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"El amor es algo muy resistente, se necesitan dos personas para acabar con él" José Luis Alvite

Mes: enero, 2015

157. La humanidad, un bien tan escaso que sorprende.

Si la visita a la unidad de vigilancia médica de la Seguridad Social no ha sido para nada lo traumática que cabría esperar, ha sido gracias a que, como ya he escrito más veces, por encima de un sistema injusto, obsoleto y con todos los defectos que se pueda uno imaginar, están las personas. No voy a dar nombres esta vez, pero agradezco de corazón el trato recibido. La humanidad no abunda en algunos departamentos de la Administración. Aún diría más: es un bien tan escaso que cuando reluce, sorprende.
En los próximos días, una comisión decidirá sobre mi situación laboral para los restos. La economía me preocupa, porque la normativa española te puede dejar en bolas justo cuando más abrigo te hace falta. No es lo mismo cobrar el cien por cien que el 55, lo sabe hasta un niño de primaria. Y nuestro avanzadísimo sistema de protección social te puede dejar con la mitad del sueldo en plena agonía, es así. Confío en poder vaciar lo que me queda de cerebro de preocupaciones monetarias para dedicarme al triatlón químico que tengo por delante. Voy a confiar esta vez en el sistema, que para rectificar tengo tiempo y un teclado protestón con la batería cargada.
El pronóstico médico sigue siendo malo, pero el ánimo lo mantengo amarrado con una cadena. Malo, sí, nunca ha sido de otra manera.
Después está el asunto de los pagos habituales: a 30 de enero, diez de la mañana, estamos igual que ayer, con los haberes pelados. De nuevo voy a ser optimista y confiar en que el tipo de la mutua que tiene la responsabilidad acierte con el botón adecuado en las próximas horas. ¿Ya? ¿Tan difícil es?
Viene mal tiempo para el fin de semana, así que voy a tratar de ponerme la mejor de mis caras, que el día 4 llega enseguida y me espera un torrente de emociones citotóxicas en la sala de tratamientos. Abrigaos, que dan nieve a quinientos metros y lo mismo tenemos que ir de Santiago a Lalín en trineo.

156. ¿Cuándo se cobra aquí?

Como de costumbre, a día 29 ya ha cobrado toda la plantilla menos el enfermo coñazo que suscribe, que sigue esperando a que le aflojen la mosca porque la normativa española permite a quien tutela a personas como yo que una empresa privada con la que no hemos firmado jamás un contrato laboral nos administre los haberes cuando le salga de los huevos a los que la gestionan. ¿Hipoteca? ¿Gastos extra? ¿Cáncer? ¡No joda, señor!
Entre ayer y mañana, eso sí, habré perdido bastantes horas de mi cada vez más valioso tiempo en pasear informes médicos entre el hospital que me mantiene vivo y la unidad de vigilancia médica de la Seguridad Social, que me mira como a un sospechoso de explotar unas anginas. Seguro que mi oncólogo habría atendido a un par de pacientes con fecha de consumo preferente en el tiempo que desperdició en redactar y resumir unas memorias sanitarias que están en una red informática, a disposición de un funcionario que quiera pulsar una tecla. Es voluntad, no otra cosa.
Bastantes horas me paso ya conectado a una máquina en una sala de tratamientos como para, además, tener que hacer de cartero de la SS y llorarle a la mutua que me pague lo que me debe en tiempo y en forma. Pero a ellos les dan lo mismo mis circunstancias, mi supervivencia, mis expectativas. Después se colapsa el sistema y no faltará quien le eche la culpa a la gripe. ¡O carallo!
Hay quien me recomienda que no desperdicie energías en enfrentarme al sistema. Pues lo siento, pero voy a seguir haciéndolo, porque me hace bien, porque me desinfla la vena y porque, como dice mi amigo Xosé, nadie hizo una revolución sentado. No soy un fulano manso, y menos en la tesitura actual. Pienso levantar la voz y lo que haga falta mientras me queden fuerzas: todo eso del alma y la calma que repito hasta hartar. Y si lo que dejo por escrito sirve para que alguien reflexione y piense en cómo cambiarlo, entonces daré la mala hostia con la que nací por bien empleada.
Mañana acudiré puntual a la cita con los vigilantes, aunque para llegar a la hora impuesta tenga que zapatear a mis hijos. ¿Saben a qué hora entran los niños en el cole? ¡Qué coño van a saber! Ustedes a lo suyo. Tendrán la literatura que me piden y lo que queda de mí para mirarme con lupa. Solo les pido que sean tan ágiles en resolver como lo son en exigir. Como me ven, se verán, que ya decía mi abuela que el que no las tenga, que las espere. No, «no soy un fulano con la lágrima fácil, de esos que se quejan solo de vicio. Si la vida se deja, yo le meto mano y si no, aún me excita mi oficio…». SS también son las siglas de Sabina y Serrat, que son mucho menos tóxicos que los burrócratas que nos perdonan la vida.

