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"El amor es algo muy resistente, se necesitan dos personas para acabar con él" José Luis Alvite

Categoría: cancer

168. Hábeas «porcus». Mis amigos.

Es normal que, después de un cuarto de siglo dedicados a redactar y fotografiar sucesos para las páginas de los periódicos, a mis compañeros de la prensa gráfica y a mí mismo se nos hayan pegado los palabros de policías, abogados, fiscales, jueces, forenses… Yo suelo contestar con un «de cuerpo presente» o «decúbito supino» cuando me preguntan cómo estoy.  La última incorporación léxica llegó de la mano del gran Fernando Blanco, fotógrafo de El Correo Gallego y académico sin silla pero con taburete en la Real Academia de la Lengua, que decidió bautizar a nuestras habituales churrascadas -que tanto bien nos hacen para el estómago y el espíritu- como «hábeas porcus» en una adaptación libre del hábeas corpus que a todos nos suena más o menos de libros, películas, series… de la realidad misma. Qué, ¿quedamos para levantar un cadáver?, solemos preguntarnos antes de encargar el menú en la churrasquería de guardia. Sí, somos unos salvajes que comen animales. Fue en una de esas citas gastronómicas cuando, al comunicarles que yo tenía lo que tenía en la cabeza, los muy cabrones pidieron a mayores una ración de sesos. Tienen mucho sentido del tumor.

El caso es que el último hábeas porcus lo celebramos en una casa particular tan particular que encajaría perfectamente en un capítulo de El Ministerio el Tiempo; con decir que atravesabas una puertecilla y aparecías en un ultramarinos… En realidad nos reímos más de lo que comemos, pero estas reuniones hacen más por mi ánimo que cualquier remedio de farmacia. Lo mismo que cuando nos cuadramos antre una mesa de futbolín o una baraja de póker. «Las únicas deudas que no se perdonan son las del póker y los encargos de Ikea», acostumbramos a recordarnos, para que la confianza no llegue a dar asco. Gracias, Soler, Paco, Álvaro, Curricho, Fer, Ángel, Agus… Hay que convocar ya la siguiente.

Mis amigos son unos atorrantes…

 

 

167. Sorpresa para el reservista pensionista

Son un equipo cojonudo haciendo periódicos. Son, además, grandes amigos. Pero guardando secretos hacen aguas, así que no tardé ni un par de horas en enterarme de que algo tramaban. En un país como el nuestro, acostumbrado a celebraciones de cifras gastronómicas y donde la filtración es un deporte nacional, empezaron a llegarme fogonazos de «no sé qué» comida de homenaje a Mirás, que después de 24 años palillando para La Voz de Galicia, se sitúa por obra y gracia del cáncer y de la Seguridad Social en la retaguardia del pensionismo.

Atando cabos, hasta me hice una idea de cuál sería el regalo. Pero lo que nos mata a los que nos creemos muy listos es que siempre hay alguien más listo que tú. Y si, como hice, me olí el pastel, me quedé tan corto que hoy, 48 horas después del mejor día del mejor peor momento de mi vida, todavía estoy de subidón, como la señora del anuncio de Aquarius dirigiendo la banda sonora de El Último Mohicano.

El caso es que me citaron el domingo para tomar algo, sin avanzar más. Me vino a buscar a casa una compañera de Administración y tiramos hacia los bares de lo viejo. Me cuidé mucho de decirle que, durante los últimos días, no había dejado de recibir mensajes de otros colegas de La Voz, que son o que fueron, y que decían cosas como «no podré estar en lo tuyo del domingo» «Me pilla fuera tu fiesta…» ¿Qué fiesta?, me pregunté después de recibir el primero. Lo dicho: guardan los secretos de pena, cuidado con lo que le contáis a la prensa.

La sorpresa que no era tal continuó cuando el gancho me subió a su coche y me llevó a un hotel. Otro en mi lugar, de no haber descubierto la encerrona colectiva que tramaban, hasta se hubiera puesto nervioso. ¿A un hotel a las dos de la tarde? ¿Así, a la brava? Mmmmm.

Cuando, aparcados en el subterráneo, subimos en un ascensor a las habitaciones, otro quizás se habría puesto en guardia, ya digo. Pero yo me temí que se abriría la puerta de la 138 y saldrían varios fotógrafos de la casa abrasándome a flashazos, alguno haciendo el indio en tanga o Lito, vocalista de la Orquesta Panorama, cantándome al oído una de Carlos Baute.

Loló, la rubia compañera del BMW, que no sabía que yo ya sabía, debió de imaginarse además que yo era un fresco porque no puse ningún pero a subir a las habitaciones de un hotel un domingo de ramos a mediodía. Fue un momentazo. En el ascensor equivocado bajamos a la cocina hasta que ya, por fin, después de cruzar varios ambientes, llegamos a la recepción. Y allí estaban todos, los muy cabrones: un total de 83 compañeros de La Voz, central, delegaciones y corresponsalías, que no encontraron nada mejor que hacer un domingo que organizarme una cuchipanda de despedida. Un «hasta luego», como les gusta decir.

Fue un despliegue humanitario realmente emocionante. Porque yo sabía algo de la trama, pero jamás imaginé que lograría reunir a más de ochenta currantes del periodismo y sus actividades satélites para rendirme honores. La rehostia. No me quiero ni imaginar mi entierro… «Si estáis todos aquí, ¿me queréis decir quién carallo va a hacer el periódico de mañana?», les pregunté. Callaron. En esto de la prensa hay una máxima que se cumple: el periódico siempre sale, aunque no haya periodistas. Como diría mi amigo Iker Jiménez: «Inquietante, amigos». Un abrazo, Iker.

