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"El amor es algo muy resistente, se necesitan dos personas para acabar con él" José Luis Alvite

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171. Bajo mínimos

Éramos pocos y parió la abuela. Los daños colaterales en esta cruzada contra el cáncer no hacen más que aumentar. La última cefalea fue tan brutal que tuvimos que atacarla con morfina, y eso tampoco estuvo exento de efectos secundarios y de su correspondiente vuelta de tripas. Y se manifestó además un hipo tan exagerado que me pasé día y medio comprobando que no me hacía los coros la tuna compostelana cada vez que el bazo arrancaba por su cuenta la copla que empieza: «¡JHip, hip!» y termina con «¡Hurra!».

El hipo ha contribuido a llevar al límite el estado de extenuación en el que vivo instalado. Me cuesta incluso utilizar el teclado del ordenador, cosa que no había ocurrido jamás. En mi entorno más inmediato se emperran en que si hago propósito y chasqueo los dedos, volveré a ser el gladiador que era antes, cuando me alisté hace ya 18 meses. Juro que no puedo. Ni ayer ni hoy  me ha respondido el chasis. Quizás según avance el día… No es algo psicológico, es algo físico y es, ahora mismo, más fuerte que yo. ¿O es obligtorio estar al cien por cien todos y cada uno de los días? No pretendo dejarme llevar, pero hoy no tengo fuelle, ya lo tendré, que nadie me agobie más todavía. A ver si con música…

170. Círculos viciosos

En Santiago no tenemos medida: o llueve por aspersión o llueve al gotelé. Llegué del Mediterráneo con las baterías cargadas y el cortocircuito de los sistemas estaba asegurado. Debe de ser por eso que tengo el tren de aterrizaje más flojo que nunca. Los kilómetros caminados en los últimos cinco días por Barcelona me han destrozado los motores. Fue una escapada cojonuda, bien aprovechada, mejor acompañada, pero que me ha dejado hecho polvo… Como decía Woody Allen, «no me aceptaron en el Ejército, fui declarado inutilísimo. Sí, en caso de guerra sólo podría ser prisionero.» (Annie Hall, 1977). Pues eso, inutilísimo.

Ya me llega con los sermones del médico como para aguantar las palizas de los no colegiados. Yo ya sé lo que tengo que hacer y no me hace falta que me llenen el teléfono de mensajes que, en realidad, son órdenes. Qué manía de gobernar en la vida de otros, ¡rediós! Y ha sido regresar al terruño y arreciar la tormenta de curanderos sin carné que casi me exigen que me entregue a hierbas, potingues y limones y le haga un Steve Jobs por toda la banda a la oncología convencional. Que no, rehostia, que no. Que conmigo dais en hueso.

Las aftas en la boca entraban dentro de lo posible. Han tardado en manifestarse, pero aquí están. Soy un invernadero de efectos secundarios, todo un muestrario. Y sí, he puesto también las aftas en manos de la farmacia convencional, llamadme irresponsable; me gusta vivir al límite.

«Lo que necesitas alcalinizar tu cuerpo», han llegado a decirme. ¿Y qué carallo sabes tú si soy alcalino, ácido o mediopensionista? ¿De qué va gente? Va a resultar que el cáncer es como el fútbol: todo el mundo lleva dentro un entrenador y un oncólogo. Ya no soporto a los conspiranóicos que predican que hay un complot entre las farmacéuticas y nuestros doctores para asesinarnos en masa, no sin antes sacarnos bien los cuartos. También estoy muy a la defensiva ante los vendemotos telefónicos: «Le propongo un seguro de vida que le va a interesar», me dijo una voz del otro lado. A lo que respondí veloz: «Es posible, pero con un glioblastoma en el cerebro y las expectativas lamentables de vida que tal circunstancia supone, a quien no le interesa es a su compañía». Dicho lo cual, colgué. ¡A la mierda! No tardó ni dos horas en sonar de nuevo el teléfono: «¿Ha pensado en hacerse un seguro de decesos?». Me saltó de nuevo el piloto automático: «Mire, señor, ya lo hizo mi padre para toda la familia hace más de cuarenta años y, a estas alturas, le tengo pagado el cóctel de despedida a una legión de plañideras. ¡A la mierda!» Sí, estoy un poquito borde con ciertos asuntos, pero lo que te alivia soltar una de estas no hay dinero que lo pague.

