149. El cáncer, la química y los calamares a la romana

por Nacho Mirás Fole

Jueves, 8 de enero 2015. Aquí sigo, cuando pasan de las tres y media de la tarde, conectado a la Micro Macro Life Care a través de la que me insuflan las armas químicas, en la sala de tratamientos 6 del Hospital de Día de Oncohematología del Complexo Hospitalario Universitario de Santiago.
Segundo día de acontecimientos farmacológicos de esta segunda tanda en mi guerra de Gila contra la recidiva de un astrocitoma anaplásico de grado III que ya es un viejo conocido para la legión de lectores de estas memorias sanitarias. ¿Está el enemigo? ¡Que se ponga!
Hemos empezado el menú del día con algo más de 272 mg. del antineoplásico CPT11, más popular como Irinotecán -que a mí me suena a nombre de cacique azteca- y que, después de experimentados sus efectos, alguien debería rebautizar como Irinotecagas. Creo que no hacen falta explicaciones. Hoy, puede ser por la experiencia anterior, las tripas se mantienen bastante en su sitio. Confío en que no me abandonen a traición.
Ahora estoy ya con el segundo plato: 1040 ml. de Bevacizumav o Avastín, otro antineoplásico en formato perfusión intravenosa que me riega las entrañas desde la Micro Macro LifeCare conectada al reservorio Celsite Discreet que llevo instalado en el pecho y que yo he rebautizado como Celsito.
A todo este aparataje, a toda la electrónica y la hidráulica que me viste como a un C3PO de la oncología médica, le quita hierro el olor a calamares que emana del bocadillo de una compañera de tratamiento que está del otro lado de la cortina y que tenía antojo. ¿A qué huele el cáncer?, igual me pregunta algún día un compañero entrevistador. ¡A calamares, te lo juro, el cáncer y su tratamiento huelen a calamares a la romana! No me molesta ni lo más mínimo. Buen provecho.
El bocadillo y el buen rollo que te transmite el personal del hospital de día -a pesar de que es evidente que trabajan de más- hacen más por mi paz interior que cualquier tranquilizante con receta médica. A los que enseguida se les llena la boca diciendo que los funcionarios no la rascan los quería ver yo aquí aunque solo fuera un cuarto de hora. Los recortes en sanidad se notan, precisamente, cuando eres un paciente de oncología y ves a tu alrededor que el personal no para, que los celadores tienen que hacer el pino puente para dar salida a la omnipresencia que se les exige, precisamente, porque no es proporcional la plantilla a la gran cantidad de enfermos que somos.
Me hace gracia que buena parte del personal de enfermería lleve puestas zapatillas de running, nada de zuecos o sandalias. Van tan a toda hostia que las zapatillas de correr son lo más apropiado. No son estos funcionarios de los que se marchan corriendo antes de que pase algo, nada de eso. No veo yo tanta energía en muchos despachos oficiales desde los que se cocina lo que se hace en este lugar del que ahora soy usuario, y he estado en unos pocos despachos oficiales, por no decir en todos. Menos corbata y más chándal, excelencias. Pisen más el terreno.
Entre citotóxico y antianaplásico, hoy he probado el cátering del hospital de día, a elegir entre bocata-pulga de queso, chorizo o salchichón, yogur y fruta. Le he salido barato al Servizo Galego de Saúde. No sé si por lo frugal de la dieta, por la química o por el analgésico que me administraron para callarle la boca a mi contractura de espalda, el caso es que según han ido pasando las horas me he crecido en estado físico y anímico. Llegué muy acojonado a la sala de tratamientos, temeroso de los efectos secundarios de estas pócimas amañadas que los oncólogos diseñan por nuestro bien, aunque nos hagan a veces mucho mal. Pero fue cruzar dos palabras con el personal de farmacia y me cambiaron la actitud y el ánimo, tan importante es que te informen de riesgos y posibilidades, que los tratamientos se humanicen.
Ya sé que las próximas horas tendré que permanecer alerta por si me desfondo, pero como decimos en Galicia… malo será. Después del súper chute de hoy no tendré que volver a la Micro Macro hasta el día 21. Asi que, hasta entonces, ya tendré tiempo de experimentar pros y contras del tratamiento. Tengo ganas de salir y volver a casa para seguir avanzando en el máster de Playmobilismo que estoy haciendo con mi hijo: el año pasado nos doctoramos montando el barco pirata; este año ha tocado el castillo de los dragones, que también tiene su ciencia.
Feliz año, feliz vida. Aunque no responda individualmente -no haría otra cosa en todo el día- os tengo presentes incluso a los ausentes.