155. 27 de enero. Efectos secundarios y prueba de vida

Se van incorporando tantos efectos secundarios al catálogo que, a este paso, tendré que pasar lista por las mañanas, no sea que se me quede alguno o se me solapen varios. Ahora son las hemorragias nasales, que me asaltan en plena noche, sin aviso previo y a chorro. Enseguida se pasan, pero la sangre es escandalosa y nada agradable al sabor para alguien que, como yo, tiene especialmente despiertos los sentidos del gusto y el olfato. Nunca me ha gustado la morcilla.
Las migrañas que van y vienen, el ardor de estómago… Ya digo: todo un festival de la interacción farmacológica que me somete y me recuerda las 24 horas del día que tengo lo que tengo, no vaya a ser que me olvide.
Voy controlando la tensión, que anda como la prima de riesgo a causa de la quimioterapia, con las contramedidas recetadas. Y tengo la vista puesta en el viernes 30 de enero porque, una vez más, me ha convocado la unidad de vigilancia médica de la Seguridad Social por carta certificada para evaluar mi estado y ver qué pasa con mi situación laboral; qué pasa conmigo. ¿Usted qué??? Para enviarme la vida laboral que les solicité no han tenido tiempo, no. Es asqueroso que sobre alguien que tiene una enfermedad larga y grave, sobre un paciente oncológico, planee constantemente el fantasma de la sospecha. ¡Ya está bien!
¡No, no se ha obrado el milagro, señores inspectores! Sigo enfermo, más que antes si cabe. De nuevo me exigen documentación que lo demuestre. Es demencial. Asistiré puntual a la cita esta vez, salvo náusea o diarrea que lo impidan, pero no garantizo ser el paciente mansito que esperan, que ya son demasiadas llamadas a capítulo para alguien que vive con un cáncer de cerebro que viene y que va desde octubre del del 2013. Pero el protocolo manda y si no te gusta, básicamente, te jodes. Ya que tienen la sartén por el mango, por lo menos no me mareen demasiado los huevos.
Es usted un número más. No me canso de decir que este sistema, lejos de amparar al enfermo, le mete el dedo donde más incordia y le complica lo poco que le pueda quedar de aliento. Así lo siento; así lo escribo; así lo ataco. Vaya mi voto para aquella fuerza política que haga suyo el principio de que, por encima del sistema, están las personas. ¿Nadie se atreve?

El día 4 volveré a la máquina de las infusiones citotóxicas. Ojalá me despertase un día de esta pesadilla en la que se ha convertido mi vida y la de los que no solo me valoran como un número negativo de la Seguridad Social. Qué importante es darse cuenta de que ninguno somos inmunes, de que no siempre lo malo le pasa a los demás. De que tenemos fecha de consumo preferente. Estas memorias sanitarias están basadas en inevitables hechos reales de los que nadie está libre, de ahí su valor.

Cierro, de momento, cansado como si me hubieran dado una paliza, el parte de novedades de este 27 de enero de 2015. Estoy más cabreado que desanimado, y eso no puede ser malo porque, ya escribió Pessoa, que quien tiene alma no tiene calma. De paciencia voy escaso.

154. 23 de enero. Mucha carrera.

