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"El amor es algo muy resistente, se necesitan dos personas para acabar con él" José Luis Alvite

Mes: enero, 2013

La placa

Vivimos instalados en un frenesí de noticias de tal magnitud que se hace difícil seguir la actualidad, incluso para los que vivimos de contarla. Parece que el mundo centrifugase. Creo, y lo creo de verdad, que semejante cantidad de datos, temáticas y visiones son completamente prescindibles. Ruido. Somos unos tarados empeñados en minutar la vida cuando, en realidad, todo este sindiós en el que navegamos en los países ricos es una microscópica cagada de mosquito en el universo, en el espacio y en el tiempo. Pero ahí estamos, estresadísimos. La de cosas fundamentales que me habré perdido mientras escribo estas tonterías que ahora tú lees. O mientras duermo. ¡Si hasta hacemos caca leyendo el Twitter! Somos una generación de tarados.

Hoy he entrevistado a un aventurero que me juró que era más feliz ahora, con tres camisetas sobadas y una mochila, que cuando dirigía una empresa, conducía un cochazo y desayunaba en un loft. Su sonrisa y su bronceado eran su polígrafo. Veo, además, que la sobredosis de informaciones nos ha ido curtiendo hasta el punto de que la duración del sobrecogimiento que nos puede producir una noticia no se prolonga más allá de la lectura de la noticia que viene después. Y eso es una mierda. No me interesan los humanos castrados en su capacidad de sobrecogerse ante los acontecimientos. Hablo de sorpresa duradera, de impresionarse para rato. ¿Qué conseguimos sobreinformándonos? ¿Dejar un día un cadáver puestísimo? Yo prefiero las historias profundas, selectas, sentidas. Y defensor de la tecnología y de sus aplicaciones como soy, cada vez siento un mayor rechazo a esta invasión, no sé si buscada, impuesta o mediopensionsita. Me estoy quitando.

El caso es que, víctimas del fragor y de la prisa desbocada, los periodistas desaprovechamos las profundidades de las cosas y despachamos al público con la monda. Y a otra cosa. Un ejemplo es una información que hoy ha tenido su presencia más o menos destacada en los medios pero que, en unos días, estará en el puesto 556.656.654 de las noticias más leídas; en ninguna parte y muy por debajo de cualquier historia que lleve en letras grandes la palabra «teta». El titular dice así: Palma cambiará el nombre de la Rambla Duques de Palma. Ha sido leerlo y me ha asaltado tal sentimiento de paternidad que a punto he estado de despertar a mis hijos para besarlos. Será la edad, diréis, pero no he podido evitar ponerme en la piel de unos padres que les tendrán que explicar a sus hijos que un ayuntamiento les retiró los honores. ¿Puede haber vergüenza mayor que que te quiten una calle? Según leía, hiperventilaba. Me veía a mi mismo, caracterizado como duque En… Palma…do, todo lleno de sangre azul cobalto y erecto y elegante a partes iguales, tratando de explicarles a mis hijos semejante suceso. ¿Cómo disfrazas eso? ¿Cómo lo minimizas? No hay excusa posible. Si yo sufro toda la mañana cada vez que regaño a mis niños y cargo durante horas con problemas de conciencia y sentimientos negrísimos de culpa, aun llevando la razón, no quiero ni imaginarme lo que debe ser que tu hijo descubra, bien por ti, bien por un periódico, que su padre y su madre merecieron que les quitasen… ¡Una calle! ¡Una rambla entera!

Se supone que lo natural es que nosotros estemos orgullosos de nuestros padres y nuestros hijos de nosotros. Y así, sucesivamente, hasta el fin de los tiempos. Yo lo estoy de mis padres y si mis hijos no lo están de mí seré un penitente de la eternidad, un fantasma desgraciado. No sé si el todavía duque ha hecho todo lo que dicen que hizo ni soy yo quién para juzgarlo. Pero la imagen de un obrero desatornillando una placa con tu nombre en la Rambla mallorquina es un gesto de tal calado que, si el nombre fuera mío, echaría a andar avergonzado, con la cabeza enterrada entre mis testículos, y solo me detendría para dejarme morir de hambre y de frío cuando llegase a las afueras de Dinamarca. Qué bajeza, altezas. Reciban, eso sí, mi solidaridad descarnada e incondicional como padre que soy.

Parlamento viene de «parler»

El cabreo constante del público que, hasta ahora, accedía a los plenos del Parlamento de Galicia, es un efecto colateral de la situación que nos toca vivir. Nunca las broncas habían subido tanto de tono porque nunca la realidad había sido tan dura. Una sede parlamentaria, efectivamente, no debería convertirse en un tenderete de verduras. Una institución en la que se sienta el pueblo representado debe estar salvaguardada de la gresca de la calle… Muy bien, dicho esto, hay otra cosa indiscutible: el Parlamento representa a todos los ciudadanos, y los ciudadanos, al menos una parte muy importante, están hasta las mismísimas narices de soportar lo indecible, han tocado fondo. Prohibiendo la entrada al público en los plenos, la presidenta no cumple con su misión, sino que se adelanta a los acontecimientos, como hacía la policía en Minority Report. Doña Pilar, no es usted el capitán John Anderton, jefe de la Policía PreCrimen en Washington D.C. Dudo mucho que tenga escondida en la trastienda una pareja de precognitivos. Demuestra además tener poca mano izquierda, o ninguna. Pensar que para acabar con la rabia lo mejor es erradicar a los perros es una muestra más de lo desconectada que vive la clase política de los ciudadanos a los que, se supone, representa. Si les impiden entrar, los indignados cargarán con  sus mochilas llenas de razones en la calle, como han hecho hoy. Y allí seguirán y acamparán el tiempo que haga falta, complicándole la vida ya no solo a los políticos, sino a todo el mundo. Si algo le sobra al que ya no tiene nada que perder es tiempo. Las prohibiciones, las identificaciones y las cargas policiales no hacen más que alimentar sus motivos, por muy ilegítimos que algunos puedan considerarlos. Y no perdamos la perspectiva: aquí, de momento, se grita, nada más. No es poco, pero no es tanto. La presidenta debería ser clara con las normas y no pasar ni media, perfecto; al primer desorden, tarjeta roja y expulsión. Pero lo que no puede hacer es poner la venda antes de que sangre la herida, porque infectará el tejido sano. Hay dos maneras de hacer las cosas, hablando o por imperativo legal. Y la experiencia nos demuestra qué se consigue con el mazo. Busquen negociadores y hablen hasta que se les seque la garganta, porque en la palabra reside, precisamente, la grandeza de la institución. Además, les pagamos por ello.

