Prioridades
por Nacho Mirás Fole
De toda la jornada de hoy, lo único que ha valido la pena ha sido llegar a casa y que mis hijos se me hayan echado encima como si Justin Bieber hubiese entrado confundido en el instituto de Pontepedriña. Ellos son mis fans pequeñitos y yo, cuando entro por la puerta, soy su number one. El Rey. El Mesías. Dios. ¡Un canguro, papá, un canguro!, me dijo el pequeño. Y yo me abrí la chaqueta, lo metí dentro, cerré la cremallera dejándole solo la cabeza a la vista y saltamos juntos por el pasillo. Después hice lo mismo con su hermana, que cabe peor pero que todavía tiene acomodo en la bolsa marsupial de un padre XL. Ya en la cama, les leí los cuentos, los abrevé con agua del grifo, repartí besos y los arropé. Todo el proceso no duró más de veinte minutos apurados. Pero me han aportado mucho más que todas las horas que me he pasado hoy sin verlos. No he llegado a la cena ni al cepillado de dientes, y eso no debería volver a ocurrir. Es más, no va a volver a ocurrir salvo cataclismo. Los padres que se pierden por sistema las cenas de sus hijos corren serio riesgo de cenar un día con unos desconocidos que llevan su apellido y que viven de su dinero. Yo desconfío por sistema de quien, con obligaciones semejantes, se marca prioridades diferentes, lejanas, absurdas. Ni se imaginan lo enorme que es convertirse en un canguro con cremallera. Se llama felicidad. Y de eso se trata.
Tienes toda la razón… En eso pienso cuando, a las 9 de la noche, se me cierran los ojos y no puedo con mi alma, estando en pie desde las 5,30 de la mañana. Pero los besos infinitos que salen de sus camas pueden con todo… Ay, Nacho, quién nos ha visto y quién nos ve. Saludos y besos para todos.