No me puedo quejar. A 48 horas de la última sesión de quimio, las tripas siguen en su sitio y eso no es una circunstancia menor para un fulano en mis circunstancias. Pero esta enfermedad y su tratamiento son como el Camino de Santiago, que no te regala nada: después de un llano o una bajada siempre lo pagarás con una cuesta arriba. Siempre. Me lo enseñó a pie de obra el sobrino de la Tía Claudina, que tiene las piernas muy trabajadas en los caminos que a Compostela son.
La etapa de la montaña de ayer incluyó una dolorosa a la vez que entretenida migraña de unas cinco horas de la que hoy, cruzo los dedos, no queda ni un poco de serrín. Acabé con toallas frías sobre la cabeza.
Ya saneado, puedo dedicar esfuerzos a los planes laborales y académicos que se me presentan, porque no seré yo el que eche el freno en plena carrera. Y confío en el apoyo inquebrantable de mi entorno, como hasta ahora, para el logro de mis objetivos. De verdad: no hay nada más negativo para un enfermo que la sobreprotección. Mucho me acuerdo de una frase que le oí a alguien una vez: «¡Estoy enfermo, no estoy inútil!».
Como el ánimo suele ir emparejado con las condiciones físicas, mientras la carrocería vaya tirando yo no tengo pensado venirme abajo. Y lo que tenga que venir o no, ya sucederá. O no.
Después de un año y tres meses de baja, empiezo a desubicarme en los días de la semana. Así que, una vez confirmado en el móvil que es viernes, mis mejores deseos para el fin de semana, que promete más sol cuanto más al sur (de Galicia). El sol es vida; la humedad…musgo y moho.

153. El horizonte abierto; que corra la química. 21 de enero 2015

Las seis horas de hospital de hoy -no todas son de tratamiento- agotarían a un triatleta. Tocaba hacer uso esta mañana del reservorio que llevo implantado en el pecho, puerta de entrada del Irinotecán y el Avastín, que son esos potingues que me matan y me dan vida a la vez como le pasa con el amor a Camilo Sesto en una estrofa gloriosa de La culpa ha sido mía. Hoy no hago el chiste con los Chunguitos y el Dame veneno que quiero morir porque los tengo arrestados hasta nueva orden. Me repito en los recursos musicales, pero me consta que hay nuevas incorporaciones a la lectura de estas memorias sanitarias que igual no saben de mis antecedentes ni de mis extrañas listas de reproducción.

Hoy no olía el puesto de mando del cáncer compostelano a calamares porque a nadie se le antojó fritada y todos los de las salas de tratamientos del Hospital de Día de Oncología y Hematología nos conformamos con los bocatas-pulga que nos administra el Servizo Galego de Saúde en sus modalidades de queso, salchichón o chorizo; munición de fogueo para mi desarrollado olfato de sabueso calvo.

Ahora tengo el horizonte abierto para comprobar si el irinotecagas hace o no honor al apodo con el que me he permitido la licencia de renombrarlo, vistas sus habilidades para destriparme. Llevo puestas las contramedidas, pero no hay que bajar la guardia.

Que me suba la tensión es otro efecto no deseado de la quimioterapia que tengo que contrarrestar, desde hoy mismo, con una pastilla diaria, una más. No he dejado de acordarme de esa frase genial que le espeta mi padre a su médico a la que le toca ITV en el centro de salud: «La tensión la tengo bien; lo que tengo baja es la pensión, ¡la pensión!». Pues yo, papá, tengo la tensión altita y la pensión -o sus entregas irregulares y a deshora que me obligan a dedicar esfuerzos al papeleo extrasanitario- es manifiestamente mejorable, y no miro a nadie.

Desde la butaca Strandmon anaranjada desde la que escribo, recién incorporada al mobiliario doméstico, tengo sentimientos encontrados sobre el panorama que se me presenta con el año recién empezado: tratamiento, caña, pruebas, consultas, más caña… Tengo todo el ánimo del mundo en el almacén donde se guardan las ganas, pero lo que hay es lo que hay. Ah, y añadimos deberes: tomarme la tensión cada día en casa, con la esperanza de que baje mientras los haberes de lo que se me adeuda por ser un trabajador escarallado que lleva más de veinte años cotizados no vayan mermando a traición. Ya me dan sustos, ya. ¿Oído cocina?????? El sistema es un asco de sistema.

