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"El amor es algo muy resistente, se necesitan dos personas para acabar con él" José Luis Alvite

Mes: mayo, 2015

176. Lo que realmente mata es vivir

Dice un amigo mío que los milagros y las apariciones nunca les suceden a personas fiables. Yo yambién lo creo y, además, añado a la lista a los que tienen soluciones para las enfermedades que la ciencia no consigue frenar en base a estudios de más que dudosa reputación. Hoy es el día número y pico mil que me llega la «verdad verdadera» de que si alcalinizo mi cuerpo, adiós al cáncer; que las carnes rojas,ni olerlas; que el azúcar refinado,ni mirarlo de lejos. ¿Y por qué no se etiquetan entonces semejantes alimentos «letales» como los paquetes de tabaco? ¿No es más barato eso para el erario público que gastarse un pastón en investigación y tratamientos? Amigos conspiranóicos, gracias por el intento, no dudo de la buena fe,pero paso. No me imagino los anuncios: «El churrasco mata». «Para morrer non fai falta máis que estar vivo», suele predicar mi padre.

Es evidente que mi cansancio físico de estos últimos días me supera. El martes estrené nueva quimio, el tercer intento, y supongo que todavía tengo que acostumbrarme a sus efectos y a la acumulación con las dos pociones anteriores. Tampoco soy Nureyev en coordinación y movimientos, hasta el teclado se me hace cuesta arriba. En los últimos días, contraviniendo el consejo de mi oncólogo, he visitado dos tanatorios a los que no podía faltar, uno en Santiago y el otro en Ponteareas. Así que por ellos, por Juan y por Basilio, vaya este esfuerzo desde la retaguardia. Fuerza para los que ya los están echando de menos. Y doy por cerrado el debate sobre el post anterior.

175. Doy miedo

Más allá de una brecha de una cuarta en el lado derecho de la cabeza, fruto de dos craneotomías, nunca pensé que mi aspecto representase un problema, pero voy  a tener que reconsiderarlo. Vivimos en una sociedad tan acojonada y tan desconfiada que entiendo que pasen cosas como la que me ocurrió esta mañana, pero de verdad que alguna gente debería hacérselo mirar. Os cuento y juzgáis.

Caminaba hacia casa después de hacer unos recados. Sabéis que me canso mucho y, aún así, trato de darle caña al andamio como me recomienda el oncólogo. A la altura del colegio Monte dos Postes, en pleno Camiño Francés, decidí tomar descanso en un murete de piedra que coincide con la parada del autobús número 6, que va a San Marcos. «Y aunque son tres paradas, si pasa el seis, me subo y no me fatigo tanto, que me queda todo el día por delante», pensé.

En esas estaba cuando paró delante de mí un todoterreno de esos que no ruedan por un monte en la vida, negro, impecable, enorme… Al volante, una chica con gafas, muy puesta, que baja la ventanilla y me pregunta: «Hola, ¿para ir al Cersia?» El Cersia es un edificio de servicios municipales que está justo detrás de mi casa, pero si no has ido nunca te puedes liar.

-Está justo en línea recta, a un kilómetro más o menos de aquí.

-Es que voy con prisa, tengo una reunión.

-Podemos hacer una cosa. Yo voy hacia allí, si me acercas te dejo en la puerta.

Mala propuesta. La del cochazo sacó al desconfiado que tanta gente lleva dentro: «Y si está tan cerca ¿por qué estás esperando el autobús para ir allí?», me preguntó.

No me pareció oportuno replicarle con todo el relato: «Mira tía, porque tengo cáncer y me canso mucho, y lo que para ti es un kilómetro para mí es una carrera de fondo». Así que resumí: «porque tengo un problema en las piernas y prefiero esperar al bus, pero ya te digo, llegamos enseguida».

Aún colgaba mi explicación del aire cuando dijo la última palabra al tiempo que aceleraba el tanque: «Mira, si no te importa continúo yo sola», y la perdí en el horizonte de San Lázaro, cruce con Fontiñas. Creerá que salvó su vida.

