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"El amor es algo muy resistente, se necesitan dos personas para acabar con él" José Luis Alvite

Categoría: cancer

140. Mucho más templado que ayer

Me voy mucho más tranquilo a la cama aunque solo sea cubriendo unas pocas líneas en el parte de guerra, que sé que ayer os transmití tanto frío que los de Red Eléctrica Española estaban esta mañana contando dividendos porque un montón de gente subió la calefacción a lo loco porque uno de Santiago que escribe de noche tenía el cuerpo destemplado.

No sé si ha sido la visita relámpago a Vigo de este mediodía, el bacalao medicinal de mi madre, el ibuprofeno con arginina o una sesión completita de gaita electrónica que acabo de terminar -o todo junto-, el caso es que hoy voy a tomar la horizontal en muchísimo mejor orden de marcha que ayer, y espero que peor todavía que mañana. Será por la mañana temprano cuando aterrice en el Monster’s Garage de la oncología compostelana para meterme en la vena el primer lingotazo de CPT-11, el suero químico del profesor Bacterio que tiene la encomienda de mantenerme de cuerpo presente en este bosque animado. No es un chupito y ya está, que son horas conectado al surtidor, lo sé bien. Si me dejan los dedos libres, tengo pensado escribir allí mismo, chutado, las primeras sensaciones que se me presenten. Igual hasta digitando en un teclado corre mejor la infusión citotóxica y penetra en la mancha como un prelavado. Si la radioterapia fue la churrería, la quimio será mi hermosa lavandería. ¿Chorrito suavizante, señor? ¿Le pongo Kalia?

Mucho me acuerdo de cuando el año pasado, más o menos por estas fechas, el doctor García Allut me decía aquello de «si no estuviera asustado, sería usted un insensato». Y claro que le tengo miedo a ese bar intravenoso de Mad Max a cuya selecta clientela paso a formar parte desde mañana, pero de verdad que me voy con otro cuerpo a la cama hoy que no es aquel prestado de ayer, que me venía tan grande que parecía de Saldos Arias. Qué mal rollo tenía ayer, amigos. Pero me sentó bien sacudirme las pulgas en público; bien saben los psicólogos y los curas que algo tiene esto de la confesión que funciona.

Noto que me sienta fenomenal moverme, ya no digo salir a la calle, sino cambiar el decorado completo. Lo de Vigo de hoy, el bacalao de mami que estaba que lo flipas, que me lleven a ver el mar… yo qué sé, cualquier cosa que sea salir de la rutina. La hospitalización domiciliaria tampoco es la hostia, todo aburre. Además, tu casa es un hospital en el que vive gente ¡que está sana!

Esta semana tengo pensado ir a Ourense -todavía no sé qué día-, quizás vuelva a las Rías Baixas o suba a A Coruña… todo depende de cómo el CPT11 me deje las tripas y las ganas. Bueno, eso y el mantenimiento de la AP-9 en sentido Pontevedra, que tiene más marcas en el asfalto que yo ahora mismo en la cabeza. Vale que no suban el peaje, pero mantengan la infraestructura, hostia, que los doloridos que nos movemos arriba y abajo por la autopista que cruza Galicia de norte a sur nos resentimos en cada desplazamiento y ustedes parece que solo piensan en la caja. No, no hablamos de la misma caja, créanme.

Musicalmente, hoy he compartido escenario en el MacBook, gaita electrónica en mano, con la plantilla de Milladoiro, con Roi Casal, con Laura Quintillán… Me he colado en aquel concierto enorme que dieron en el Teatro Rosalía de Castro de A Coruña hace unos años, una actuación en la que sale todo el repertorio con la que me hice mayor con una gaita debajo del brazo. Sí, amigos, yo fui un niño atracción y bien que lo agradezco.

Por cierto: permanecen intactas todas las digitaciones, doctores y neuropsicólogos implicados. Picados, trinos… todo. Igual soy un chulito, pero estoy obligado a evaluarme, que solo jodería que el doctor Ángel Prieto me hubiera arrancado con el tumor la partitura de Na Cruz da Lobeira, con lo que disfruto esa fusión perfecta entre una muiñeira gallega y una danza vasca, bien sabes Kepa. Paso de repetir listas de palabras y series de números. Me basta con constatar que la cablería que une las neuronas y las muiñeiras está intacta, así que ni me convoquen a futuros controles, que le ahorramos pasta y tiempo al sistema. Dentro vídeo:

Acabo: ¿Qué apostamos a que entre mañana y el viernes, sin que los que ahora tutelan mi pasta porque así lo determina nuestro sistema burrocrátrico me ingresen la paga de Navidad -como estoy enfermo cobro cuando les sale a ellos de los huevos, ya sabéis como va-, me piden algún papel, informe o declaración de amor que demuestre de nuevo que tengo lo que tengo? Por si acaso, si leen esto, aflojen la mosca antes y pidan después, que tengo la mala hostia a chorro libre y el día se me hace largo, sobre todo el día de mañana, el primero en una serie de muchos que me esperan con las venas abiertas en canal.