Desde la puesta en escena al menú y el servicio, todo fue impecable. Pero para volver a rebajar mis ínfulas de listillo, la gran sorpresa la guardaban para el final. Después del segundo plato, escuché de lejos música de gaitas que identifiqué al minuto: «Joder, hasta han buscado un disco de Noitarega, ¡cómo se lo han currado!». Noitarega es el grupo de música tradicional en el que me hice gaitero cuando todavía tenía los dientes de leche, una de las mejores formaciones del sector que uno puede escuchar, y no lo digo yo. Lo que no me esperaba es que, de repente, la música que ambientaba el salón se iba a materializar. Y allí entraron por la puerta, detrás de un batallón de camareros, Nando Costas, Xosé Oliveira, Manuel Alonso, Xosé María Gutiérrez y Telmo Costas, Noitarega, tocando en vivo, sin trampa ni cartón.

El quinteto se colocó en una zona del salón, junto a mi mesa, y entonces descubrieron un póster que me dio el golpe definitivo: un yo de 1981 a tamaño real, gaita en ristre, rescatado de la memoria fotográfica del grupo. Acabé, claro, tocando la gaita con mi yo de diez años y chupa mil rayas, percutiendo el tambor, cantando… Después vinieron las palabras, unos regalazos a mi medida… el cariño, en definitiva, de tanta gente tan importante en mi vida, que todavía hoy no me he recuperado de la emoción y me he metido el chute químico de la jornada como quien se tomara una botella intravenenosa de licor café. Una portada falsa de La Voz con el titular «Nacho Mirás, reservista» puso la guinda a otro de esos gestos de humanidad que hacen que esté viviendo el mejor peor momento de mi vida. Nunca os estaré lo bastante agradecidos. Sois mi familia. Sirva este texto de agradecimiento a los que participasteis tanto en presencia como en esencia. Dentro vídeo:

166. Memoria del viejo Hospital Real de Santiago

Agradezco el intento, pero prefiero que no me contestéis en plan «yo también me canso mucho» cuando me preguntáis cómo estoy y respondo que muy cansado. De verdad, gracias, pero no tiene nada que ver lo que puedo sentir yo, con los chutazos químicos a los que estoy sometido y año y medio instalado en las filas de la oncología médica, con las sensaciones que experimentan los sanos. Ya ni cito las 30 sesiones de radioterapia de fotones que me abrasaron lo sesos. Nada que ver es nada que ver. Claro que vivir nos agota a todos, que el tiempo no ayuda… pero no es lo mismo, ni siquiera parecido.

Como son muchos los que creen que tengo mejor cara cuando pongo tierra por medio y me hago alguna escapada, acabo de cerrar la próxima, con Catalunya, cómo no, como destino. Me voy animado por el resultado de la última resonancia magnética y con la maleta tan llena de pastillas que mi difunta abuela Pura a mi lado era una aficionada, ella que viajaba con la farmacia puesta.

Me estoy reconciliando con la Seguridad Social, que ha empezado a pagarme en tiempo y forma. Protestar funciona. Lo que no funciona es tragar, quedarse calladito, acatar… No va la mansedumbre en mi naturaleza.

El día 31, con su nueva andanada intravenosa, está a la vuelta de la esquina. Asumo que cambiaré unos días el Atlántico por el Mediterráneo facturando no pocos efectos secundarios, pero prefiero eso a quedarme en casa doliéndome y mirando cómo la prórroga se me pasa por delante de las narices sin apenas disfrutarla. Me voy a darle un poco a la música, que me hace bien, pero antes enlazo uno de los reportajes de la serie Compostela Vintage que publiqué en La Voz de Galicia y que viene muy a cuento, ahora que TVG estrena Hospital Real, de Ficción Producciones. El 1 de julio del 2013, a bordo de la Vespa del tiempo, recreé así el desalojo del viejo centro sanitario para ser transformado en el Hostal de los Reyes Católicos que conocemos hoy. Por eso lo escogí para presentar El mejor peor momento de mi vida en septiembre del año pasado. Salud.

Desahucio en el Hospital Real

(La Voz e Galicia, 1 de julio de 2013)

Nacho Mirás. Santiago

Lunes, 31 de agosto de 1953. Llevan semanas trasladando a todo el mundo al nuevo hospital de Galeras. Es el no va más, dicen. Me he ido escaqueando, pero el doctor Puente Domínguez, hijo del doctor Puente Castro, me dio ayer un ultimátum: «Amigo, hay que irse, que aquí ya no pintamos nada». Es buena gente don José Luis.

El edificio tiene eco. Se han llevado los muebles, las camas, a los enfermos… Quedamos el gato y yo. «¡Mueva eso con cuidado y cárguelo en el camión de la Diputación, merluzo!». Mientras el decano de Medicina, Pedro Pena, manda y ordena, me voy a dar una última vuelta. Franco ha decidido que esto va a ser un hotelazo, el mejor de Europa, y ese no se anda con chiquitas.

Encima de una caja de vendas hay un ejemplar de La Noche de anteayer. «Para el año santo tendremos el mejor parador de Europa», dice en portada. Leo que unos 2.000 obreros, «en ocho meses de trabajo intensivo» convertirán el Hospital Real en la Hospedería del Peregrino. ¿Hospedería? No lo veo. ¿No sería mejor algo más potente, como Hostal de los Reyes Católicos? ¡No la cague en el nombre, generalísimo!

