160. La dura vida del superhéroe. 16 de febrero, carnaval

por Nacho Mirás Fole

Algún día, mi hijo le echará en cara a su madre que se le viese el cuello de la camisa de cuadros por debajo del traje de Spiderman. Vale que hace frío, que estamos en invierno y hay que prevenir, pero al ver a mini yo con su disfraz de hombre araña, el cuello de la camisa de cuadros verdes por fuera y un plátano en la mano que le obligaba, para merendar, a descubrir su verdadero rostro, me he acordado de aquella frase grandiosa del maestro Alvite: «Las mujeres, cuando tienen frío, te abrigan a ti». Allí estaba el enano, preparado para escalar los muros de la Cidade da Cultura de Galicia y salvar a la humanidad, sometido a la voluntad de su santa madre. ¡Tratad de mantener la dignidad en semejante tesitura! Da igual que seas un superhéroe de Marvel: tu madre te abrigará siempre y si es hora de merendar que se esperen los villanos ¿o estás tonto? Cuando lo he visto con la camisa, el plátano y la máscara calada en la cabeza como la boina de Paco Martínez Soria, le he perdido el respeto como superhéroe. Ha sido inmediato. Igual que aquella vez que contemplé en el vestuario de la piscina, en pelota picada, a un célebre magistrado y a un ex-alcalde. Cómo nos igualan los vestuarios y los gestos mundanos, amigos.

Me está yendo mejor la fase física de esta última andanada química que la moral. Yo puedo desnudar los detalles de mi enfermedad cuándo y de la manera que me parezca, pero no los de los demás. Lo dejo en que esta vez le ha tocado a alguien cercano y empiezo a pensar si no habrá por ahí circulando algunos muñecos de vudú que tengan puestas las caras de mi familia. Ya está pasando la broma de castaño a oscuro y por eso -y alguna otra cosa- tengo el ánimo tocado en la línea de flotación.

Mientras el físico me acompañe tengo pensado seguir protagonizando actos de rebelión contra las normas establecidas. Tanta prohibición y tanta carallada… No sé si haciendo todo lo que me dicen que haga y dejando de hacer todo lo que me dicen que no haga viviré más pero, como al del chiste, «se me va  a hacer largo». Por eso que a nadie le extrañe verme, como esta tarde, en un festival de rock con los niños; en una playa lloviendo; en un supermercado; haciendo gimnasia en esos aparatos para adultos que han florecido en parques y jardines que, por lo visto, solo uso yo… Estos gestos de insumisión me suben además la moral porque me siento un poco más útil, más válido, más capaz. Tampoco se trata de hacer el indio, pero nadie mejor que uno mismo para saber dónde están los límites. A la que pueda subirme a un avión que aterrice cerca de una playa me doy el piro y no regreso hasta que no se me acabe el dinero.

La ventaja del carnaval es que las cicatrices de las craneotomías no llaman demasiado la atención. Siempre puedo chulearme de lo logrado que está mi disfraz de Frankenstein creneotomizado de A Salgueira. El otro día una chica me reconoció en La Bodeguilla de San Lázaro, local de cabecera donde los haya, y me espetó una frase grandiosa: «¡Tú eres… tú eres… (se quedó pensando)… tú eres ¡ese!»

«Efectivamente, yo soy ese», le dije sacando del armario mis fondos más pantojianos. Después cruzamos unas palabras más, me explicó que me seguía… esas cosas. No me parece mal que me pregunten si soy ese, estaría bien a estas alturas.

Hoy el pobre Spiderman que duerme en la habitación del fondo no ha tenido su mejor episodio. Además del tema bochornoso de la camisa de cuadros, en casa he tenido que desautorizarlo porque cogió una rabieta nada digna de un niño araña por culpa de unas salchichas. Qué dura es la vida del superhéroe menor de edad, meu rei, sobre todo si solo tienes cuatro años.

Como en el hospital me han retrasado el cuadro tóxico en el tablao químico para el jueves, tengo un día más para hacerme a la idea. Haber descubierto que una cucharada de helado de limón -el de Mercadona, mismo- neutraliza las náuseas es algo impagable que le deberé siempre a Mercedes Fernández, compañera veterana del frente oncológico que, por cierto, cada día está más guapa.

Sigo esperando por la resolución del Instituto Nacional de la Seguridad Social que, haciendo un tremendo alarde de medios técnicos, me ha enviado un SMS diciendo en letras mayúsculas (petardos, el uso de mayúsculas en este mundillo quiere decir que estás gritando). Pues me han gritado: «EL INSS INFORMA QUE  SU RECONOCIMIENTO DE INCAPACIDAD TEMPORAL SE HA RESUELTO CON INICIO DE INCAPACIDAD PERMANENTE. PRÓXIMAMENTE RECIBIRÁ LA NOTIFICACIÓN». O sea, que gastan un mensaje para avisarme de que un cartero llamará a mi puerta. Y seguro que en ese momento no estaré, o estaré en el váter, me dejarán un aviso en el buzón y tendré que acabar yendo yo a Correos al día siguiente. El futuro es la rehostia, doc, no sé si estoy preparado para semejantes avances.

Me está saliendo un pelo de rata en la zona de la cabeza que me radiaron el año pasado. Lo que Cela llamaba «pelo de hijo de puta». Para poca salud, ninguna, así que voy a poner a trabajar a la trasquiladora. Spiderman, por cierto, se enfadó muchísimo el otro día y empezó a gritar: «¡De mayor no quiero ser calvo como papá!». A continuación me preguntó si «luego» y «después» eran palabras con el mismo significado. Si nadie te prepara para educar niños, cómo carallo vas a saber educar superhéroes. Dentro REM, Imitation of life.