Gracias a los que todavía no habéis desertado y seguís al pie del cañón. Anda que no sois majos ni nada… Si tenéis libros -me refiero al mío- y los queréis regalar firmados no tenéis más que pegar un silbidito y voy. Conste que ya le he firmado a una señora que me paró por la calle sobre un ejemplar de Follas Novas; disculpe el atrevimiento, doña Rosalía, la mujer se empeñó y tampoco me pareció propio hacerle un feo. «Es que del tuyo no quedaban», se justificó la lectora.

Nada, ya os cuento mañana cómo me entra la primera.

137. Semana fantástica

Mi amiga Ohiana Iturbide, que sabe bien de lo que habla, reivindicaba hace un rato su derecho a tener un día de mierda. Yo, desde mi semana fantástica de mierda, de la mierda toda entera, hago lo propio procurando no abrir demasiado la boca para que no se me encharquen los pulmones, pero no por ello sin dejar de desahogar.

Después de un día que no pasa del tres en la escala de la bazofia, escala en la que un 1 sería una puta mierda y diez un asquito ligero, sin más, diré también que la última parte de la jornada se ha ido enderezado gracias a la música. Me he puesto a tocar como un loco con la gaita electrónica sobre este tema de Red Hot Chilli Pipers, que mezclan lo mismo a Queen con Eye of the Tiger o con una de mis piezas favoritas  –The Clumsy Lover-, y me he venido arribísima.  De nuevo, doctores neurocirujanos, se constata que la memoria musical y las conexiones entre los tendones y las neuronas que no han tirado a la palangana del crematorio público donde arden las entrañas operadas de los gallegos, trabajan con la precisión de un acordeón. ¿Tienen algún informe reciente sobre craneotomizados y ejecución musical? Pues tomen nota del mío antes de que me lo exija por triplicado el Instituto Nacional de la Seguridad Social o alguno de sus recaderos bajo amenaza franquista. Lo que no me explico es qué me han hecho con los bajos, doctores, que tengo los caños que da pena verlos, y todo hace falta.

Me voy a la cama, digo, con el espíritu gaiteiro subido. Sigo medicado hasta las orejas y mañana visitaré de buena mañana la churrería atómica del Clínico, más por compromiso que porque me vayan a freír nada nuevo, que bien sé que en esta segunda entrega estoy más en manos de la química que de la física. Cuidado con los santos, que tampoco estamos acertando mucho, carallo.

Pueden estar tranquilos, doctores: después de lo que me han hecho en la cabeza otra vez, esa pupa toda en menos de un año, y  todavía me puedo ganar la vida como concertista para la BBC (bodas, bautizos y comuniones), lo cual no es poca cosa en un país donde la enfermedad y las zancadillas riman en consonante. Dadle al vídeo y haceos una idea de lo que ha sido mi tarde musical, sin faldas, pero a lo loco. Que nadie diga que no tengo un cáncer entretenido. Bueno, tenía uno y ahora tengo dos. Soñad bonito.

136. Prueba de vida

Qué largas se hacen las noches del convaleciente oncológico. Cambiando una camiseta tras otra, sudado, como un triatleta horizontal que no tiene otra meta que seguir de cuerpo presente, reptando sobre la vida.

Va cicatrizando razonablemente bien el área del cráneo por la que entraron por segunda vez los neurocirujanos y salió el tumor, pendiente todavía de resultado histopatológico. Ya sin grapas -que guardo en un sobre muy colocaditas, ya sabéis, para escupírselas en la cara al primer burrócrata que me pida pruebas- el tirón es menor y el descanso mejora.

Pero hay estos días en Mordor de Compostela una humedad prenavideña que se te mete en las carnes y no se va ni con un Kayami de cincuenta litros. Aún así, lo peor es mi calendario de adviento. A mi hijo lo espera el suyo, todas la mañanas, con una chocolatina sorpresa que va descubriendo a la hora del desayuno. Yo, en cambio, abro ventanitas de anticonvulsivos, cortisona, protectores estocamales o calmantes sintéticos con los que me voy cementando los adentros. Y claro, así luego sudo y vierto semejante caldo de cultivo en váteres y lavadoras. A estas alturas tiene que haber ostras mutantes que lleven mi olor y hasta mi lunar al pie de la depuradora de Silvouta.

