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"El amor es algo muy resistente, se necesitan dos personas para acabar con él" José Luis Alvite

171. Bajo mínimos

Éramos pocos y parió la abuela. Los daños colaterales en esta cruzada contra el cáncer no hacen más que aumentar. La última cefalea fue tan brutal que tuvimos que atacarla con morfina, y eso tampoco estuvo exento de efectos secundarios y de su correspondiente vuelta de tripas. Y se manifestó además un hipo tan exagerado que me pasé día y medio comprobando que no me hacía los coros la tuna compostelana cada vez que el bazo arrancaba por su cuenta la copla que empieza: «¡JHip, hip!» y termina con «¡Hurra!».

El hipo ha contribuido a llevar al límite el estado de extenuación en el que vivo instalado. Me cuesta incluso utilizar el teclado del ordenador, cosa que no había ocurrido jamás. En mi entorno más inmediato se emperran en que si hago propósito y chasqueo los dedos, volveré a ser el gladiador que era antes, cuando me alisté hace ya 18 meses. Juro que no puedo. Ni ayer ni hoy  me ha respondido el chasis. Quizás según avance el día… No es algo psicológico, es algo físico y es, ahora mismo, más fuerte que yo. ¿O es obligtorio estar al cien por cien todos y cada uno de los días? No pretendo dejarme llevar, pero hoy no tengo fuelle, ya lo tendré, que nadie me agobie más todavía. A ver si con música…

170. Círculos viciosos

En Santiago no tenemos medida: o llueve por aspersión o llueve al gotelé. Llegué del Mediterráneo con las baterías cargadas y el cortocircuito de los sistemas estaba asegurado. Debe de ser por eso que tengo el tren de aterrizaje más flojo que nunca. Los kilómetros caminados en los últimos cinco días por Barcelona me han destrozado los motores. Fue una escapada cojonuda, bien aprovechada, mejor acompañada, pero que me ha dejado hecho polvo… Como decía Woody Allen, «no me aceptaron en el Ejército, fui declarado inutilísimo. Sí, en caso de guerra sólo podría ser prisionero.» (Annie Hall, 1977). Pues eso, inutilísimo.

Ya me llega con los sermones del médico como para aguantar las palizas de los no colegiados. Yo ya sé lo que tengo que hacer y no me hace falta que me llenen el teléfono de mensajes que, en realidad, son órdenes. Qué manía de gobernar en la vida de otros, ¡rediós! Y ha sido regresar al terruño y arreciar la tormenta de curanderos sin carné que casi me exigen que me entregue a hierbas, potingues y limones y le haga un Steve Jobs por toda la banda a la oncología convencional. Que no, rehostia, que no. Que conmigo dais en hueso.

Las aftas en la boca entraban dentro de lo posible. Han tardado en manifestarse, pero aquí están. Soy un invernadero de efectos secundarios, todo un muestrario. Y sí, he puesto también las aftas en manos de la farmacia convencional, llamadme irresponsable; me gusta vivir al límite.

«Lo que necesitas alcalinizar tu cuerpo», han llegado a decirme. ¿Y qué carallo sabes tú si soy alcalino, ácido o mediopensionista? ¿De qué va gente? Va a resultar que el cáncer es como el fútbol: todo el mundo lleva dentro un entrenador y un oncólogo. Ya no soporto a los conspiranóicos que predican que hay un complot entre las farmacéuticas y nuestros doctores para asesinarnos en masa, no sin antes sacarnos bien los cuartos. También estoy muy a la defensiva ante los vendemotos telefónicos: «Le propongo un seguro de vida que le va a interesar», me dijo una voz del otro lado. A lo que respondí veloz: «Es posible, pero con un glioblastoma en el cerebro y las expectativas lamentables de vida que tal circunstancia supone, a quien no le interesa es a su compañía». Dicho lo cual, colgué. ¡A la mierda! No tardó ni dos horas en sonar de nuevo el teléfono: «¿Ha pensado en hacerse un seguro de decesos?». Me saltó de nuevo el piloto automático: «Mire, señor, ya lo hizo mi padre para toda la familia hace más de cuarenta años y, a estas alturas, le tengo pagado el cóctel de despedida a una legión de plañideras. ¡A la mierda!» Sí, estoy un poquito borde con ciertos asuntos, pero lo que te alivia soltar una de estas no hay dinero que lo pague.