Me pierdo por el edificio, que aún huele a cataplasma y a cloroformo. Un morbo insano me hace ir primero a la morgue, donde todas las plazas están vacantes. Tendría su gracia hacer aquí un restaurante y llamarlo Restaurante dos Reis. Me parto.

Me puede la sangre. No me pregunten cómo, acabo en la sala de autopsias. ¡La de gente que ha entrado aquí de una pieza y ha salido desmontada! Qué ideas se me ocurren: estaba pensando en abrir en este sitio otro restaurante y llamarlo, por ejemplo… Restaurante Enxebre; soy un adelantado a mi tiempo. Mejor vuelvo con los vivos, que tengo palpitaciones. Me planto en el vestíbulo. A la izquierda esta la enfermería de San José, pero hasta el siglo XIX esto era la peregrinería de hombres. Aquí siempre han convivido muy bien la sanidad, la beneficencia y la peregrinación. Voy hacia el refectorio de peregrinos. ¿Y si pusieran ahí una cafetería con sus camareros con chaquetilla? Valeeee, solo era una sugerencia.

Detrás del refectorio ya han desmantelado la cocina de los peregrinos. Apuesto a que con la reforma se cargan la lareira. Y ya no hay nada tampoco ni en la botica ni en la rebotica. Qué bien le quedaría llamar a esta zona Salón San Marcos y darle glamur. Lástima de huerta, con sus casi doscientas plantas medicinales: saúco, malvas, artemisas, adormideras…

Estoy pensando que allá, en la enfermería de Santa Ana, pondría un comedor potente. Ya está: El Salón Real. ¡Viva el Rey! (si me oyen, me destierran a Fuerteventura). Evito pasar por lo que fue hasta 1846 la inclusa, conectada a la plaza de España por una pequeña puerta. Me perturba pensar en la cantidad de madres que han dejado ahí una parte de sus vidas y de sus entrañas. Podrían poner una sala de lectura, por ejemplo, para meditar. En el paritorio, subiendo las escaleras de Belén, ya no llora nadie. Me ha dicho Puente que el último niño nació hace unos meses. Yo ahí dividiría y haría habitaciones. Hay dos inscripciones que me dan repelús: El Observatorio de Agonizados y el Depósito de Sanguijuelas. La acústica del observatorio es increíble. Si un día lo descubre Andrés Segovia seguro que querrá venir aquí a tocar la guitarra. Tengo la corazonada de que mis propuestas serán oídas.

-¿Todavía por ahí, hombre de Dios? ¡Hay que irse!

-Estaba buscando la salida y me he liado, don José Luis. Que pase un buen día. Y perdone.

José Peña Guitián: «Había mucha prisa por construir el parador»

Los niños fueron los primeros en ser trasladados desde el Hospital Real al nuevo de la rúa Galeras, entonces conocido como Residencia de la Seguridad Social, sostiene José Peña, quien ya ejercía como pediatra del centro: «Recuerdo que fue en verano. Vino un camión de la Diputación, que transportaba todo, e hice mucha amistad con el chófer. Fuimos incluso juntos algún día festivo a la playa, porque estábamos en la misma pensión. Había mucha prisa para construir el parador: la obra del Hostal se hizo con 3 turnos de trabajo, las 24 horas, para acelerarla y que estuviese dispuesto en el Año Santo para acoger peregrinos», afirma. Peña había acabado Medicina en 1950. Entonces no había especialidades como ahora. La carrera duraba siete años y finalizaba con un curso rotatorio con prácticas en varios departamentos. «Estaba el catedrático Suárez Perdiguero al frente de la pediatría y acordamos que yo siguiese con él», afirma. Peña elaboró un trabajo sobre aquella etapa, presentado en el último congreso de la Sociedad Española de Pediatría y editado este mes por la entidad científica. Este texto memora la transformación que experimentó la asistencia pediátrica en los últimos años del Hospital Real, donde los pacientes procedían del llamado padrón de beneficencia, la Diputación pagaba su alimentación y el Ministerio de Educación su medicación. Suárez Perdiguero logró dinero para cambiar el viejo piso de madera; separó enfermos contagiosos del resto; amplió habitaciones y creó nuevos servicios como el área de radiología pediátrica. De sus colegas de entonces, cita como otro aún vivo «al doctor Gallego».

 

165. Total eclipse of…

Que te digan que la resonancia de control ha salido limpia no te cambia la vida, pero te arregla el día y algunos sucesivos. Eso y que tus hijos te traigan el desayuno a la cama para celebrar que eres su padre, aunque el colchón acabe convertido en un mar de migas. Comprenderéis que los demás temas de la agenda informativa me importen menos.

Con este enemigo cabrón instalado en el cerebro sé que tendré que estar siempre pendiente de que, como ocurre con las canciones de los ochenta, se produzca un revival que me invada de nuevo los pensamientos. Eso es y va a ser así. De momento el invasor no está, pero deberá seguir acorralado para los restos: Que yo gane años, que la investigación avance y que los enanos sigan llevándome el desayuno a la piltra cada 19 de marzo son los puntos de la hoja de ruta. Lo de oler limones se lo dejo a quien lo receta. Como si se los come con monda y todo. Siempre fui de letras pero, en esta tesitura, soy de ciencias puras.