En este post escrito desde la astemia me voy a ahorrar los detalles escatológicos de un apretón por el que la asociación catalana de hostelería habrá puesto precio a mi cabeza. Créanme que lo siento, pero fue la química, no yo. Qué mal se pasa cuando se pasa mal.

Acabo con otra de Woody Allen: «Amar es sufrir. Para evitar el sufrimiento no se debe amar, pero entonces se sufre por no amar, de modo que amar es sufrir y no amar es sufrir, y sufrir es sufrir. Si para ser feliz hay que amar, para ser feliz hay que sufrir, pero sufrir hace a uno infeliz, por lo tanto para ser infeliz uno debe amar o amar para sufrir o sufrir de tanta felicidad, y dejémoslo que es un lío.» (La última noche de Boris Gruschenko). Sed felices y no os metáis a dirigir la vida de nadie. Que cante Chicho Sánchez Ferlosio por las gargantas de Sabina y Pili Carbajo. ¿Por qué estoy cansado? ¡Porque no camina! ¿Por qué no camina? ¡Porque estoy cansado! Y así, hasta el infinito, doctor López.

169. Oiga, doctor, al habla el hombre  de las patas de gallina

Sin haber sido nunca un gran atleta, juro que antes de los acontecimientos sanitarios que nos ocupan tenía yo un par de piernas musculadas que daban envidia. Muchos años subiendo cuestas en Vigo, a pie, en bici… Unas pernolas, vaya. Esta mañana me he contemplado en pelotas en el espejo del hotel y donde había hierro puro me he encontrado dos patas de gallina que ya ni darían para el consomé de una familia caníbal delgadita. 

Mi oncólogo insiste en cada consulta: «¡Ande, ande, ande!» Sigo caminando cada día lo que puedo, bien es cierto que el andamio ya no soporta aquellos paseos kilométricos del año pasado. «Es que no puedo, doctor, me canso muchísimo». «Según estos análisis, no tiene usted ningún motivo para estar tan cansado y, a la vez, los tiene todos [gallegos somos, gallegos seremos…]. Esto es un círculo vicioso: se cansa porque ha perdido mucha masa muscular, y la manera de recuperarla es seguir caminando. Así que ande, ande, ande». No me va a quedar más remedio que llevarme la pandereta en la próxima consulta y seguirle la copla: «¡La marimorena, ande, ande, ande que es la noche buena!».

Además del cansancio, las tripas también me asaltan por sorpresa, así que tengo que medir muy bien lo lejos que estoy de un cuarto de baño. Por eso me he venido a Barcelona de nuevo, donde camino hasta la extenuación. Me hace bien además revisitar los espacios que marcaron mi educación universitaria: cómo han cambiado algunos, de qué manera hay otros que están exactamente como los dejé en 1994… Lo que más inquieta no es el paisaje, sino el hecho de apenas distinguir caras conocidas entre el paisanaje. 

Me hizo ilusión que una señora me preguntara en el avión si viajaba a Barcelona para firmar libros en Sant Jordi, justo el mismo deseo que una compañera de profesión expresaba en Tweeter. Pues no; lamentablemente, nadie me ha invitado, supongo que estarán los tenderetes de libros llenos de Belenes Estébanes y otros literatos de altura. No me habría importado, la verdad.

Voy a continuar con este paseo obligatorio a ninguna parte mientras mis piernas de gallina lo soporten. ¡Pitas, pitas, pitas! Oiga, doctor…. http://youtu.be/g3ey03MuQ4U

167. Sorpresa para el reservista pensionista

Son un equipo cojonudo haciendo periódicos. Son, además, grandes amigos. Pero guardando secretos hacen aguas, así que no tardé ni un par de horas en enterarme de que algo tramaban. En un país como el nuestro, acostumbrado a celebraciones de cifras gastronómicas y donde la filtración es un deporte nacional, empezaron a llegarme fogonazos de «no sé qué» comida de homenaje a Mirás, que después de 24 años palillando para La Voz de Galicia, se sitúa por obra y gracia del cáncer y de la Seguridad Social en la retaguardia del pensionismo.