En este post escrito desde la astemia me voy a ahorrar los detalles escatológicos de un apretón por el que la asociación catalana de hostelería habrá puesto precio a mi cabeza. Créanme que lo siento, pero fue la química, no yo. Qué mal se pasa cuando se pasa mal.

Acabo con otra de Woody Allen: «Amar es sufrir. Para evitar el sufrimiento no se debe amar, pero entonces se sufre por no amar, de modo que amar es sufrir y no amar es sufrir, y sufrir es sufrir. Si para ser feliz hay que amar, para ser feliz hay que sufrir, pero sufrir hace a uno infeliz, por lo tanto para ser infeliz uno debe amar o amar para sufrir o sufrir de tanta felicidad, y dejémoslo que es un lío.» (La última noche de Boris Gruschenko). Sed felices y no os metáis a dirigir la vida de nadie. Que cante Chicho Sánchez Ferlosio por las gargantas de Sabina y Pili Carbajo. ¿Por qué estoy cansado? ¡Porque no camina! ¿Por qué no camina? ¡Porque estoy cansado! Y así, hasta el infinito, doctor López.

169. Oiga, doctor, al habla el hombre  de las patas de gallina

Sin haber sido nunca un gran atleta, juro que antes de los acontecimientos sanitarios que nos ocupan tenía yo un par de piernas musculadas que daban envidia. Muchos años subiendo cuestas en Vigo, a pie, en bici… Unas pernolas, vaya. Esta mañana me he contemplado en pelotas en el espejo del hotel y donde había hierro puro me he encontrado dos patas de gallina que ya ni darían para el consomé de una familia caníbal delgadita. 

Mi oncólogo insiste en cada consulta: «¡Ande, ande, ande!» Sigo caminando cada día lo que puedo, bien es cierto que el andamio ya no soporta aquellos paseos kilométricos del año pasado. «Es que no puedo, doctor, me canso muchísimo». «Según estos análisis, no tiene usted ningún motivo para estar tan cansado y, a la vez, los tiene todos [gallegos somos, gallegos seremos…]. Esto es un círculo vicioso: se cansa porque ha perdido mucha masa muscular, y la manera de recuperarla es seguir caminando. Así que ande, ande, ande». No me va a quedar más remedio que llevarme la pandereta en la próxima consulta y seguirle la copla: «¡La marimorena, ande, ande, ande que es la noche buena!».

Además del cansancio, las tripas también me asaltan por sorpresa, así que tengo que medir muy bien lo lejos que estoy de un cuarto de baño. Por eso me he venido a Barcelona de nuevo, donde camino hasta la extenuación. Me hace bien además revisitar los espacios que marcaron mi educación universitaria: cómo han cambiado algunos, de qué manera hay otros que están exactamente como los dejé en 1994… Lo que más inquieta no es el paisaje, sino el hecho de apenas distinguir caras conocidas entre el paisanaje. 

Me hizo ilusión que una señora me preguntara en el avión si viajaba a Barcelona para firmar libros en Sant Jordi, justo el mismo deseo que una compañera de profesión expresaba en Tweeter. Pues no; lamentablemente, nadie me ha invitado, supongo que estarán los tenderetes de libros llenos de Belenes Estébanes y otros literatos de altura. No me habría importado, la verdad.

Voy a continuar con este paseo obligatorio a ninguna parte mientras mis piernas de gallina lo soporten. ¡Pitas, pitas, pitas! Oiga, doctor…. http://youtu.be/g3ey03MuQ4U

168. Hábeas «porcus». Mis amigos.

Es normal que, después de un cuarto de siglo dedicados a redactar y fotografiar sucesos para las páginas de los periódicos, a mis compañeros de la prensa gráfica y a mí mismo se nos hayan pegado los palabros de policías, abogados, fiscales, jueces, forenses… Yo suelo contestar con un «de cuerpo presente» o «decúbito supino» cuando me preguntan cómo estoy.  La última incorporación léxica llegó de la mano del gran Fernando Blanco, fotógrafo de El Correo Gallego y académico sin silla pero con taburete en la Real Academia de la Lengua, que decidió bautizar a nuestras habituales churrascadas -que tanto bien nos hacen para el estómago y el espíritu- como «hábeas porcus» en una adaptación libre del hábeas corpus que a todos nos suena más o menos de libros, películas, series… de la realidad misma. Qué, ¿quedamos para levantar un cadáver?, solemos preguntarnos antes de encargar el menú en la churrasquería de guardia. Sí, somos unos salvajes que comen animales. Fue en una de esas citas gastronómicas cuando, al comunicarles que yo tenía lo que tenía en la cabeza, los muy cabrones pidieron a mayores una ración de sesos. Tienen mucho sentido del tumor.

