164. Recolectando momentos para usar en caso de emergencia

por Nacho Mirás Fole

Para la hija de Paquita, @luzsmellado, con todo mi cariño.

Cantar Asturias, patria querida en una piscina de agua caliente, en bañador, bajo una cúpula de hormigón iluminada en colores y en compañía de otros cincuenta bañistas, es una de esas experiencias que mis hijos recordarán que compartieron con sus padres cuando eran pequeños. Más que recomendada la visita al hotel Las Caldas, villa termal, a ocho kilómetros de Oviedo, por su ubicación, por su entorno, por sus comodidades, por la cama con dosel, por el desayuno… incluso por esa habilidad del staff para mezclar en un mismo espectáculo acuático el vals El Danubio Azul, la banda sonora de Superman y el himno oficial de la comunidad vecina. Lo que puede dar de sí un fin de semana bien aprovechado.

Casi he podido olvidarme unos minutos de que la semana pasada me visitaron de nuevo el cerebro a través del Magnetom -la resonancia magnética- del Hospital de Conxo, y que si algo ha florecido o no, la suerte ya está echada. Sabéis que los radiólogos no te informan a pie de máquina así descubran que tienes plantada en la cabeza una coliflor. Por eso la vida familiar intensa y lo de tomar las aguas me ayudan a soportar la espera de noticias del frente, que llegarán en el momento que menos me espere. Os agradezco que no preguntéis, dejadme con mi incertidumbre, que me va en el sueldo.

Cuando era pequeño, la abuela Pilar, la madre de mi madre, desaparecía una vez al año durante una semana. «La abuela va a tomar las aguas», nos contaban en casa. La viuda de Fole, la señora Pilar «A alta» se iba con su metro ochenta de carrocería al balneario de O Carballiño y venía relajadísima. Ahora que a los balnearios de toda la vida les llamamos Spas, los efectos siguen siendo los mismos: regarnos nos hace bien.

El jueves volveré a la sala de tratamientos del Hospital de Día de Oncohematología del Clínico de Santiago. A la que cierre los ojos y me deje atravesar en el pecho por una aguja inspirada en el aguijón de una abejapótama de medio kilo, recordaré el fin de semana familiar cantando Asturias, patria querida en paños menores y seguro que me vengo arriba. Mi principal misión ahora que soy pensionista es acumular experiencias y buenos recuerdos de los que podamos echar mano, yo y los míos. Una vez que la burrocracia se ha relajado resulta más fácil organizar la supervivencia; antes era un infierno.

Hoy os recomiendo la lectura de esta crónica sobre una muerte corriente escrita por una compañera nada corriente como es Luz Sánchez-Mellado. Si os conmueve su relato, que os conmoverá a menos que tengáis el corazón de corcho, imaginaos lo que he sentido yo, que me he imaginado a mí mismo en la piel de Paquita, mirando el mundo en contrapicado desde un catre, tantas veces en los últimos meses. La muerte, como la vida, está llena de eufemismos y palabras trampa.

Cuando vi volar por primera vez a Superman en el cine Fraga de Vigo, yo tenía la edad que tiene ahora mi hija. Y sigo tarareando el tantachán, tatatachááááán de la partitura de Williams cada vez que tengo que echar mano de los súper poderes para seguir tirando. Hasta voy a las sesiones de quimioterapia con una camiseta oficial con la S en el pecho; cualquier día llevaré la capa, aun a riesgo de que me confundan con un tuno. Vaya la banda sonora por todas las Paquitas y los Paquitos «que nos aferramos a los barrotes de la cama como si nos agarrásemos a la vida que se nos escapa».