150. La rebelión de las tripas

por Nacho Mirás Fole

Las tripas se me rebelan. Consigo neutralizar algunos efectos pero, en general, estoy hecho unos zorros y me doy la vuelta como un par de calcetines, con lo de dentro para afuera. Se me está haciendo agotadora esta segunda fase química, con la que me toca convivir ni se sabe hasta cuándo. Por si fuera poco, Mordor de Compostela se muestra con toda su crudeza, regándonos por aspersión y vetando el paseo reparador y la radiación ultravioleta a los enfermos de largo recorrido que en la ciudad somos.

Menos mal que el sobrino de la tía Claudina es un tipo que no se arredra, ourensano de carrera: «¿Paseamos a cubierto por el eje DecaLeroLidl?» Un planazo para un día de mierda, ¡Ese es el espíritu, carallo! Sobre todo porque el circuito se nos hizo corto y, a la que nos dimos cuenta, estábamos con él al volante en A Grela, compartiendo un codillo sueco-ruñento sentados en las míticas sillas Urban. Ni cinco euros nos gastamos en IKEA -sin contar la comida-, pero el paseo me lo notaron las carnes. Sobre todo, la media hora que perdimos buscando el coche por el aparcamiento. Si metiésemos en un banco todo el tiempo que se pasa la gente del mundo, en general, buscando sus coches en los aparcamientos de los centros comerciales, qué grandes cosas se podrían hacer. «Estamos a punto de rozar el ridículo», murmuraba mi chófer. Salimos del trance.

He vuelto a casa físicamente escarallado y me he rendido a la siesta. Las últimas noches no se me han dado nada bien. Angustia, malestar… Tengo contramedidas químicas, pero es más de lo mismo. El lote completo de los síntomas siempre viene a deshora, bien sabéis los que estáis en condiciones parecidas de qué hablo. A las sensaciones raras se suma un olor reiterativo y nauseabundo que lo invade todo, no sé si fruto del tratamiento o del trabajito que me han hecho en el disco duro mis dos invasiones celulares.

Gracias a los que se inquietan porque no escriba, pero no estoy para presiones. Vivir y sobrevivir me llevan su tiempo, es así. Nunca pensé que iba a resultar tan duro este segundo combate. El 21 está a la vuelta de la esquina y de nuevo, todavía sin venirme arriba como la tal Inés con Trevor Jones en el anuncio de Aquarius, tendré que asumir los efectos de la nueva intoxicación programada. Y tragar. No es desánimo: es agotamiento.

Cada vez contesto menos a los mensajes, vengan por la vía que vengan. El WhatsApp, sobre todo, me cansa hasta tal punto que me planteo dimitir. Si me pusiera a responder puntual, juro que no haría otra cosa. Agradezco la presencia de todos, pero comprended mi ausencia, que mi cuerpo agotado y mi cerebro trepanado no dan para más.

Lamento haber tenido que cancelar las tres firmas de libros que estaban previstas en El Corte Inglés. A cambio, este sábado saldré en el suplemento de salud de ABC, predicando, improvisando como lo vengo haciendo. Le temo a la noche, pero ya me ha vuelto a pillar. Muchas veces pienso que no puede ser verdad esta mala hora. Pero no me cuela, y ya van un año y tres meses. Besos a cascoporro.