53. Regreso al futuro

No creo que al cáncer le siente mal combinar la quimioterapia del fin de semana -los sábados y los domingos descanso en la freidora atómica- con callos de mi prima Pili de Castrelos y guiso de fabas de Lourenzá. Si desarrollo algún súper poder y no son gases ya os aviso. Ayer estuve más fuera de combate que dentro. Me habían advertido de que, con semejante tratamiento, era posible que sintiese un cansancio extraño y repentino de vez en cuando: «Ese cansancio no se pasa en el sofá», me dijo el oncólogo levantando el dedo y una ceja. Y así es. Hasta que se me dio por salir a la calle a última hora de la tarde, viví la jornada en una especie de colocón farmacéutico que me dejó el cuerpo triste. Tener un hijo que te despierta por sorpresa en cualquier momento a partir de las seis de la mañana, como si hubiera que irse de maniobras, no creo que ayude. Son daños menores de la reproducción, en todo caso. Bendita reproducción.

Como voy a seguir dedicado a la vida familiar durante lo que queda de día, a modo de suplemento dominical voy a reeditar una de las entregas de la serie Compostela Vintage que he venido publicando en La Voz de Galicia hasta que un tumor cerebral de nada se cruzó en el camino de la Vespa del tiempo. La mecánica de la sección es sencilla. Así lo resumía Miguel Ángel Jimeno en el blog La Buena Prensa, en el que estoy muy orgulloso de aparecer: «En la edición de Santiago de La Voz de Galicia, todos los domingos se publica la mini sección «Compostela Vintage». El periodista Nacho Mirás viaja en el tiempo para conocer de primera mano hechos, noticias o acontecimientos que tuvieron mucha repercusión en la ciudad. «Después de darle muchas vueltas a cómo contar la hemeroteca de toda la vida con nuevas fórmulas —nos cuenta—, se me ocurrió esta. Soy riguroso en datos y fechas y recreo situaciones que, por supuesto, jamás viví más que a través de los archivos. En el círculo cercano, y por el feedback que recibo, la idea funciona. Cuidamos la maquetación, la edición gráfica… en fin, tratamos de devolverle al periódico del domingo el espíritu «dominical» que se estaba perdiendo, al menos, en los cuadernillos locales. El trabajo de documentación es enorme. Después de 22 años trabajando… me encuentro más a gusto con las noticias del pasado que con las del presente».  La última frase la sigo manteniendo, al menos hasta que la realidad me persuada de lo contrario. Sirva también de regalo para mi amigo José Ramón Mosquera, empeñado en seguir cumpliendo años lo mismo que yo.

Así que, como es domingo, nos vamos al Gran Circo Feijoo. Igual no es lo que estáis pensando. Pero pasad y poneos cómodos. Veréis cosas que no creeríais. (Publicado en La Voz de Galicia el 18 de agosto de 2013)

Una noche en el Gran Circo Feijoo

Los hermanos Jacowlew

Después de viajar a 1918 para conocer a Enrique Rajoy Leloup, abuelo de Mariano Rajoy, se me ha quedado el cuerpo triste. ¡Tanta austeridad y tanta tontería, hombre ya! Así que, aprovechando la indumentaria y el dinero de la época que me he traído del mercadillo de antigüedades que se celebra los sábados en Correos, he decidido quedarme un día más por estos lares y darme un homenaje que me desatasque la sonrisa. Como voy bastante documentado, me moveré dos años hacia atrás en mi Vespa del tiempo -la tengo convenientemente escondida en unos matorrales de Conxo como objeto extemporáneo que es- para situarme en la Compostela de 1916; no hagan planes; los llevo directamente a la noche del 10 de mayo de ese año.

En el bolsillo de la levita me he traído dos localidades que compré por Internet, con previsión, en una página de coleccionismo. Son oro en paño: la puerta de entrada al mayor espectáculo del mundo que, a principios del siglo XX en Galicia, tiene nombre propio: El Gran Circo Fejioo. Sí, hagan chistes, que nos reímos todos.

La cita es a las nueve de la noche en el Teatro Royalty. En 1916, El Royalty lleva solo tres años construido. Es un teatro de variedades que ocupa parte del solar en el que se levantaba el palacio de la Inquisición y, en el 2013 desde donde me leen, el Hotel Compostela. El Royalty lo demolerán en 1927 pero, hasta entonces, todavía le quedan muchas tardes y noches gloriosas.

Llego justo a tiempo y me asalta en la puerta la primera sorpresa.

-Buenas noches, ¿su localidad?

-Buenas noches, aquí tiene, joven. ¿Es usted Manolito, el hijo de Secundino Feijoo?

-Sí señor, el mismo. Que pase una buena función.

El chaval que me acaba de recibir es Manuel Feijoo (1897-1969), hijo del mítico empresario circense de Vilanova dos Infantes (Ourense) Secundino Feijoo López, gran promotor del circo moderno. Me muero por decirle que llegará incluso más lejos que su padre en este mundillo. Pero he venido a lo que he venido: al espectáculo.