Tengo los bajos doloridos de la fontanería hospitalaria. Entre el tubo de la anestesia, la sonda, el catéter y otras cañerías estoy cedido por parroquias. Pero eso no es, ni por asomo, lo peor que me espera.

En unos días, hacia el 15 -depende de que haya hueco-, me llamarán de nuevo del Hospital Clínico de Santiago. Operación: instalación de un reservorio venoso subcutáneo, dispositivo a través del cual me trasfundirán la quimioterapia que me tiene que mantener algo más de tiempo en la lista de los vivos. No sé dónde me lo encajarán, pero seguro que no va a ser cómodo. Se acabó aquella quimio oral que se administraba dos horas después de la cena, ¿recordáis? Aquel Santiago e-tapas que iba narrando a las noches. Ahora cambia el asunto y será un tratamiento largo, y cuanto más mejor, porque si se alarga querrá decir que resisto.

Ni rastro de problemas derivados de la intervención quirúrgica, así que por esa parte todo controlado, queridos doctores y salvadores Ángel Prieto y Alfredo García Allut, mis ídolos. Visión periférica OK, memoria OK, mala hostia, ok… Todos los sistema operativos. Tengo la mejor asistencia domiciliaria y estoy en las mejores manos, así que no encuentro más motivo de queja que el del cáncer propiamente dicho, y de eso no es culpable nadie.

Los paseos apoyado en mis bastones de trekking ayudan, pero voy a valorar seriamente en la carta a los reyes magos la posibilidad de añadirle a mi bici algún elemento eléctrico que me eche una mano justo cuando más me falla la tracción. Como el año pasado, pienso ir yo solo cada día a las salas de tratamiento del Clínico, pero no quiero desperdiciar todo aquello que la tecnología pueda propiciarme, incluida una poquita electricidad debajo del culo.

Señores de la lavandería del Clínico, planta tercera: creo que me dejé en un pijama unos auriculares de iPhone y 5 euros. Dónenlos a una buena causa. Después de una duchita y un poco de aire bajaré a la calle, que la hostelería compostelana merece todos mis respetos y hay que mover el mercado.  Lejos de lo que algunos pueden pensar, prefiero salir a comer por ahí que soportar la logística domiciliaria de un almuerzo familiar, que estoy sensible en los olores, los sabores y los ruidos. Hipersensible también, que va en el lote.

Quiero volver a dar las gracias a mis compañeros y amigos, a mi familia, de La Voz de Galicia, que me tiene presente a todas horas y así me consta. Seguiré informando según me vaya apeteciendo. Y mañana que la cortisona baja, hasta igual salgo a celebrarlo.  Me sobra hinchazón. Y un poquito de mala hostia, aunque eso es combustible, más madera para la caldera.

135. Administrándome y muy justito

Sigo muy cansado, pendiente de que el ajuste de la cortisona -que toca hoy- me ayude a resucitar algo. Al menos, la pasada fue la primera noche que experimenté algo parecido al descanso reparador. Ayer hizo justo una semana que me operaron -sí, señores de la burrocracia y las putuas, segunda craneotomía en un año para extirpar la recidiva de un tumor cerebral de grado III-. Ya sé que todo es normal, me conozco las explicaciones… pero que estoy como estoy es un hecho. No entiendo a los que me preguntan cómo estoy por teléfono o mensaje, les digo que no muy bien y te espetan: «¡Es normal, es te acaban de operar!»¡ Ya, pues no preguntes, que la teoría ya la sé! ¿o quieres que te mienta?

Voy a hacer otra intentona en la calle, al aire, a lo loco, que no soy yo flor de estufa.

Supongo que en cuanto me retiren las veintiséis grapas que me cierran el lado derecho del cráneo me sentiré reconfortado. El jueves me las veré en el hospital de día con el dispositivo que se pone en marcha a partir de ahora, cuando todavía no me había dado tiempo ni de recuperarme de un año en la primera línea de la oncología médica. Supongo que para ese momento ya estarán los burrócratas reclamándome más informes y metiéndome dedos en cualquier orificio perforable. Les juro que les mando las grapas en un bote de cristal o se las escupo en la puerta. Creo que aún guardo la sonda con la que me salí del quirófano ¿quieren una muestra?

