86. Maruja, Coralia y Calamaro; miércoles de Marías.

por Nacho Mirás Fole

Cuando uno le ha visto las orejas al lobo como yo se las veo todavía -orejas, tronco y extremidades-, las letras de Andrés Calamaro brillan el doble: «Porque vivir es jugar, y yo quiero seguir jugando; porque buscando tu sonrisa estaría toda mi vida; yo soy un loco, que se dio cuenta que el tiempo es muy poco…». Yo también me he dado cuenta de lo raquítico del calendario, por eso la idea de participar de ese gran karaoke calamariano que ha sido esta noche la plaza de A Quintana, sugerida por mis queridos Alberto Casal y Pilar Comesaña, me pareció un planazo.

Una gran propuesta, sin duda, ver en directo a Andrel-lo a dos horas de iniciar en mis trasteros digestivos otro ciclo químico de cinco días para complicarle la vida al máximo posible a mi astrocitoma anaplásico en grado III. A ese cabrón con pintas, a ese corrupto que se empeña en recalificarme el cerebro; al cáncer  más socializado de cuantos se hayan retransmitido en directo. ¡Qué mejor que escuchar a quien tanto se ha metido antes de metérmelo todo yo!

Con el lingotazo citotóxico preparado encima de la mesa del salón, los niños acostados y la madre calentándome la cama -he vuelto en moto, así que agradeceré que sea primavera aunque solo sea bajo el edredón- reflexiono sobre la cantidad de cosas que he hecho en las últimas horas mientras hago tiempo para el festival químico después de haberme metido ya los ocho miligramos de Ondansetrón que evitarán que se me salgan las tripas.

Qué día largo, qué día raro. Regresé por la mañana de Vigo, donde dejé operada a mi madre -en mi familia vivimos empeñados en llevar la sanidad pública a la bancarrota- y entre Caldas de Reis y Padrón se me dio por reírme solo pensando en una escena del otro día, que me sirve además para introducir lo que ha ocurrido esta misma tarde, solo unas horas antes de que Calamaro le dijera otra vez a una flaca pesada que no le clavara sus puñales por la espalda.

-Oye, Guerra, ¿cómo te llamas, que siempre me dirijo a ti por el apellido?

-Mejor llámame Guerra, porque me llamo Ricardo, pero todo el mundo me conoce por Enrique.

¡Arrecarallo! No me digáis que no somos grandes los gallegos. A esta pequeña pero intensa pieza dialéctica  asistí el lunes por la noche como testigo en el quirófano musical de Oli Xiráldez, al que recurrí para sanear de urgencia el más erótico de los instrumentos patrios: mi gaita de madera africana tallada hace casi treinta años por las manos de Nancy Mouriño. Oli despedía a Guerra a la vez que me recibía a mí y le prometí que no pasaría por alto la profundidad de semejante diálogo onomástico. Ahí queda, y voy con el parte médico y la explicación de las causas de mi emergencia musical en el taller de Xiráldez.

Como Nacho Vidal, yo también llegué a la categoría de virtuoso de mi instrumento a base de darle. Hay que convencerse de que la única manera de destacar en algo, da igual si son las muiñeiras que los maratones sexuales, es meterle horas. Igual que mi tocayo el actor, cobré por ello -ya lo he contado alguna vez- y me pagué de esa manera buena parte de los estudios de periodismo. O, al menos, los caprichos, que fueron tan importantes en mi formación como la cobertura de las necesidades básicas y los amores correspondidos.

Fui, como Vidal con el suyo, un mercenario del instrumento, aunque también lo tocaba, y sobre todo, por gusto; un vicioso, vaya.  El asunto es que tuve que poner de urgencia la gaita a punto porque la gente del Ateneo de Santiago me pidió que tocase un par de piezas en el cementerio santiagués de Boisaca ante la tumba de María y Coralia Fandiño Ricart, Las Marías, remachando así musicalmente un acto ciudadano de homenaje y reparación de la memoria histórica de dos mujeres que forman parte de las memorias vivas y muertas de Compostela. Los detalles de la convocatoria los podéis leer aquí. Todo partió de este reportaje que publiqué en febrero del año pasado. Es la primera vez que acabo un reportaje tocando la gaita y no me ha disgustado la experiencia.