El caso es que el último hábeas porcus lo celebramos en una casa particular tan particular que encajaría perfectamente en un capítulo de El Ministerio el Tiempo; con decir que atravesabas una puertecilla y aparecías en un ultramarinos… En realidad nos reímos más de lo que comemos, pero estas reuniones hacen más por mi ánimo que cualquier remedio de farmacia. Lo mismo que cuando nos cuadramos antre una mesa de futbolín o una baraja de póker. «Las únicas deudas que no se perdonan son las del póker y los encargos de Ikea», acostumbramos a recordarnos, para que la confianza no llegue a dar asco. Gracias, Soler, Paco, Álvaro, Curricho, Fer, Ángel, Agus… Hay que convocar ya la siguiente.

Mis amigos son unos atorrantes…

 

 

167. Sorpresa para el reservista pensionista

Son un equipo cojonudo haciendo periódicos. Son, además, grandes amigos. Pero guardando secretos hacen aguas, así que no tardé ni un par de horas en enterarme de que algo tramaban. En un país como el nuestro, acostumbrado a celebraciones de cifras gastronómicas y donde la filtración es un deporte nacional, empezaron a llegarme fogonazos de «no sé qué» comida de homenaje a Mirás, que después de 24 años palillando para La Voz de Galicia, se sitúa por obra y gracia del cáncer y de la Seguridad Social en la retaguardia del pensionismo.

Atando cabos, hasta me hice una idea de cuál sería el regalo. Pero lo que nos mata a los que nos creemos muy listos es que siempre hay alguien más listo que tú. Y si, como hice, me olí el pastel, me quedé tan corto que hoy, 48 horas después del mejor día del mejor peor momento de mi vida, todavía estoy de subidón, como la señora del anuncio de Aquarius dirigiendo la banda sonora de El Último Mohicano.

El caso es que me citaron el domingo para tomar algo, sin avanzar más. Me vino a buscar a casa una compañera de Administración y tiramos hacia los bares de lo viejo. Me cuidé mucho de decirle que, durante los últimos días, no había dejado de recibir mensajes de otros colegas de La Voz, que son o que fueron, y que decían cosas como «no podré estar en lo tuyo del domingo» «Me pilla fuera tu fiesta…» ¿Qué fiesta?, me pregunté después de recibir el primero. Lo dicho: guardan los secretos de pena, cuidado con lo que le contáis a la prensa.

La sorpresa que no era tal continuó cuando el gancho me subió a su coche y me llevó a un hotel. Otro en mi lugar, de no haber descubierto la encerrona colectiva que tramaban, hasta se hubiera puesto nervioso. ¿A un hotel a las dos de la tarde? ¿Así, a la brava? Mmmmm.

Cuando, aparcados en el subterráneo, subimos en un ascensor a las habitaciones, otro quizás se habría puesto en guardia, ya digo. Pero yo me temí que se abriría la puerta de la 138 y saldrían varios fotógrafos de la casa abrasándome a flashazos, alguno haciendo el indio en tanga o Lito, vocalista de la Orquesta Panorama, cantándome al oído una de Carlos Baute.

Loló, la rubia compañera del BMW, que no sabía que yo ya sabía, debió de imaginarse además que yo era un fresco porque no puse ningún pero a subir a las habitaciones de un hotel un domingo de ramos a mediodía. Fue un momentazo. En el ascensor equivocado bajamos a la cocina hasta que ya, por fin, después de cruzar varios ambientes, llegamos a la recepción. Y allí estaban todos, los muy cabrones: un total de 83 compañeros de La Voz, central, delegaciones y corresponsalías, que no encontraron nada mejor que hacer un domingo que organizarme una cuchipanda de despedida. Un «hasta luego», como les gusta decir.