Gracias de corazón a los que os interesáis, a los que preferís no molestar… a todos los que estáis, que sois muchos más que los que pasan. Necesito ahora aire y espacio, libertad, así que iré informando a ráfagas y según tenga ánimos. Básicamente, quiero dedicarme a hacer solo que me apetece, lo que me dé la gana, que la Navidad parece una cosa tan lejana en mi situación… Benditos iconos que me ayudan a comunicarme.  Para un fulano en mi estado, una frase, unas líneas o un paseo son un esfuerzo sobrehumano. No soy borde y, en todo caso, si lo soy estoy en todo mi derecho, que el cáncer es mío y lo gestiono yo. Trato de administrar mis propias prioridades y ya.

Si podéis elegir, pedid salud, que mucho se echa de menos cuando falta. Solo les pido disculpas a los que me sufren más de lo habitual por razón de sangre y cercanía, pero solo a ellos.

134. Alguien ha hecho su trabajo; ¡he cobrado!

Solo unas líneas rápidas. He cobrado la «Prestación por incapacidad temporal» a primera hora de la mañana. Todo dentro del plazo legal, ya lo dije ayer, pero más tarde que mis compañeros sanos que ingresaron hace unos días. Lo que de verdad me jode es que el sistema español ampare este pago como de favor a la persona más vulnerable y que la mayor parte de las consideraciones que escucho a mi alrededor sean del tipo «es lo que hay»; «no te amargues»; «el sistema funciona así». ¡Que no, que las revoluciones no se hacen sentado en el váter y mirando la vida pasar!

Si alguien la ha dado al botón para hacer efectivo el ingreso a primerita hora es porque he hecho ruido, porque tengo muy mala hostia y porque no me callo ni debajo del agua. Porque tengo alma y no tengo calma. Seguro que hay miles de personas en situación similar que, esta hora, siguen preguntando por su dinero.

Así que no voy a darle las gracias al currito que ha hecho la gestión; le va en el sueldo, amigo. Y recuerdo que el día 15 toca la paga de Navidad y que lo mismo que entierro ahora el filo del hacha de guerra, la saco de nuevo al exterior o enciendo la motosierra. ¿Qué carallo de espíritu de bien mandados es ese que nos posee? ¡Juegan con lo nuestro! Si usted se deja, allá usted, pero conmigo no cuenten. Los de la hipoteca no se andan con hostias para cobrar, y les da lo mismo si me paga una mutua que una empresa que la fundación Amancio Ortega -coño, qué ideaza-.

He pasado una noche horrible, otra más. Me duelen los zurcidos, apenas duermo, veo cómo pasan por el reloj las horas, las medias… Llevo justo una semana craneotomizado por segunda vez y el cuerpo está como está, hinchado de anticonvulsivos y cortisona. Haré lo posible para salir un rato a la calle apoyándome en un bastón e trekking que me ampara en las subidas. Y seguiré de cuerpo presente. Agradezco todo tipo de consejos menos, como ya escribí hasta hartarme hace ahora un año, las recetas de paciencia. La paciencia se receta cuando no queda más alternativa.

Ayer, antes de irme a la cama, colgué en la red una tremenda foto de la cicatriz con 26 grapas metálicas que me cierra la cabeza. Seguro que a alguien le pareció fuera de lugar, obscena, extravagante, pero me da exactamente lo mismo: es mía y la comparto. Internet no es obligatorio. Se la dediqué especialmente a la mutua y al Instituto Nacional de la Seguridad Social, siempre tan espabilado para pedir informes que ya obran en su poder y para tocarte las narices cuando menos falta te hace. Si todo esto que hago -está usted como una puta cabra, amigo, pensarán muchos- le sirve a alguien más para endulzar sus pasos amargos en el caminar torcido de la oncología médica, ya lo doy por bueno. Y si no también, es lo que me ha tocado y lo gestiono yo.

Lo dicho, ni gracias ni historias. A mí no me dan las gracias por hacer mi trabajo, seguro que tampoco demasiado a usted, o menos de lo que deberían. Si me acompaña el pastillamen, que me tiene las entrañas destrozadas, ya iré contando algo más. Quem tem alma não tem calma. Los que tengan alma que me sigan.

129. 13-N. Atención, reservistas: llamada a filas.

Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.

Para la libertad siento más corazones
que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,
y entro en los hospitales, y entro en los algodones
como en las azucenas.

Para la libertad me desprendo a balazos
de los que han revolcado su estatua por el lodo.
Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,
de mi casa, de todo.

Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,
ella pondrá dos piedras de futura mirada
y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.

Retoñarán aladas de savia sin otoño
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol talado, que retoño:
porque aún tengo la vida.