Atando cabos, hasta me hice una idea de cuál sería el regalo. Pero lo que nos mata a los que nos creemos muy listos es que siempre hay alguien más listo que tú. Y si, como hice, me olí el pastel, me quedé tan corto que hoy, 48 horas después del mejor día del mejor peor momento de mi vida, todavía estoy de subidón, como la señora del anuncio de Aquarius dirigiendo la banda sonora de El Último Mohicano.

El caso es que me citaron el domingo para tomar algo, sin avanzar más. Me vino a buscar a casa una compañera de Administración y tiramos hacia los bares de lo viejo. Me cuidé mucho de decirle que, durante los últimos días, no había dejado de recibir mensajes de otros colegas de La Voz, que son o que fueron, y que decían cosas como «no podré estar en lo tuyo del domingo» «Me pilla fuera tu fiesta…» ¿Qué fiesta?, me pregunté después de recibir el primero. Lo dicho: guardan los secretos de pena, cuidado con lo que le contáis a la prensa.

La sorpresa que no era tal continuó cuando el gancho me subió a su coche y me llevó a un hotel. Otro en mi lugar, de no haber descubierto la encerrona colectiva que tramaban, hasta se hubiera puesto nervioso. ¿A un hotel a las dos de la tarde? ¿Así, a la brava? Mmmmm.

Cuando, aparcados en el subterráneo, subimos en un ascensor a las habitaciones, otro quizás se habría puesto en guardia, ya digo. Pero yo me temí que se abriría la puerta de la 138 y saldrían varios fotógrafos de la casa abrasándome a flashazos, alguno haciendo el indio en tanga o Lito, vocalista de la Orquesta Panorama, cantándome al oído una de Carlos Baute.

Loló, la rubia compañera del BMW, que no sabía que yo ya sabía, debió de imaginarse además que yo era un fresco porque no puse ningún pero a subir a las habitaciones de un hotel un domingo de ramos a mediodía. Fue un momentazo. En el ascensor equivocado bajamos a la cocina hasta que ya, por fin, después de cruzar varios ambientes, llegamos a la recepción. Y allí estaban todos, los muy cabrones: un total de 83 compañeros de La Voz, central, delegaciones y corresponsalías, que no encontraron nada mejor que hacer un domingo que organizarme una cuchipanda de despedida. Un «hasta luego», como les gusta decir.

Fue un despliegue humanitario realmente emocionante. Porque yo sabía algo de la trama, pero jamás imaginé que lograría reunir a más de ochenta currantes del periodismo y sus actividades satélites para rendirme honores. La rehostia. No me quiero ni imaginar mi entierro… «Si estáis todos aquí, ¿me queréis decir quién carallo va a hacer el periódico de mañana?», les pregunté. Callaron. En esto de la prensa hay una máxima que se cumple: el periódico siempre sale, aunque no haya periodistas. Como diría mi amigo Iker Jiménez: «Inquietante, amigos». Un abrazo, Iker.

Desde la puesta en escena al menú y el servicio, todo fue impecable. Pero para volver a rebajar mis ínfulas de listillo, la gran sorpresa la guardaban para el final. Después del segundo plato, escuché de lejos música de gaitas que identifiqué al minuto: «Joder, hasta han buscado un disco de Noitarega, ¡cómo se lo han currado!». Noitarega es el grupo de música tradicional en el que me hice gaitero cuando todavía tenía los dientes de leche, una de las mejores formaciones del sector que uno puede escuchar, y no lo digo yo. Lo que no me esperaba es que, de repente, la música que ambientaba el salón se iba a materializar. Y allí entraron por la puerta, detrás de un batallón de camareros, Nando Costas, Xosé Oliveira, Manuel Alonso, Xosé María Gutiérrez y Telmo Costas, Noitarega, tocando en vivo, sin trampa ni cartón.

