3. Esto es lo que hay. Abstenerse aprensivos. Inquilino de renta antigua.

por Nacho Mirás Fole

Como alcalde de Villar del Río que era, Pepe Isbert le debía una explicación a sus vecinos y, como alcalde suyo que era, se la dio. Yo hago lo propio en un post que no recomiendo para aprensivos, la comunicación más complicada que haya tenido que hacer jamás, y que se convierte en la tercera entrega de un serial que, en teoría, debería haberse muerto en la segunda. Pero no, hay prórroga.

En el capítulo anterior os hablé de mi experiencia en el Magnetom, el «Magnetofón» de Siemens en el que me leyeron la cabeza la semana pasada a ritmo de pandeirada sideral. Recordaréis que nos quedamos, después del éxtasis musical, pendientes del revelado de unas fotos que deberían haber dado como resultado un cerebro saneado y limpio que convulsionó a causa del estrés. Sé que no va a servir de nada que os pida de rodillas que no sigáis leyendo. Pero también sé -y a la parrilla televisiva me remito- que si algo le interesa a los lectores y a los telespectadores son las casas, los trasteros, las vidas y, sobre todo, las enfermedades de los demás. Hay un insano consuelo en saber que hay a quien le va peor que a ti. ¿Sí o no? Poned la oreja en el ambulatorio y sabréis de qué hablo. Voy a ir directo al grano o, quizás, debería decir al tumor. He dicho bien. La lectura de este blog es un acto voluntario y lo que viene a continuación es la confesión de un tipo cuya cabeza, como un huevo Kinder, esconde un secreto que ahora ha dejado de serlo gracias a los ingenieros alemanes que patentaron el Magnetom: un pequeño tumor de 1,7 centímetros alojado en el lóbulo temporal derecho de mi cerebro, un inquilino de renta antigua que ahora, descubierto, se expone a un desahucio inmediato.

Es cierto que podría ser más discreto, pero desde la autoridad que me confiere tener un tumor en la cabeza, mi tumor, he decidido no serlo. Primero, porque voy camino del segundo mes de baja y es normal que crezca la curiosidad. Yo contesto de manera individualizada y mi familia también, pero prefiero comunicarlo por escrito, zanjar las dudas y aliviar la presión involuntaria a la que se ven sometidos quienes más cerca están de mí. Respeto profundamente a quienes mantienen en secreto sus enfermedades, pero confío en que se respete de la misma manera mi decisión de desnudarme ante quien quiera contemplar mis paños menores. He comprobado que hablar de estas cosas, ser transparente, me ayuda. Y aunque solo sea por la necesidad egoísta de liberarme que siento ahora mismo, sirva la confesión como terapia efectiva y, a la vez, barata. Si todo esto que cuento le ayuda a alguien más, perfecto. Es mi blog y es mi enfermedad; todo el mundo es bienvenido, a un sitio y al otro. En este viaje tengo mucho sitio libre, pero tampoco es obligatorio subirse.

En cuestión de unos días, el equipo de Neurocirugía del Hospital Clínico de Santiago se adentrará en lo más profundo de mi cabeza para desalojar al inquilino indeseable, al Casiano de mi cabeza (esto del Casiano es solo para usuarios avanzados, no lo voy a explicar). Me imagino al comandante Cousteau bajando desde el Calypso a la fosa de las Marianas en busca de la pandereta perdida de la cuñada de Neptuno, toda una expedición a lo desconocido. Mi cabeza es ahora mismo una ostra de Arcade con su propia perla, y no todo el mundo tiene un tarro con premio. Yo sí.

No dejo de pensar en el momento del serrado, en la precisa labor de extirpado y desecación y en el cerrado que sellará mi cabeza con unas bonitas placas de titanio que me revalorizarán como hombre objeto. «Ten cuidado con los que andan robando cobre, el titanio también se cotiza», bromeaba ayer por teléfono Carlos López, la mitad de mis dibujantes favoritos, Pinto & Chinto. Espero, doctor, que no le sobren piezas como me sobraban a mí cuando desmontaba las muñecas de mi hermana. Acababa tirándolas a la basura para ocultar mi acción, aunque no siempre con éxito, pero a usted no sé si le va a colar; numérelas.

Las bromas me hacen bien. Mis amigos los fotógrafos -tengo el privilegio de que mis mejores amigos sean algunos de los mejores fotoperiodistas de este país- me han organizado una churrascada homenaje para mañana y, a mayores de los criollos y las mollejas, han encargado un par de raciones de sesos. ¡Menudos hijos de puta! Son grandes fotógrafos y  grandes cachondos. Y yo les he contestado: «¡Lo cerebro!». El humor está resultando ser un tranquilizante cojonudo, barato y sin efectos secundarios, para el temor que provoca el tumor. Sí, hay juegos de palabras mejores, pero aquí escribo yo.

Como toda operación, el aserrado al que me voy a someter en cuestión de días tiene sus riesgos; podría tener problemas con la memoria inmediata, problemas en el área del lenguaje… Pero he decidido que esas posibilidades indeseables no me van a tumbar antes de tiempo. Os podría contar cómo dediqué la jornada de ayer, 11-N, a tranquilizar a las decenas de personas que se han puesto en contacto conmigo para enviarme su solidaridad por todos los medios posibles: por teléfono, por Whatsapp, por mail, en directo… Se supone que es al revés, que el tranquilizado tengo que ser yo, pero comprendo que hay palabras malditas que acojonan, ya sea aplicadas a uno mismo o a los que están a tu alrededor, a los que quieres. Tumor es una de ellas. Gráficamente son mucho más feas chorizo o calzoncillo, como decía Torrente Ballester, pero la carga semántica de tumor gana.

Quién me iba a decir que, al final, el estrés y el colapso, que lo aceleraron todo, han servido para desenmascarar algo peor, qué puta ironía. En el mal estaba el remedio. Soy realista. Que me lo tome con humor -tengo mis momentos también- no quiere decir que sea un inconsciente. Sé perfectamente lo que hay; entiendo los riesgos, la situación… pero también tengo claro que hay cosas mucho peores. La parte sobrenatural la cubre la tía Marisol, que sé que reza por mí en Vitoria aunque no me lo merezca. Gracias, Sole, pero apunta, por favor, al santo correcto. No prometo hacer entregas diarias de la evolución de los acontecimientos, pero sí que acabaré aquí cada vez que necesite vomitar pensamientos.

No parece que la perla oculte, a su vez, algún secreto peor, pero hay que ser prudentes y, de momento, desalojar a Casiano. Quiero agradecer, por último, todos y cada uno de los gestos y las palabras que me han dado de lleno en el corazón en los últimos días. Me he dado cuenta de que la verdadera red social -ya sabéis que soy un gran usuario de todas- es la que formáis vosotros, conectados y en orden de marcha justo en el momento que hace falta. Si algo se torciera, que no debería, y pierdo la memoria durante una temporada, solo os pido un favor: que os presentéis de nuevo; estaré encantado de volver a conocer a personas como vosotros. Gracias. Y al toro.