26. Por delante y por detrás

por Nacho Mirás Fole

Casi se me saltan las lágrimas esta mañana, cuando la técnica que dirigió la tercera sesión de radioterapia en el Hospital Clínico Universitario de Santiago de Compostela me acentuó el apellido. Salió a la puerta de la sala de espera con su lista en la mano y llamó: «Ignacio… (pausita) ¡Mirás! (cargándole al acento que a menudo ignoran sus compañeros)». Estuve por ponerme firme, pegar un taconazo y contestarle allí mismo con el grito de guerra familiar: «¡Por delante y por detrás!». Preferí sonreír y meterme al lío. La fritura dura muy poco porque le están cargando a la radiactividad de carallo. El nervio óptico no está lejos de la zona en la que extirparon el tumor, así que si se pasan o apuntan mal me abrasan la vista. Hoy me tocó de nuevo la máquina 2 y recuperé la secuencia musical y los destellos del primer día sobre el patrón Do-Do (octava)-Do-Sooool. La banda sonora de la maquina número 1 tiene menos criterio que el piano de David Guetta.

Lejos de haberme levantado hecho una mierda a causa de la segunda sesión química, esta mañana me he despertado estupendamente. Y he conservado la energía durante el resto del día: ni náuseas, ni picores… nada. Conan a mi lado es Sor Citroën. El ánimo se mantiene en su puesto. En un rato me tocará meterme, por tercera vez también, esta cena de astronauta a base de citotóxicos encapsulados y agua de la traída: De primero, Ondansetrón de cuatro miligramos (para evitar las náuseas). Y de segundo, cinco raciones de Temozolomida que, juntas, suman 150 miligramos. Ni postre ni café. Dicen que es por mi bien, así que, como buen pastillero, tendré que hacer de tripis corazón.

La alcantarilla sigue funcionando como un reloj. Pero no voy a hacerme ilusiones porque soy muy consciente de que el tratamiento para frenar los delirios de grandeza de mi astrocitoma anaplásico en grado III no ha hecho más que comenzar.

Después de meterme la quimio no pasa mucho tiempo hasta que me empiezan a pesar los brazos y las piernas como si no fueran míos. Y me cuesta mover la lengua. Como tengo el tono de voz grave, al hablar lento me recuerdo a mí mismo a Luis Zahera haciendo de yonki. Ayer incluso me dio la risa. La tragicomedia es lo que tiene: puedes aprovechar la misma lágrima para llorar tu puta suerte que para descojonarte de tu dicción. No pierdo la lucidez, pero en cuanto me drogo la cabeza va por un lado y la carrocería por otro. Así que, a falta de público al que entretener, me meto en la cama en la esperanza de que me levantaré despejado.

Esta tarde me encontraba tan bien que me fui al cine con los niños. No me ha entusiasmado la versión Disney de La Reina de las Nieves de Hans Christian Andersen, bautizada como Frozen, pero la película era lo de menos.

Que mis compañeros de profesión Manu Leguineche o Ignasi Pujol hayan decidido adelantarse en la carrera hacia la nada no es algo que anime, es cierto. Por si no eran pocos los EREs y los despidos masivos en los medios de comunicación, llega ahora Dios a hacer el indio.  «Tú no me jodas, ya puedes ir a por todas», me escribió en Facebook una amiga a la que quiero mucho. Se lo he jurado y yo soy un tipo de palabra. Por mí, por ella, por todo. Y malo será que entre la física, la química y la actitud no le jodamos la maniobra al enterrador. Con lo de la actitud tampoco os emocionéis, porque llevo años jugando al Euromilllón con una actitud insuperable y le tocan 65 millones de pavos a un fulano de Noia. Nada más por hoy. Voy a convertirme otra vez en Zahera haciendo de yonki con el patrocinio de la Consellería de Sanidade. Tengo un saco de besos inmenso y lo quiero repartir antes de que se pongan malos. Razón, aquí. To be continued.