Me quedo con la duda de si me vio más cara de violador o de asaltador de caminos, de ladrón de coches… yo qué sé. Pero espero que llegase tarde o que la rechazasen en la reunión. Yo no querría currar con alguien que hace bandera de la desconfianza. Yo también le pude preguntar: «Y si tienes tanta prisa ¿por qué no me acercas y llegas sin dar vueltas?» No lo hice.

Así que cuidado si os cruzáis con el tipo de la brecha: doy miedito. Ya lo decía mi abuela: «O medo é libre»

174. De vez en cuando la vida

Viviré el resto de los días que me queden pendiente de cosas como la resonancia magnética; el recuento de linfocitos; de no estar nunca demasiado lejos de una caja de sulfato de morfina… Te vas acostumbrando pero si, como mañana, tienes cita con el submarinista que va a hacer snorkel en tu sesera, el pulso se altera y ya pasas el resto de las vísperas acojonado: El Cousteau de la resonancia, el obrero del Magnetom, no te adelantará nada así se cruce en tus adentros con un arrecife de coliflores. Lo malo o lo bueno saldrá a relucir mañana, pero tu catamarán no tiene el fondo transparente; tú solo eres el decorado, la pecera.

Llego cansado y frustrado de una escapada que tenía que habernos situado en los cincuenta años de antología desordenada de Joan Manuel Serrat en Zaragoza. Nos quedamos a las puertas, en Pamplona, con unas entradas que costaron un pastizal en los bolsillos y la cara de idiota que se les pone a los que preparan un golpe con meses de antelación y pinchan el día del asalto. Una afonía frustró el concierto de lo que mi hija llamaría mi «autocantante» favorito. ¿No será cantautor, Ane? ¡A mí me gusta «autocantante». Para completarla, conmigo se cebó una otitis media que requiere tratamiento antibiótico, por si no era ya bastante el gasto farmacéutico.

Improvisamos sobre la marcha y acabamos la noche del viernes escuchando de nuevo en Pamplona el proyecto de Kepa Junkera y Sorginak. Me lo sé de memoria, pero Kepa nunca aburre. Cuando me abrazó al terminar el recital, casi me olvidé del pinchazo de Serrat y del terrible viaje en coche entre Santiago y Pamplona, de las cinco vomitonas, de la morfina… de todo eso. Doy mal copiloto en general, pero enfermo soy lo peor. Confío, de todos modos, en recuperar la cuenta pendiente con Joan Manuel, cuya banda sonora permanece intacta en mi cabeza a pesar de los años y las craneotomías. De todos modos, el concierto inmediato es el de mañana a primera hora en el Magnetom del hospital de Conxo. Suerte en la inmersión, comandantes. Yo ya me espero chupando un palo sentado sobre una calabaza. De vez en cuando la vida…

 

173. De pendellos y pilotos

La entrada anterior del blog, en la que pedía ayuda  en la búsqueda de un terreno con «pendello» en el que el que descargar las ínfulas de agricultor de nuevo cuño que me han entrado, ha generado tal cantidad de respuestas que voy a tener que hacer un cásting de pendellos. Hay inluso quien me ofrece las llaves de su casa para que pueda acceder a su terreno, algo incompatible con el espíritu mismo del pendellista, que reclama un espacio y, a la vez, libertad de movimientos: ir a sachar dos días, desaparecer un mes… Lo dicho, que tengo que ponerme con el cásting. Y no está fácil.