El herido. Miguel Hernández, El hombre acecha, (1938-39)

Si lo escribió así de bien Hernández, qué voy a aportar yo a mayores cercado únicamente por el miedo a un enemigo invisible e interior que me preparaba una emboscada clínica. Así que hago mías las palabras del poeta, como fulano talado que aún tengo la vida, y suscribo, sobre todo, el verso que dice que «mis ojos y mis manos, como un árbol carnal, generoso y cautivo, doy a los cirujanos».

Nada me gustaría más en esta entrada 129 que contar un chiste cachondo de Eugenio, arrancando con ese «saben aquel que diu…» que me sale tan creíble. Pero hoy, 13 de noviembre, triste aniversario que los gallegos jamás olvidaremos por cuestiones ultramarinas que no vienen al caso, es también el día de una noticia que siempre temí y que nunca deseé. Agradezco de antemano las toneladas de solidaridad y ánimo que me vais a hacer llegar de inmediato por todos los medios a vuestro alcance, que sé que sois unos gitanos de recursos, aquel ejército calé que movilicé hace casi un año, cuando me llamaron a filas para reconquistar mis entrañas. Y lo hicisteis de puta madre. Hoy renuevo el contrato con aquellos que quieran acompañarme en la segunda parte de esta aventura que ahora arranca. El sueldo es bajo, la comida de pena y la cama dura; avisados estáis, que luego no quiero reclamaciones; la deserción sigue siendo un derecho.

Que Casiano Murphy era un cabrón con pintas ya lo hemos sabido durante todo este tiempo. Pero que tardara tan poco en cobrarse su venganza y renacer cual ave Fénix con boina calada nos viene de nuevas, por eso esta de hoy va a ser esta una entrada que me roza la línea de flotación por lo que tiene de trágica y no de cómica. Absténganse aprensivos, aviso. La realidad se impone y, lo mismo que os la comunico, saco pecho y me expongo al fuego enemigo sin siquiera una camisa puesta que amortigüe el chaparrón de plomo.

No hay noticia médica mala que no vaya acompañada de su correspondiente contrapeso en positivo: Esta vez, la buena nueva -primero me llegó la mala- es que a Casiano, y van dos veces, lo hemos pillado prácticamente en bolas, empezando a montar el poblado. Ha tenido tiempo, sin embargo, de instalar la tienda invasiva 2 seconds en el solar del que lo echamos por la fuerza de las armas aquel lejano 12 de diciembre. El muy hijo de puta se empeña en acampar otra vez, desobediente y sin licencia, en mi lóbulo temporal derecho; de hecho, ya está pernoctando allí. Lo llaman recidiva, los del gremio ya sabéis. Lo ha descubierto la resonancia 3T sin lugar a dudas.

El temor vuelve a mudar una vocal para vestirse de tumor. Seré intervenido de urgencia en los próximos días y me toca anticipar otra vez aquella puta navidad del 2013 cuando ni siquiera han empezado a anunciar todos los turrones. No hay elección. No, no estáis leyendo una entrada vieja del blog, es fresquita de la lonja sanitaria de esta mañana: El tumor ha regresado y con él todo lo que eso supone ya no solo para mí, sino para los que me quieren o me sufren. Vuelve, a casa vuelve, por Navidad.

Conservo el ánimo fuerte y los mejores apoyos, dentro y fuera. Tengo una vida por delante y mucho hecho por detrás, que la rima me va en el apellido. Y como el miedo es libre pero yo ahora no lo soy, precisamente para la libertad… mis ojos y mis manos, como un árbol carnal, generoso y cautivo, doy a los cirujanos; ¡A los neurocirujanos! Doc, tú la llevas.

No recibo duelo y es posible que no cojamos el teléfono ni contestemos de inmediato a los mensajes, pero no me lo toméis a mal, que nos toca hacernos en casa al nuevo escenario, reorganizar a la tropa y airear los barracones. Paciencia. Quiero las camisas bien limpias: A Santa Marta de Lombás, irás… y no volverás.

Que cante Miguel Hernández desde la garganta de Serrat. Hay que ver qué poco duró la alegría en la casa del pobre. Murphy, que te jodan, muchacho, vamos a por ti otra vez, y así las que haga falta; has mordido en hueso, cabrón. Siento de corazón haber contribuido a hacer de esta desapacible tarde de otoño una noche triste de invierno, pero es que llevo el frío dentro y la lluvia por fuera. Gracias por mantener la hoguera encendida.

