175. Doy miedo

por Nacho Mirás Fole

Más allá de una brecha de una cuarta en el lado derecho de la cabeza, fruto de dos craneotomías, nunca pensé que mi aspecto representase un problema, pero voy  a tener que reconsiderarlo. Vivimos en una sociedad tan acojonada y tan desconfiada que entiendo que pasen cosas como la que me ocurrió esta mañana, pero de verdad que alguna gente debería hacérselo mirar. Os cuento y juzgáis.

Caminaba hacia casa después de hacer unos recados. Sabéis que me canso mucho y, aún así, trato de darle caña al andamio como me recomienda el oncólogo. A la altura del colegio Monte dos Postes, en pleno Camiño Francés, decidí tomar descanso en un murete de piedra que coincide con la parada del autobús número 6, que va a San Marcos. «Y aunque son tres paradas, si pasa el seis, me subo y no me fatigo tanto, que me queda todo el día por delante», pensé.

En esas estaba cuando paró delante de mí un todoterreno de esos que no ruedan por un monte en la vida, negro, impecable, enorme… Al volante, una chica con gafas, muy puesta, que baja la ventanilla y me pregunta: «Hola, ¿para ir al Cersia?» El Cersia es un edificio de servicios municipales que está justo detrás de mi casa, pero si no has ido nunca te puedes liar.

-Está justo en línea recta, a un kilómetro más o menos de aquí.

-Es que voy con prisa, tengo una reunión.

-Podemos hacer una cosa. Yo voy hacia allí, si me acercas te dejo en la puerta.

Mala propuesta. La del cochazo sacó al desconfiado que tanta gente lleva dentro: «Y si está tan cerca ¿por qué estás esperando el autobús para ir allí?», me preguntó.

No me pareció oportuno replicarle con todo el relato: «Mira tía, porque tengo cáncer y me canso mucho, y lo que para ti es un kilómetro para mí es una carrera de fondo». Así que resumí: «porque tengo un problema en las piernas y prefiero esperar al bus, pero ya te digo, llegamos enseguida».

Aún colgaba mi explicación del aire cuando dijo la última palabra al tiempo que aceleraba el tanque: «Mira, si no te importa continúo yo sola», y la perdí en el horizonte de San Lázaro, cruce con Fontiñas. Creerá que salvó su vida.

Me quedo con la duda de si me vio más cara de violador o de asaltador de caminos, de ladrón de coches… yo qué sé. Pero espero que llegase tarde o que la rechazasen en la reunión. Yo no querría currar con alguien que hace bandera de la desconfianza. Yo también le pude preguntar: «Y si tienes tanta prisa ¿por qué no me acercas y llegas sin dar vueltas?» No lo hice.

Así que cuidado si os cruzáis con el tipo de la brecha: doy miedito. Ya lo decía mi abuela: «O medo é libre»