15. Las drogas baratas ni son drogas ni son nada

por Nacho Mirás Fole

En vista de que en la plaza de Cervantes de Santiago había yonkis más serenos que yo, el doctor Allut, que sabe lo que se hace, se avino a reducirme la medicación. Entre eso, que me han quitado siete de las quince grapas que me cierran el cráneo y que ha salido el sol en Compospétrea, el ánimo es otro. Con todo, he tenido un amanecer brusco, sobre todo con los que están a mi alrededor. No es por disculparme, lo juro, pero hay que entender que mi malestar con las personas tiene un origen físico, no es algo que me invente yo porque me da la gana. «Le hemos tocado en el área de la afectividad», me dijo el neurocirujano. Y eso es así: tengo el disco duro manipulado. Es cierto que, aplicando la racionalidad, como la aplicamos para aplacar otros instintos con los que nos programaron en la vida, puedo minimizar los efectos, pero eso me va a llevar un tiempo. Si no soy buena compañía ni para mí mismo, ¿cómo lo voy a ser para los demás? Yo soy uno de esos tipos que jamás piden favores y que paladean la independencia, así que entenderéis que en estos días como dependiente condenado ni me encuentre ni me reconozca. Hoy, que he pisado la calle, me he visto más suelto de lo que imaginaba. Así que creo que lo de volver a nadar solo es cuestión de poco tiempo; será bueno para mí y para todos. Y recordad, nada de recetarme paciencia. La paciencia es una droga barata, y no sé de ninguna droga barata que haga efecto. Mi médico, que me ha desgrapado parte de la cabeza esta mañana, me ha vuelto a recetar la lectura de Tucídides. Tampoco es caro Tucídides, pero ahora mismo, doctor, lo que único que quiero es calle e independencia, como Artur Mas. Pero le prometo aplicarme, doc, a la que esté reseteado por completo. Seguimos en la lucha.