No fue fácil echarse cinco horas del día del padre en el Hospital de Día de Oncohematología del Clínico, casi tres conectado a la fontanería de la Micro Macro que me chuta los químicos por goteo. Después de 24 horas sigo en un estado medianamente aceptable, quitando efectos menores que se corrigen con pastillas. Nunca tendré palabras de agradecimiento suficientes para el personal de ese lugar en que consumo horas. Ilustraré con una imagen el detallazo que tuvieron ayer en Farmacia:

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Lo que sí estoy es cansado. Esta mañana me dejé liar  para buscar por Santiago el mejor lugar desde el que fotografiar el eclipse y, entre filtros y flautas, me eché la caminata de la jornada con mi gran amigo Xoán A. Soler. El resultado lo podéis ver en el álbum digital de La Voz y, de paso, podéis buscar también a Wally. Lo de que la luna tape el sol no volverá a suceder hasta dentro de 26 años, y me parece alargar demasiado la prórroga como para dejar la observación para la siguiente convocatoria. Sigo descansando en familia de este festivo que, por decreto, nos han bailado en el calendario. Que suene el mejor eclipse cantado del que tengo memoria: Bonnie Tyler, Total eclipse of the heart.

164. Recolectando momentos para usar en caso de emergencia

Para la hija de Paquita, @luzsmellado, con todo mi cariño.

Cantar Asturias, patria querida en una piscina de agua caliente, en bañador, bajo una cúpula de hormigón iluminada en colores y en compañía de otros cincuenta bañistas, es una de esas experiencias que mis hijos recordarán que compartieron con sus padres cuando eran pequeños. Más que recomendada la visita al hotel Las Caldas, villa termal, a ocho kilómetros de Oviedo, por su ubicación, por su entorno, por sus comodidades, por la cama con dosel, por el desayuno… incluso por esa habilidad del staff para mezclar en un mismo espectáculo acuático el vals El Danubio Azul, la banda sonora de Superman y el himno oficial de la comunidad vecina. Lo que puede dar de sí un fin de semana bien aprovechado.

Casi he podido olvidarme unos minutos de que la semana pasada me visitaron de nuevo el cerebro a través del Magnetom -la resonancia magnética- del Hospital de Conxo, y que si algo ha florecido o no, la suerte ya está echada. Sabéis que los radiólogos no te informan a pie de máquina así descubran que tienes plantada en la cabeza una coliflor. Por eso la vida familiar intensa y lo de tomar las aguas me ayudan a soportar la espera de noticias del frente, que llegarán en el momento que menos me espere. Os agradezco que no preguntéis, dejadme con mi incertidumbre, que me va en el sueldo.

Cuando era pequeño, la abuela Pilar, la madre de mi madre, desaparecía una vez al año durante una semana. «La abuela va a tomar las aguas», nos contaban en casa. La viuda de Fole, la señora Pilar «A alta» se iba con su metro ochenta de carrocería al balneario de O Carballiño y venía relajadísima. Ahora que a los balnearios de toda la vida les llamamos Spas, los efectos siguen siendo los mismos: regarnos nos hace bien.

El jueves volveré a la sala de tratamientos del Hospital de Día de Oncohematología del Clínico de Santiago. A la que cierre los ojos y me deje atravesar en el pecho por una aguja inspirada en el aguijón de una abejapótama de medio kilo, recordaré el fin de semana familiar cantando Asturias, patria querida en paños menores y seguro que me vengo arriba. Mi principal misión ahora que soy pensionista es acumular experiencias y buenos recuerdos de los que podamos echar mano, yo y los míos. Una vez que la burrocracia se ha relajado resulta más fácil organizar la supervivencia; antes era un infierno.

Hoy os recomiendo la lectura de esta crónica sobre una muerte corriente escrita por una compañera nada corriente como es Luz Sánchez-Mellado. Si os conmueve su relato, que os conmoverá a menos que tengáis el corazón de corcho, imaginaos lo que he sentido yo, que me he imaginado a mí mismo en la piel de Paquita, mirando el mundo en contrapicado desde un catre, tantas veces en los últimos meses. La muerte, como la vida, está llena de eufemismos y palabras trampa.

Cuando vi volar por primera vez a Superman en el cine Fraga de Vigo, yo tenía la edad que tiene ahora mi hija. Y sigo tarareando el tantachán, tatatachááááán de la partitura de Williams cada vez que tengo que echar mano de los súper poderes para seguir tirando. Hasta voy a las sesiones de quimioterapia con una camiseta oficial con la S en el pecho; cualquier día llevaré la capa, aun a riesgo de que me confundan con un tuno. Vaya la banda sonora por todas las Paquitas y los Paquitos «que nos aferramos a los barrotes de la cama como si nos agarrásemos a la vida que se nos escapa».

162. Los apuros de un pregonero afónico. Viva Arzúa.

Murphy, que es ese hijo de puta que se encarga de que todo lo que puede salir mal, salga mal, se aprovechó de que soy un inmunodeprimido por obra y gracia de la quimioterapia y me castigó desde primera hora de la mañana de este sábado con una afonía tal que Pepe Isbert a mi lado era Gracita Morales. ¿Afónico? ¿Justo hoy que soy el pregonero de la Festa do Queixo de Arzúa? ¿Dónde se ha visto un pregonero afónico? Así que procurando no utilizar más de lo necesario mi voz de gallo Claudio en la intendencia doméstica, susurrando, empecé a pensar un plan B para salir del paso. Me llevé de la farmacia todos los remedios posibles, me metí lingotazos de miel… hasta pensé en darle al huevo crudo como el lobo del cuento. Para nada. Según se iba acercando la hora me parecía cada vez más a Lindo Pulgoso y menos al fulano que era ayer por la noche. «Solo me falta -iba rumiando yo solo- que ahora haga su entrada en escena el Irinotecagas -ese químico anticancerígeno que se manifiesta dándome la vuelta a las tripas cuando menos te lo esperas- y entonces los de Arzúa van a recordar toda la vida al pregonero de la edición número 40 de su fiesta». Tranquilos, no llegó la sangre al Iso.

