36. De la muerte y de la vida

por Nacho Mirás Fole

La única diferencia entre los tanatorios y los aeropuertos es que en los primeros todas las puertas son de embarque; no anuncian llegadas. Eso y el Duty Free. Hacia tiempo que no iba a despedir a nadie para siempre pero, en dos días, me ha tocado dos veces. Igual pensáis que un fulano en mi situación, esquivando la guadaña a tiempo completo, debería evitar ciertos lugares, pero cuando hay que estar, hay que estar. «Está morrendo xente que non morrera nunca» (se está muriendo gente que nunca antes había muerto), decía el domingo mi padre, tesorero de la retranca familiar, en el velatorio de mi madrina. Allí estaba ella, con el traje verde que se compró con mi madre en el Corte Inglés, la manicura hecha y el pelo arreglado como si tuviera billete de ida y vuelta a Madrid. Los tanatorios van camino de competir en los premios a la excelencia hostelera. El domingo había en el Vigo Memorial sofás de piel, calefacción programable con pantalla digital, una Nespresso, un bizcocho para matar -que ironía- el hambre, caramelos, Wifi, la prensa del día… Y azafatas de Alavai Airways que se preocupan de que a los vivos no les falte de ná. Restaurante, tiendas, habitaciones por si alguien quiere velar dormido… He pagado pastones por hoteles mucho más cutres. Lo del bizcocho es la rehostia.

Hoy me ha tocado repetir en Oroso, muy cerca de Santiago. Las comparaciones son odiosas, pero el Tanatorio Martínez, con sus columnas neoclásicas, mantiene el tipo. Por un momento pensé que estaba en el Casino de Torrelodones. Si el negocio le va mal a Martínez, que no debiera porque ya dice mi padre que «está morrendo xente que non morrera nunca», siempre puede reconvertir el local, que los bordes de la Nacional 550 dan mucho juego para la hostelería alternativa. En todo caso, y ahora me pongo serio, tanto en Vigo como en Oroso me centré en la circunstancia y no me dejé impresionar por la pompa. Los que embarcaron en el finger sin retorno merecían la mejor de las despedidas y así se la dimos. En realidad merecían quedarse, pero Dios sigue haciendo el indio. A ver si nos centramos de una vez, que esto ya está pasando de castaño a oscuro. Siga así, Señor, que acabarán abriéndole un expediente en el Consejo General del Poder Celestial y lo degradarán a perro de San Roque . ¿No está llevando la broma demasiado lejos? ¡Pare ya, que aburre!

No tengo ninguna prisa por acabar expuesto en un escaparate al otro lado de un bizcocho, así que sigo escapándole a la hostelería del juicio final como mejor sé: con rayos, truenos y centollos. De los rayos se ocupan Raquel, Mónica, Jesús… el personal de esa churrería atómica en la que hoy me han vuelto a freír el cerebro durante diez minutos. Ya solo quedan 19 sesiones de radioterapia; voy a acabar echándolas de menos. A ellas. A falta de una Santa Bárbara a la que rezar, los truenos los pone la Temozolomida, la química citotóxica de autor que me mata las células malas y las buenas. Es cierto que todavía no hay demasiados daños colaterales, aunque hoy he empezado a notar sequedad constante de garganta. No está probado que los centollos tengan propiedades anticancerígenas, pero los despachan sin receta.

En estos últimos días, entre tanatorios, acelerador lineal y drogas para putear al máximo a mi astrocitoma anaplásico en grado III y a su sombra, no dejo de pensar en una frase que me dijo el especialista hace dos semanas, seguro que con buena intención: «Aquí tenemos gente que, con lo suyo, lleva incluso veinte años viniendo a las revisiones». ¿Os habéis fijado en el detalle? Sería reconfortante si no fuera por el «incluso», que hace de la supervivencia a largo plazo una excepción. ¿Incluso? Pues no me deja nada tranquilo, doc. Si tengo 42 años y puedo durar, incluso, hasta los 62 ¿A quién coño le estoy pagando la pensión? Con semejante pronóstico voy a tener que empezar ya a bailar los Pajaritos de María Jesús y su acordeón en Benidorm, porque yo tenía planes para retirarme hacia los setenta tacos y pasarme otros veinte disfrutando de la jubilación. Joder, qué panorama.

