161. El cuerpo las hace y las paga; el INSS solo incordia. 20 de febrero 2015

por Nacho Mirás Fole

Qué poco dura el alto el fuego en el frente oncológico. Salí de la sesión química de ayer hacia las dos de la tarde, después de seis horas largas entre esperas, papeles, chutes, consultas y ya, por fin, tratamiento. Se me acumularon las visitas en las sala de cortinas del Hospital de Día de Oncohematología y casi tengo que hacer un «¡Si me queréis irse!» ante el riesgo de que la enfermera -no sin razón- nos desalojase por la fuerza de las armas. No hacíamos jaleo, palabara, pero son las normas.

Salí bien, digo, con nuevos medicamentos en la receta electrónica que ya veremos cómo resultan. Esto de la farmacia va así: para la noche te dan las pastillas de dormir; para las mañana, las de despertar; las de contener la tripa, las de soltarla… tensión on, tensión off… y así hasta el infinito.

No sé si por la medicación, por capricho o por hambre, abandoné el hospital con antojo de churrasco, así que allá nos fuimos, al Fuentes de Conxo, mi querido hermano putativo Javier y yo, dispuestos a levantar un cadáver. Sin abusar y sin salsas, comimos, charlamos y salimos con las barrigas contentas. Nunca fui de grandes ingestas, pero ahora menos.

Mi organismo, qué cabrón, esperó hasta la noche, esta que acaba de terminar, para vengarse. La cefalea de la que vengo de resucitar, y que estuvo presente durante horas a pesar de las contramedidas pautadas, concluyó a las cinco de la madrugada, cuando lo que entró por Conxo salió por San Lázaro sin apenas digerir. Menos la bandeja, estaba casi todo. En serio, no abusé. Me apetecía churrasco y un tipo en mi situación debería tener derecho a darse algún homenaje. Lo de «mañana será otro día» no es siempre literal. He estado malísimo hasta hace un rato. Gracias que tengo en casa a la mejor experta en masaje capilar que se pueda tener, y mi cabeza pocas cosas agradece más; soy un yonki de la digitopuntura.

Pronto os contaré cómo se las gasta el Instituto Nacional de la Seguridad Social, que para resolver mi situación me ha enviado, vía cartero en Vespa y previo aviso por SMS, un cuestionario lleno de preguntas cuya repuesta ya conocen sus funcionarios. Y con la amenaza de que si no lo entrego en diez días, me encuentre como me encuentre, allá yo. Si digo acojonante me quedo corto. Me hará falta una carretilla para transportar todo lo que me exigen. Tienen las santas narices de preguntarme, después de relatar en base a mi historial clínico la gravedad del proceso que me acompaña, que «cómo afecta eso al desarrollo de mi labor profesional». Ellos mismos solicitan mi incapacidad permanente, parecen conscientes de lo que hay para, a continuación, sin salirse del protocolo, someterme al interrogatorio más denigrante al que un enfermo oncológico se pueda enfrentar.  Ya entraré en detalles. Me piden hasta el número de cuenta en la que ya me han pagado, pruebas documentales de que tengo hijos, de que tengo padres, que cuánto gana mi mujer… la de Dios. Para mear y no echar gota, os lo juro. Anda que como me entre la vomitona el día que les lleve todo salimos en el Telediario. Señores del INSS: ¡Un poco de sensibilidad, hostia! Salgan de su escafandra, que mañana les tocará a ustedes, a sus hijos, a la gente que quieren. «O que non as teña, que as agarde» (Pilar Campos Quintela, mi abuela).

Sigo pendiente de las noticias que me puedan llegar de Vigo, que ya adelanté en la entrada 160 que las desgracias nunca vienen solas. Todo apunta a que va a ir bien, seguro que sí.

Como en los programas de radio en los que se dedicaban canciones, quiero dedicar este post a la madre que me parió. Y ahora es cuando saco las maracas y pincho una de aquellas de Machín que, de tanto bailar agarrado Toñita Fole y Pepe Mirás en célebres salas viguesas como La Palmera, La Cruz Blanca o Las Cabañas, dieron como resultado del roce el cariño y tres hijos de los que yo soy el del medio. Ya pasó, mamá, ya pasó.