Yo creo que fue el calor humano que me encontré en Arzúa lo que me ayudó a leer hasta el final un pregón que escribí de corazón. Aquí, un buen resumen. Mi hija me confesó después que a ella y a su amigo Lucas les daba la risa, pero no por el contenido, sino por la forma en la que mi voz pasaba de repente de canario flauta a mugido. El mensaje llegó a pesar del medio, y de eso se trataba. Gracias, Arzúa. Si me acompaña el chasis, el domingo vuelvo para escuchar a mi querido Kepa Junkera, a Treixadura y a lo que me echen.

Ahora que ya estamos metidos en la noche, voy y recupero la voz. Estoy por subirme a un banco de la calle y leer el pregón a los peregrinos que pasen, que siempre hay algún coreano deseoso de retratar a un friki typical spanish. Pero casi me voy a quedar en casa, que la noche lo mismo me confunde.

Voy a ir terminando, que para la próxima entrada tendría que resumir mi reciente aterrizaje en el inexplorado mundo del pensionismo. Sí, amigos, desde la Administración han resuelto, aunque de momento no ha llegado el cartero de la Vespa con la documentación que me anunciaron con un revolucionario SMS (están que lo tiran). Como el indio aquel con el que hacían coñas Les Luthiers, ya soy el Inca, el Inca-Paz. Todas las incapacidades son revisables pero, de momento, si alguien me pregunta: «¿Ocupación?» tendré que responder: «¡Pensionista!» Tengo sentimientos contradictorios que ya explicaré. Debería enterarme de si me puedo beneficiar de los viajes a Benidorm del Imserso, que allí hace sol y los pajaritos de María Jesús y su acordeón siguen sacudiendo las alas. Y si hay que remover la colita, todo será ponerse.

El miércoles me quimican por la mañana y me voy a un congreso por la tarde, concretamente al Congreso Internacional de Oncología para Estudiantes (COE XI). No me canso de decirlo: si puedo servir de ayuda, estoy dispuesto, que pacientes y médicos todavía tenemos que acercarnos más. Agradezco muchísimo esta invitación y confío en que la semana que viene no me salga ante los estudiantes la voz de Bob Esponja, de Darth Vader, de Mariano Rajoy… puedo ser poseído por cualquier ente animado, que está claro que a Murphy le pongo. Para que os quitéis el escozor que os pueda haber causado del vídeo de arriba, os doy las buenas noches con uno de esos clásicos del subidón. Simple Minds, Don’t You (forget about me). Dale, Kerr. Saludos pensionistas con mi voz de siempre. Visitad Arzúa; vale la pena.

159. Más cansado que ayer, ¿menos que mañana?

Pienso que no se puede estar más cansado hasta que llega el día siguiente y me levanto más hecho polvo que el anterior. Hoy es el día siguiente. Lo llaman astenia y, básicamente, se concreta en que me cuesta incluso arrastrar los pies. El cansancio extremo -me han dicho- es una buena señal: eso quiere decir que la quimio te está haciendo efecto. Yo, que soy de natural desconfiado, lo dejo ahí, porque también me escarallaron al máximo las hostilidades químicas del año pasado,  las cuchipandas de Temozolomida, y el tumor resurgió de sus cenizas y volvió a acampar en mi cerebro.

Las tripas siguen en su sitio, pero la sensación de mareo en el estómago es habitual. Hago esfuerzos para comer y, antes de abrir la boca y tragar, primero tengo que imaginarme qué me puede apetecer y cómo me sentará; por norma general, acierto y me voy nutriendo. La cocina asiática, en todas las variantes a mi alcance -básicamente, China y Japón- se ha descubierto como un gran aliado en esta circunstancia, quién lo diría.

Me quedan nueve días para la siguiente dosis de antineoplásicos. Menos mal que ya tengo la descendencia fabricada, porque estoy al día de lo mal que le sientan estas pócimas a la reproducción. Con los hijos hechos, el libro escrito y algunos árboles plantados, debo de ser lo más parecido a un fulano completo. Incluso he subido en globo un par de veces, así que ya no hay mucho dónde rascar.  Yo sigo convencido, no obstante, de que estoy, más o menos, en la mitad de la carrera, por mucho que el cáncer me ponga zanadillas.

Empecé esta entrada escrita en el blog confiado en que me vendría arriba, pero incluso me cuesta mecanografiar. He salido a la calle para ver si espabilaba, pero una ráfaga de viento helado que entraba por Amio me ha obligado a regresar a la base. Necesito sol, calor… ¡Y los necesito ahora, no en julio! Ando sobrado, sin embargo, de calor humano, como el que recibí el viernes en la entrega del VI Premio Derechos Humanos del Ilustre Colegio de Abogados de Santiago. Compartir el momento con mi familia y, especialmente, ver la cara de orgullo de mis hijos han sido motivos de satisfacción máxima, y no anda uno sobrado de satisfacciones máximas en esta segunda tandada de hostilidades químicas. Gracias de corazón a los abogados de Compostela, que me eligieron por unanimidad en estos tiempos en los que una decisión unánime, sea para lo que sea, es una excepción.