Fue un despliegue humanitario realmente emocionante. Porque yo sabía algo de la trama, pero jamás imaginé que lograría reunir a más de ochenta currantes del periodismo y sus actividades satélites para rendirme honores. La rehostia. No me quiero ni imaginar mi entierro… «Si estáis todos aquí, ¿me queréis decir quién carallo va a hacer el periódico de mañana?», les pregunté. Callaron. En esto de la prensa hay una máxima que se cumple: el periódico siempre sale, aunque no haya periodistas. Como diría mi amigo Iker Jiménez: «Inquietante, amigos». Un abrazo, Iker.

Desde la puesta en escena al menú y el servicio, todo fue impecable. Pero para volver a rebajar mis ínfulas de listillo, la gran sorpresa la guardaban para el final. Después del segundo plato, escuché de lejos música de gaitas que identifiqué al minuto: «Joder, hasta han buscado un disco de Noitarega, ¡cómo se lo han currado!». Noitarega es el grupo de música tradicional en el que me hice gaitero cuando todavía tenía los dientes de leche, una de las mejores formaciones del sector que uno puede escuchar, y no lo digo yo. Lo que no me esperaba es que, de repente, la música que ambientaba el salón se iba a materializar. Y allí entraron por la puerta, detrás de un batallón de camareros, Nando Costas, Xosé Oliveira, Manuel Alonso, Xosé María Gutiérrez y Telmo Costas, Noitarega, tocando en vivo, sin trampa ni cartón.

El quinteto se colocó en una zona del salón, junto a mi mesa, y entonces descubrieron un póster que me dio el golpe definitivo: un yo de 1981 a tamaño real, gaita en ristre, rescatado de la memoria fotográfica del grupo. Acabé, claro, tocando la gaita con mi yo de diez años y chupa mil rayas, percutiendo el tambor, cantando… Después vinieron las palabras, unos regalazos a mi medida… el cariño, en definitiva, de tanta gente tan importante en mi vida, que todavía hoy no me he recuperado de la emoción y me he metido el chute químico de la jornada como quien se tomara una botella intravenenosa de licor café. Una portada falsa de La Voz con el titular «Nacho Mirás, reservista» puso la guinda a otro de esos gestos de humanidad que hacen que esté viviendo el mejor peor momento de mi vida. Nunca os estaré lo bastante agradecidos. Sois mi familia. Sirva este texto de agradecimiento a los que participasteis tanto en presencia como en esencia. Dentro vídeo:

166. Memoria del viejo Hospital Real de Santiago

Agradezco el intento, pero prefiero que no me contestéis en plan «yo también me canso mucho» cuando me preguntáis cómo estoy y respondo que muy cansado. De verdad, gracias, pero no tiene nada que ver lo que puedo sentir yo, con los chutazos químicos a los que estoy sometido y año y medio instalado en las filas de la oncología médica, con las sensaciones que experimentan los sanos. Ya ni cito las 30 sesiones de radioterapia de fotones que me abrasaron lo sesos. Nada que ver es nada que ver. Claro que vivir nos agota a todos, que el tiempo no ayuda… pero no es lo mismo, ni siquiera parecido.

Como son muchos los que creen que tengo mejor cara cuando pongo tierra por medio y me hago alguna escapada, acabo de cerrar la próxima, con Catalunya, cómo no, como destino. Me voy animado por el resultado de la última resonancia magnética y con la maleta tan llena de pastillas que mi difunta abuela Pura a mi lado era una aficionada, ella que viajaba con la farmacia puesta.

Me estoy reconciliando con la Seguridad Social, que ha empezado a pagarme en tiempo y forma. Protestar funciona. Lo que no funciona es tragar, quedarse calladito, acatar… No va la mansedumbre en mi naturaleza.

El día 31, con su nueva andanada intravenosa, está a la vuelta de la esquina. Asumo que cambiaré unos días el Atlántico por el Mediterráneo facturando no pocos efectos secundarios, pero prefiero eso a quedarme en casa doliéndome y mirando cómo la prórroga se me pasa por delante de las narices sin apenas disfrutarla. Me voy a darle un poco a la música, que me hace bien, pero antes enlazo uno de los reportajes de la serie Compostela Vintage que publiqué en La Voz de Galicia y que viene muy a cuento, ahora que TVG estrena Hospital Real, de Ficción Producciones. El 1 de julio del 2013, a bordo de la Vespa del tiempo, recreé así el desalojo del viejo centro sanitario para ser transformado en el Hostal de los Reyes Católicos que conocemos hoy. Por eso lo escogí para presentar El mejor peor momento de mi vida en septiembre del año pasado. Salud.