Otra vez, y no es ninguna novedad, me han tratado lo mejor que se puede tratar a un ser humano en el hospital de día, nombradamente los servicios de enfermería -esas mujeres y esos hombres -son más ellas- que despachan calzados con zapatillas de running-, farmacia y, en general, por todos los que gobiernan y hacen funcionar este servicio público de rescate oncológico. Siempre hay una sonrisa, una buena palabra, un cariño, un detalle… Es como si, mientras te ahogas en medio de la ría de Arousa, se te pusiera encima un helicóptero y la tripulación te lanzase una escalerilla de raso y no una cuerda cutre de cáñamo -que también resolvería- para que no te rasguñes al agarrarte. Eso lo completas con la atención familiar del personal del comedor universitario de Fonseca, en el que soy un sospechoso habitual, y entonces ya no me caben los agradecimientos en este texto.

Hemos echado de menos hoy en el hospital, claro, al maestro. No hay guerras sin bajas ni batallas sin juglares que canten las gestas de los héroes que se fueron quedando por el camino. Yo sigo levantando acta que ayude a que perdure la memoria de los que se me anticiparon. De dos grandes tipos, dos grandes mentores, dos grandes amigos como fueron Javier Álvarez-Santullano y José Luis Alvite, que dejaron plaza vacante para siempre en la consulta 11. Tipos en los que busqué y encontré inspiración para llevar todo este suceso propio en Cinemascope de la manera menos traumática. Confío en tener fuelle suficiente el 6 de febrero para dedicarles el reconocimiento que me ha brindado el Ilustre Colegio de Abogados de Santiago pero, por si acaso me diera la flojera, que queden por escrito mis intenciones. Antes, el 4 de febrero, toca nuevo capítulo de fontanería intravenosa. Qué curioso, justo en el día mundial contra el cáncer. El calendario, que es así de cachondo.

A ver qué tal se me da la noche. Ahí va un clásico de Del Shannon para ir calentando motores. Mucho me ha gustado siempre este tema, amigos. ¡Desde que era pequeño! Sin entrar en muchas profundidades con el desamor fugitivo de la letra -el corazón roto siempre ha dado mejores canciones que el electrocardiograma sano, dónde va a parar-, el estribillo y el solo de organillo son grandiosos.

NOTA: Cambio el enlace al vídeo que puse ayer porque me duele la vista cada vez que leo los subtítulos en castellano.

Viva la vida. Podéis ir en paz.

152. Sábado, 17 de enero 2015. Crónica de un adiós.

Me tranquiliza, maestro, saber que descansas donde querías: junto a la tía Pepita, que era, como tú la describías, «solterísima y comadrona»; al lado de tu hermano Jesús, que nunca dejó de esperarte desde que partiera de avanzadilla, antes de la cuenta, en 1984. Si no fuera por esa seguridad, habría vuelto hoy del cementerio municipal de Boisaca con la sensación de haberte dejado en depósito en un almacén, tal es la inquietud que me transmite para el reposo definitivo esta parte de la capital de Galicia que apenas sale en las guías; si acaso, en las de los transportistas. Poco peregrino coreano se ve por Boisaca, Alvite, y mucho repartidor.

Morirse en Santiago carece del glamur que tiene vivir en Compostela. Todo el entorno del camposanto es un polígono industrial, y no resulta fácil mantener el rictus cuando el viaje definitivo, a hombros o en coche acristalado, transcurre frente a una planta de hormigones y a pocos metros de un desguace. Hace unos años, alguien incluso calzó una guardería infantil en las afueras del cementerio: «Piénsalo -me decía esta mañana un amigo- es una alegoría de la vida: desde que eres pequeño hasta que te vas, con el paso por la vida laboral reflejado en tantas empresas que aquí tienen sede». Así observado sí, como la vida misma.