112. El fulano que excitaba a las polillas

El caso es que ya dormía, cansado como estoy después de casi un año en el frente oncológico, pero un revoloteo bajo el edredón nórdico me ha despertado. Y no eran gases ni maniobras orquestales en la oscuridad. Para no incordiar a los demás pasajeros del colchón -un número variable de seres vivos que nunca es menor de dos ni mayor que cinco, incluida la gata Flor- sin encender la luz eché la mano bajo el cobertor y atrapé un polilla tan grande como un colibrí enano. «¿De dónde carallo sales, amiga?», le pregunté. Como diría Torrente (Ballester, no el brazo tonto de la Ley), mediría algo más de diez centímetros escasos.

Con cuidado de no hacer ruido, abrí la ventana y puse de patitas en la calle al lepidóptero, tineido, pirálido, geléquido, tortrícido o lo que quiera que fuese el excitado animal. Y ya no ha habido manera de volver a dormir. La cosa no habría pasado de ahí si no fuera porque me ocurrió algo parecido la noche anterior, mientras le contaba a mis hijos el cuento. No sé si la misma polilla o un familiar, el caso es que un insecto semejante empezó a revolotear sobre mi cabeza cuando la luz ya estaba apagada. ¿Tanto me han radiado que atraigo a los bichos nocturnos?

Para entretener al desvelo me he puesto a buscar en Google -puro pasatiempo, sin más- por si hubiera algún significado en eso de haberme convertido en un imán de la bichería. ¿Me estaré apolillando? ¿Será una señal como la del huevo negro? Que yo no creo en estas caralladas, pero hay quien sí. Y así es como he ido a parar a una página alojada en Taringa.net que dice lo siguiente, firmado por un tal Z_Firro_X: «¿Te siguen las polillas o mariposas? Se trata de que tú eres una buena persona, tu energía que emana desde adentro lanza una luz que es perceptible para los insectos y seres vivos… Tu aura está tan brillante que si te siguen las polillas es por el solo hecho de que tu alma brilla, tú brillas, tú eres la luz que siguen aquellas polillas… Así que ya sabes: si te siguen estos insectos, no te asustes y ten preparado los cambios y cosas que pueden ocurrir». ¿No me podía seguir el Euromillón?

Para mí que va a ser más de la radiactividad acumulada, tanto fotón y tanta hostia en el acelerador lineal de partículas del comandante Antonio Gómez. O del ambientador de casa… Tranquiliza, en cualquier caso, saber que tengo el aura saneadita y lustrosa. El hombre que susurraba a los caballos, El señor de las moscas, El fulano que excitaba a las polillas... Me pasan cosas muy raras desde que mis memorias sanitarias encuadernadas por Paidós comparten estantería en las librerías con Hiromi Shinya y sus volúmenes de La enzima prodigiosa.  Que yo no le pongo ni le quito razones al japonés, pero lo que me parece prodigioso es vender dos millones de libros sin apellidarse Esteban o Aznar. El nipón, digo, no yo, que soy un aficionado.

Todo muy cachondo: lo de la polilla, el japonés visionario, la población flotante de mi dormitorio… pero lo cierto es que el desvelo no solo tiene que ver con una escena de cama apolillada, sino con el hecho de que la resonancia magnética de control que deberá certificar que mi cerebro sigue limpio de invasiones bárbaras se acerca. Vuelvo a ser un poco aquel valiente acojonado de hace casi un año. Iba a ser mañana, día 1 de octubre. Pero podéis ahorraros, de momento, el interrogatorio: por un problema de programación deberé esperar al viernes. Y eso, fin de semana por medio, sitúa el horizonte de la incertidumbre y los resultados en el lunes o el martes. No reparan los que organizan los controles en cómo te pueden joder un fin de semana por el simple hecho de mover una fecha. Hacerle eso a un tipo en mis circunstancias es una putada como una catedral con andamios. Pero no ha sido con mala fe, así que me aguanto.

He conseguido que la inspección médica -que, como ya dije, me citó para el «cabodano» del jamacuco, el 6 de octubre próximo, justo a la misma hora y el mismo día que mi oncólogo me quiere catar la sangre- me cambie la amenaza para un día después. Así, al menos, si el lunes los radiólogos y otros cuatro especialistas en los campos de la radioterapia, la oncología, la neurología y la neurocirugía coinciden en la interpretación de la prueba, le puedo llevar algo de información fresca a las autoridades sanitarias. Porque con mis informes médicos que ni se les ocurra contar: no los pienso sacar del hospital. Para hacerlo tendría que visitar las secretarías de las cinco áreas sanitarias a las que acabo de referirme y pedirles mi historial por fascículos para luego pasearlo por Santiago. La Administración sanitaria es como el amor excesivo de Camilo Sesto, que me mata y me da vida a la vez. Estoy por llevarles directamente un ejemplar de El mejor peor momento de mi vida, por si tienen a bien convalidármelo.