Desahucio en el Hospital Real

(La Voz e Galicia, 1 de julio de 2013)

Nacho Mirás. Santiago

Lunes, 31 de agosto de 1953. Llevan semanas trasladando a todo el mundo al nuevo hospital de Galeras. Es el no va más, dicen. Me he ido escaqueando, pero el doctor Puente Domínguez, hijo del doctor Puente Castro, me dio ayer un ultimátum: «Amigo, hay que irse, que aquí ya no pintamos nada». Es buena gente don José Luis.

El edificio tiene eco. Se han llevado los muebles, las camas, a los enfermos… Quedamos el gato y yo. «¡Mueva eso con cuidado y cárguelo en el camión de la Diputación, merluzo!». Mientras el decano de Medicina, Pedro Pena, manda y ordena, me voy a dar una última vuelta. Franco ha decidido que esto va a ser un hotelazo, el mejor de Europa, y ese no se anda con chiquitas.

Encima de una caja de vendas hay un ejemplar de La Noche de anteayer. «Para el año santo tendremos el mejor parador de Europa», dice en portada. Leo que unos 2.000 obreros, «en ocho meses de trabajo intensivo» convertirán el Hospital Real en la Hospedería del Peregrino. ¿Hospedería? No lo veo. ¿No sería mejor algo más potente, como Hostal de los Reyes Católicos? ¡No la cague en el nombre, generalísimo!

Me pierdo por el edificio, que aún huele a cataplasma y a cloroformo. Un morbo insano me hace ir primero a la morgue, donde todas las plazas están vacantes. Tendría su gracia hacer aquí un restaurante y llamarlo Restaurante dos Reis. Me parto.

Me puede la sangre. No me pregunten cómo, acabo en la sala de autopsias. ¡La de gente que ha entrado aquí de una pieza y ha salido desmontada! Qué ideas se me ocurren: estaba pensando en abrir en este sitio otro restaurante y llamarlo, por ejemplo… Restaurante Enxebre; soy un adelantado a mi tiempo. Mejor vuelvo con los vivos, que tengo palpitaciones. Me planto en el vestíbulo. A la izquierda esta la enfermería de San José, pero hasta el siglo XIX esto era la peregrinería de hombres. Aquí siempre han convivido muy bien la sanidad, la beneficencia y la peregrinación. Voy hacia el refectorio de peregrinos. ¿Y si pusieran ahí una cafetería con sus camareros con chaquetilla? Valeeee, solo era una sugerencia.

Detrás del refectorio ya han desmantelado la cocina de los peregrinos. Apuesto a que con la reforma se cargan la lareira. Y ya no hay nada tampoco ni en la botica ni en la rebotica. Qué bien le quedaría llamar a esta zona Salón San Marcos y darle glamur. Lástima de huerta, con sus casi doscientas plantas medicinales: saúco, malvas, artemisas, adormideras…

Estoy pensando que allá, en la enfermería de Santa Ana, pondría un comedor potente. Ya está: El Salón Real. ¡Viva el Rey! (si me oyen, me destierran a Fuerteventura). Evito pasar por lo que fue hasta 1846 la inclusa, conectada a la plaza de España por una pequeña puerta. Me perturba pensar en la cantidad de madres que han dejado ahí una parte de sus vidas y de sus entrañas. Podrían poner una sala de lectura, por ejemplo, para meditar. En el paritorio, subiendo las escaleras de Belén, ya no llora nadie. Me ha dicho Puente que el último niño nació hace unos meses. Yo ahí dividiría y haría habitaciones. Hay dos inscripciones que me dan repelús: El Observatorio de Agonizados y el Depósito de Sanguijuelas. La acústica del observatorio es increíble. Si un día lo descubre Andrés Segovia seguro que querrá venir aquí a tocar la guitarra. Tengo la corazonada de que mis propuestas serán oídas.

-¿Todavía por ahí, hombre de Dios? ¡Hay que irse!

-Estaba buscando la salida y me he liado, don José Luis. Que pase un buen día. Y perdone.