El quinteto se colocó en una zona del salón, junto a mi mesa, y entonces descubrieron un póster que me dio el golpe definitivo: un yo de 1981 a tamaño real, gaita en ristre, rescatado de la memoria fotográfica del grupo. Acabé, claro, tocando la gaita con mi yo de diez años y chupa mil rayas, percutiendo el tambor, cantando… Después vinieron las palabras, unos regalazos a mi medida… el cariño, en definitiva, de tanta gente tan importante en mi vida, que todavía hoy no me he recuperado de la emoción y me he metido el chute químico de la jornada como quien se tomara una botella intravenenosa de licor café. Una portada falsa de La Voz con el titular «Nacho Mirás, reservista» puso la guinda a otro de esos gestos de humanidad que hacen que esté viviendo el mejor peor momento de mi vida. Nunca os estaré lo bastante agradecidos. Sois mi familia. Sirva este texto de agradecimiento a los que participasteis tanto en presencia como en esencia. Dentro vídeo:

163. Sobrevivir no es suficiente

Regreso después de un silencio que solo tiene que ver con la coincidencia en el tiempo entre el cansancio acumulado y un viaje a Pamplona, vía Madrid, para participar en el Congreso de Oncología para Estudiantes (COE XI) organizado por la Universidad de Navarra. Vuelvo feliz de comprobar que el futuro de la oncología médica y la supervivencia de tipos como yo está en manos de gente que desborda ilusión, que tiene los medios, las ganas y la formación. Cada año que la medicina me mantiene vivo, mis hijos ganan un padre y la ciencia explora caminos nuevos para manatenerme en el más acá. 

En Pamplona animé a los oncólogos del futuro a que no dejen de emocionarse con los pacientes, con la profesión. Si a uno no le pone lo que hace, tanto da la medicina como la pintura al gotelé, entonces es mejor dejarlo. Hoy, que sigo predicando en el ámbito universitario, ya compostelano, intentaré trasladar un mensaje semejante a los investigadores del Ciqus.

En esta nueva vida de pensionista y telepredicador de la oncología me ayuda acercarme a la gente más joven, a la ilusión que transmiten, incluso a pesar de los agoreros que, desde las tarimas académicas, les pintan de negro el futuro. Cuánta motivación hace falta en la docencia universitaria. 

Concluyo este breve telegrama, esta prueba de vida, con otra de esas canciones que se me ajustan como un guante. Maestro Rosendo, recoja esa poesía vital de Tony Urbano, que cayó en el frente el año pasado víctima de «una larga enfermedad». El escenario es suyo. «No sé si estoy en lo cierto; lo cierto es que estoy aquí. Por menos otros se han muerto… Maneras de vivir». No sé vosotros, pero yo no me conformo con sobrevivir.

http://youtu.be/2ZK5zNkFgXc

161. El cuerpo las hace y las paga; el INSS solo incordia. 20 de febrero 2015

Qué poco dura el alto el fuego en el frente oncológico. Salí de la sesión química de ayer hacia las dos de la tarde, después de seis horas largas entre esperas, papeles, chutes, consultas y ya, por fin, tratamiento. Se me acumularon las visitas en las sala de cortinas del Hospital de Día de Oncohematología y casi tengo que hacer un «¡Si me queréis irse!» ante el riesgo de que la enfermera -no sin razón- nos desalojase por la fuerza de las armas. No hacíamos jaleo, palabara, pero son las normas.

Salí bien, digo, con nuevos medicamentos en la receta electrónica que ya veremos cómo resultan. Esto de la farmacia va así: para la noche te dan las pastillas de dormir; para las mañana, las de despertar; las de contener la tripa, las de soltarla… tensión on, tensión off… y así hasta el infinito.

No sé si por la medicación, por capricho o por hambre, abandoné el hospital con antojo de churrasco, así que allá nos fuimos, al Fuentes de Conxo, mi querido hermano putativo Javier y yo, dispuestos a levantar un cadáver. Sin abusar y sin salsas, comimos, charlamos y salimos con las barrigas contentas. Nunca fui de grandes ingestas, pero ahora menos.

