133. ¿Está grave? Bah, pues no cobre. ¡Y no joda!

por Nacho Mirás Fole

Recapitulemos: 30 de noviembre, se acaba el mes, aún no hace una semana que me han abierto el cráneo por segunda vez en menos de un año para extirparme un tumor cerebral de grado tres. Tengo dolores por todas partes, duermo de pena, llevo más medicamentos en las venas que sangre, estoy hinchado de cortisona, kepra y otros venenos que me reviven, todo bien sellado con 26 grapas metálicas.

En semejante tesitura, vulnerable en lo físico como nunca, en lo anímico como pocas veces y en lo económico como jamás, el sistema ya se encarga de darme la puntilla. Porque podría entrar suave, pero el derecho a la pataleta me relaja y no pienso desperdiciarlo; es gratis. A día de hoy, en las empresas serias de España -yo trabajo para una y me siento orgulloso de ello- la plantilla ya ha cobrado. Mis compañeros sanos pueden hacer frente a los gastos inesperados, a los esperados, a la hipoteca, a la vida… todos menos los incapacitados como yo. «Porque a usted ahora le paga la mutua» -me dijo una empleada de bata en tono de perdonarme la vida-  y la mutua no tiene por qué pagarle en el mismo plazo que su empresa-«. Yo no recuerdo haber firmado jamás un contrato de trabajo con una mutua. Pero el sistema legal le permite a una empresa privada a la que soy ajeno que administre mis bienes, revise los informes médicos de los cinco especialistas que me mantienen vivo y, encima, me trate como si me perdonara la vida. ¡A la mierda!

Le legalidad española le permite a este servicio privado que ahora me paga porque soy un inútil a la fuerza, administrar cuánto, cómo y cuándo. Se me ocurre, desde el trozo de cerebro que todavía tengo operativo, una cuenta sencilla: ¿Quién se queda con los intereses, ya sea de un día, de diez o de lo que tarden en hacer el ingreso, de todos los que como yo seguimos sin el haber en la cuenta? Se los quedan ustedes. Suma y sigue. Su cuenta de resultados. La legalidad los ampara. Y a los que como yo, convalecientes y jodidos, tenemos que echar mano de lo que pueda quedar de colchón económico o de ayuda o cuestación para seguir yendo al supermercado, que nos jodan. ¡No moleste con sus pupas!

Algo hay de insano en un sistema que prima la cuenta de resultados de una mutua sobre la recuperación de un enfermo grave. Lo mío es grave, no es un esguince de frenillo: recidiva de astrocitoma anaplásico grado III en menos de un año. Un cáncer de cerebro, ¿saben leer? ¡CÁNCER DE CEREBRO, CHUPATINTAS, y esta vez era del tamaño del riñón de un conejo! Quiero lo que es mío el día que es mío, o sea, ya.

Claro que la mutua no está sola en su despropósito, que le anda a la zaga al Instituto Nacional de la Seguridad Social (y de las JONS). Así como llegué con 26 grapas de metal en el cráneo a casa después de haber sido operado, el INSS me tenía guardada en el buzón una notificación pidiéndome explicaciones.

Bueno, ni eso. Ellos te mandan el aviso y como tú estás incapacitado, la persona que te acompaña y que ya bastante tiene con perder su trabajo y ocuparse de ti, tiene que ir en tu nombre a Correos con tu carné para recoger una nota que dice lo siguiente:

«En relación con la situación de incapacidad temporal en la que usted se encuentra, le convoco en el lugar y fecha abajo indicados a fin de efectuarle el pertinente reconocimiento médico, necesario para evaular, calificar y revisar la situación de incapacidad».

Me citaron para el el 28 de noviembre, cuando fui intervenido de urgencia el lunes 24. Lo cachondo es que la orden de salida de semejante trámite se fechó el día 17, y para ese día ya estaba mi operación en marcha, por urgente y perentoria. Pero ya sabéis: el Ministerio de Empleo y Seguridad Social, Secretaría de Estado de la Seguridad Social, Instituto Nacional de la Seguridad Social, no cruza un dato con la sanidad gallega así le vaya la vida en ello. Tuve un preoperatorio, varias consultas con especialistas, la programación de un quirófano… en fin, todo lo que conlleva una intervención urgentísima, pero eso al sistema no le consta y me pide informes a mí, en la era de los hombres en Marte:

«Deberá acudir con el Documento Nacional de Identidad o Número de Identificación de Extranjero -ya se ve lo personalizada que es la comunicación- y la información clínica que obre en su poder, relacionada con su enfermedad o lesión origen de la incapacidad, indicándole que la información sanitaria que usted aporte será tratada por nuestro personal médico con todas las garantías de confidencialidad exigidas por la normativa vigente».

Y no acaban sin amenazarte: o trae lo que se le pide o se le extinguirá la prestación económica por incapacidad temporal «con efectos del día siguiente del vencimiento del plazo mencionado». ¡Pero si no me han pagado, burros! Para eso sí que están rápidos, sí, pero para abonarme lo que me toca, la mutua goza de derecho de pernada y cuando ya pasan de las 12.00 del 30 de noviembre mi pasta sigue sin llegar. Tengo tantas ganas de repetir «a la mierda» en modo copiar y pegar que casi mejor me contengo o acabaré bloqueando el ordenador.

Los dos tumores cerebrales extirpados en menos de un año son míos y el problema también. Pero yo no soy más que un pequeño ejemplo de cómo se gestiona la incapacidad en España. Me refiero a la suya, gestores burrócratas, no a la nuestra. Porque recuerden que no son ustedes inmunes, y que el tumor que ahora me muerde a mí se comerá un día sus cerebros, sus pulmones, los de sus hijos o los de sus padres…

Necesitamos ya un sistema que prime la recuperación del enfermo y su amparo total, administrativo y económico, y que no le complique más lo poco que le quede de vida. Y ahora, si quieren, bórrenme del sistema o mátenme directamente, que seguro que enterrarme les sale más a cuenta. Iré informando puntual de cómo va lo de la pasta. Este es el país en el que vivimos. Sobrevivimos (unos peor que otros).