José Peña Guitián: «Había mucha prisa por construir el parador»

Los niños fueron los primeros en ser trasladados desde el Hospital Real al nuevo de la rúa Galeras, entonces conocido como Residencia de la Seguridad Social, sostiene José Peña, quien ya ejercía como pediatra del centro: «Recuerdo que fue en verano. Vino un camión de la Diputación, que transportaba todo, e hice mucha amistad con el chófer. Fuimos incluso juntos algún día festivo a la playa, porque estábamos en la misma pensión. Había mucha prisa para construir el parador: la obra del Hostal se hizo con 3 turnos de trabajo, las 24 horas, para acelerarla y que estuviese dispuesto en el Año Santo para acoger peregrinos», afirma. Peña había acabado Medicina en 1950. Entonces no había especialidades como ahora. La carrera duraba siete años y finalizaba con un curso rotatorio con prácticas en varios departamentos. «Estaba el catedrático Suárez Perdiguero al frente de la pediatría y acordamos que yo siguiese con él», afirma. Peña elaboró un trabajo sobre aquella etapa, presentado en el último congreso de la Sociedad Española de Pediatría y editado este mes por la entidad científica. Este texto memora la transformación que experimentó la asistencia pediátrica en los últimos años del Hospital Real, donde los pacientes procedían del llamado padrón de beneficencia, la Diputación pagaba su alimentación y el Ministerio de Educación su medicación. Suárez Perdiguero logró dinero para cambiar el viejo piso de madera; separó enfermos contagiosos del resto; amplió habitaciones y creó nuevos servicios como el área de radiología pediátrica. De sus colegas de entonces, cita como otro aún vivo «al doctor Gallego».

 

165. Total eclipse of…

Que te digan que la resonancia de control ha salido limpia no te cambia la vida, pero te arregla el día y algunos sucesivos. Eso y que tus hijos te traigan el desayuno a la cama para celebrar que eres su padre, aunque el colchón acabe convertido en un mar de migas. Comprenderéis que los demás temas de la agenda informativa me importen menos.

Con este enemigo cabrón instalado en el cerebro sé que tendré que estar siempre pendiente de que, como ocurre con las canciones de los ochenta, se produzca un revival que me invada de nuevo los pensamientos. Eso es y va a ser así. De momento el invasor no está, pero deberá seguir acorralado para los restos: Que yo gane años, que la investigación avance y que los enanos sigan llevándome el desayuno a la piltra cada 19 de marzo son los puntos de la hoja de ruta. Lo de oler limones se lo dejo a quien lo receta. Como si se los come con monda y todo. Siempre fui de letras pero, en esta tesitura, soy de ciencias puras.

No fue fácil echarse cinco horas del día del padre en el Hospital de Día de Oncohematología del Clínico, casi tres conectado a la fontanería de la Micro Macro que me chuta los químicos por goteo. Después de 24 horas sigo en un estado medianamente aceptable, quitando efectos menores que se corrigen con pastillas. Nunca tendré palabras de agradecimiento suficientes para el personal de ese lugar en que consumo horas. Ilustraré con una imagen el detallazo que tuvieron ayer en Farmacia:

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Lo que sí estoy es cansado. Esta mañana me dejé liar  para buscar por Santiago el mejor lugar desde el que fotografiar el eclipse y, entre filtros y flautas, me eché la caminata de la jornada con mi gran amigo Xoán A. Soler. El resultado lo podéis ver en el álbum digital de La Voz y, de paso, podéis buscar también a Wally. Lo de que la luna tape el sol no volverá a suceder hasta dentro de 26 años, y me parece alargar demasiado la prórroga como para dejar la observación para la siguiente convocatoria. Sigo descansando en familia de este festivo que, por decreto, nos han bailado en el calendario. Que suene el mejor eclipse cantado del que tengo memoria: Bonnie Tyler, Total eclipse of the heart.

164. Recolectando momentos para usar en caso de emergencia

Para la hija de Paquita, @luzsmellado, con todo mi cariño.

Cantar Asturias, patria querida en una piscina de agua caliente, en bañador, bajo una cúpula de hormigón iluminada en colores y en compañía de otros cincuenta bañistas, es una de esas experiencias que mis hijos recordarán que compartieron con sus padres cuando eran pequeños. Más que recomendada la visita al hotel Las Caldas, villa termal, a ocho kilómetros de Oviedo, por su ubicación, por su entorno, por sus comodidades, por la cama con dosel, por el desayuno… incluso por esa habilidad del staff para mezclar en un mismo espectáculo acuático el vals El Danubio Azul, la banda sonora de Superman y el himno oficial de la comunidad vecina. Lo que puede dar de sí un fin de semana bien aprovechado.

