101. Estoy ofrecido (a San Roque)

por Nacho Mirás Fole

Nací en julio, así que tenía poco más de un mes y me hacía caca encima la primera vez que mis padres me llevaron a acampar a la romería de San Roque, en Vigo. Cuarenta y tres años después de aquella primera toma de contacto, San Roque ha perdido parte de su esencia romera, es un hecho: ya no van las familias a invadir la finca con el mantel, la empanada y la abuela. Se come y se bebe, pero en la hostelería de campaña y no tanto a la brava. No sé si seguirá existiendo la pulpería que tenía un nombre que era toda una declaración de principios: Fajanjasto (hagan gasto); la hija del dueño estuvo conmigo en el cole. Pervive, sin embargo,en el San Roque vigués el espíritu ciudadano, festivo y familiar, libre del botellón asqueroso en el que se han ido convirtiendo por contagio etílico muchas de las fiestas tradicionales del verano gallego y, por extensión, mundial.

En la tesitura actual, tocado como estoy por el puto cáncer, los poderes sobrenaturales del peregrino Sant Ròc de Montpellier -si los hubiera, que hay quien le atribuye más propiedades que un personaje de Marvel- me vendrían como Dios. Voy a la Wikipedia: «San Roque, santo protector ante la  peste y toda clase de epidemias, su intervención era solicitada por los habitantes de muchos pueblos y, ante la desaparición de las mismas, reconocían la intervención del santo, por lo que se le nombraba santo patrón de la localidad. Es además protector de peregrinos, enfermeros, cirujanos o cánidos, entre otros». Pues si el cáncer es una peste, como creo que es, o incluso una epidemia… sin haberle rezado yo jamás al mejor amigo del perro he descubierto este fin de semana… ¡Que estoy ofrecido!

Lo de que te ofrezcan a un santo sin haberlo pedido es un poco como si un tercero pidiera una hipoteca a tu nombre: te compromete para la vida. El caso es que paseaba el sábado con ascendientes y descendientes por la viguesa Calle Filipinas cuando mis hijos se interesaron por saber qué carallo eran todas aquellas partes de cuerpos de cera que se vendían en una especie de tenderete del vudú cristiano: manos, pies, brazos, tetas, cabezas, cuerpos enteros… . «Pues verás, Ane -improvisé-. Hay personas que creen que si rezan mucho y le llevan a San Roque el cacho de cuerpo que tienen enfermo, pero hecho en cera, se curarán». La niña apenas tuvo tiempo de encogerse de hombros porque, al momento, intervino expeditiva su abuela, mi madre: «¡Yo ya hice lo que tenía que hacer!».

-No estaré ofrecido, mamá, que te conozco…

-¡Y hace años!

-¿Queeeé?

-Sí, cuando estuviste enfermo de la otra vez ya le ofrecí un cuerpo entero.

-¿A San Roque? ¿Y estaba de vacaciones o ya no trabaja en la empresa? Mira para lo que me ha servido, ¡Si vamos a peor!

-Yo ya me entiendo con San Roque. Mañana iré a la misa de las nueve y ya sé lo que tengo que hacer.

Discútele tú a tu madre en semejante materia y trata de convencerla de que para ti es superstición lo que para ella es fe, de que la cabeza de cera que lleva en una bolsa no es tu cabeza. Nunca hemos sido en casa grandes rezadores, aunque mi padre tenga antigüedad reconocida como monaguillo a las órdenes de don Serafín en Santa Cristina de Lavadores. Tampoco de misa dominical, salvo causas de fuerza mayor como la romería que hoy nos ocupa, bodas, bautizos, comuniones, óbitos o situaciones que para resolverse requieren energía máxima en cualquiera de sus formatos, terrenos o ultraterrenos.

Lejos de entrar en profundidades he decidido no interferir entre la abuela de mis hijos y el santo de las postillas. Allá ellos y su tráfico de cera, pero si salgo de esta mi madre va tener todavía más motivos para seguir abonada a San Roquiño y a su chucho. Y yo tendré que declararlo santo patrón de la supervivencia. Lo que sí he hecho este fin de semana es revivir el espíritu de la fiesta en esa finca con pazo, capilla y corral en cuya falda la humanidad construyó la avenida de Madrid, la frontera que separa las alturas de O Couto, Santa Rita y A Rola de las casas baratas y de A Salgueira, con el río Lagares en el fondo del valle y allá, a lo lejos, San Pedro de Sárdoma y Castrelos.

Además de la cera que arde, en San Roque hay cosas que permanecen, como la megafonía de Collazo y sus altavoces en forma de corneta de sindicalista que sulfatan los decibelios de la misa hacia los cuatro puntos cardinales como si el cura fuera musulmán. Ahora lo llaman «sonorización», pero Collazo y su amplificación ya estaban allí cuando yo era pequeño. Sus anuncios trompetificados hacían en los años 70, 80 y 90 el servicio que ahora resuelven los Whatsapp: encontraban niños perdidos, las llaves de un Opel Corsa o avisaban a Marinita de que sus primas la esperaban en la puerta del Corral. Incluso le dedicaba Collazo el pasodoble Islas Canarias a Consuelo y Preciosa, llegadas a la fiesta desde Pazos de Borbén. Todo un tipo, Collazo. Las sandías redondas como balones; las rosquillas hojaldradas de Regino de Ponteareas; el Sitio de Zaragoza atacado con maestría por la banda de Rubiós… Como dicen ahora en esos grupos de Facebook, no eres de Vigo si no has mordido el polvo de la romería de San Roque.

Espero que la cera radiactiva de mi madre surta efecto y que el servicio de paquetería del Más Allá le haya hecho llegar la ofrenda al santo correcto, porque ayer estuve tan mal físicamente, tan escaralladiño, que pensé seriamente en volver a Vigo para pedirle a Roque la hoja de reclamación o secuestrarle directamente al perro y pedir salud como rescate. Como hoy he resucitado, voy a darle un voto de confianza a los negocios sobrenaturales de la señora Fole y el santo de las pupas.

De lo que no tenía ni idea es de que el perro de San Roque, que no tiene Rabo porque Ramón Ramírez se lo ha cortado, se llama «Melampo». Vigo está lleno de Troskis, Laikas y Tobis, pero ni Dios le pone «Melampo» al chucho; un problema de márketing. ¡Ven Melampo! ¡Toma, Melampo! No, no queda bien.

Voy a acabar con esa letra popular que dice así: «Por dicir ¡Viva San Roque! prenderon ao meu irmán; agora que o soltaron… ¡Vivan San Roque e o can!». Verano de chaqueta en Santiago de Compostela pero, al menos, nunca choveu que non escampara. Ya solo queda una semana para volver a la química. Seguid agostando mientras no septiembréis. Y pincho Maggie May de Rod Stewart porque es lo que suena ahora mismo en el Tosta e Tostiña, desde donde escribo hoy sobre el pasado muy pendiente del corto plazo del futuro. Collazo, amplifícame esto: