseguraba, estábamos para vivir en comunidad. Nada era mío; era nuestro; nada era tuyo; era de todos. En su sermón, Mirás insistía en que no podíamos hacer como hizo su padre quien, para no tener que entenderse ni pelearse con nadie, había fundado en un bar de Vigo una peña de la que él era el único miembro: presidente, secretario, tesorero y vocal. Todo para él bajo un nombre que no dejaba lugar a dudas: la peña «Mi Solo». Eso no impedía que mi abuelo fuese un comunista de Lavadores, la Rusia Chica. Pero en el reparto recreativo prefería ir a la suya. Por eso mi padre decía que en una casa de cinco personas no podía existir la peña Mi Solo. Siempre pensé que había mucho de leyenda en eso de la peña Mi Solo, que era una de esas historias exageradas con fin didáctico, con algo de base real, pero con más imaginación que datos.

Mi padre borda las historias que rayan lo imposible, así que igual lo de la peña del abuelo también era un ejercicio de lógica borrosa de la rama Mirás. Qué equivocado estaba. Un día, el marido de mi madre me sorprendió con un tesoro rescatado de lo más profundo de la memoria familiar. A través de mi primo Eladio y de mi tío Carlos, a mi casa de Vigo fue a parar una reliquia, una prueba real de que la peña Mi Solo, la del abuelo Mirás, no era fruto de la imaginación de mi padre. Es un espejo en forma de corazón que mi abuelo les regaló a los miembros de otra peña. El recuerdo es de 1964 e incluye una foto de Mirás en el centro de un corazón: «La peña Mi Solo de todo… (corazón) a la peña Amigos de Todos. 1964». La obra de cristalería la firmó su cuñado, el tío Alfonso, desde la cristalería La Belga. La foto encabeza este texto.

No queda ninguna duda de que mi abuelo fue un personaje: proletario; preso rojo durante buena parte de su juventud -incluido el penal de San Simón, en la ría de Vigo-; escapado en los montes; miembro de la selección gallega de Campo a Través y campeón de España en Lasarte en 1934; perdedor represaliado de la guerra; tranviario; fumador de Record a tiempo completo… y muerto prematuro, a los 60, cuando yo aún no tenía 6 años. Fue baja, precisamente, por su dedicación inquebrantable a las labores del tabaco. Y el caso es que me acuerdo como si fuera hoy del día de su entierro, con los grises montando guardia en la casa de mi abuela, en O Sobreiro, y sus colegas de la Agrupación Comunista del Calvario estirando sobre el ataúd del viejo la bandera roja con la hoz y el martillo. ¡En diciembre del 77, con dos cojones! El cura de Santo Tomé de Freixeiro pidió que le quitaran los galones bolcheviques al abuelo, al menos, para entrar en la iglesia. Porque él era más ateo que Dios, pero Purita rezaba por ella y por su marido, que una cosa es el matrimonio y otra la libertad de credo.

Mi madre no nos dejó bajar del coche, temerosa de que una carga policial convirtiese el sepelio en una charcutería. Nunca volví a ver tanta gente en un entierro; quizás el padre de mi padre no estaba tan solo. A los pocos días de apagarse para siempre con un pitillo colgando del labio, el diario Pueblo Gallego publicó: «Adiós a Mirás». Arriba los pobres del mundo, abuelo.

Para no alargarme, el texto sobre el pan y la abuela Pura lo cuelgo mañana. Además, necesito echar a andar antes de que se me salgan los goznes. Saludos. Y minuto musical pensando en que el cáncer se ha comido en pocos días a  Gabriel García Márquez y a Hurricane Carter, entre otras miles de víctimas que tienen quizás la misma letra pero menos banda sonora. Yo, que no les llego a las uñas de los pies, sigo cubriéndome con los puños de las hostias del enemigo común. Y leña al mono, hasta que hable inglés.

 

77. De cuerpo presente

Que el cáncer no se tome vacaciones no quiere decir que yo no pueda hacerlo. Que sea Semana Santa es lo de menos, me valdría igual si fuera la novena a la Virgen del Carmen o la Semana Fantástica de El Corte Inglés. Insisto, aunque a estas alturas ya no debería: escribo cuando me lo pide el cuerpo, pero si el cuerpo me pide otras cosas, las hago. Está la blogosfera llena de relatos fantásticos que echarse a los ojos, pero si uno elige leer hechos reales, entonces tocará esperar a que los hechos reales ocurran ¿no? Y tengo dos hijos en casa. ¿Hacen falta más excusas?

En los últimos días he encontrado más refugio espiritual entre las estanterías de Leroy Merlín y en los ocho metros cuadrados de mi caravana que en el teclado del Mac. Agradezco el interés de los que se preocupan, pero no hay motivo. Repetiré por última vez: la esquela está en el convenio colectivo de La Voz de Galicia, a cuya plantilla sigo perteneciendo desde el exilio sanitario. Así que, como escribí hace unos días, no news, good news.

Vengo de cumplir, como cada miércoles, con la burrocracia; en cualquier momento me darán las llaves del ambulatorio o me dirán que apague la luz al irme. Total, ya soy de casa… Van 28 partes de confirmación y todavía me quiere ver la inspectora médica el 24.

Ayer tocó consulta con el oncólogo, que encontró en mí ese roble calvo del que se pueden seguir podando ramas para salvar el tronco. Linfocitos bajos, sobre lo previsto. El veneno está haciendo su efecto. Le comenté al médico lo del cansancio repentino de piernas, como si las rodillas no me sostuviesen ante la visión misma de Daryl Hannah en la sección de congelados de Mercadona. Resulta que lo de la flojera también forma parte de la puesta en escena de los citotóxicos, de la Temozolomida; es como si me enamorase varias veces al día, pero inducido en un laboratorio. Daryl, tranquila, lo mío contigo es sentimiento puro, no botica.

Los ciclos de arranca-para (droga-descanso) serán finalmente de 5  días de hostias químicas (a dosis más altas de los 300 miligramos que me ponen la voz  de Luis Zahera haciendo de Releches en Celda 211) y 28 en boxes. Empezaré la noche del 29, así que todavía puedo viajar a Madrid para participar en la gala de entrega de los premios 20Blogs sin llevar la farmacia puesta. Me hace mucha ilusión, incluso aunque no pase de finalista.

Mucho me acuerdo de mi abuela Pura estos días. Siempre que venía a dormir a casa, la madre de mi padre se traía una bolsa del supermercado Kanguro (ella decía «Carungo») llena de medicinas en todo tipo de formatos y cometidos, desde la Pruína para hacer andar al vientre al Primperan que se bebía por la botella. ¡Pareces la abuela Pura!, se dice siempre en casa cuando a uno le toca meterse más de la cuenta. Se murió demasiado pronto mi abuela. Fue víctma de otra de esas ejecuciones sin criterio con las que Dios premia a los que incluso se lo creen, como era el caso. Vale que era la mujer de un comunista, pero rezaba también por su marido y ni siquiera tuvieron el detalle de convalidárselo en el juicio final; cuánto rencor ultraterreno, carallo.

Bricolaje, familia, paseos… volando voy, volando vengo, por el camino… yo me entretengo. «Tenme la cabeciña ocupada», me recomendó el otro día en una gran superifie una de las enfermeras que me clavan las banderillas en el servicio de oncología los martes que toca. Ya sabes, Isabel, que en mi caso la cabeciña mueve a todo lo demás, por eso no paro. Al no llover, además, hago menos vida indoor, de ahí que me disperse. Agradezco más tu consejo, que sabes que te tengo fe, que los de quienes, seguro que desde la buena intención, insisten en que lo que me va a matar no es tanto el cáncer como el tratamiento. Desde el respeto y sin intención de generar debate: yo confío completamente en los oncólogos, radiólogos, radioterapeutas, farmacéuticos, neurocirujanos y neurólogos que me tratan. Y en el doctor Blanco Corbal, mi médico de familia, que me receta que lea a Tucídides entre sesión y sesión. Confío en las manos que me llevan. Y solo en el indeseado caso de que la cosa fuera a peor y mi grado tres medrase a  cuatro probaría hasta con los conjuros de la bruja Avería o iría de vivo a San Andrés de Teixido.

No estoy en contra de los remedios naturales. Pero cuando la alternativa a lo convencional no es más que otra química envasada, solo que con leyenda de alternativa sana, estoy en mi derecho a desconfiar. No, no voy a dejar el tratamiento, que un astrocitoma anaplásico grado III no son unos mocos. Una cosa son los calditos depurativos de apio y otra diferente marcarme un Steve Jobs. Agradezco, en todo caso, los consejos, las lecturas… pero mi cáncer lo gestionamos, de momento, el Servizo Galego de Saúde y yo. Y aquí sigo, de cuerpo presente. No tengo el cerebro ahora mismo para conspiraciones farmacéuticas. Que no tengo el coño para ruidos, vaya. Gracias a la medicina convencional, a la física y a la química colegiadas, sigo aquí; es un hecho. ¡Y mirad las barbaridades que soy capaz de escribir a 505 pulsaciones por minuto!

Quiero agradecer a Jesús Méndez que haya tenido en cuenta mi aportación bloguera para el artículo La enfermedad tiene quien la escriba, publicado hoy en Dixit y cuya lectura os recomiendo. Da claves interesantes acerca de por qué esto de narrar el cáncer me hace tanto bien. Cierro este post de urgencia del miércoles con una dedicatoria musical a mis amigos Alberto Casal y Pilar Comesaña, que ayer me iniciaron con nocturnidad en la lectura de las tripas escritas de Manuel Vilas y en la música terapéutica de Neil Hannon. La extiendo también al enorme Agustín Fernández Paz para comprometerlo a que en la próxima visita a Vigo brindemos a la salud de los que lo merecen mientras leemos a Vilas. Esta noche volamos. Poneos los cinturones. Gracias por seguir ahí.

76. Yo pecador me confieso (con intención de reincidir)

Si me abandonaran las fuerzas como lo hace la meteorología, a estas alturas del cáncer sería uno de los cadáveres más calvos del cementerio. Es curioso: en este intermedio de la guerra todavía sigo sin saber si el ánimo es lo que tira del tratamiento o si, al dar resultado la física y la química, la moral te sube como efecto secundario. Nadie sabe darme razón colegiada, pero lo cierto es que el ánimo pinta mucho en este documental en el que no hay día que no me sienta como Bear Grylls comiendo churrasco de culebra en otro episodio de El último superviviente. Un día tras otro, aquí, en el Discovery Max de la oncología médica.

En estas tinieblas perpetuas en las que vivimos instalados en la capital de Galicia, y que han contribuido -no hablo por hablar- a que se vengan abajo más compañeros de lucha de lo que sería normal, ayer Santa Clara nos dio una tregua que nos está cobrando el día después en litros por metro cuadrado. ¡Rencorosa, carallo!

Voy a ser sincero: nunca me ha caído bien una santa que solo te fabrica un anticiclón si le pagas en huevos un impuesto revolucionario. ¿Me quiere decir que la máquina de quitar nublados funciona con tortilla? ¿Y si se pasa al gas natural, señora? ¿No ve que el combustible gallináceo no tiene octanaje? ¡Piense en el colesterol de sus monjas! Entre su racaneo de rayos ultravioleta y su jefe sulfatando enfermedades a gente que no las merece, se están coronando allá arriba. Voy a consultar con Buda, no vaya a ser que tenga mejores precios. El día 15 vuelvo al oncólogo y en nada ya le estoy dando de lo lindo al Temodal, ese citotóxico que envenena las células por aspersión y que me desgasta los linfocitos. Una cosa le digo, Santa Clara: pare ya de tocar los huevos con los huevos, hágame el favor.

El de ayer fue un día enorme no solo porque brilló Lorenzo. Compartí un paseo largo con una de esas personas talismán que me voy encontrando de repente en este vídeo juego basado en hechos reales. Me parece como si detrás de toda esta película de la que soy protagonista a la fuerza un programador inestable hubiera ido colocando, escondidas en algunas pantallas, vidas extras que me ayudan a continuar. No son muchas, pero son fundamentales para que siga la partida. Gracias, madre de familia numerosa. El Game Over no es una opción.

Voy a confesar algo, neurocirujanos implicados que sé que me leen: ya les he dicho que llevo un ruido entre las piernas desde la adolescencia. Y no son gases. Ayer ya no pude más, me fui al garaje, arranqué de una patada mi Vespa 150 Sprint de 1966, me cubrí la cicatriz y las placas de titanio que me cierran la cabeza con el casco, metí primera y salí al espacio exterior disfrazado de Calimero. Cuando quise darme cuenta estaba en Recesende, en los dominios de mi amigo Martiño Noriega, alcalde de Teo. A marce ingranate dalla prima alla quarta. Hicieron mal en no extirparme con el tumor el ruido. No se hacen una idea, doctores, de lo que siente uno de 42 montado sobre una de 48 por la carretera de Cacheiras, libre, sano, como cuando el único cáncer de mi currículo era el 4 de julio.

En la moto del tiempo llegué a casa de uno de los amigos que merecen podio: Xoán A. Soler, francotirador del fotoperiodismo y uno de los tipos que más ha sabido estar a la altura de mis circunstancias. Y de allí nos marchamos a visitar a Zapatones, el popular peregrino del Obradoiro, el tipo más retratado de Galicia. A Zapa lo atropellaron hace unos meses en Melide, cuando salía de una pulpería. Le rompieron las dos piernas y todos los dientes. Cuando lo vi en Urgencias, vendado hasta las orejas, Juan Carlos Lema Balsa, que así se llama, era la viva imagen de Tutmosis II a punto de ser depositado en el Valle de los Reyes.

¡Vaya cambio! Ayer tenía mejor aspecto que mucha gente sana. Es otra persona, por dentro y por fuera. Y confío en que pronto vuelva a su sala de estar del Obradoiro para dejarse querer por los peregrinos japoneses y por los políticos gallegos. La transformación de la momia de Zapatones en Juan Carlos es producto del cariño de quienes lo cuidan en su cuartel general de Teo. He vuelto maravillado de un lugar en el que no me importaría retirarme yo mismo dentro de cuarenta años, a la sombra del olmo gigante. Sé muchas cosas de la vida de Zapatones y de sus circunstancias. En otra entrega os dibujo un perfil. Me tomo muy en serio que me considere amigo de verdad: «Te tengo presente -me dijo- cada vez que me pongo la bata de casa que me regalaste». Me gustó ver en su armario, colgado y planchado, el hábito marrón que transforma al ciudadano Juan Carlos en el súper héroe Zapatones.

Por hoy paro, que me van a acabar cobrándome desgaste de silla en el Tosta e Tostiña. Dentro vídeo, con cariño, como un árbol carnal, generoso y cautivo, para mis neurocirujanos: LùnaPop, Vespa Special.

75. Seis meses desde que todo cambió. Y suplemento dominical

El 6 de octubre del 2013 también era domingo. Me levanté raro después de haber casado por todo lo alto a mi amigo Fernando Blanco con su novia Marta en el Pazo de San Lourenzo. Amenizaron la ceremonia Manuel Manquiña y el enorme Germán Fandiño-Tony Lomba y la gozamos.

Aunque era domingo me tocaba trabajar. Pero sin tener siquiera tiempo de quitarme el olor de la boda bajo el agua medicinal de la ducha, convulsioné en el cuarto de baño pequeño a primera hora de la mañana, perdí la consciencia y mi padre tuvo que abrirme la boca con una cuchara para que no me tragase la lengua mientras mi madre escondía a los niños en el salón. Conté el episodio con todos sus detalles el 4 de noviembre en el blog bajo el título Los días tristes. Claro que entonces todavía pensaba que todo aquello no había sido más que la puntilla a dos semanas de tensiones personales y laborales que, estaba claro, no podían traer nada bueno. Quién iba a pensar hace medio año que en el servicio de Oncología del Hospital Clínico Universitario de Santiago había una ficha en blanco esperando a que le rotularan mi nombre y mi peso; que acababa de aprobar unas oposiciones a funcionario del cáncer.

 Seis meses, una craneotomía pterional, 30 sesiones de radioterapia, 45 de quimioterapia y 75 post después soy un poco más calvo, pero creo que estoy un poco más vivo. Llevo medio año tratando de ordenar pensamientos a través de estas memorias sanitarias que son a la vez terapia y periodismo en primera persona. Nunca le estaré lo bastante agradecido a Manuel Jabois por haber escrito eso de que «pocas veces un periodista de raza se ha llevado la libreta al fondo de la raza misma». El batallón que recluté en aquellos primeros días para no ir solo a una guerra que me acojonaba por extraña resultó ser un ejército invencible. Y aquí seguimos juntos, pegando barrigazos en primera línea, para complicarle lo más posible la invasión alienígena a un enemigo con pintas.

Hoy, 6 de abril de 2014, solo quiero dar las gracias a las miles de personas -escribo miles y tengo que tragar saliva, sigo sin creérmelo- que me han transfundido las fuerzas que necesitaba para llegar hasta aquí. Hemos ganado varios rounds, pero nos queda mucha guerra. Menos la mía, entenderé cualquier otra deserción, que ya escribió Jabois la dureza de la batalla de las Ardenas desde los bosques terribles de Valonia.; para lo que cobráis, ya me extraña seguir tan acompañado. Gracias, pues; valéis vuestro peso en nécoras.

De casualidad, y ya sirve el reportaje como suplemento dominical, he dado con el último texto que publiqué en La Voz de Galicia el mismo día que acabé sin pantalones en la ambulancia medicalizada del 061, aquel 6 de octubre del 2013. Contaba con espíritu de domingo -qué bien que se esté recuperando el espíritu dominical del periodismo de papel que tanto llevo reclamando- cómo el 1 de septiembre de 1961 ocurrió algo en Santiago que, como a mí  en octubre del año pasado, nos cambió la vida: la tele llegó -con retraso- para quedarse. Os lo dedico otra vez. Dentro vídeo:

Compostela Vintage

El día que la tele llegó para quedarse

El 1 de septiembre del 61, RTVE empezó a emitir desde el Pedroso

La Voz de Galicia, 6 de octubre de 2013

Nacho Mirás. Santiago

El 1 de septiembre de 1961 fue un día inolvidable. Sí, estaba Franco en Galicia, pero eso no era ninguna novedad. Lo que de verdad importaba era por qué su excelencia y su señora volaron hasta la ciudad y se pasaron aquí toda la semana: para inaugurar el primer centro emisor de Radio Televisión Española en Galicia, el del Monte Pedroso. También tuvieron tiempo para cortar la cinta de una exposición sobre el Románico, para asistir a una corrida benéfica en A Coruña -toreaba Antonio Bienvenida- y para bendecir con su divina presencia los catorce arcos del viaducto sobre el río Sar. Pero esas historias las dejamos para otros vintages.

La Vespa del tiempo se va directamente a las 14.30 horas del mediodía de aquel viernes de acontecimientos. Sin entrar en detalles sobre la mecánica del viaje, ampliamente explicado en ediciones anteriores, tenemos que llegar al 48 de la rúa do Hórreo. No hay grandes problemas para aparcar la moto en el Hórreo en 1961.

El revuelo es absoluto. Frente al escaparate de la tienda que regenta Juan Portela Seijo, una muchedumbre se apelotona para ver algo increíble: la tele. Es cierto que desde el 58 había emisiones en pruebas, pero reservadas, si acaso, a un público muy exclusivo. Hoy, 1 de septiembre de 1961, la tele ha llegado para quedarse.

Tres años tarde

Con tres años de retraso sobre lo previsto (en 1957 se anunció a bombo y platillo que Galicia vería las emisiones de RTVE en el verano de 1958), de repente se ve lluvia en la pantalla de veintitrés pulgadas de un televisor Zenith importado desde los mismísimos Estados Unidos; igualito al que tiene el presidente Kennedy en el despacho oval.

-¡Maravilloso!

-¡Mágico!

-¡Franco, Franco, arriba España!

-¡Ave María Purísima!

Cada uno exclama como le parece ante la aparición. El tubo de rayos catódicos («¿Rayos católicos?», pregunta una beata con mantilla) de la Zenith empieza entonces a escupir sus primeras imágenes a discreción. En las horas siguientes se sucederán por la pantalla los espacios Panorama, Cada semana una historia, el Telediario de las tres -que dura media hora-, El Séptimo Arte o Por tierras de España. La programación, que arrancó a las 14.32, se corta a las 16.05 y no regresa hasta las 19.30, con Escuela TVE. La gente se lamenta. Pero los del turno de tarde regresarán al escaparate de Portela, sobre todo para ver, a las 21.45, un capítulo de la serie Danger Man, protagonizada por Patrick McGoohan. Acaba de nacer en la ciudad el televidente nocturno, un corredor de fondo que tiene por delante millones de noches en vela.

Hipnotizados

Es curioso ver de qué manera, en los periódicos de los meses siguientes, la llegada de la tele dará pie a notas como esta, publicada en El Pueblo Gallego el 12 de octubre del 61: «En este mes y medio que llevamos recibiendo los programas, se ha notado la influencia de este moderno medio emisor de noticias. Las antenas empiezan a descubrir a las familias de posibles de la ciudad y los bares permanecen abarrotados a las horas de programa. Ha sido la fiebre del momento. Una fiebre que ya ha decaído, en parte, aunque todavía podamos encontrar personas embobadas viendo las imágenes, como hipnotizadas, por los modernos adelantos de la técnica». Si nos vieran ahora…

Desde el Hotel Compostela

Juan Portela Seijo está contentísimo con la expectación. Se arrima y me cuenta que, antes del 61, uno de los pocos lugares donde se podía ver televisión, aunque no los programas de TVE, era el Hotel Compostela. Desde 1958, la antena instalada en el Pedroso permitía seguir las emisiones, en pruebas y con interrupciones, de la Rádio e Televisão de Portugal (RTP) y de la novedosa Televisión de Castilla. «Esto ya es otra división, amigo», me espeta nervioso.

Junto con Portela Seijo, otra figura principal en la llegada de la televisión a Santiago de Compostela y a Galicia es Ricardo Bescansa, el farmacéutico que quiso ser ingeniero aeronáutico pero que, en un viaje a Lisboa realizado en 1955, descubrió la televisión. Quedó tan impactado que, tres años después, acabaría fundando con Amador Beiras una firma que que conocen bien en el mundo entero: Televés.

Para llegar a este día en el que Galicia encendió definitivamente la televisión se ha trabajado duro. Largas jornadas monte arriba en jeeps y camiones para montar la antena del Pedroso. Y muchas horas de croquis, planos y mantel con los ingenieros de telecomunicaciones Castro y Mañas en la casa familiar de Juan Portela Seijo y María Gómez Romarís en La Rosaleda, una de las primeras en la ciudad, por cierto, en disponer de televisión.

Tan exclusivo era el medio que los Portela dejaban la persiana abierta para que, desde la casa de enfrente, los vecinos pudieran verla. Médicos, abogados, bares y algún que otro industrial fueron los primeros en hacerse con antenas y televisores gracias a la mediación de los pioneros Portela o Bescansa. El invento salía, más o menos, por el sueldo completo de dos años de un obrero; un capital.

La calidad de la imagen era todavía tan precaria que el espectador veía nieve aunque sacaran imágenes de una playa de Tenerife.

Localismo y rivalidad

Y el caso es que entonces, como ahora, la llegada de la tele a Galicia vía Santiago no estuvo exenta de polémica localista. Recuerdan los herederos de Juan Portela que su padre les contó cómo el mismísimo Franco, harto de que A Coruña y Compostela se pelearan por tener el primer centro emisor de RTVE, decidió que, hasta que se calmasen los ánimos, los ingenieros del régimen se irían a trabajar a otra parte, exactamente a Zaragoza. A los de A Coruña no les gustó nada que, una vez empezó a funcionar el centro emisor del Pedroso, si bien la recepción llegaba perfectamente a Vigo, el monte Xalo ocasionara «interferencias feroces». Y volvieron a protestar.

Feliz domingo. Nos vemos por la calle. El sol siempre brilla en la televisión. Qué ganas de ir a Noruega. ¿A-ha? PD para el personal de radioterapia: Os habéis fijado en el parecido entre el muro de máscaras que sale en el vídeo de A-ha y el armario donde depositáis los moldes de nuestras cabezas? Aquí todo tiene varias lecturas.

74. ¿Quién es el incapacitado?

Cuando llegas a la mutua, después de seis meses de baja por un asunto oncológico grave como el mío, y te dicen que lo mismo te tienen que mirar «lo de la incapacidad laboral revisable», a los efectos tóxicos de la radioterapia y la quimioterapia acumulados se suma la mala hostia. Me están tratando para curarme, no para desahuciarme. No estoy todavía en cuidados paliativos, así que dejen de anticipar acontecimientos que ojalá no lleguen.

De entrada, no tengo nada contra las mutuas, que cumplen con su función. Pero tengo todo contra un sistema, y no me canso de repetirlo, que me obliga a pedir semanalmente la baja en el centro de salud, llevarla en mano a la empresa con su correspondiente «neoplasia maligna de cerebro» y, además, a que una mutua privada que defiende su legítima cuenta de resultados supervise mi cáncer, que está en manos de la sanidad pública y, si acaso, de la suerte.