El duque em…Palma…do

De todas las realidades que en la prensa de hoy superan a la ficción, yo me voy a parar en una. Despacharé rápido la cagada de El País y su foto de un falso Hugo Chávez atacado de fontanería diciendo, únicamente, que aquí no se trata tanto de lo verdadera o falsa que sea una imagen que les han metido doblada. Aquí hablamos del derecho a la intimidad de un enfermo intubado que los gurús del «todo vale a la hora de estar informados» defienden para publicarla. Tuve pesadillas el día que vi a Franco en una situación semejante en Interviú. ¿Habría publicado El País una foto semejante si el protagonista hubiera sido Juan Carlos I o Mariano Rajoy? Pues entonces no hay más que hablar. Habéis intentado cruzar la línea roja y os ha salido el tiro por la culata. Os está bien empleado, por listos, pero tampoco hay que hacer más leña del asunto. A otra cosa.

La carta exculpatoria de la escritora Irene Zoe Alameda, diciendo que era ella la misteriosa Amy Martin -y que ni siquiera su ex marido, que le pagaba los artículos a precio de percebe de O Roncudo, lo sabía- es bochornosa y solo merece, si acaso, la risa. Vale, y la compasión y la vergüenza ajena, pero nada más, otra muestra del ejército de espabilados que nos toman por idiotas. Amy aparte, para mí, el notición de hoy, sin duda, es la firma sutil con la que Iñaki Urdangarín despedía alguno de sus correos electrónicos: «El duque em…Palma…do«. Vaya por delante que, sin los puntos entre palabras, «El duque empalmado» sería un buen titular para una película de Nacho Vidal, hora y media en la que el actor se tiraría a todo lo que se moviera en la corte utilizando como fondo, por ejemplo, el castillo de Vilasobroso. Y unas banderas a media asta amarradas a unos falos de acero inoxidable. Incluso, emulando a Torrente Ballester, le podríamos añadir lo de «Crónica del duque empalmado» y el resultado sería excitantemente pornográfico. Pero eso lo digo yo, que tengo la mente sucia. Pero ¿y si el duque no firmaba con ninguna intención sexual? ¿Y si somos nosotros los que lo malinterpretamos? Repasemos las acepciones que para el verbo «empalmar» recoge la Real Academia de la Lengua Española:

Empalmar.

(De empalomar).

[La aclaración tiene enjundia, porque el duque bien podría estar empalomado y, entonces, su infantil juego de palabras no habría tenido semejante alcance, porque nos da lo mismo que un duque esté empalomado. «El duque está empalomado, quién lo desempalomará? El desempalomador que lo desempalome… En fin]

1. tr. Juntar dos maderos, sogas, tubos u otras cosas, acoplándolas o entrelazándolas.

[Yo creo que no lo dijo con este sentido. Un duque que intenta juntar dos maderos, sogas o tubos no tiene mucho sentido, estaréis conmigo. Pasamos al a siguiente]

2. tr. Ligar o combinar planes, ideas, acciones, etc.

[Esta ya encaja mejor. Porque el tipo ligó en su día, combinó planes y, si algo era, o es, es un fulano de ideas y acciones, eso es indiscutible. Entonces lo que viene a decir con su rúbrica es «El duque que combina planes, ideas y acciones». Suena valiente, pero poco creíble, sobre todo, por lo infantil de su juego de palabras, que nos lleva a una mente mucho más primaria.

3. tr. ant. herrar (‖ las caballerías o los bueyes).

[Ojo, antiguamente. Quedaría mejor si el duque «herrado» fuera sin hache. «El duque errado». Sin duda, errado, pero mucho. No es el caso, aunque haya errado.

4. intr. Dicho de un medio de transporte, especialmente de un tren: Unirse o combinarse con otro.

[Que el duque empalmaba unas operaciones con otras, un euro con otro, es bastante obvio, podría valernos]

5. intr. Dicho de una cosa: Seguir o suceder a otra sin interrupción, como una conversación o una diversión tras otra.

[Similar a la anterior]

6. prnl. Llevar la navaja oculta en la manga y la palma de la mano, para acometer de improviso.

[Esta es, sin duda, y recogiendo únicamente lo que dice la RAE, la que parece más apropiada, visto lo visto: «El duque que lleva la navaja oculta en la magna manga y la palma de la mano para acometer de improviso».

¿Iñaki, a qué te referías? Me decepcionaría mucho saber que el juego de palabras es fruto, únicamente, de un pensamiento incubado en los escrotos.  Seguro que tienes una explicación y como duque nuestro que eres, nos la vas a dar. Y si no la tienes, pídesela a la creadora de Amy Martin, que seguro que te la clava. Vaya… ¿he dicho «te la clava»? No era mi intención…