17. Me marcho a las Cruzadas.

por Nacho Mirás Fole

Astrocitoma anaplásico. Qué buen nombre para un satélite; o para un barco. Cuando toda esta mierda se acabe me compraré una lancha neumática para bautizarla así, como el tumor que desde ayer me ha hecho entrar en el mundo de la oncología de la única manera que es posible entrar: de culo. Después de escribir los anteriores dieciséis capítulos de estas memorias sanitarias llegué a pensar que, finalmente, una vez que la anatomía patológica desvelase la naturaleza inofensiva de mi tumor, todo esto se quedaría en un relato con más forma que fondo, en una especie de fraude al lector. Pero, ¡ay, amigos!, la realidad me ha ganado por la mano, Murphy, ese que legisla que todo lo que puede salir mal saldrá mal, ha hecho su trabajo y, por si alguien llegó a pensar que a mis divagaciones les faltaba fondo, fueron precisamente los del servicio de anatomía patológica los que le han echado a esta olla de caldo el fundamento que pudiera necesitar. Tengo un astrocitoma anaplásico en grado tres, un tumor malo, «agresivo», como me dijo el neurocirujano en el último día del año 2013. Eso me convierte, y ya no nos vamos a andar con tonterías, en un paciente oncológico de tantos, con la diferencia de que yo vivo empeñado en narrar lo que ha venido y lo que habrá de venir en estos textos que me sirven de desahogo.

Me sentí raro ayer por la mañana en el servicio de oncología cuando, después de cruzar un pasillo lleno de cuadros de Miró, fabricaron sobre mi cabeza la máscara con la que me cubrirán la cara en los próximas treinta sesiones de radioterapia que recibiré. «¿No me convalidan la cantidad de horas que me ha radiado la Cadena Ser? ¡Mire que soy oyente fiel, amanezco con el Hoy por Hoy y me acuesto con Hora 25, cojones!» Nada, ni caso. No coló. La radioterapia y la quimioterapia, que también me espera en fechas venideras, son complementos inherentes al cáncer, una enfermedad con la que, hasta ahora, solo se me podía relacionar por el horóscopo asociado a los que nacimos el 4 de julio. Tengo cáncer, amigos, y me toca saltar a la arena. Es un hecho. Podría inventar mil eufemismos, cogérmela con papel de fumar, escribir eso de «una larga enfermedad»… Pero las cosas son como son; es así.

Cuando, semanas atrás, decidí bautizar a mi tumor cerebral como Casiano, lo hice pensando en un inquilino de renta antigua que tuvieron mis padres y que nos hizo la vida imposible. Dentro de lo malo, estos tres meses de zozobra me han servido para hacerme a la idea. Cuando vosotros me transmitíais fuerza y ánimo porque todo iba a salir bien yo, que tengo una naturaleza muy de aquí, me dedicaba a ponerme en lo peor por si llegaba el caso. Y el caso ha llegado y me ha pillado con la guardia puesta. Sí, os engañé; pensé en positivo lo justo y el tiempo me ha dado la razón. Eso no quita que no haya sentido igual el mazazo cuando me llamaron a capítulo.

Parece mentira que, después de toda una vida dando malas noticias y viviendo de ello, no acabe de saber ni cuándo ni de qué manera tengo que contar una cosa semejante a los que están más cerca. Porque en el hospital, muy amables, te dan el veredicto, te presentan a radiólogos y oncólogos pero, justo después, te mandan a tu casa para que te las apañes para contarle a tu madre que su hijo tiene cáncer. Señor presidente de la Xunta de Galicia, señores políticos: dediquen dinero a eso.

Visto lo visto, ahora que empieza una batalla en la que pienso darlo todo, no os extrañe que, a los que habéis rezado, os recomiende cambiar santos y vírgenes por imágenes de Sofía Loren o de John Wayne. Demostradme, por favor, que acaso no son tan milagreros como cualquier discípulo de Cristo. Tengo mis motivos para estar cabreado con el mundo sobrenatural y con el terrenal, espero que lo comprendáis. No me quiero retirar en este primer día del año 2014 sin recordar una entrevista que le hice en el 2006 a Ana Kiro, una famosísima cantante gallega que, aunque murió en combate, se dejó la piel en la lucha y me lo contó. Y que esté cabreado no quiere decir que sea un desagradecido, ni con vosotros, que me seguís y me apoyáis, ni con los equipos médicos en los que deposito ahora mi existencia. Felicitaros el año después de semejante texto parece casi una broma macabra, pero no por ello voy a dejar de hacerlo. Me voy a la guerra, chavales. Me marcho a las Cruzadas, queridos hijos. Pero tengo toda la intención de volver y por eso encomiendo mi espíritu a la oncología y no a una tropa de santos indocumentados que jamás pisaron una facultad de medicina. En este enlace os va la entrevista con Ana Kiro cuya lectura, años después, me da más paz que un santo rosario. Amigo José Ramón Mosquera: To be continued. I promise you.