¿Me quieren explicar de una vez por qué tengo que llevar a mi tumor de paseo a una mutua? ¿No se fía la Seguridad Social de sus propios médicos de familia, neurólogos, neurocirujanos, oncólogos y radiólogos? Ya sé, y ya lo he dicho, que en la cosa de las bajas no faltarán sinvergüenzas que se van a la vendimia aprovechando unas anginas; gente que sulfata viñas con hernias falsificadas. Pero no es el caso, oigan, burócratas de cuello duro, no es el caso. Astrocitoma anaplásico grado III de la OMS. CÁNCER, cojones, CÁNCER. Y ahora que me sugieren lo de la incapacitación laboral soy yo el que considero la posibilidad de incapacitarlos a ustedes, por inútiles. Lo que no tengo muy claro es si incapacitar a los que legislan o a quienes, como corderos, hacen cumplir normas absurdas sin discutirlas. «Es el protocolo». O carallo vintenove.

Que el cáncer y sus ritmos nos impiden a los enfermos oncológicos someternos a la disciplina de los centros de trabajo es una obviedad que, en todo caso, supervisa ya el sistema público de salud con una insultante frecuencia semanal que interfiere en el Iron Man de los tratamientos médicos. ¿Qué sacan pues los intermediarios? ¿Por qué se empeñan en hacerme una ITV de cuerpo presente para sugerirme en la cara que igual me tienen que incapacitar? De pasta no hemos hablado, pero solo faltaba que la metástasis que no tengo se presente ahora en la cuenta corriente.

Yo tengo la suerte, al menos, de formar parte de la plantilla de una empresa que no me ha dejado tirado, de un equipo que, desde que el tumor se manifestó por primerva vez en el cuarto de baño pequeño el 6 de octubre del 2013, me ha prestado un apoyo inquebrantable: «Lo primero eres tú, cuídate. Cuando un problema como este le toca a uno de nosotros, nos toca a todos. Ponte bueno. Eso es lo fundamental, lo demás es accesorio. Lo que necesites, tú o tu familia. El tiempo que sea».

Juro por mis hijos que la enfermedad ha ordenado de tal manera mis prioridades en la vida que si hubiera sido de otra manera lo habría denunciado lo mismo que ahora lo agradezco. Hoy quiero darle las gracias a Santiago Rey Fernández-Latorre porque me da la gana y porque cada vez que echo la mano al bolsillo sigo notando en el llavero la llave de la delegación y en el cerebro el número del portero electrónico que da acceso a este coro de compañeros y amigos en el que yo soy una voz más de Galicia. Las llaves de casa.

Acabo. La familia, los amigos, la sanidad pública y la empresa están a la altura. Lo único que llevo mal es la burrocracia. Eso y tener el horóscopo tatuado en el historial médico para lo que me quede de vida. Y ahora, si quieren, discutimos en un despacho lo de la incapacidad. Perdonen si me viene una arcada: es un efecto secundario de la quimio y del sistema; miren en el prospecto.

73. Podemos ser héroes, aunque sea por un día

Acabo la jornada del miércoles realmente cansado, pero esta vez no hay que buscar explicaciones en la oncología, en la física o en la química. Vengo de salvar al mundo desde una sala de cine metido en la piel del Capitán América. En la piel y en la camiseta licenciada por Marvel Comics, que a la guerra, ya lo dice el prota, siempre hay que ir de uniforme. Y aunque la quimioterapia y las demás putadas que me hacen para controlar al cáncer que me acampa en el cerebro son duras, no creáis que lo es menos ponerse durante dos horas en la piel de Steve Rogers, arreando mamporros con un escudo redondo a la edad pasada de Gerardo Fernández Albor.

Tanto me he metido en la trama que incluso me he mordido las uñas, que es un algoritmo que se me borró después de la craneotomía por causas que ningún científico me ha explicado. Hay quien piensa que en la palangana del quirófano, junto con una rebanada de cerebro y un astrocitoma anaplásico grado III, Allut y Prieto echaron también mi ansiedad. Han tenido que pasar 40 años y un cáncer para que mis propias uñas hayan dejado de interesarme como aperitivo ligero. Y viene un superhéroe ultracongelado para reprogramarme las neuronas. Espero que los efectos no duren, que ya me había acostumbrado a rascarme la espalda sin muñones.