Me siento justo al lado de un colega, el periodista de La Gaceta de Galicia, que ha venido a cubrir la función mandado por don Francisco Vázquez Enríquez. Prefiero no advertirle de que es mejor que se vaya buscando la vida en otro medio, pues la cabecera para la que trabaja cerrará inevitablemente el 30 de noviembre de 1918; no me acostumbro a que cierren periódicos ni en el pasado.

De repente, se apaga la luz. Largo redoble de tambor. Platillos. Bombo. «¡Muuuy buenas noches y bienvenidos a la función de esta compañía internacional, ecuestre, gimnástica, acrobática, excéntrica, cómica y taurina que es el Gran Circo Feijoo!», dice una voz a través de un megáfono de lata. Ovación. Las casi dos horas siguientes serán de pura emoción. Hoy debutan en Compostela los míticos hermanos Jacowlew, que pedalean en posturas imposibles con sus bicicletas dentro de La Corbeille de la Mort (La jaula de la muerte). Cuentan que el pequeño se mató haciendo esto. «Les Fréres Jacowlew, champions du monde, sur pneus Hutchinson», [Los hermanos Jacowlew, campeones del mundo sobre neumáticos Hutchinson], dice la postal que me ha dado Manolito Feijoo en la puerta.

Es una oportunidad única para ver a los Jacowlew. La gente grita al ver las piruetas temerarias de estos ciclistas. Nos ponemos en pie. Mi colega el periodista se emociona tanto que se levanta de la butaca, se echa las manos a la cabeza y grita: «¿Ha visto eso? ¿Ha visto eso?».

«Dicen que es hoy la mayor atracción de Europa», le digo.

-Y no me extraña. Este Feijoo siempre trae lo mejor, tiene vista. ¡Y empezó tocándole la gaita a unas vacas, hay que joderse [aquí, en la versión impresa, pone «fastidiarse», cosas del libro de estilo]!.

«El Gran Circo Fejioo dará mucho que hablar, estoy seguro», le respondo. Fantástica está también la señorita María en el trapecio. Y elegantísima la equilibrista Miss La La con sus incomparables ejercicios sobre el alambre. No es la que pintó Degas en 1879, claro, es otra.

«¿Ha visto eso? ¿Ha visto eso?», no deja de repetirme mi colega de La Gaceta, entusiasmado con los ejercicios de los hermanos Chauffeur y la belleza inconmensurable de las jóvenes Milville, que hacen cosas terribles con los dientes. «Prepárese, que ahora salen Les Lecusson, fantásticos acróbatas de salón», me avisa el reportero. Qué bien me lo estoy pasando.

Don Secundino, el ourensano que contrataba para su público lo mejor de lo mejor

Entre la actuación del intrépido jockey A. Deseck y los payasos Santos, Cheret, Carpini y Noppi, sigo intercambiando emociones con el periodista de La Gaceta:

«Me han dicho que ha estado fantástica esta tarde la hermosa amazona Ángela de Cheret, con ejercicios de volteo sobre caballo», me comenta.

-No la he visto, pero he leído sobre ella.

-¿Y dónde, porque hasta donde yo sé lleva poco tiempo?

-Bueno, por ahí… en una revista francesa, creo… [por un pelo no meto la pata y me descubro como viajero del tiempo].

El payaso Carpini se ha vestido de mujer y su colega Cheret le hace una estúpida declaración de amor que arranca carcajadas en el auditorio. «Lo veo un poco grotesco -dice mi colega- estos clowns deberían tener en cuenta la especialísima circunstancia de que trabajan en Santiago».

-Con la Iglesia hemos topado…

-Pues eso mismo, querido amigo, eso mismo. ¿Sabe? Los hermanos Jacowlew, los de las bicicletas, antes hacían un ejercicio arriesgadísimo con un tándem. Pero como en tan arriesgada prueba pereciera el hermano menor de ellos, abandonáronle y crearon el ejercicio que ahora llaman Círculo de la muerte, y que es lo que ha contratado Feijoo. Perdone, tengo que escribir una nota de esta idea….

Entonces, mi colega anota en un papel el borrador de la crónica que sobre la función publicará en La Gaceta de Galicia del 11 de mayo de 1916, y que dice así: «Desafiando al peligro, marchan en la pista vertical, despreciando el propio vivir y, en su desenfrenada carrera, se desnudan y se visten, subiendo a lo alto de ella para descender, vertiginosos, al fondo de la misma».

-¿Qué le parece la descripción, querido amigo?

«Fabulosa -le digo- yo no lo habría relatado mejor».

Cuando termina el espectáculo, nuestros antepasados se deshacen en aplausos. Y el plantel del circo tiene que salir hasta cuatro veces a saludar al centro de la pista del Royalty. Me quedaría a entrevistar a don Secundino, pero estoy tan cansado de emociones que me despido de mi colega, salgo del teatro y me voy caminando en dirección a A Senra; igual me voy a dormir al Gran Hotel La Argentina. Ya les contaré.

¿Un vídeo? Venga, que no se diga que le lloramos a la música. Con este señor me hice mayor. Y de vez en cuando viajo entre el pasado y el futuro con él en los auriculares. Se está arrimando un día de sol. Ya queda menos.