Mi organismo, qué cabrón, esperó hasta la noche, esta que acaba de terminar, para vengarse. La cefalea de la que vengo de resucitar, y que estuvo presente durante horas a pesar de las contramedidas pautadas, concluyó a las cinco de la madrugada, cuando lo que entró por Conxo salió por San Lázaro sin apenas digerir. Menos la bandeja, estaba casi todo. En serio, no abusé. Me apetecía churrasco y un tipo en mi situación debería tener derecho a darse algún homenaje. Lo de «mañana será otro día» no es siempre literal. He estado malísimo hasta hace un rato. Gracias que tengo en casa a la mejor experta en masaje capilar que se pueda tener, y mi cabeza pocas cosas agradece más; soy un yonki de la digitopuntura.

Pronto os contaré cómo se las gasta el Instituto Nacional de la Seguridad Social, que para resolver mi situación me ha enviado, vía cartero en Vespa y previo aviso por SMS, un cuestionario lleno de preguntas cuya repuesta ya conocen sus funcionarios. Y con la amenaza de que si no lo entrego en diez días, me encuentre como me encuentre, allá yo. Si digo acojonante me quedo corto. Me hará falta una carretilla para transportar todo lo que me exigen. Tienen las santas narices de preguntarme, después de relatar en base a mi historial clínico la gravedad del proceso que me acompaña, que «cómo afecta eso al desarrollo de mi labor profesional». Ellos mismos solicitan mi incapacidad permanente, parecen conscientes de lo que hay para, a continuación, sin salirse del protocolo, someterme al interrogatorio más denigrante al que un enfermo oncológico se pueda enfrentar.  Ya entraré en detalles. Me piden hasta el número de cuenta en la que ya me han pagado, pruebas documentales de que tengo hijos, de que tengo padres, que cuánto gana mi mujer… la de Dios. Para mear y no echar gota, os lo juro. Anda que como me entre la vomitona el día que les lleve todo salimos en el Telediario. Señores del INSS: ¡Un poco de sensibilidad, hostia! Salgan de su escafandra, que mañana les tocará a ustedes, a sus hijos, a la gente que quieren. «O que non as teña, que as agarde» (Pilar Campos Quintela, mi abuela).

Sigo pendiente de las noticias que me puedan llegar de Vigo, que ya adelanté en la entrada 160 que las desgracias nunca vienen solas. Todo apunta a que va a ir bien, seguro que sí.

Como en los programas de radio en los que se dedicaban canciones, quiero dedicar este post a la madre que me parió. Y ahora es cuando saco las maracas y pincho una de aquellas de Machín que, de tanto bailar agarrado Toñita Fole y Pepe Mirás en célebres salas viguesas como La Palmera, La Cruz Blanca o Las Cabañas, dieron como resultado del roce el cariño y tres hijos de los que yo soy el del medio. Ya pasó, mamá, ya pasó.

160. La dura vida del superhéroe. 16 de febrero, carnaval

Algún día, mi hijo le echará en cara a su madre que se le viese el cuello de la camisa de cuadros por debajo del traje de Spiderman. Vale que hace frío, que estamos en invierno y hay que prevenir, pero al ver a mini yo con su disfraz de hombre araña, el cuello de la camisa de cuadros verdes por fuera y un plátano en la mano que le obligaba, para merendar, a descubrir su verdadero rostro, me he acordado de aquella frase grandiosa del maestro Alvite: «Las mujeres, cuando tienen frío, te abrigan a ti». Allí estaba el enano, preparado para escalar los muros de la Cidade da Cultura de Galicia y salvar a la humanidad, sometido a la voluntad de su santa madre. ¡Tratad de mantener la dignidad en semejante tesitura! Da igual que seas un superhéroe de Marvel: tu madre te abrigará siempre y si es hora de merendar que se esperen los villanos ¿o estás tonto? Cuando lo he visto con la camisa, el plátano y la máscara calada en la cabeza como la boina de Paco Martínez Soria, le he perdido el respeto como superhéroe. Ha sido inmediato. Igual que aquella vez que contemplé en el vestuario de la piscina, en pelota picada, a un célebre magistrado y a un ex-alcalde. Cómo nos igualan los vestuarios y los gestos mundanos, amigos.