En los minutos escasos que he empleado en llegar a esta línea he entrado en calor. Lo peor de estos daños colaterales de la guerra química es no poder hacer la cantidad de cosas que uno quiere hacer porque el cuerpo no te sigue. No mandé mi flota a luchar contra los elementos… Aún así, de verdad que me esfuerzo para torear al invierno y a la astenia con todos los medios a mi alcance.

Ah, por fin he cobrado. Más tarde que el resto de la plantilla y sin que la mutua tenga la deferencia de detallarme los conceptos, pero he cobrado. Si el ingreso es correcto o si se les ha olvidado algo es una cuestión de fe. Sigo esperando noticias del Instituto Nacional de la Seguridad Social, que tiene ahora la misión de resolver mi situación laboral a largo plazo: Incapaz permanente o incapaz absoluto. Lejos de ser sinónimos, que te señalen como permanente o como absoluto marca la diferencia entre morirte de hambre o quedarte económicamente como estabas. Lo único que le falta a un enfermo de cáncer, después de haber cotizado más de veinte años, es tener que pensar además en la solvencia y en el futuro de los que dependen de ti. ¿No es suficiente tener lo que tengo?

Voy a hacer otra intentona y salir al exterior; el riesgo de quedarme dormido al teclado es alto. Pasad una buena semana, que la mía arranca con un poco más de lo mismo. En la entrega del premio sonó el viernes el A Rosalía de Curros Enríquez, que me pone los pelos de punta desde que lo escuché por primera vez. Va la versión de Luis Emilio Batallán.  ¡Ai dos que levan na frente unha estrela, ai dos que levan no bico un cantar! 

153. El horizonte abierto; que corra la química. 21 de enero 2015

Las seis horas de hospital de hoy -no todas son de tratamiento- agotarían a un triatleta. Tocaba hacer uso esta mañana del reservorio que llevo implantado en el pecho, puerta de entrada del Irinotecán y el Avastín, que son esos potingues que me matan y me dan vida a la vez como le pasa con el amor a Camilo Sesto en una estrofa gloriosa de La culpa ha sido mía. Hoy no hago el chiste con los Chunguitos y el Dame veneno que quiero morir porque los tengo arrestados hasta nueva orden. Me repito en los recursos musicales, pero me consta que hay nuevas incorporaciones a la lectura de estas memorias sanitarias que igual no saben de mis antecedentes ni de mis extrañas listas de reproducción.

Hoy no olía el puesto de mando del cáncer compostelano a calamares porque a nadie se le antojó fritada y todos los de las salas de tratamientos del Hospital de Día de Oncología y Hematología nos conformamos con los bocatas-pulga que nos administra el Servizo Galego de Saúde en sus modalidades de queso, salchichón o chorizo; munición de fogueo para mi desarrollado olfato de sabueso calvo.

Ahora tengo el horizonte abierto para comprobar si el irinotecagas hace o no honor al apodo con el que me he permitido la licencia de renombrarlo, vistas sus habilidades para destriparme. Llevo puestas las contramedidas, pero no hay que bajar la guardia.

Que me suba la tensión es otro efecto no deseado de la quimioterapia que tengo que contrarrestar, desde hoy mismo, con una pastilla diaria, una más. No he dejado de acordarme de esa frase genial que le espeta mi padre a su médico a la que le toca ITV en el centro de salud: «La tensión la tengo bien; lo que tengo baja es la pensión, ¡la pensión!». Pues yo, papá, tengo la tensión altita y la pensión -o sus entregas irregulares y a deshora que me obligan a dedicar esfuerzos al papeleo extrasanitario- es manifiestamente mejorable, y no miro a nadie.

Desde la butaca Strandmon anaranjada desde la que escribo, recién incorporada al mobiliario doméstico, tengo sentimientos encontrados sobre el panorama que se me presenta con el año recién empezado: tratamiento, caña, pruebas, consultas, más caña… Tengo todo el ánimo del mundo en el almacén donde se guardan las ganas, pero lo que hay es lo que hay. Ah, y añadimos deberes: tomarme la tensión cada día en casa, con la esperanza de que baje mientras los haberes de lo que se me adeuda por ser un trabajador escarallado que lleva más de veinte años cotizados no vayan mermando a traición. Ya me dan sustos, ya. ¿Oído cocina?????? El sistema es un asco de sistema.

Otra vez, y no es ninguna novedad, me han tratado lo mejor que se puede tratar a un ser humano en el hospital de día, nombradamente los servicios de enfermería -esas mujeres y esos hombres -son más ellas- que despachan calzados con zapatillas de running-, farmacia y, en general, por todos los que gobiernan y hacen funcionar este servicio público de rescate oncológico. Siempre hay una sonrisa, una buena palabra, un cariño, un detalle… Es como si, mientras te ahogas en medio de la ría de Arousa, se te pusiera encima un helicóptero y la tripulación te lanzase una escalerilla de raso y no una cuerda cutre de cáñamo -que también resolvería- para que no te rasguñes al agarrarte. Eso lo completas con la atención familiar del personal del comedor universitario de Fonseca, en el que soy un sospechoso habitual, y entonces ya no me caben los agradecimientos en este texto.

