33. Travolta y yo. Ficción vs realidad

por Nacho Mirás Fole

Hay una película de cabecera para los que, como yo, hemos sido asaltados por un tumor maligno en el cerebro: Phenomenon. Ojo, que es ficción, lo mío es una serie basada en hechos reales. La cosa va así: El día que cumple 37 años, George Malley, que lleva puesta la cara de John Travolta, ve un fogonazo en el cielo y empieza a tener súper poderes: se descubre más inteligente, se le aclara el pensamiento… A mí, como a Malley, se me dispararon también varios sentidos el 6 de octubre del 2013, cuando convulsioné en el cuarto de baño y acabé tumbado en calzoncillos en una ambulancia medicalizada del 061, todo rodeado de fontanería y electrónica. Desde ese día el mundo ya nunca olió igual; los sonidos se amplificaron; los sentimientos se intensificaron… La telequinesia y la capacidad de predecir terremotos que le colocan a Travolta en la producción norteamericana que dirige Jon Turteltaub son exageraciones propias de Hollywood, es comprensible, así que no me pidáis que mueva bolígrafos con la vista ni que adivine si se os va a caer la casa. Tampoco he probado a aprender un idioma en veinte minutos. Pero cuando George Malley Travolta dice que ve las cosas con mucha claridad y que se concentra mucho, entiendo exactamente a qué se refiere; es como si me hubieran atornillado un ventilador en la cabeza y tuviera el microprocesador refrigerado.

A Travolta le asusta que todos lo miren diferente. A mí también, aunque él se lo busca, todo el día haciendo el gilipollas con la telequinesia, con lo que llama la atención. Como la película ya tiene sus años (es del 96) y no me queda otro remedio, la voy a destripar. Así que el que no quiera leer que pare aquí. «Hay un tumor en tu cerebro que se ha esparcido como una mano. Hay ramificaciones por todas partes pero, en vez de disfunciones, y ese es el misterio, en vez de destruir la función cerebral, de momento la ha estimulado, y no podemos entenderlo», le dice a Malley su amigo y médico Rober Duvall. «Tienes más área cerebral útil de la que jamás se haya tenido noticia, y se debe a esos tentáculos», continúa. NO ES MI CASO. De momento. La siguiente frase del guión es la que más acojona a alguien en mi situación y también la dice el médico: «Ya hemos visto antes tumores como este. Se llama astrocitoma y eso explica los mareos y la ilusión de la luz. Pero el modo en que avanza, despertando tu mente, eso es un gran misterio». Lo que le diagnostican a Travolta es, en fase avanzada e irremediable, lo que tengo yo en pequeño formato aún; él tiene en el tarro la famosa coliflor de la que me habló mi radiólogo y que ahora tratamos de que no florezca en el mío intoxicando la semilla con Temozolomida y radiactividad. Malley tiene la coliflor completa, full equip; yo el embrión en un punto localizado. Travolta ni se inmuta cuando se lo dicen. Ni pestañea, no se acojona. Y, sobre todo, no pierde el sentido del humor ni las ganas de vivir. Y se enamora de la vida y de la gente con todas sus consecuencias. En ese sentido, George Malley y yo tenemos más que ver de lo que pudiera parecer. En España subtitularon la película como Algo extraordinario más allá del amor. En fin…

Paso de leer demasiado sobre la enfermedad. Desde que Internet entró en nuestras casas es muy fácil informarse o intoxicarse acerca de los males propios y ajenos. Yo he decidido que no quiero saber más que el médico, pero tampoco menos que cualquiera de mis compañeros que se dedican al periodismo sanitario. Alguno me ha dado palmaditas raras en la espalda, como de compasión, por eso me he documentado lo básico, sin obsesionarme. Lo juro. A estas alturas creo que sé lo que tengo que saber, lo suficiente para plantearme prioridades y, si acaso, sueños. Si empiezo a predecir terremotos o a mover bolígrafos con el pensamiento, desconfiad. Pero, de momento, la cosa está muy verde. Ya dije el otro día lo del saco de besos. Pues sigue a tope.

Acabaré pronto el relato de hoy, que tira de mí la fuerza de gravedad del colchón viscolástico. Breve parte médico del día de contienda número 11. Si en los bares de Santiago suelen dar callos de tapa los jueves, a mí los jueves me toca consulta de enfermería antes o después de la sesión radiactiva. Se trata de que Isabel, amabilísima como resto del servicio de Radioterapia, evalúe cuestionario en mano los daños colaterales del tratamiento: más o menos pelo, náuseas, convulsiones, mareos, más o menos apetito, daños en la piel… No me pregunta por la nómina. Pero tampoco hay cambios: paga la Seguridad Social. Isabel apenas ha tenido que anotar nada; sigo de una pieza.

Si ayer me encontraba algo cansado y sin apetito, hoy me levanté hecho un Sansón. Caminé quince kilómetros, participé en un acto de homenaje al primer decano del Colexio de Xornalistas de Galicia, mi amigo Xosé María García Palmeiro, y llegué puntual al hospital para la sesión de churrería. El hambre se me despertó con un bocata de calamares del Latino, un clásico de la calle República Arxentina de Santiago y, a última hora de la noche, antes de drogarme por obligación, me sentí inevitablemente atraído por unos melocotones. Eso ocurrió después de disfrutar toda la tarde de esos dos locos bajitos que tengo de hijos.

Pienso mucho durante todo el día y no me cuesta nada escribir lo pensado. No os recomiendo que alquiléis Phenomenon si sois de los que enseguida se ponen en la piel del otro. Yo lo hice como un reto que me ocupaba la cabeza desde que supe del diagnóstico; y no me ha hecho mal verla, todo lo contrario. Me ha servido para reforzar otro poco ese espíritu vital que, creo, siempre he tenido. Las cosas cambian mucho cuando te faltan dedos para decir que la vida son cuatro días. Sí, ya, cada caso es distinto, que patatín, que patatán… pero disfrutemos sobre seguro.

Sigo animado, voy a por todas… Todo eso. Que estas memorias sanitarias hayan trascendido no me preocupa, más bien todo lo contrario, porque sé que a mucha gente le están haciendo mucho bien. Y así me lo hacen saber. No escribo ni por presión ni por obligación, así que si pasan días sin noticias que nadie desespere, que el ritmo lo pongo yo. Mankell, amigo, el sábado te pierdes en Vigo la empanada de Toñita, pero la oferta sigue en pie. Continuará (cuando y como sea). Buenas noches.