Me está yendo mejor la fase física de esta última andanada química que la moral. Yo puedo desnudar los detalles de mi enfermedad cuándo y de la manera que me parezca, pero no los de los demás. Lo dejo en que esta vez le ha tocado a alguien cercano y empiezo a pensar si no habrá por ahí circulando algunos muñecos de vudú que tengan puestas las caras de mi familia. Ya está pasando la broma de castaño a oscuro y por eso -y alguna otra cosa- tengo el ánimo tocado en la línea de flotación.

Mientras el físico me acompañe tengo pensado seguir protagonizando actos de rebelión contra las normas establecidas. Tanta prohibición y tanta carallada… No sé si haciendo todo lo que me dicen que haga y dejando de hacer todo lo que me dicen que no haga viviré más pero, como al del chiste, «se me va  a hacer largo». Por eso que a nadie le extrañe verme, como esta tarde, en un festival de rock con los niños; en una playa lloviendo; en un supermercado; haciendo gimnasia en esos aparatos para adultos que han florecido en parques y jardines que, por lo visto, solo uso yo… Estos gestos de insumisión me suben además la moral porque me siento un poco más útil, más válido, más capaz. Tampoco se trata de hacer el indio, pero nadie mejor que uno mismo para saber dónde están los límites. A la que pueda subirme a un avión que aterrice cerca de una playa me doy el piro y no regreso hasta que no se me acabe el dinero.

La ventaja del carnaval es que las cicatrices de las craneotomías no llaman demasiado la atención. Siempre puedo chulearme de lo logrado que está mi disfraz de Frankenstein creneotomizado de A Salgueira. El otro día una chica me reconoció en La Bodeguilla de San Lázaro, local de cabecera donde los haya, y me espetó una frase grandiosa: «¡Tú eres… tú eres… (se quedó pensando)… tú eres ¡ese!»

«Efectivamente, yo soy ese», le dije sacando del armario mis fondos más pantojianos. Después cruzamos unas palabras más, me explicó que me seguía… esas cosas. No me parece mal que me pregunten si soy ese, estaría bien a estas alturas.

Hoy el pobre Spiderman que duerme en la habitación del fondo no ha tenido su mejor episodio. Además del tema bochornoso de la camisa de cuadros, en casa he tenido que desautorizarlo porque cogió una rabieta nada digna de un niño araña por culpa de unas salchichas. Qué dura es la vida del superhéroe menor de edad, meu rei, sobre todo si solo tienes cuatro años.

Como en el hospital me han retrasado el cuadro tóxico en el tablao químico para el jueves, tengo un día más para hacerme a la idea. Haber descubierto que una cucharada de helado de limón -el de Mercadona, mismo- neutraliza las náuseas es algo impagable que le deberé siempre a Mercedes Fernández, compañera veterana del frente oncológico que, por cierto, cada día está más guapa.

Sigo esperando por la resolución del Instituto Nacional de la Seguridad Social que, haciendo un tremendo alarde de medios técnicos, me ha enviado un SMS diciendo en letras mayúsculas (petardos, el uso de mayúsculas en este mundillo quiere decir que estás gritando). Pues me han gritado: «EL INSS INFORMA QUE  SU RECONOCIMIENTO DE INCAPACIDAD TEMPORAL SE HA RESUELTO CON INICIO DE INCAPACIDAD PERMANENTE. PRÓXIMAMENTE RECIBIRÁ LA NOTIFICACIÓN». O sea, que gastan un mensaje para avisarme de que un cartero llamará a mi puerta. Y seguro que en ese momento no estaré, o estaré en el váter, me dejarán un aviso en el buzón y tendré que acabar yendo yo a Correos al día siguiente. El futuro es la rehostia, doc, no sé si estoy preparado para semejantes avances.