Acabo de hacer una paradiña para meterme los cuatrocientos miligramos con los que Panorámix López quiere mantenerme muchos años en el más acá. Así que iré plantando la redacción de estas sagradas escrituras según se me vaya poniendo voz de Luis Zahera en Celda 211, como es habitual. Hoy he regado el veneno con Fontvella Sensación con sabor a manzana. Y así me imagino que estoy en una sidrería de la Seguridad Social. López me felicitó el martes en la sesión de control, en ese debate sobre el estado del astrocitoma que mantenemos regularmente en el servicio de Oncología Médica:

-Tiene usted más linfocitos que la última vez. Estupendo.

-¿Será la alta cocina navarra de mi suegra, que me ha traído en palmitas toda la semana?

-Será.

En el acto emotivo del cementerio municipal me arranqué con dos piezas. Siempre he creído que las marchas procesionales y los himnos están bien para investir presidentes o para sacar santos en procesión. Para un desembarco pueden valer, pero no para un decorado con nichos al fondo. Por eso digité para María y Coralia Fandiño Ricart, para lo que queda de ellas, la Muiñeira de Chantada que Avelino Cachafeiro elevó a monumento artístico musical y cerré con «Ven bailar Carmiña, Carmiña, Carmela, con zapato baixo e media de seda», un tema que no me consta que haya tocado nunca un gaitero entre las tumbas de un camposanto. Y el público cantó conmigo y dio palmas y seguro que María y Coralia, la mujer que siempre se quiso llamar Rocío, bailaron de contentas. He visto cosas que no creeríais; pero es que… ¡también las hago!

No tuve demasiado tiempo de besar mucho a mis niños y a su madre porque tiraban de mí las letras de Calamaro, a quien conocí por primera vez en 1998; las drogas eran otras. Pero me voy a desquitar este jueves, que es festivo en Santiago, y voy a ejercer de padre a tiempo completo y marido a tiempo parcial.

Ya empiezo a notar los efectos de la droga. De la legal, que la otra ambientaba la plaza de la Quintana esta noche que pensé que habían sacado el botafumeiro al exterior para desodorizarnos a todos quemando hierbas prohibidas. «¡Andrel-lo, fúmate un grelo!», le gritaban a Calamaro, que lo único que se metió en el cuerpo en todo lo que duró el concierto fue la energía del público. «¿Calamardo? ¿Alguien ha dicho Calamardo?». Imaginaciones mías.

Me voy con una letraza. ¿No os pasa que cuando estáis enamorados todas las canciones hablan de vosotros? A mí me ocurre ahora con mi realidad sanitaria. Por eso me convierto en la doña Rogelia de Andrés Calamaro y canto con su voz a los amigos que se fueron antes. No me esperéis levantados en el más allá; ya iré llegando. Hasta mañana.

  
Si te toca ir arriba, antes que yo, 
porque existe la vida eterna, 
lleva de parte mía un cucumelo, 
por si no llovía en el cielo, 
y de parte de los 22, 
se lo das al chico, cuartetero, 
y dale un abrazo muy largo, 
a mis amigos que se fueron primero 
También lleva algunas canciones de nosotros, 
Que van a causar gran posterioridad, 
Supongo que habrá una ciudad entera 
y me sirve de consuelo, si me esperas allá. 
Muchos amigos se fueron antes que yo, 
y me dejaron solo, por eso si el invierno hace frío, 
también bajo al infierno un poco 
supongo que nadie se va del todo, 
espero que exista algún lugar, 
donde los chicos escuchen mis canciones, 
aunque no los escuche opinar. 
Toma una lista de mis amigos , 
quiero convencerlos que vuelvan conmigo, 
si no van a esperar mucho, y hace mucho 
que los quiero ver. 
Por eso si el invierno hace frío, 
también bajo al infierno un poco, al infierno un poco. 
Toma una lista de mis amigos , 
quiero convencerlos que vuelvan conmigo, 
si no voy a esperar mucho, y hace mucho 
que los quiero ver.