Mañana es miércoles. ¿Y qué pasa los miércoles? Exacto, que toca hacer de cartero con cáncer por media capital de Galicia con la baja semanal en la mochila. Después de un año sin trabajar todavía tengo derecho a seis meses de prórroga. Pero tal medida de gracia dependerá de lo que decidan en la inspección del día 7. Yo quiero volver a la normalidad, en cualquier caso. Pero primero tiene que hablar la resonancia magnética. Eso sí me preocupa y no los protocolos casposos y jurásicos de la Seguridad Social.

Hay que ver lo mucho que me relaja ponerme por escrito. Llevo veinte minutos largando esta entrega 112 de mis memorias sanitarias y ya me veo capaz de intentar una cabezada. Pido disculpas si he dejado de contestar a algunos de los que se han puesto en contacto conmigo, pero es que entre vivir y curarme no me dan las horas. Pero lo leo todo y lo agradezco todo.

Me vuelvo al cuarto en catalán con Txarango, que canta así de bien que «no es tan fácil dejarse llevar por el viento cuando sopla fuerte como sentimientos que han cambiado por arte de magia». Polillas compostelanas, os doy la noche libre. Próxima presentación de El mejor peor momento de mi vida mañana, día 2, a las 20.00, en la librería Biblos de Betanzos. Nos vemos por la calle.

 

100. Las cicatrices ladran con la humedad

Todo el mundo tiene una cicatriz que protesta con el frío o la humedad. Podéis imaginar, pues, qué manifestación tengo yo en la cabeza, instalado, como estoy, en  este borrón de verano con el que Santiaguas de Compostela se venga de la humanidad, seguro que por todo aquello del Códice.

Después de juliembre vino «magosto», que está siendo un mes más de asar castañas que de chupar polos. El higrómetro que tengo en el trastero -instalado en un aparato llamado deshumidificador, que inventaron en Vietnam y sin el cual cada vez podemos vivir menos en Galicia- daba esta tarde 80. ¡Ochenta por ciento de humedad en agosto! Y por mucho que diga Camilo Sesto, vivir así no es morir de amor, ¡qué carallo!; vivir así es morir de moho. Creo que en cualquier momento veré desde la ventana cómo peregrinan, camino del Obradoiro, el Calypso del comandante Cousteau, Mobby Dick y la procesión marítima de la Virgen del Carmen de Laxe.

Quiero pensar que la situación atmosférica es la responsable -o más responsable que la quimioterapia con la que estamos intoxicando al cáncer- de los extraños dolores, tirones y pinchazos que siento. Yo estoy craneotomizado, y eso quiere decir que me serraron, hace ya ocho meses, las siguientes piezas: el músculo de la mandíbula; la careta; y el hueso mismo del tarro para entrar en mi cerebro forzando la cerradura. Después me arrancaron un trozo de materia gris con su Miko-Premio y lo cerraron todo de nuevo con titanio y grapas de acero inolvidable. Así que haceos una idea del festival de cicatrices con el que, desde los adentros hasta los afueras, convivo en esta reencarnación forzosa de mí mismo. Y de qué manera las siento cuando el tiempo, como es el caso, se empeña en regarnos. Mientras disfruté del sol mediterráneo casi llegué a olvidar que tenía cabeza. Pero ha sido volver a la realidad de Mordor y notar que la albañilería se me resiente.

Como la necesidad dicen que agudiza el ingenio, no me ha quedado otra que probar con los remedios naturales. Siempre he sido público agradecido para los masajes capilares. Pocas cosas hay que me gusten tanto como que me fuchiquen -ya salió otra vez la gallegada- en el cuero cabelludo. Y, mira por dónde, la digitopuntura con la que la madre de mis hijos me ha mecanografiado el cartón esta tarde no solo me ha servido para el goce y el disfrute sin medida, sino también para neutralizar los ladridos de las cicactrices como quien le echara un bisté de ternera a un Doberman rabioso.

Si el verano sigue otoñando voy a tener que volver a poner tierra por medio y echarme a secar en otros territorios donde la tarjeta sanitaria de Galicia es igual de inútil que un cupón de la ONCE sin premio. Pero no seré yo el que tenga morriña al cambiar el aspersor por la sombrilla. Qué ya está bien de llover, carallo, y lo peor es no tener alguien a quien echarle la culpa.