Me está saliendo un pelo de rata en la zona de la cabeza que me radiaron el año pasado. Lo que Cela llamaba «pelo de hijo de puta». Para poca salud, ninguna, así que voy a poner a trabajar a la trasquiladora. Spiderman, por cierto, se enfadó muchísimo el otro día y empezó a gritar: «¡De mayor no quiero ser calvo como papá!». A continuación me preguntó si «luego» y «después» eran palabras con el mismo significado. Si nadie te prepara para educar niños, cómo carallo vas a saber educar superhéroes. Dentro REM, Imitation of life.

158. El cuerpo muy mal, pero una gran…

Parafraseando a Alaska: Tengo el cuerpo muy maaaal… pero una gran ¡vida social! Qué malito he estado de nuevo, amigos. Desde que el miércoles me atacaron químicamente por todos los frentes, las horas siguientes han sido un suplicio. Sigo sin acostumbrarme a que me pinchen en el pecho para llegar hasta el reservorio que llevo implantado, pero lo peor son los efectos secundarios del cóctel intravenoso.

No sé ya si llamarle migraña, cefalea o directamente tortura al dolor de cabeza que se me instala en el lado derecho -el que me aserraron dos veces los neurocirujanos para extraer sendas raciones de sesos bien servidas-, irradia hacia la parte trasera del ojo y me incapacita como ser humano durante horas. El jueves fue un horror, con sus correspondientes episodios de náuseas que neutralizo con las contramedidas recetadas. Y aunque hoy he arrancado mejor -no al cien por cien-, confío en que las hostilidades me permitan acudir con la dignidad que requiere la convocatoria a la entrega, esta tarde a las siete en Aula Noble de Fonseca, del VI Premio Dereitos Humanos que me ha concedido el Ilustre Colegio de Abogados de Santiago.

No he podido negarme tampoco a ser el pregonero de la edición número 40 de la Festa do Queixo de Arzúa, así que si las piernas me sostienen, el 28 de febrero a las 13.00 allí estaré, en la tierra del queso y de Ana Kiro, pregonando para quien quiera escuchar. Me convocan también en marzo al Congreso Internacional de Oncología para Estudiantes organizado por la Universidad de Navarra. Me parece magnífico que los futuros encargados de mantenernos en el más acá quieran escuchar al paciente. ¿Veis cómo encaja lo del cuerpo muy mal pero una gran vida social? No formaba parte de mis planes hacer apostolado de mi enfermedad, pero si puedo servir de ayuda…

Tengo libertad química condicional hasta el 18 de febrero. Y entonces, de nuevo, caña al mono. Me hace bien estar entretenido a mi ritmo. No estoy para horarios ni turnos, pero la casa me come y necesito airearme. Es posible que dé la sensación de estar en todas las pomadas, pero va por todas las que quizás no pueda estar. Reitero mi compromiso con la campaña que lleva a cabo desde Vigo Beatriz Figueroa, que no reclama para ella, sino para todos. Este marco legal español que regula la situación de los enfermos de largo recorrido como nosotros un día se volverá contra quienes, creyéndose inmunes, lo redactaron y contra quienes lo aplican sin contemplaciones, incluso echando mano de amenazas preconstitucionales (orden del 21 de marzo de 1974). Todo muy moderno, oye, muy actual. «Como me ves, te verás, como te ves me vi…» Salgo a que me dé el fresco. Que no pare la música. Nos vemos en Fonseca, en Arzúa, en las rúas de Santiago… por ahí.