Hemos echado de menos hoy en el hospital, claro, al maestro. No hay guerras sin bajas ni batallas sin juglares que canten las gestas de los héroes que se fueron quedando por el camino. Yo sigo levantando acta que ayude a que perdure la memoria de los que se me anticiparon. De dos grandes tipos, dos grandes mentores, dos grandes amigos como fueron Javier Álvarez-Santullano y José Luis Alvite, que dejaron plaza vacante para siempre en la consulta 11. Tipos en los que busqué y encontré inspiración para llevar todo este suceso propio en Cinemascope de la manera menos traumática. Confío en tener fuelle suficiente el 6 de febrero para dedicarles el reconocimiento que me ha brindado el Ilustre Colegio de Abogados de Santiago pero, por si acaso me diera la flojera, que queden por escrito mis intenciones. Antes, el 4 de febrero, toca nuevo capítulo de fontanería intravenosa. Qué curioso, justo en el día mundial contra el cáncer. El calendario, que es así de cachondo.

A ver qué tal se me da la noche. Ahí va un clásico de Del Shannon para ir calentando motores. Mucho me ha gustado siempre este tema, amigos. ¡Desde que era pequeño! Sin entrar en muchas profundidades con el desamor fugitivo de la letra -el corazón roto siempre ha dado mejores canciones que el electrocardiograma sano, dónde va a parar-, el estribillo y el solo de organillo son grandiosos.

NOTA: Cambio el enlace al vídeo que puse ayer porque me duele la vista cada vez que leo los subtítulos en castellano.

Viva la vida. Podéis ir en paz.

147. La tregua de San Silvestre.

Lo único bueno que tiene visitar de vez en cuando la sala de calderas de la existencia es que cuando, por fin, la vida enciende de nuevo el aire acondicionado y cesan las hostilidades, disfrutas tanto la sensación de alivio que no te lo puedes creer. ¡Coño, pero si vivir era bonito!!! Es lo que ha ocurrido entre hoy y ayer, con una tregua concedida por parte de los infraseres que gobiernan los efectos secundarios de la industria farmacéutica que llevo puesta por todas las vías imaginables, de esta química Prêt-àporter que, como el amor desbocado en aquella canción de Camilo Sesto, «me mata y me da vida a la vez…«

Qué alivio, amigos, esto de resucitar. Aunque no me siga el tren de aterrizaje. Aunque tenga que ir con pies de plomo preocupado pensando desde dónde me dispararán el próximo cañonazo. El avance, de todas maneras, ha sido de tal calibre que mañana podré por fin estar muy lejos de mi casa y muy cerca de mis hijos. Si este bienestar provisional -insisto en lo de provisional, que andan los demonios rondando- alivia también la tensión de los que vivís mis males como si fueran vuestros, entonces todo tiene mucho más sentido y descansamos juntos, y juntos es mejor. Yo prometo dedicaros las uvas de fin de año, aunque me atragante en la cuarta, y vosotros brindad a mi salud, que a mí, como a Madrid, no me conviene la botella.

Tal día como este 31 de diciembre del año pasado, lo recordaréis, me llegó el pronóstico maldito, que sigue teniendo validez 365 días después con coberturas ampliadas. Así que, aún pendiente como estoy de la anatomía patológica del hijo de Casiano, comprenderéis que no me preocupe en exceso conocer los apellidos de la criatura, que fue expulsada por la fuerza de las armas e insistirá, como ha venido haciendo, en volver a presentarse. Para eso vamos a drogarlo a chorro en los meses venideros, con una próxima sesión el 8 de enero a través del Celsito que llevo instalado en el pecho.

Hay quien se sorprende porque, estos días, voy con una mochila puesta del revés, como si temiera a que me robaran la cartera en un supermercado o en la misa del peregrino. Es mi versión particular del escudo del capitán América. Mis amigos, que son mucho de dar «peitazos», que dicen los de Verín, -pechadas, pechazos…- me sorprendían a traición y acababan incrustándome el reservorio en todo el esqueleto, con las molestias propias de semejante maniobra. Así que si me asaltáis por la calle, y mientras no me coloco una señal de dirección prohibida, evitad mi lado frontal derecho. Achuchadme el izquierdo todo lo que queráis, pero evitad estribor, os lo pido por favor, que me metéis cada hostiazo que un día se me sale el Celsito por una oreja y tengo que ir al servicio técnico para que me lo reinicien.

Hoy, después de tantas jornadas de horror, ha sido un gran día. Aprovecharlo o que pasara de largo, como decía Serrat, dependía en parte de mí. He caminado, he alternado, he visto a algunos de mis compañeros de La Voz, he hecho vida casi de ser humano. Hasta he celebrado un cumpleaños de alguien que, por cierto, está más joven que la semana pasada. Además, he acabado -de momento- con el antibiótico aquel tan caro y con la cortisona, así que químicamente estoy mucho más saneado, dónde va a parar. Se me nota en la carrocería. Hasta creo que tengo mejor color. El camino de Santiago en sentido inverso será largo mañana, pero el premio que hay en la meta navarra bien lo vale; ellos son los que le dan sentido a todo, esos locos bajitos que se incorporan, mis miniyós, mis herederos.

 Los de la «prestación por incapacidad» -que es esa manera estúpida de referirse a la pasta con la que vives cuando estás enfermo, como si mendigaras-, se han portado, todo hay que decirlo, así que le deseo un buen año al que le dio puntual al botón del ingreso. Si mantenemos los pagos así de ordenados, un día hasta igual hablo bien del sistema…

Daos todos por felicitados de cara al último día del año y el primero del siguiente. Si alguien tiene mucho interés en que le emborrone su ejemplar de El mejor peor momento de mi vida, que me busque en la vieja Iruña en los próximos días. A mis hijos les entusiasma que no me riñan por pintarrajear libros con una pluma. «En el cole no nos dejan», me dicen ellos, que son muy limpitos.