Mañana (cuando publique el post ya será hoy), 4 de febrero, martes, es el Día Internacional contra el Cáncer. Por si no tuvisteis bastante con el Telediario del domingo; con la entrevista de la agencia EFE reproducida por varios medios escritos de toda España; con las charlas con Carles Francino en La Ventana, con Ramón Castro en Compostela en la Onda y con Isidoro Valerio en Voces de Galicia; o con los increíbles artículos de Manuel Jabois en El Mundo, de Jaime Mariño en Diario Responsable o de Luis Pousa o Mario Beramendi en La Voz de Galicia, mañana seguiré contando mi guerra de Gila para quien la quiera oír en el Bos Días de la Televisión de Galicia, por la mañana, y en Vía V, de V Televisión, por la noche. ¿Está el enemigo? ¡Que se ponga! La asistencia no es obligatoria. Prefiero eso a huir de la ciclogénesis explosiva de los cojones vegetando en el sofá mientras en el Discovery Max subastan las miserias de Norteamérica. Que estos días esté en todos los fregados es una cuestión de momento y de circunstancia. El estatus de celebrity de la oncología no me reporta más beneficio que el sentirme útil. Pero lo hago con gusto porque sigo convencido de que llamarle al cáncer por su nombre es una labor de servicio público. Mi propio padre sigue llamándole «petate». «O meu fillo ten petate». No, papá, soy cáncer y tengo cáncer. Además, paso de entrevistador a entrevistado también porque me da la gana; en mi vida soy yo ahora el único que tiene derecho de veto. Es una pena que no pueda venir conmigo Manolo, mi carnicero, que lleva diez años manteniendo el bicho a raya a base también de rayos, truenos y criollos. Manolo, amigo, ¡Menos mal que nos queda el hospital!

Acabo. En el Día Internacional del Cáncer me toca control semanal, que incluye análisis, consulta con el oncólogo, farmacia, papeleo, freiduría… día completo, día Comansi. Solo quiero dar por último las gracias a Jon Amil (@AmilGZ) por haberme dedicado un espacio generoso en ese blog cojonudo de los Médicos Internos Residentes 2015 que se llama As MIR e Unha Noites. Y, al cierre, poesía llena de vida para esa gente especial que no habría conocido de no ser por el puto cáncer. Menudo peaje. Pero lo pagaré.

PALABRAS PARA JULIA (José Agustín Goytisolo)

Tú no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
como un aullido interminable.

Hija mía es mejor vivir
con la alegría de los hombres
que llorar ante el muro ciego.

Te sentirás acorralada
te sentirás perdida o sola
tal vez querrás no haber nacido.

Yo sé muy bien que te dirán
que la vida no tiene objeto
que es un asunto desgraciado.

Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.

La vida es bella, ya verás
como a pesar de los pesares
tendrás amigos, tendrás amor.

Un hombre solo, una mujer
así tomados, de uno en uno
son como polvo, no son nada.

Pero yo cuando te hablo a ti
cuando te escribo estas palabras
pienso también en otra gente.

Tu destino está en los demás
tu futuro es tu propia vida
tu dignidad es la de todos.

Otros esperan que resistas
que les ayude tu alegría
tu canción entre sus canciones.

Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti
como ahora pienso.

Nunca te entregues ni te apartes
junto al camino, nunca digas
no puedo más y aquí me quedo.

La vida es bella, tú verás
como a pesar de los pesares
tendrás amor, tendrás amigos.

Por lo demás no hay elección
y este mundo tal como es
será todo tu patrimonio.

Perdóname no sé decirte
nada más pero tú comprende
que yo aún estoy en el camino.

Y siempre siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.