157. La humanidad, un bien tan escaso que sorprende.

Si la visita a la unidad de vigilancia médica de la Seguridad Social no ha sido para nada lo traumática que cabría esperar, ha sido gracias a que, como ya he escrito más veces, por encima de un sistema injusto, obsoleto y con todos los defectos que se pueda uno imaginar, están las personas. No voy a dar nombres esta vez, pero agradezco de corazón el trato recibido. La humanidad no abunda en algunos departamentos de la Administración. Aún diría más: es un bien tan escaso que cuando reluce, sorprende.
En los próximos días, una comisión decidirá sobre mi situación laboral para los restos. La economía me preocupa, porque la normativa española te puede dejar en bolas justo cuando más abrigo te hace falta. No es lo mismo cobrar el cien por cien que el 55, lo sabe hasta un niño de primaria. Y nuestro avanzadísimo sistema de protección social te puede dejar con la mitad del sueldo en plena agonía, es así. Confío en poder vaciar lo que me queda de cerebro de preocupaciones monetarias para dedicarme al triatlón químico que tengo por delante. Voy a confiar esta vez en el sistema, que para rectificar tengo tiempo y un teclado protestón con la batería cargada.
El pronóstico médico sigue siendo malo, pero el ánimo lo mantengo amarrado con una cadena. Malo, sí, nunca ha sido de otra manera.
Después está el asunto de los pagos habituales: a 30 de enero, diez de la mañana, estamos igual que ayer, con los haberes pelados. De nuevo voy a ser optimista y confiar en que el tipo de la mutua que tiene la responsabilidad acierte con el botón adecuado en las próximas horas. ¿Ya? ¿Tan difícil es?
Viene mal tiempo para el fin de semana, así que voy a tratar de ponerme la mejor de mis caras, que el día 4 llega enseguida y me espera un torrente de emociones citotóxicas en la sala de tratamientos. Abrigaos, que dan nieve a quinientos metros y lo mismo tenemos que ir de Santiago a Lalín en trineo.

156. ¿Cuándo se cobra aquí?

Como de costumbre, a día 29 ya ha cobrado toda la plantilla menos el enfermo coñazo que suscribe, que sigue esperando a que le aflojen la mosca porque la normativa española permite a quien tutela a personas como yo que una empresa privada con la que no hemos firmado jamás un contrato laboral nos administre los haberes cuando le salga de los huevos a los que la gestionan. ¿Hipoteca? ¿Gastos extra? ¿Cáncer? ¡No joda, señor!
Entre ayer y mañana, eso sí, habré perdido bastantes horas de mi cada vez más valioso tiempo en pasear informes médicos entre el hospital que me mantiene vivo y la unidad de vigilancia médica de la Seguridad Social, que me mira como a un sospechoso de explotar unas anginas. Seguro que mi oncólogo habría atendido a un par de pacientes con fecha de consumo preferente en el tiempo que desperdició en redactar y resumir unas memorias sanitarias que están en una red informática, a disposición de un funcionario que quiera pulsar una tecla. Es voluntad, no otra cosa.
Bastantes horas me paso ya conectado a una máquina en una sala de tratamientos como para, además, tener que hacer de cartero de la SS y llorarle a la mutua que me pague lo que me debe en tiempo y en forma. Pero a ellos les dan lo mismo mis circunstancias, mi supervivencia, mis expectativas. Después se colapsa el sistema y no faltará quien le eche la culpa a la gripe. ¡O carallo!
Hay quien me recomienda que no desperdicie energías en enfrentarme al sistema. Pues lo siento, pero voy a seguir haciéndolo, porque me hace bien, porque me desinfla la vena y porque, como dice mi amigo Xosé, nadie hizo una revolución sentado. No soy un fulano manso, y menos en la tesitura actual. Pienso levantar la voz y lo que haga falta mientras me queden fuerzas: todo eso del alma y la calma que repito hasta hartar. Y si lo que dejo por escrito sirve para que alguien reflexione y piense en cómo cambiarlo, entonces daré la mala hostia con la que nací por bien empleada.
Mañana acudiré puntual a la cita con los vigilantes, aunque para llegar a la hora impuesta tenga que zapatear a mis hijos. ¿Saben a qué hora entran los niños en el cole? ¡Qué coño van a saber! Ustedes a lo suyo. Tendrán la literatura que me piden y lo que queda de mí para mirarme con lupa. Solo les pido que sean tan ágiles en resolver como lo son en exigir. Como me ven, se verán, que ya decía mi abuela que el que no las tenga, que las espere. No, «no soy un fulano con la lágrima fácil, de esos que se quejan solo de vicio. Si la vida se deja, yo le meto mano y si no, aún me excita mi oficio…». SS también son las siglas de Sabina y Serrat, que son mucho menos tóxicos que los burrócratas que nos perdonan la vida.