Casi he podido olvidarme unos minutos de que la semana pasada me visitaron de nuevo el cerebro a través del Magnetom -la resonancia magnética- del Hospital de Conxo, y que si algo ha florecido o no, la suerte ya está echada. Sabéis que los radiólogos no te informan a pie de máquina así descubran que tienes plantada en la cabeza una coliflor. Por eso la vida familiar intensa y lo de tomar las aguas me ayudan a soportar la espera de noticias del frente, que llegarán en el momento que menos me espere. Os agradezco que no preguntéis, dejadme con mi incertidumbre, que me va en el sueldo.

Cuando era pequeño, la abuela Pilar, la madre de mi madre, desaparecía una vez al año durante una semana. «La abuela va a tomar las aguas», nos contaban en casa. La viuda de Fole, la señora Pilar «A alta» se iba con su metro ochenta de carrocería al balneario de O Carballiño y venía relajadísima. Ahora que a los balnearios de toda la vida les llamamos Spas, los efectos siguen siendo los mismos: regarnos nos hace bien.

El jueves volveré a la sala de tratamientos del Hospital de Día de Oncohematología del Clínico de Santiago. A la que cierre los ojos y me deje atravesar en el pecho por una aguja inspirada en el aguijón de una abejapótama de medio kilo, recordaré el fin de semana familiar cantando Asturias, patria querida en paños menores y seguro que me vengo arriba. Mi principal misión ahora que soy pensionista es acumular experiencias y buenos recuerdos de los que podamos echar mano, yo y los míos. Una vez que la burrocracia se ha relajado resulta más fácil organizar la supervivencia; antes era un infierno.

Hoy os recomiendo la lectura de esta crónica sobre una muerte corriente escrita por una compañera nada corriente como es Luz Sánchez-Mellado. Si os conmueve su relato, que os conmoverá a menos que tengáis el corazón de corcho, imaginaos lo que he sentido yo, que me he imaginado a mí mismo en la piel de Paquita, mirando el mundo en contrapicado desde un catre, tantas veces en los últimos meses. La muerte, como la vida, está llena de eufemismos y palabras trampa.

Cuando vi volar por primera vez a Superman en el cine Fraga de Vigo, yo tenía la edad que tiene ahora mi hija. Y sigo tarareando el tantachán, tatatachááááán de la partitura de Williams cada vez que tengo que echar mano de los súper poderes para seguir tirando. Hasta voy a las sesiones de quimioterapia con una camiseta oficial con la S en el pecho; cualquier día llevaré la capa, aun a riesgo de que me confundan con un tuno. Vaya la banda sonora por todas las Paquitas y los Paquitos «que nos aferramos a los barrotes de la cama como si nos agarrásemos a la vida que se nos escapa».

163. Sobrevivir no es suficiente

Regreso después de un silencio que solo tiene que ver con la coincidencia en el tiempo entre el cansancio acumulado y un viaje a Pamplona, vía Madrid, para participar en el Congreso de Oncología para Estudiantes (COE XI) organizado por la Universidad de Navarra. Vuelvo feliz de comprobar que el futuro de la oncología médica y la supervivencia de tipos como yo está en manos de gente que desborda ilusión, que tiene los medios, las ganas y la formación. Cada año que la medicina me mantiene vivo, mis hijos ganan un padre y la ciencia explora caminos nuevos para manatenerme en el más acá. 

En Pamplona animé a los oncólogos del futuro a que no dejen de emocionarse con los pacientes, con la profesión. Si a uno no le pone lo que hace, tanto da la medicina como la pintura al gotelé, entonces es mejor dejarlo. Hoy, que sigo predicando en el ámbito universitario, ya compostelano, intentaré trasladar un mensaje semejante a los investigadores del Ciqus.

En esta nueva vida de pensionista y telepredicador de la oncología me ayuda acercarme a la gente más joven, a la ilusión que transmiten, incluso a pesar de los agoreros que, desde las tarimas académicas, les pintan de negro el futuro. Cuánta motivación hace falta en la docencia universitaria. 