No sé si fuiste tú el que me dijo un día que no le encontraba razón a las tapias de los cementerios: los que están fuera no quieren entrar y los que se quedan no pueden salir. ¿Entonces? También es cierto que, en el caso de Boisaca, el muro es una frontera entre la realidad industrial -venida a menos como la realidad misma- y el propio urbanismo del camposanto, donde los mejores panteones llevan los apellidos de ilustres médicos, farmacéuticos, emprendedores… No te ha tocado mal barrio en el otro barrio, Alvite. Creo que los entrevistaste a todos, incluso a algunos sin ellos saberlo.

Hace tres años me tocó hacer inventario y conté en La Voz de Galicia, maestro, en el periódico en el que nos conocimos antes de que Ediciones Paulinas montase en su local de la rúa do Vilar una librería, que de Boisaca siempre me han sobrecogido las tumbas que ya no visita nadie, «como la de una niña que se murió a los tres años y ocho meses un día triste de 1935». En aquella visita, una fuerza interior más poderosa que yo me tentó a tomar prestado un clavel de un finado que tenía excedente para dejarlo sobre la losa de la pequeña. Nadie me lo reprochó.

Guillermo, el sepulturero, me advirtió entonces de la prohibición de mover los ramos, pero me dijo que siempre tiene que estar muy atento y no bajar la guardia, porque hay quien intenta llevarse las flores de los muertos para revendérselas a los vivos. Ya decía don Manuel cuando alguien pedía Coca Cola para cenar en vez de vino: ¡Haygenteparatodoñmñmñm,miqueridoamigo!

Los cipreses de Boisaca, Alvite, crecen larguiruchos como ascensores al otro mundo. El epitafio de nuestro colega periodista Diego Bernal (1945-2008) le quita hierro a la parca: «El humor como recurso es la primera arma para sobrevivir, del mismo modo que la sonrisa es el pan nuestro de cada día». Sois un montón allá arriba, estibados detrás del cuartel general de Plásticos Santy. Hay ahora mismo más ambiente periodístico en Boisaca que en algunas redacciones, y no es una manera de hablar.

Contaba en aquel reportaje de última página y última morada que muchas lápidas son pequeñas crónicas talladas, obituarios telegráficos, periodismo de mármol. ¿Recuerdas que me escribiste, cuando la oncología nos unió más aún, que te costaba aceptar que tu próxima noticia fuese el mármol de tu sepulcro?

En Boisaca hay unas 11.000 sepulturas. Como el espacio está optimizado y en cada una puede haber varios difuntos, el censo aproximado es de 40.000 cadáveres; la población de Narón. La gente tiene maneras bien curiosas de honrar a sus muertos. «Nunha sepultura deixaron dúas copas con champán, a botella e un paquete de Winston», narraba el enterrador. A Roberto Vidal Bolaño le ponen cervezas Voll-Dam y un paquete de Ducados. Y a un músico finado le acompañó durante meses una guitarra. «Tamén hai quen vén facer meigallos, con eses hai que ter coidado», decía Gil.

-¿Y cuando le toque a usted? (le pregunté)

-Yo no me quedaré aquí. Quiero ser incinerado y que me echen al mar de Aguiño. 

Tú preferiste, maestro, la compañía de la familia. Uno tiene derecho a escoger estas cosas, solo faltaría. La eternidad por delante y sin hipoteca.  Y aunque la muerte nos iguala en el trance, no en la última morada. Los nichos más humildes contrastan con la grandiosidad de los panteones familiares neoclásicos que flanquean, como chalés adiosados, las calles principales.

No te voy a negar que ayer, cuando el cura de Sar, Porto Buceta, le pasó el micrófono en el tanatorio al inicio de tu misa de cuerpo presente al incombustible Luis Rial, llegué a pensar que tu viejo amigo de correrías acabaría oficiando el funeral completo y conectando con los estudios centrales de la Radio Galega en San Marcos. Es todo un tipo, Rial, pero le pierden las ondas. Por las miradas que nos cruzamos varios, creo que no fui el único que se temió una retransmisión con entrevista incluida a Miguel Cancio.

