115. Estado de psicosis y ataques de estupidez

por Nacho Mirás Fole

Un mareo con sofoco y palpitaciones me llevó ayer a urgencias. No quería ir, que en ningún momento me sentí morir y sé bien que urgencias es un cajero automático de enfermedades donde es muy posible que salgas con más mierdas de las que entras. En la hora escasa que permanecí en el departamento de emergencias del Clínico de Santiago -lo de llevar puesta la etiqueta de paciente oncológico e inmunodeprimido te ahorra muchas esperas, para mi desgracia- me di cuenta de hasta qué punto la psicosis del ébola nos está salpicando a todos.

Ya me extrañó ver las ventanillas de admisión completamente cerradas, como las cristaleras blindadas de los bancos tras las que los empleados se parapetan de los clientes y de los atracadores. Yo no iba ayer con la intención de asaltar urgencias, pero hasta tres veces tuve que pronunciar mi primer apellido a través del penoso telefonillo para que me encontrasen en el ordenador.

No me hizo falta más que echar un vistazo para darme cuenta de que en urgencias todo el mundo está prevenido contra la peste negra del siglo XXI. Carteles de advertencia, contenedores a la vista con trajes de protección… No dudo yo de que haya motivos para la prudencia, pero es tal la psicosis que hasta acojona levantarse de la cama por si el cacao que viene de África también está contaminado. En el cole de mis hijos, los niños hacían aspavientos ayer en ante la presencia de unos mosquitos de patas largas que invadían el patio: «¡No los toquéis, que tienen ébola!». Los chavales nos copian hasta en nuestras paranoias.

Un electro, reconocimiento general, pulso, termómetro, tensión… En urgencias me vine arriba yo solo sin gastarle un euro al Servizo Galego de Saúde. Falta de sueño, nervios, ansiedad de descarga por todo lo vivido y lo aguantado… la cosa se quedó en un susto de fogueo que confío en que no se repita. Pero confieso que me acojoné en el aparcamiento de un supermercado, cuando me sentí raro y se me dio por pensar que si jamacucaba de nuevo, la que se montaría para localizarme. Por eso avisé a los cercanos, por si me daba. Pero no me dio. La verdad es que llevo todo un año sin que me dé nada que pueda llevarle la contraria a las pruebas que me han venido haciendo. Pero he recibido un tratamiento físico y químico de elefante siendo yo un piojo y claro, el que las hace las paga. Tiene sentido el bajón, tal como confirmaron los sanitarios de guardia. Allá los dejé, expuestos a las fiebres de otros.

La visita a urgencias, inducida y por tranquilizar, me dejó el mal cuerpo del recuerdo de hace un año, cuando ingresé en ambulancia con el culo al aire y salí con un carné de socio vitalicio del Oncología Médica Fútbol Club; un momento horroroso que ayer reviví sin querer.

A fulanos espantosos como el consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid quería ver yo metiendo la mano en un cubo de la basura lleno de vómito caliente para rescatar la dentadura postiza de una mujer con la que ayer compartí silla en la sala de espera. El trabajador de pijama amarillo y guantes azules no lo dudó y atrapó la prótesis mientras yo sostenía el caldero sin asco y todos tratábamos de tranquilizar a la paciente. La inmensa mayoría de la gente de la sanidad pública es así: primero piensan en nostros y actúan y luego, si acaso, ya mirarán por ellos. Pero este fulano de pelo blanco que se sienta en una poltrona pública de la capital del reino echa la lengua a pastar y carga contra las supuestas negligencias de gente que no dudaría en rescatarlo a él mismo de un cubo de la basura si su vida y su estupidez corrieran peligro.

Ojalá no quede más, de todo esto del ébola, que una sobreproducción de trajes de astronauta que tienen las mangas cortas y un susto colectivo que nos hizo reflexionar sobre lo vulnerables que somos a las enfermedades y a la idiotez. Aprendemos a hostias, con lo fácil que sería hacerlo a abrazos. Hoy estoy en perfecto orden de marcha. Ayuda ver sobre la capital de Galicia la boina azul del cielo infinito que ayer era gris marengo. Por cierto, tengo respuesta a la pregunta que se hace media España sobre los problemas de talla de los trajes de aislamiento: tienen las mangas cortas porque los diseña el mismo sastre que hace los camisones con lacitos que te dejan el trasero expuesto. Voy a respirar aire, antes de que venga un iluminado y me lo contamine con unas declaraciones.