Me iré a la cama con los dedos cruzados, que está Murphy de guardia y con este por ahí suelto uno nunca sabe si va a acabar durmiendo sentado entre anacondas.  Y tiro de discoteca con uno de los temas clásicos de estas memorias sanitarias. Dentro The Divine Comedy: Tonight we fly. Confío en que volemos hacia arriba, amigo Neil Hannon, sin mirar al fondo, que está lleno de bichos. Deseo de verdad que, por encima de todo, el 2015 sea el año de la salud; lo demás llega por añadidura. Como si no llega. Carguen, apunten… ¡besos!

 

 

 

146. ¡No apaguen la luz del túnel! Malísimo

Se me queda escaso, señores de la Real Academia de la Lengua, querido Darío Villanueva, el superlativo «ísimo» para poner en palabras lo malísimo que he estado en estos últimos días de convalecencia que separan la Nochebuena de la Nochevieja. ¿Me cuela «malérrimo», aunque solo sea por esta vez? Hoy son mis tristes tripas las que, en horario de madrugada, me mantienen lejos de la cama, tragándome una película en alta definición sobre anacondas, infestada por igual de reptiles que de machitos inflamados de testosterona y rubias gritonas -para que digan del sexismo en el cine- mientras, en modo multipantalla, vomito pensamientos improvisados, que siempre es mejor que hacer de tripas un montón, como realmente me pide el cuerpo.

Hoy son los entresijos; ayer eran las cicatrices del cráneo las que le ladraban a la humedad; la contractura que me nace detrás de una oreja y muere bajo el omoplato derecho; y cada día, a cada hora, mi tren de aterrizaje, con el que repto cual culebra coja por las piedras de Santiago. Todos estos efectos especiales me recuerdan que llevo mucho encima, pero que me queda todavía tanto… A estas alturas de la contienda ya he experimentado semejante cantidad de efectos secundarios -vengo, no lo olvidemos, de otro año de guerra química y física acumulados, dos craneotomías y de la instalación de un reservorio- que lo único que me sorprendería es que me salgan alas. El estómago celebra además por su cuenta un festival antibiótico en el que participan otros medicamentos que se van contrarrestando e interactuando entre sí hasta la explosión. Y los restos que permanecen de la bronquitis mantienen viva la sensación de que respiro por la garganta trasplantada de un despojo que estaba pasado de fecha. Ya sabía que esto no iba a ser un paseo, pero ver venir lo que te viene encima no minimiza el impacto.

Ya se ha acabado la película de anacondas en la 1, con triunfo de los machitos sobre los reptiles, y yo sigo sin conseguir que mi estómago me conceda la paz que necesito para dormir. La noche es lo peor para el convaleciente, no hay nada peor ni más largo. No es cierto que los gatos se vuelvan pardos: son panteras y atacan. He llegado a pensar que tocaba fondo, que Fenosa había apagado la luz al fondo del túnel; que no salía de esta. Y no es una manera de hablar. Como a Dinio, la noche me confunde. Espero que así sea.

No busco con este mensaje contramedidas de ánimo y paciencia en forma de mensajes, de verdad, que tampoco me sobra el tiempo como para gastarlo en hacer de moderador. Solo trato de entretenerme y de mantenerme ocupado escribiendo a la vez que comparto y me libero, como he venido haciendo siempre desde que arrancó esta emergencia sanitaria en la que vivo instalado ya hace más de un año. La buena voluntad se presupone, así que no os preocupéis por intentar suavizar con palabras lo que no se puede. Sé que estáis ahí.

Sigo animado, otra cosa es que el cuerpo esté agotado. Estoy agotado de estar enfermo; estoy agotado de efectos secundarios; estoy agotado de estar agotado; esto no es una cuestión de actitud y voluntad. Si lo fuera, me habría tocado ya más veces la lotería que a Carlos Fabra, pero sigo sin un duro.

Si la anaconda que se ha escapado de la película y se me ha metido en el intestino no me deja de una vez en paz, estoy viendo que acabaré la noche con la cabeza apoyada en la butaca orejera viendo el episodio 18 de «Vender para comprar» en Canal de Casa. Es lo que tiene la fibra óptica: que lo mismo te entretiene con culebras gigantes que te mete en vena un ciclo formativo completo de Bricomanía mientras la vida se empeña en dejarte en fuera de juego. Pero el saber no ocupa lugar.

Agradezco las invitaciones y propuestas de todo tipo que me llegan por vías diversas pero, como Nicholas Cage en Leaving Las Vegas, no tengo planes más allá de esta cena… Lo de la cena es un decir, no quiero ni oír hablar de comida. Mi horizonte de actividades es como mucho a horas vista, hasta tal punto que hoy he dejado de ver a personas realmente importantes -a las que me hubiera gustado abrazar hasta la asfixia- por incapacidad física. Bien que lo siento.

No me voy a complicar con la banda sonora. Sabéis, chicas, en cualquier caso, que moriría por vós. Aunque también es cierto que, de un tiempo a esta parte, lo de «morir por»  me parece una exageración muy fuera de lugar. ¿Que cómo estoy? Pues ya veis. Toca mal, pero peor les fue a las anacondas de la película, que acabaron en una tienda de marroquinería.