4. El valiente acojonado

por Nacho Mirás Fole

Si un encuestador de Sondaxe (hay que tirar para casa) me preguntara: «Diga las tres veces en que más se ha acojonado en su vida» -pregunta improbable pero no imposible en un cuestionario-, diría sin pensar demasiado: 1. Aquella vez que La Voz de Galicia me mandó al Senado a entrevistar a Fraga; 2. El día del año 2001 que decidí enviarle un rudimentario SMS a una chica que me gustaba invitándola así, a la brava, a pasar un fin de semana en Oporto; y 3. Este momento sanitario en el que vivo secuestrado. El orden de los factores no altera el producto. Porque cada acojone fue proporcional a su momento y a sus circunstancias. Y todos me hicieron sentir en la garganta la agobiante sensación de haberme anudado una corbata hecha con los escrotos del padre de Dumbo.

Las dos primeras situaciones de pánico acabaron bien; «¿Tiene usted mi último libro? ¡Ahora mismo se lo traen! ¡Helena, tráigale un ejemplar de Final en Fisterra a este amigo. ¡Y ahora mismo se lo firmo, con todo el cariño!». Que Manuel Fraga Iribarne me llamara amigo después de entrevistarlo en su despacho de senador -el maestro Benito Ordóñez estaba, impecable, a las fotos- ya da una idea de que tuvimos un final feliz, incluido el abrazo. Si nos dejan un rato más acabamos bailando agarrado. Y no es que yo no le apretara las tuercas al viejo, pero digamos que tuve la mano izquierda suficiente -soy zurdo- como para no lanzarle un dardo envenenado gratuito que supondría, de manera automática, la expulsión del terreno de juego y el consecuente bochorno. Yo creo que para preguntar bien no necesariamente hace falta perder el norte, ni siquiera con los que acostumbraban a perderlo con los demás. Pero sobre periodismo ya hablaremos en otro momento, que no vengo aquí a pontificar.

Del segundo miedo sobrenatural no voy a dar más detalles que un dato: la chica del SMS es la madre de mis hijos y media Galicia -al parecer, todos menos yo- se levanta con ella a través de las ondas de la Cadena Ser. Menudas horas.

Así que, con semejantes antecedentes, querido Murphy, autor de esa ley no escrita que dice que todo lo que puede salir mal saldrá mal, ¿qué carallo podría salir mal esta vez? No jodas, que yo sobreviví a Fraga y a lo de Oporto y un tumor en el cerebro me parece una minucia.

Los preparativos para la craneotomía pterional ya están hechos: un análisis de sangre digno de un titán; una placa de tórax en la que transparento en negativo, arrebatador; un electrocardiograma en que, como siempre, aparece una extrasístole que provoca que los médicos residentes hagan corrillo; y una consulta con la anestesista que me hizo firmar cosas terribles que es mejor no saber y que midió, a ojo de buen cubero, el calibre de mi garganta; lo hacen siempre, para meterte a traición una cañería formidable que es el desagüe entre este mundo y el otro. Solo queda que fijen la fecha y que me pongan el pijama de luces, que vestiré con la máxima dignidad incluso aunque se me salga un huevo ante las visitas. Eso ocurre, doy fe; ¡Mirad para otro lado, coño!

Durante estos días he recibido cientos de palabras de ánimo que, no lo niego, me ayudan a tirar palante. Sois tantos que, como decía Celia Cruz, no hay cama pa tanta gente, pero haré lo posible para que entréis todos, apretaditos. Si tocáis algo raro no soy yo, es el pijama, que lo carga la Consellería de Sanidade.

Muchos habéis loado mi supuesta valentía por hacer públicas estas cosas. Yo no sé dónde empieza la valentía y dónde acaba el exhibicionismo, es verdad, pero reconozco que no es demasiado habitual bajarse los pantalones ante la afición, conocida y desconocida, para mostrar las interioridades de uno sin reparos. Pero también os diré que, si he sido valiente, estos últimos días soy un valiente acojonado. Entre el lunes y el martes he llorado por las calles de Santiago lo que no está en los escritos. No es difícil verme: soy el tipo de la gorra que camina sin rumbo enganchado a unos auriculares con canciones de Doctor Deseo o de Izal, lo mismo que de Malvela, Abba, Camarón, Chambao, Manel o Antònia Font. Vale, y Te regalo de Carlos Baute, lo confieso. El que está pensando en que el tumor es fruto, precisamente, de semejantes listas de reproducción, lo mismo tiene razón, pero la neuróloga no lo contempla. «Pareces un alma en pena por la calle», me dijo el otro día uno que tiene el humor en el culo (no falta gente que hace de vientre convencida de que hace chistes). ¿Es mejor que me quede en casa? Non hó! Llorar al aire libre, aún con la seguridad de que todo irá bien, me ayuda a descongestionar los adentros lo mismo que lo hace escribir todas estas cosas. He contestado individualmente a la mayoría de los que me habéis llamado. Sirva esta cuarta entrega de mis episodios nacionales como agradecimiento sentido a todos y cada uno de los que dedicáis aunque solo sea un minuto de vuestro tiempo a pensar en mi cerebro y en Casiano, su inquilino indeseable. Cuando tenga la fecha os la diré. Gracias de parte de este valiente acojonado.

To be continued…