114. Evaluando mi incapacidad (y venga de burrocracia)

por Nacho Mirás Fole

Pues hoy, que otoña que da asco en Mordor de Compostela, voy a dedicarle este post a Julio Fraga, lector de estas aventuras sanitarias que me acaba de parar en plena avenida da Coruña. Es la primera vez que nos vemos, pero alguien que te saluda por la calle porque te conoce solo de leerte bien merece unas líneas.
-¿Nacho Mirás?
-¡Por delante y por detrás!
Es la versión rabuda del hola don Pepito, hola don José con el que se saludaban ante los niños de España Miliki y Fofó, los payasos de la familia Aragón. Qué sano es saludarse y que poco lo hacemos, carallo, caminando con un ojo mirando al frente y el otro al Whatsapp.

Después de tocar podio el lunes, la carrera sigue. Todavía no tengo fecha para las vacunas ni para una prueba que hay que completar. Neumococo y gripe, en lote. Con semejante carga de inmunidad, Superman a mi lado va a ser sor Citroën.

Ayer me tocó comparecer ante el Equipo de Evaluación de Incapacidades (temendo nombre que se abrevia en las siglas EVI) de la Seguridad Social. Ya sabéis, ese departamento de la burrocracia española que te pregunta cosas que ya sabe y te pide informes que ya tiene. Pero voy a romper una lanza por los funcionarios que también sufren el corsé de uralita de un sistema que tortura al enfermo y le arranca las postillas cuando todavía ni están secas. Me consuela que siempre haya personas por encima del sistema. Y salí encantado de la entrevista con la inspectora Gloria Rodríguez, que me escuchó con atención, humanizó mi comparecencia y fue todo amabilidad con bata blanca. Le di la mano por educación, pero a punto estuve de plantarle dos besos.

Se trataba, una vez consumido el año de baja, de evaluar la posibilidad de una prórroga de seis meses. La cosa va así: la inspectora redacta un informe y, ¡viva la burrocracia que alimenta a tantas familias!, lo envía a una comisión que es la que tiene que determinar si vuelvo a ser productivo porque lo dicen ellos o me perdonan un poquito para acabar de curarme y no tener que andar por ahí, vomitando en los pasillos. Me imagino a los de la comisión vestidos con togas blancas y fonendoscopio al cuello, como una especie de tribunal del Santo Oficio o del juicio final.
El fallo les lleva su tiempo, claro, que entre los que estamos enfermos de verdad y los que se toman la baja para ir a la vendimia, si se descuidan en este país no aprieta un tornillo ni Dios.

Mientras sus señorías sanitarias se miran mi caso, sigo de baja, pero en tierra de nadie. Habrá que vigilar la cuenta, no vaya a ser que con tanto papeleo y tanto proceso sumarísimo se olviden de ingresarme la nómina, pensión o como se llamen los cuartos que alimentan a mis hijos y tengamos un problema de inanición por empacho de burocracia. Porque raramente la Administración peca de exceso y, sin embargo, lo del defecto le va en el nombre y en el organigrama, sobre todo a la hora de pagar.

Creíais que, con todo lo que acabo de contar, este miércoles ya no tendría que ir al ambulatorio y a pasear la baja como si fuera un perrito pequinés en un sobre ¿no? Error. Hoy también tengo que ir, pero a buscar el «alta por agotamiento», según me explicaron ayer en la Seguridad Social. El agotamiento bien podría ser mío pero, en realidad, se refieren a la extinción del plazo máximo de la incapacidad en la que vivo instalado. Llevaré pues el papel a la empresa y a la universidad y, aún así, seguiré de baja. No es el raciocinio lo que nos diferencia de los animales, sino la burocracia y, si acaso, el uso del papel higiénico.

Me encuentro razonablemente bien, aunque me sigue atacando a traición el cansancio derivado del tratamiento acumulado. Y sin haberlo intentado… ¡Me ha salido un pareado! Muchos me preguntáis cómo he celebrado o cómo voy a celebrar los resultados que me dieron el lunes. La normalidad, mirad, es la mejor celebración. No soy dado a grandes excesos, así que pienso únicamente en lo que tiene que ser una semana entera sin ir a una consulta, a una farmacia, a un centro de salud… Eso aún no ha ocurrido, así que la alegría es discreta. Y tengo muy presente que esto es libertad condicional, porque Casiano fénix podría renacer en cualquier momento de sus cenizas radiactivas, dar una patada en la puerta y acoliflorarme el cerebro para que se me bajen los humos de campeón. Planes semestrales, como mucho, y vivir al día.

Más pronto que tarde, confío, dejaré de contar tanto mi vida y volveré a narrar las historias de los demás, que para eso me licencié en esa ciencia de recrear la realidad que es el periodismo. Y volveré a clase cual Fray Luis de León para arrancar la primera sesión con discípulos nuevos, como si fueran los antiguos, a la voz de «Decíamos ayer…».

Gracias por las gracias que me dais y por toda esa energía que me ayuda a levantarme mucho más que la que me vende Fenosa, con el kilovatio a precio de camarón de la ría. Señores de la comisión del juicio final: no creo que me haga falta un prórroga de seis meses; yo soy el primer interesado en volver a producir. Pero concédanme un poquito de oxígeno todavía, que tengo que supervitaminarme y mineralizarme.

https://m.youtube.com/watch?v=6L6SP7g4Ny0