147. La tregua de San Silvestre.

por Nacho Mirás Fole

Lo único bueno que tiene visitar de vez en cuando la sala de calderas de la existencia es que cuando, por fin, la vida enciende de nuevo el aire acondicionado y cesan las hostilidades, disfrutas tanto la sensación de alivio que no te lo puedes creer. ¡Coño, pero si vivir era bonito!!! Es lo que ha ocurrido entre hoy y ayer, con una tregua concedida por parte de los infraseres que gobiernan los efectos secundarios de la industria farmacéutica que llevo puesta por todas las vías imaginables, de esta química Prêt-àporter que, como el amor desbocado en aquella canción de Camilo Sesto, «me mata y me da vida a la vez…«

Qué alivio, amigos, esto de resucitar. Aunque no me siga el tren de aterrizaje. Aunque tenga que ir con pies de plomo preocupado pensando desde dónde me dispararán el próximo cañonazo. El avance, de todas maneras, ha sido de tal calibre que mañana podré por fin estar muy lejos de mi casa y muy cerca de mis hijos. Si este bienestar provisional -insisto en lo de provisional, que andan los demonios rondando- alivia también la tensión de los que vivís mis males como si fueran vuestros, entonces todo tiene mucho más sentido y descansamos juntos, y juntos es mejor. Yo prometo dedicaros las uvas de fin de año, aunque me atragante en la cuarta, y vosotros brindad a mi salud, que a mí, como a Madrid, no me conviene la botella.

Tal día como este 31 de diciembre del año pasado, lo recordaréis, me llegó el pronóstico maldito, que sigue teniendo validez 365 días después con coberturas ampliadas. Así que, aún pendiente como estoy de la anatomía patológica del hijo de Casiano, comprenderéis que no me preocupe en exceso conocer los apellidos de la criatura, que fue expulsada por la fuerza de las armas e insistirá, como ha venido haciendo, en volver a presentarse. Para eso vamos a drogarlo a chorro en los meses venideros, con una próxima sesión el 8 de enero a través del Celsito que llevo instalado en el pecho.

Hay quien se sorprende porque, estos días, voy con una mochila puesta del revés, como si temiera a que me robaran la cartera en un supermercado o en la misa del peregrino. Es mi versión particular del escudo del capitán América. Mis amigos, que son mucho de dar «peitazos», que dicen los de Verín, -pechadas, pechazos…- me sorprendían a traición y acababan incrustándome el reservorio en todo el esqueleto, con las molestias propias de semejante maniobra. Así que si me asaltáis por la calle, y mientras no me coloco una señal de dirección prohibida, evitad mi lado frontal derecho. Achuchadme el izquierdo todo lo que queráis, pero evitad estribor, os lo pido por favor, que me metéis cada hostiazo que un día se me sale el Celsito por una oreja y tengo que ir al servicio técnico para que me lo reinicien.

Hoy, después de tantas jornadas de horror, ha sido un gran día. Aprovecharlo o que pasara de largo, como decía Serrat, dependía en parte de mí. He caminado, he alternado, he visto a algunos de mis compañeros de La Voz, he hecho vida casi de ser humano. Hasta he celebrado un cumpleaños de alguien que, por cierto, está más joven que la semana pasada. Además, he acabado -de momento- con el antibiótico aquel tan caro y con la cortisona, así que químicamente estoy mucho más saneado, dónde va a parar. Se me nota en la carrocería. Hasta creo que tengo mejor color. El camino de Santiago en sentido inverso será largo mañana, pero el premio que hay en la meta navarra bien lo vale; ellos son los que le dan sentido a todo, esos locos bajitos que se incorporan, mis miniyós, mis herederos.

 Los de la «prestación por incapacidad» -que es esa manera estúpida de referirse a la pasta con la que vives cuando estás enfermo, como si mendigaras-, se han portado, todo hay que decirlo, así que le deseo un buen año al que le dio puntual al botón del ingreso. Si mantenemos los pagos así de ordenados, un día hasta igual hablo bien del sistema…

Daos todos por felicitados de cara al último día del año y el primero del siguiente. Si alguien tiene mucho interés en que le emborrone su ejemplar de El mejor peor momento de mi vida, que me busque en la vieja Iruña en los próximos días. A mis hijos les entusiasma que no me riñan por pintarrajear libros con una pluma. «En el cole no nos dejan», me dicen ellos, que son muy limpitos.

Me iré a la cama con los dedos cruzados, que está Murphy de guardia y con este por ahí suelto uno nunca sabe si va a acabar durmiendo sentado entre anacondas.  Y tiro de discoteca con uno de los temas clásicos de estas memorias sanitarias. Dentro The Divine Comedy: Tonight we fly. Confío en que volemos hacia arriba, amigo Neil Hannon, sin mirar al fondo, que está lleno de bichos. Deseo de verdad que, por encima de todo, el 2015 sea el año de la salud; lo demás llega por añadidura. Como si no llega. Carguen, apunten… ¡besos!