98. Citotóxicos con gaseosa

por Nacho Mirás Fole

Me río yo solo, tumbado en la cama de mi adolescencia, pensando en el informe que podría redactar el residente canadiense de Oncología si supiera de qué manera he arrancado este martes el quinto ciclo químico contra un glioma macarra y matón que me tiene la vida amenazada: «El paciente, con una espesa barba y pelo en zonas en las que antes carecía de cobertura tal -podría escribir el aspirante a eminencia de la oncología- arrojó esta mañana unos excelentes resultados en la análítica de control, lo que posibilita la continuación del tratamiento prescrito». No tengo ni pajolera idea de escribir textos médicos, pero esto lo calzáis en inglés y seguro que queda creíble.

Así fue: me pincharon esta mañana en la sala de tratamientos 6 del Hospital de Día, me sacaron cuatro tubos bien medidos -sigo sin acostumbrarme a las banderillas- y ya después de un par de horas me recibieron en la consulta 11 mi oncólogo y su alumno de Canadá, ante el que me chuleé por lo elevado de mis linfocitos y de otros ingredientes que corren por mis venas, mujer, no tengo problemas, de amoooor…. ¡Leche, que me posee Ramoncín!

«Camine mucho, coma bien, vuelva el 26 de agosto, siga con los 400 miligramos de Temozolomida durante los próximos cinco días…» Un apretón de manos certificó que, completada línea, seguimos para bingo. Este ciclo, otro más… y a cruzar los dedos de los pies para que la resonancia magnética de octubre salga monda y lironda y pueda ser declarado ya enfermo crónico en vigilancia permanente.

Que el oncólogo te vea bien, anima. Pero si además, como es el caso, el neurocirujano que te abrió la cabeza te encuentra estupendo de fondo y de forma, sales del hospital con el pecho tan hinchado que revientas la camiseta, lo que en gallego de andar por casa viene a ser «que non che colle unha agulla polo cú».

Por si el residente canadiense quiere de verdad lucirse en el informe de la práctica de hoy, le voy a dar unos detalles sobre cómo ha transcurrido ese suceso íntimo, inevitable y afrancesado que es la toma de la pastilla. Primero, doctor, le contaré que acompañé a mis padres en Vigo a un certamen de canciones de taberna en la finca de San Roque y después cenamos en una tasca. Verá, doc, no sé en Canadá, pero aquí me dicen que me meta la droga dos horas después de cenar, nunca antes. Imagínese el festival que podría celebrarse en mis adentros si no respetase el plazo y se me mezclaran los citotóxicos con una tapa de pimientos de Padrón que picaban unos sí, otros también; con una ración bien servida de calamares a la romana; y con unas lonchas de jamón cortadas a bisturí por un señor que parecía, por su movimiento de brazo, el primer violín de la Real Filharmonía de Galicia.

Justo hora y media después del modesto banquete, doctor, -hoy había que celebrar con el señor Mirás y la señora Fole los análisis de la mañana- me tomé el Ondansetrón, ese potente antivomitivo que te prepara las tripas para el Temodal a cambio de estreñirte; nada es gratis. Para poner el colofón a este primer día de este penúltimo ciclo, busqué en la nevera de mis padres el líquido no alcohólico que mejor me pudiera apetecer para meterme los 400 miligramos de este matarratas para el cáncer que todavía paga la Seguridad Social.

Dudo mucho, querido residente de Canadá en el Hospital Clínico, que en su país sepan lo que es la gaseosa Feijoo. Resumiendo. Le cuento: una bebida a base de agua carbonatada y edulcorada, con ligero aroma de limón, etiquetada en amarillo con el nombre del presidente de Galicia. ¡Ponga eso en inglés! Conste que la gaseosa es anterior al político y, en todo caso, no se sabe que exista relación entre la bebida y el inquilino de Monte Pío, que Feijoos, por lo visto, hay muchos: sólidos, líquidos, gaseosos…

Pues confieso, y téngalo en cuenta en futuros estudios clínicos, que me he tomado la Temozolomida con gaseosa Feijoo bebida directamente de la botella y aquí estoy media hora después, escribiendo sin más efecto secundario que un poquito de sueño y la inevitable voz de Luis Zahera en Celda 211, pero por escrito casi ni se nota.

La nacionalidad del residente de Oncología, qué curioso, me ha hecho recordar a otro científico que, aunque nació en Florida, trabaja en Canadá: el neurofisiólogo Michael A. Persinger. Había leído algo de su trabajo, que se centra, precisamente, en la parte del cerebro en la que me han fuchicado -no me resisto a la potencia léxica del verbo gallego fuchicar– a mí: el lóbulo temporal derecho. ¡Y llego a casa y me encuentro con que ponen en la 2 un reportaje sobre Persi y sus teorías! Hay que joderse con las casualidades.

Resumiendo: Persinger intenta demostrar que las visiones místicas, los ángeles de la guarda y otras santas compañas que se aparecen por ahí -a menudo a gente con credibilidad escasa- son producidos por nuestros propios cerebros, no por el espíritu santo. Ya escribí en su día que yo, de momento, no he proyectado fuera de mi cabeza a nadie que no estuviera de verdad, y que no sé si podría soportar, llegado el caso, ese exceso de población flotante. Me intriga, no obstante, que Persinger tenga razón y que mi maltratado lóbulo temporal derecho improvise un día una proyección espontánea de gnomos o ninfas -yo seguro que tiraría más a lo segundo- que me hagan replantearme mi convicción de que después de esto no hay nada.

Cito a la Wikipedia: Persinger «diseñó experimentos para reproducir en laboratorio percepción extrasensorial y visión remota mediante la descarga de corrientes electromagnéticas en ocho frecuencias distintas en zonas concretas del cerebro y publicó sus resultados. También evaluó el método de Ingo Swann. En 2010, Persinger y otros publicaron sus trabajos con el médium clarividente «a ciegas» Sean Harribance midiendo su encefalograma en el lóbulo temporal, demostrando que la dinámica normal del córtex cerebral asociada a la intuición y cambios energéticos en el entorno podían explicar experiencias mediúmnicas atribuidas a procedencias más aberrantes». Si le soy de utilidad, doctor, llame. Pero ya le digo que, de momento, todos los que se me han ido apareciendo estaban, aunque puede probar a imantarme la cabeza con uno de sus aparatos, a ver qué o quién sale. Le brindo a la ciencia internacional lo que haya detrás de mi cicatriz, en serio, por aberrante que pueda ser la conclusión.

En fin, que ya hace mucho rato que me he drogado con gaseosa Feijoo y temozolomida y me pesan los párpados y las uñas. Ya he dicho que escribo menos porque trato de vivir más, por si no vivía ya bastante. Quiero tener un recuerdo final para Sara Muñiz, una de esas personas que me transfundieron su experiencia a la hora de enfrentarse a un pronóstico malo y que el domingo se nos fue. Gracias por todo lo que le diste a tanta gente. Sé que a mi oncólogo no le gusta que vaya a los tanatorios, pero hay veces en las que no puedes faltar, y esta era una. Cuando llevas casi un año instalado en esta guerra, las bajas son inevitables, aunque nunca te acostumbres. Buenas noches, residente; buenas noches, presidente.