A pesar de la humedad, de ánimos estoy «arribísima», que diría mi querido colega Manuel Cheda. Si llega a ser uno de naturaleza depresiva, a estas alturas ya no habría «estas alturas», sino unas profundidades definitivas, oscuras y llenas de bichería. Ya no entraba en mis planes venirme abajo en medio de la tormenta, pero para reforzarme ahí estáis vosotros, ese ejército de Pancho Villa, entregado y espontáneo, que durante todo este tiempo me arropa y consigue, como suelo predicar, que esté viviendo el mejor peor momento de mi vida. No hay churrascada que pague tanto cariño. Así se lo dije esta mañana a mi amigo Luis Pousa, compañero de La Voz de Galicia, que hoy me dedicó en el periódico en el que ambos escribimos un artículo tan bonito que estoy por pedirle matrimonio. Gracias, Pousa, Pousa, Pousa; tú sí que sabes tocarme «naquela cousa»; qué bien suena ese pedazo de motor Barreiros que te desborda la caja del pecho, neno. La declaración con la que Luis tiene garantizada mi entrega eterna dice así:

El mejor peor momento

Luis Pousa

(La Voz de Galicia, 10 de agosto de 2014)

El periodismo, y perdonen que no me levante al decirlo, es un oficio lleno de culos y de ombligos. En el periodismo, en vez de salvar al soldado Ryan o al cura Pajares, cada uno salva primero su propio culo para luego, puro onanismo, poder mirarse un buen rato el ombligo.

Pero no solo de culos y ombligos viven las redacciones. De vez en cuando asoman, entre las teclas y los fluorescentes, el corazón y el cerebro, y se produce la colisión de partículas elementales que estallan al chocar la inteligencia y la emoción, la literatura y los hechos. De esa brutal embestida emergen la crónica callejera, el periodismo literario, el columnismo o como se llame ese género impuro, mestizo y heterodoxo que consiste en llenar cajitas de texto no con un texto cualquiera, sino con la palabra exacta y única, la que requiere y relata cada historia, en un sutil juego de pesos y medidas que da a cada voz su lugar preciso en la sinfonía de la narración.

Y, claro, si un periodista con talento, neuronas y agallas, además agarra este género por las solapas y se lo lleva de paseo al borde mismo de la existencia, entonces le sale El mejor peor momento de mi vida, el libro en el que mi compañero de trinchera Nacho Mirás cuenta desde la freidora de la radioterapia su día a día contra el cáncer. Nace de su blog rabudo.com y es esa mezcla salvaje de crónica y dietario que Mirás y otros compañeros de generación han convertido en el oro puro del nuevo periodismo (en realidad, es el viejo periodismo de contar cruda pero hermosamente las cosas).

«Pocas veces un periodista de raza se ha llevado la libreta al fondo de la raza misma», ha apuntado Jabois sobre Mirás. Y allá vamos todos, con Nacho y su libreta.

Llego de esta manera, y a estas horas, a la entrega número 100 de mis memorias sanitarias. Si me llegan a decir el año pasado por estas fechas la que me estaba esperando me hubiera dado la risa. O a vosotros que ibais a estar leyendo el cáncer escrito de un fulano de Vigo trasplantado en Compostela. Es cierto que siempre quise dejar a mis hijos como herencia un libro de mi puño y letra, al menos uno. Soy mal fabulador y sabía que algún día acabaría publicando material basado en hechos reales, una recopilación de reportajes y entrevistas quizás… Pero no me imaginaba cómo de brutal sería la naturaleza de los acontecimientos que me han llevado a tener mi primer ISBN en menos de un año. Hagamos de la necesidad virtud; no hay mal que por bien no venga… se aceptan refranes.

Pues como escribió mi buen amigo Manuel Jabois y recordó hoy Luis Pousa, os voy a mandar un saludo por aspersión desde el fondo de la raza misma, en cuya selva trato de sobrevivir como un Bear Grylls cualquiera, armado de ganas, un tirachinas y una navaja suiza. Os voy a poner un temazo que descubrí por casualidad y que me levanta los pies del suelo. Es de una banda indie de Nueva York que lleva encendida desde el 2006. El White Sky que pincho a continuación, escrito y tocado en compás de 6/8, es perfectamente convertible en muiñeira. ¡Venga arriba! ¡Tacón, punta tacón! Dormid acompañados. Fin de los primeros cien capítulos. Mucho me temo que el relato continuará. Gracias por la prórroga.