141. Oda de Calamardo el inflamado

por Nacho Mirás Fole

Pues no pudo ser, señores,

la quimio del primer día,

que se me hinchó la sesera y tal tamaño alcanzó

que el doctor dijo que no:

«Si le bajo las defensas y la herida se le infecta,

igual en vez de curarlo, le volamos la cabeza».

Lo saben los estudiantes, lo saben los licenciados.

Si usted lo quiere saber, váyase a la wikipedia:

Es el seroma, lector, grasa líquida suero y linfa,

usualmente acumulada bajo una herida reciente,

que le complica al paciente, que paciencia tiene poca,

la ansiada recuperación y los cojones le toca».

El caso es que en vez de chutarme, en sala de tratamientos,

me llamó el doctor Allut y, sin muchos miramientos,

me pinchó sobre la herida y me drenó el pensamiento.

Que digo yo que operado, sin dos trozos de cerebro, sin tumores y sin riego,

debo de tener el tarro más vacío que un trastero.

Es un misterio, señoras, la cosa del cuerpo humano,

que resiste lo que sea por mucho que le metan mano.

Me remataron gracioso con un gorrito de gasa,

que me amusulmana en los polos hasta tal punto, lo juro,

que si juro por Alá en medio del Obradoiro y lo observa el arzobispo,

me corren a tiros, oigan, en nombre de Dios es Cristo.

Guerra santa en tierra santa.

A esperar pues hasta el lunes, para empezar tratamiento,

lo cual tiene una ventaja que muy mal tampoco encaja:

me inyectarán a granel -ya vendrán buenas diarreas-,

mientras España reparte una lluvia de pedreas.

No me imaginaba yo, chutado a la lavadora,

que sería San Ildefonso el de la banda sonora.

Tiene coña que la quimio, freno para el ataúd,

me cuadre justo en el día… ¡el día de la salud!