Me llega a deshora la muerte de Albert López, el jugador de balonmano que puso en marcha el proyecto Vivir a contracorriente, una web y un libro que solo se parecen a lo que hago yo, si acaso, en las ganas de vivir.  Yo no me siento capaz ni capacitado para abandonar las filas de la oncología, como hizo él, buscar alternativas en remedios naturales y soluciones nada académicas y hacer, además, proselitismo. López pilotó su vida hasta que la vida se le acabó. Lamento tu muerte, Albert, pero sigo creyendo que en en el tratamiento de esta enfermedad que compartimos no pasamos de pasajeros Otra cosa es la vida misma. ¿Quién es capaz de conducir un camión con semejante remolque? Yo no. Son puntos de vista diferentes, ambos respetables. Claro que la actitud es importante, pero ella sola no sana.  No puedo dejar de defender la labor de la oncología, aunque tampoco tengo garantías de cuánto tiempo me mantendrá en vertical la ciencia médica. Precisamente porque lo mío se resume en experiencia vital, sin soluciones al margen de esa acitud positiva que compartimos, en Sant Jordi no firmé ni un solo libro; nadie me llamó. Ni las editoriales ni las librerías se van a gastar los cuartos en promocionar a un tipo que solo tiene ganas. Me voy ya al hospital de día, que no puedo faltar puntual a la sesión de quimio. La odio, pero la necesito. Ya sabes: me mata y me da vida a la vez, como la sobredosis de amor de Camilo Sesto. A diferencia del piloto, yo no he encontrado en las alternativas naturales más que vendemotos y superchería. De haberles hecho caso, me habría sentido como un camionero que se venda los ojos y deja una cuesta llena de curvas en manos de la Virgen de Lourdes. Y no es que tenga nada contra la Virgen de Lourdes, pero no la veo pilotando semejante carga. Descansa en paz, Albert, piloto. Tú escogiste tu vía, yo sigo con mis opciones convencionales, pero lo importante es que ambos sentimos el motor debajo del culo y hemos vivido hoy como si no hubiera mañana, porque igual no lo hay.

172. Minifundista

El gen del minifunsismo lo llevamos los gallegos de serie y, tarde o temprano, acaba manifestándose. Ahora que estoy retirado de la vida laboral, el minifundista que llevo dentro lucha para salir, y por eso es que suspiro por un metro de tierra en el que poder sembrar algo, por un pendello -me niego a traducir un término con semejante carga léxica- donde guardar las herramientas, un minifundio en el que entretener a la enfermedad que me invade. Mis amigos lo saben y ya están a la esucha. Los de Navarra, hijos del latifundio y el mayorazgo, flipan, claro. A la que mis colegas minifundistas ven cualquier pendello de ese período tan fructífero en la urbanización sin control de Galicia que es el uralítico, me mandan fotos y me tientan: «Este tiene una pintaza». El minifundista no necesariamente tiene alma de propietario. Me conformo con un alquiler en la zona donde vivo: San Lázaro, San Marcos, Amio, Aríns… Suspiro por ese ranchito de jubilado minifundista al que rotular suntuosamente como La Ponderosa o Falcon Crest, que es lo que solemos hacer en Galicia con el minifundio libre de complejos. La ubicación y los metros me dan lo mismo, pero la existencia de pendello y agua es irrenunciable. Pero lo más complicado es la negociación y el papeleo con otros minifundistas, por eso agradezco ayuda. Si lo consigo volveré al campo del que salieron mis ancestros y cultivaré a los herederos en el sachado de la patata, el sulfatado del tomate… todo eso. Pensad en mí cada vez que veais un pendello con posibilidades. No es por vicio, que es por terapia. Tampoco tengo aficiones desorbitadas ¿no?

171. Bajo mínimos

Éramos pocos y parió la abuela. Los daños colaterales en esta cruzada contra el cáncer no hacen más que aumentar. La última cefalea fue tan brutal que tuvimos que atacarla con morfina, y eso tampoco estuvo exento de efectos secundarios y de su correspondiente vuelta de tripas. Y se manifestó además un hipo tan exagerado que me pasé día y medio comprobando que no me hacía los coros la tuna compostelana cada vez que el bazo arrancaba por su cuenta la copla que empieza: «¡JHip, hip!» y termina con «¡Hurra!».

El hipo ha contribuido a llevar al límite el estado de extenuación en el que vivo instalado. Me cuesta incluso utilizar el teclado del ordenador, cosa que no había ocurrido jamás. En mi entorno más inmediato se emperran en que si hago propósito y chasqueo los dedos, volveré a ser el gladiador que era antes, cuando me alisté hace ya 18 meses. Juro que no puedo. Ni ayer ni hoy  me ha respondido el chasis. Quizás según avance el día… No es algo psicológico, es algo físico y es, ahora mismo, más fuerte que yo. ¿O es obligtorio estar al cien por cien todos y cada uno de los días? No pretendo dejarme llevar, pero hoy no tengo fuelle, ya lo tendré, que nadie me agobie más todavía. A ver si con música…