Te respetó la lluvia, aunque el frío era siberiano y se hizo el sueco. Solo eché de menos, maestro, a la Banda Municipal interpretando de uniforme un arreglo de «New York, New York». La música debería ser obligatoria en las despedidas ¿a que sí? Yo ya lo dejo escrito aquí, para cuando me toque. Descansa en paz, amigo. Fuerza a los tuyos. Fuiste tú el que escribió que «nosotros hemos nacido para ser enterrados con la grava que cabe en un sombrero». Que nunca morirá tu legado es un hecho, por encima de credos y religiones.

151. Luto en el Savoy

No es una baja más. Adiós, maestro, adiós, amigo @alvitejos José Luis Alvite. Ser tu «mejor heredero» es una responsabilidad que llevaré con orgullo mientras viva para contarlo. Apagaré la luz al salir.

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150. La rebelión de las tripas

Las tripas se me rebelan. Consigo neutralizar algunos efectos pero, en general, estoy hecho unos zorros y me doy la vuelta como un par de calcetines, con lo de dentro para afuera. Se me está haciendo agotadora esta segunda fase química, con la que me toca convivir ni se sabe hasta cuándo. Por si fuera poco, Mordor de Compostela se muestra con toda su crudeza, regándonos por aspersión y vetando el paseo reparador y la radiación ultravioleta a los enfermos de largo recorrido que en la ciudad somos.

Menos mal que el sobrino de la tía Claudina es un tipo que no se arredra, ourensano de carrera: «¿Paseamos a cubierto por el eje DecaLeroLidl?» Un planazo para un día de mierda, ¡Ese es el espíritu, carallo! Sobre todo porque el circuito se nos hizo corto y, a la que nos dimos cuenta, estábamos con él al volante en A Grela, compartiendo un codillo sueco-ruñento sentados en las míticas sillas Urban. Ni cinco euros nos gastamos en IKEA -sin contar la comida-, pero el paseo me lo notaron las carnes. Sobre todo, la media hora que perdimos buscando el coche por el aparcamiento. Si metiésemos en un banco todo el tiempo que se pasa la gente del mundo, en general, buscando sus coches en los aparcamientos de los centros comerciales, qué grandes cosas se podrían hacer. «Estamos a punto de rozar el ridículo», murmuraba mi chófer. Salimos del trance.

He vuelto a casa físicamente escarallado y me he rendido a la siesta. Las últimas noches no se me han dado nada bien. Angustia, malestar… Tengo contramedidas químicas, pero es más de lo mismo. El lote completo de los síntomas siempre viene a deshora, bien sabéis los que estáis en condiciones parecidas de qué hablo. A las sensaciones raras se suma un olor reiterativo y nauseabundo que lo invade todo, no sé si fruto del tratamiento o del trabajito que me han hecho en el disco duro mis dos invasiones celulares.

Gracias a los que se inquietan porque no escriba, pero no estoy para presiones. Vivir y sobrevivir me llevan su tiempo, es así. Nunca pensé que iba a resultar tan duro este segundo combate. El 21 está a la vuelta de la esquina y de nuevo, todavía sin venirme arriba como la tal Inés con Trevor Jones en el anuncio de Aquarius, tendré que asumir los efectos de la nueva intoxicación programada. Y tragar. No es desánimo: es agotamiento.

Cada vez contesto menos a los mensajes, vengan por la vía que vengan. El WhatsApp, sobre todo, me cansa hasta tal punto que me planteo dimitir. Si me pusiera a responder puntual, juro que no haría otra cosa. Agradezco la presencia de todos, pero comprended mi ausencia, que mi cuerpo agotado y mi cerebro trepanado no dan para más.

Lamento haber tenido que cancelar las tres firmas de libros que estaban previstas en El Corte Inglés. A cambio, este sábado saldré en el suplemento de salud de ABC, predicando, improvisando como lo vengo haciendo. Le temo a la noche, pero ya me ha vuelto a pillar. Muchas veces pienso que no puede ser verdad esta mala hora. Pero no me cuela, y ya van un año y tres meses. Besos a cascoporro.