Aparte de los efectos de subidón de la película, que he gozado con la tripulación del USS Alabama (@luipardo, @zapi, @joseprecedo, @jinetefugaz y @GermyPaul), puedo decir ya a estas alturas de la madrugada que el de hoy ha sido el mejor día de la segunda etapa química. La kriptonita citotóxica que me metí desde el martes hasta el sábado, ambos incluídos, me dejó la sangre, como diría mi amigo José Luis Alvite, «como a Urdangarín, del montón». He tenido que refugiarme en las ofertas de Leroy Merlin para sobreponerme; el bricolaje y los apaños domésticos siempre han sido unas buenas contramedidas contra los bajones anímicos. Y han resultado ser un gran antídoto también contra la drogodependencia impuesta por la Seguridad Social. Cuando le pregunté al oncólogo que por qué había programado un descanso de 23 días entre cada ciclo de quimio me respondió: «Te van a hacer falta». Va a ser que era verdad. Me quedan todavía otros cinco. He leído por ahí que hay incluso a quien le dan vacaciones terapéuticas de 28 días; será una cuestión de resistencia. Yo he tardado casi ocho en venirme arriba del todo, pero eso no quiere decir que mañana no acabe en el inframundo. Tranquilos, en cualquier caso; las películas en las que salen tipos que llevan el calzoncillo por encima del pijama siempre tienen secuelas. En la nueva versión del Capitán América muere tanta gente que en realidad no muere que he llegado a pensar en la resurrección de Chanquete; llamadme iluso.

Esta mañana me ha tocado de nuevo pasear mi parte de baja entre el ambulatorio y mis centros de trabajo que, como sabéis, son dos: el periódico y la Facultad, actividades completamente compatibles aunque haya quien crea, y no sin motivo, que la universidad y las empresas se dan cada vez menos la mano y más la espalda. Yo hago mi aportación para que se encuentren, lástima que el cáncer haya interrumpido temporalmente nuestro baile agarrado. No me hace gracia entregar en las dos secretarías, en la privada y en la pública, un papel que acredita al portador como poseedor de una «neoplasia maligna en el cerebro». Espero que los de la mutua se lean este post, que si algo me aburre es responder a diagnósticos que conoce todo el mundo menos los de la mutua. Al Capitán América quería yo verlo toreando a la burrocracia española con el escudito. Seguro, además, que si va al centro de salud con la estrella en el pecho se creen que es de Resistencia Galega y llaman al 091.

No quiero acostarme sin compartir unos enlaces que me ha hecho llegar esta noche, mientras salvábamos al mundo de las cabezas con recidiva de Hydra, mi amigo José Menéndez Zapico (@zapi). El primero lleva hasta un reportaje que firmaron mis compañeros de La Vanguardia el 23 de diciembre del año pasado en la sección Vida con este titular: Un hospital cambia el suero de quimioterapia por suero de superhéroes. Lo hacen en el centro brasileño A.C. Camargo donde, como cuenta la información, «la agencia JWT ha convertido las tediosas sesiones de quimioterapia de los niños enfermos en una sesión de súper poderes». Añaden que todo es cuestión de empaquetar de otra manera: tunear el medicamento de toda la vida con envases de súper fórmulas convenientemente etiquetadas con los símbolos de Batman, Superman, Linterna Verde o la Mujer Maravilla. Acojonante es poco. Y todo lo que inventen para subir la moral de la tropa, sobre todo de la tropa menuda, es acojonante aunque se quede en el intento. No dejéis de ver el vídeo que arranca con la frase que le da sentido a todo: «El primer paso en la lucha contra el cáncer es creer en la cura».

Es @zapi el que me pone también sobre la pista de otra iniciativa enorme: la de los limpiacristales de un hospital infantil que se cuelgan del edificio con trajes de súper héroe. Veis la fotos [aquí]. Después de semejante despliegue de poderes, el vídeo musical no puede ser otro, aunque sea recurrente. Buenas noches. Mañana, si eso, viajamos un poco al pasado en la Vespa del tiempo y conocéis cosas de mi ciudad que los de las guías turísticas se callan. Tened cuidado ahí afuera.