Concluyo este breve telegrama, esta prueba de vida, con otra de esas canciones que se me ajustan como un guante. Maestro Rosendo, recoja esa poesía vital de Tony Urbano, que cayó en el frente el año pasado víctima de «una larga enfermedad». El escenario es suyo. «No sé si estoy en lo cierto; lo cierto es que estoy aquí. Por menos otros se han muerto… Maneras de vivir». No sé vosotros, pero yo no me conformo con sobrevivir.

http://youtu.be/2ZK5zNkFgXc

162. Los apuros de un pregonero afónico. Viva Arzúa.

Murphy, que es ese hijo de puta que se encarga de que todo lo que puede salir mal, salga mal, se aprovechó de que soy un inmunodeprimido por obra y gracia de la quimioterapia y me castigó desde primera hora de la mañana de este sábado con una afonía tal que Pepe Isbert a mi lado era Gracita Morales. ¿Afónico? ¿Justo hoy que soy el pregonero de la Festa do Queixo de Arzúa? ¿Dónde se ha visto un pregonero afónico? Así que procurando no utilizar más de lo necesario mi voz de gallo Claudio en la intendencia doméstica, susurrando, empecé a pensar un plan B para salir del paso. Me llevé de la farmacia todos los remedios posibles, me metí lingotazos de miel… hasta pensé en darle al huevo crudo como el lobo del cuento. Para nada. Según se iba acercando la hora me parecía cada vez más a Lindo Pulgoso y menos al fulano que era ayer por la noche. «Solo me falta -iba rumiando yo solo- que ahora haga su entrada en escena el Irinotecagas -ese químico anticancerígeno que se manifiesta dándome la vuelta a las tripas cuando menos te lo esperas- y entonces los de Arzúa van a recordar toda la vida al pregonero de la edición número 40 de su fiesta». Tranquilos, no llegó la sangre al Iso.

Yo creo que fue el calor humano que me encontré en Arzúa lo que me ayudó a leer hasta el final un pregón que escribí de corazón. Aquí, un buen resumen. Mi hija me confesó después que a ella y a su amigo Lucas les daba la risa, pero no por el contenido, sino por la forma en la que mi voz pasaba de repente de canario flauta a mugido. El mensaje llegó a pesar del medio, y de eso se trataba. Gracias, Arzúa. Si me acompaña el chasis, el domingo vuelvo para escuchar a mi querido Kepa Junkera, a Treixadura y a lo que me echen.

Ahora que ya estamos metidos en la noche, voy y recupero la voz. Estoy por subirme a un banco de la calle y leer el pregón a los peregrinos que pasen, que siempre hay algún coreano deseoso de retratar a un friki typical spanish. Pero casi me voy a quedar en casa, que la noche lo mismo me confunde.

Voy a ir terminando, que para la próxima entrada tendría que resumir mi reciente aterrizaje en el inexplorado mundo del pensionismo. Sí, amigos, desde la Administración han resuelto, aunque de momento no ha llegado el cartero de la Vespa con la documentación que me anunciaron con un revolucionario SMS (están que lo tiran). Como el indio aquel con el que hacían coñas Les Luthiers, ya soy el Inca, el Inca-Paz. Todas las incapacidades son revisables pero, de momento, si alguien me pregunta: «¿Ocupación?» tendré que responder: «¡Pensionista!» Tengo sentimientos contradictorios que ya explicaré. Debería enterarme de si me puedo beneficiar de los viajes a Benidorm del Imserso, que allí hace sol y los pajaritos de María Jesús y su acordeón siguen sacudiendo las alas. Y si hay que remover la colita, todo será ponerse.

El miércoles me quimican por la mañana y me voy a un congreso por la tarde, concretamente al Congreso Internacional de Oncología para Estudiantes (COE XI). No me canso de decirlo: si puedo servir de ayuda, estoy dispuesto, que pacientes y médicos todavía tenemos que acercarnos más. Agradezco muchísimo esta invitación y confío en que la semana que viene no me salga ante los estudiantes la voz de Bob Esponja, de Darth Vader, de Mariano Rajoy… puedo ser poseído por cualquier ente animado, que está claro que a Murphy le pongo. Para que os quitéis el escozor que os pueda haber causado del vídeo de arriba, os doy las buenas noches con uno de esos clásicos del subidón. Simple Minds, Don’t You (forget about me). Dale, Kerr. Saludos pensionistas con mi voz de siempre. Visitad Arzúa; vale la pena.