149. El cáncer, la química y los calamares a la romana

Jueves, 8 de enero 2015. Aquí sigo, cuando pasan de las tres y media de la tarde, conectado a la Micro Macro Life Care a través de la que me insuflan las armas químicas, en la sala de tratamientos 6 del Hospital de Día de Oncohematología del Complexo Hospitalario Universitario de Santiago.
Segundo día de acontecimientos farmacológicos de esta segunda tanda en mi guerra de Gila contra la recidiva de un astrocitoma anaplásico de grado III que ya es un viejo conocido para la legión de lectores de estas memorias sanitarias. ¿Está el enemigo? ¡Que se ponga!
Hemos empezado el menú del día con algo más de 272 mg. del antineoplásico CPT11, más popular como Irinotecán -que a mí me suena a nombre de cacique azteca- y que, después de experimentados sus efectos, alguien debería rebautizar como Irinotecagas. Creo que no hacen falta explicaciones. Hoy, puede ser por la experiencia anterior, las tripas se mantienen bastante en su sitio. Confío en que no me abandonen a traición.
Ahora estoy ya con el segundo plato: 1040 ml. de Bevacizumav o Avastín, otro antineoplásico en formato perfusión intravenosa que me riega las entrañas desde la Micro Macro LifeCare conectada al reservorio Celsite Discreet que llevo instalado en el pecho y que yo he rebautizado como Celsito.
A todo este aparataje, a toda la electrónica y la hidráulica que me viste como a un C3PO de la oncología médica, le quita hierro el olor a calamares que emana del bocadillo de una compañera de tratamiento que está del otro lado de la cortina y que tenía antojo. ¿A qué huele el cáncer?, igual me pregunta algún día un compañero entrevistador. ¡A calamares, te lo juro, el cáncer y su tratamiento huelen a calamares a la romana! No me molesta ni lo más mínimo. Buen provecho.
El bocadillo y el buen rollo que te transmite el personal del hospital de día -a pesar de que es evidente que trabajan de más- hacen más por mi paz interior que cualquier tranquilizante con receta médica. A los que enseguida se les llena la boca diciendo que los funcionarios no la rascan los quería ver yo aquí aunque solo fuera un cuarto de hora. Los recortes en sanidad se notan, precisamente, cuando eres un paciente de oncología y ves a tu alrededor que el personal no para, que los celadores tienen que hacer el pino puente para dar salida a la omnipresencia que se les exige, precisamente, porque no es proporcional la plantilla a la gran cantidad de enfermos que somos.
Me hace gracia que buena parte del personal de enfermería lleve puestas zapatillas de running, nada de zuecos o sandalias. Van tan a toda hostia que las zapatillas de correr son lo más apropiado. No son estos funcionarios de los que se marchan corriendo antes de que pase algo, nada de eso. No veo yo tanta energía en muchos despachos oficiales desde los que se cocina lo que se hace en este lugar del que ahora soy usuario, y he estado en unos pocos despachos oficiales, por no decir en todos. Menos corbata y más chándal, excelencias. Pisen más el terreno.
Entre citotóxico y antianaplásico, hoy he probado el cátering del hospital de día, a elegir entre bocata-pulga de queso, chorizo o salchichón, yogur y fruta. Le he salido barato al Servizo Galego de Saúde. No sé si por lo frugal de la dieta, por la química o por el analgésico que me administraron para callarle la boca a mi contractura de espalda, el caso es que según han ido pasando las horas me he crecido en estado físico y anímico. Llegué muy acojonado a la sala de tratamientos, temeroso de los efectos secundarios de estas pócimas amañadas que los oncólogos diseñan por nuestro bien, aunque nos hagan a veces mucho mal. Pero fue cruzar dos palabras con el personal de farmacia y me cambiaron la actitud y el ánimo, tan importante es que te informen de riesgos y posibilidades, que los tratamientos se humanicen.
Ya sé que las próximas horas tendré que permanecer alerta por si me desfondo, pero como decimos en Galicia… malo será. Después del súper chute de hoy no tendré que volver a la Micro Macro hasta el día 21. Asi que, hasta entonces, ya tendré tiempo de experimentar pros y contras del tratamiento. Tengo ganas de salir y volver a casa para seguir avanzando en el máster de Playmobilismo que estoy haciendo con mi hijo: el año pasado nos doctoramos montando el barco pirata; este año ha tocado el castillo de los dragones, que también tiene su ciencia.
Feliz año, feliz vida. Aunque no responda individualmente -no haría otra cosa en todo el día- os tengo presentes incluso a los ausentes.

