121. Negra sombra que me asombras

por Nacho Mirás Fole

Regreso de Madrid con las baterías en verde y, al mismo tiempo, con una sensación contradictoria que me remuerde. Todo ha ido muy bien: el diálogo en el foro de la Sociedad Española de Oncología Médica, haber abrazado a grandes amigos a los que hace tiempo no veía… incluso la productiva visita a la Appel Store de Sol, de la que salí literalmente renovado. Acompañó el tiempo, dormí en un hotel de seis almohadas -todo un exceso del acomodamiento-, desayuné café con porras, caminé un par de docenas de kilómetros largos, me camuflé en la marabunta de la Ribera de Curtidores el domingo por la mañana… Pero algo me «desacouga» (desasosiega): incluso las actividades agradables que realizo son consecuencia de que tengo cáncer, y eso es así. ¿O qué iba a pintar yo en la capital de España, coño, un fin de semana de otoño?

Se extrañó el sobrino de la tía Claudina en otro viaje a la villa y corte de que no estuviese eufórico cuando un jurado decidió que este espacio que compartimos, yo como productor y vosotros como lectores, fuese considerado la mejor bitácora personal de España en los premios 20Blogs. Y así fue: me puse contento por el reconocimiento, pero sin olvidarme de que me honraban por estar escribiendo sobre una enfermedad grave con la que convivo, no por haber imaginado una novela erótica. El temor al tumor me obliga a contener las emociones, pero creo que no puede ser de otra manera. Eso no quiere decir que viva en estado de acojone permanente, pero sí que tengo muy presente lo que hubo, lo que hay y lo que podría venir; de ahí la prudencia. Como Rosalía de Castro, yo también tengo una negra sombra a la que le puedo cantar:

En todo estás e ti es todo,
pra min i en min mesma moras,
nin me deixarás ti nunca,
sombra que sempre me asombras.

Volando anoche hacia Santiago me asaltó una melancolía tal que acabé escuchando en bucle la versión del Boig per tu de Sau en la que colaboró Luz Casal, una canción que me traslada a aquel 1992 olímpico de las patatas bravas del Alaska, las noches de cine en el Kursaal y las copas del Impacto en Cerdanyola del Vallés, a la felicísima y lejana vida universitaria: mucho más pelo y mucho menos cáncer. No creo que sea cierto que cualquier tiempo pasado haya sido mejor, no es eso, pero desde que tengo lo que tengo revivo todo aquello con tanta intensidad que el otro día me desperté creyendo que estaba en mi cama del G-308 de la Vila Universitària. Solo duró un instante, pero fue tan real que estuve a punto de bajar a desayunar a la cafetería de Ciencies de la Comunicació,

Arranca la última semana de octubre y sigo instalado en ese purgatorio administrativo que es el alta por agotamiento -recordad, de la baja, no del paciente-. He vuelto yo más rápido de Madrid que el mensajero a caballo que trae en sus alforjas las instrucciones del Instituto Nacional de la Seguridad Social sobre mi situación laboral.

Un poco trastornado aún por el cambio de hora, voy con el lunes. Esta tarde presentaré el libro en la nueva sede de la Asociación de Dano Cerebral Sarela. Será a las siete. No puede haber mejor foro: después del ictus y los traumatismos, los tumores cerebrales son una de las causas más habituales del daño cerebral adquirido. Seguro que los usuarios de Sarela tienen más que enseñarme que yo a ellos.

Me despido de momento con SAU, loco por ti, boig per tu. Nos vemos por ahí.