148. De largo recorrido

Vaya pues la primera entrada del año en estas memorias sanitarias, sin ánimo de marcar un acontecimiento en este tiempo de prórroga en el que vivo instalado, un tiempo en el que el alfa y el omega, el principio y el final, se pueden dar la vuelta en cualquier momento y poner la casa patas arriba.
Sigo en Navarra, que es una tierra que me trata bien en todos los sentidos y donde mis hijos, ahora empeñados en aprender euskera para estar a la altura de la competencia lingüística de sus primos, tienen parte de sus raíces. Mucho le gusta a mi padre poner a prueba a sus nietos y preguntarles si se sienten más de aquí o de allá. Él, el más vigués de todos los vigueses. En una comunidad autónoma poco dada aún a las mezclas, junta pero poco revuelta, donde los ocho apellidos vascos te los sabes desde que aprendes a hablar, mis hijos, nuestros hijos, no dejan de tener un toque exótico. Que la raza ha salido mejorada es un hecho.
Estoy por patentar al «Olentceiro», que sería una mezcla de Olentzero, apalpador y Papá Noel, para unificar personajes de las Navidades, una época que se salva, precisamente, por los niños. Si no fuera por ellos, y habiendo lo que hay, me metería en la cama el 22 de diciembre, con las pedreas, y no saldría hasta el 8 de enero; no tengo nada que celebrar ni nada que agradecer. NA-DA. Claro que podría estar peor, pero también mejor.
Ya he escrito en más ocasiones que las enfermedades de largo recorrido llevan un montón de riesgos asociados. Uno de los que más nos afecta a los enfermos es que en algún momento se olvide nuestra circunstancia, por habitual, y se nos quiera tratar como a sanos que dan lata. Conviene estar atentos, porque pocas sensaciones hay tan desagradables como sentir que la enfermedad de uno «ya cansa» por reiterativa.
Sí, la enfermedad riega por aspersión, pero el que más sufre es el dueño de un cuadro clínico que es personal e intransferible. Nadie sufre más que el enfermo, ¡nadie! Así que, aunque suene egoísta, al sano le toca estar al 200 por cien, le va el sobreesfuerzo en el lote. Y no es que tenga yo queja en ese sentido, pero del contacto con otros que están como yo tengo material suficiente para redactar un tratado. Qué bien vendría una formación en el cuidado de los demás ya desde el colegio. Nadie nos enseña y un día nos toca improvisar ante el pronóstico malo de un ser cercano y puede salir cualquier cosa. Yo soy afortunado. Y esto no quiere decir que el enfermo tenga patente de corso para reaccionar como le dé la gana, para tiranizar a su entorno, pero insisto: el sobreesfuerzo de los que cuidan al que vive en tiempo de descuento va en el lote, y en las facultades de Medicina y de Psicología, en la educación básica también, sigue faltando orientación para los sanos.
No tengo más propósito para el año que arranca que llegar al 31 de diciembre de cuerpo presente y poder contar para entonces que sigo con la misma masa cerebral que cuando arrancó el año, gramo arriba o abajo. Como eso no depende de mí exclusivamente, que sea lo que tenga que ser y ya iremos capeando. Mantengo firme la convicción de que, en una situación como la que vivo, cualquier capricho es una urgencia. Y pienso actuar conforme a mis creencias. Hay viajes, hijos, que no podemos demorar mucho. Si la química me deja, la primavera va a ser generosa en kilómetros y personajes. Y después, si eso, que nos quiten lo bailao. Gracias a todos, por todo.