39. Simulación de la vida

por Nacho Mirás Fole

Con la mierda de tiempo que tenemos, encharcados de tantas ciclogénesis explosivas encadenadas, o pones la imaginación a trabajar o te ahogas y te tiene que levantar el forense. A mí, esta mañana, como a Roberto Benigni en La Vida es Bella, me ha dado por la simulación, pensando precisamente en aquella maravilla de artículo que me dedicó Manuel Jabois en El Mundo. Así que, justo después de dejar a los niños en el colegio, me fui directo al garaje donde tengo guardada la caravana. La excusa era pagar el mes, pero se me fue la mano. Entré en mi casa con ruedas, me tumbé sobre la cama y me imaginé que estaba en el cámping Pavillon Royal de Bidart, en el país vasco francés, rodeado de esas familias holandesas y alemanas tan ordenadas que planchan las tiendas de campaña con raya. Afuera, en la realidad, llovía a dolor, pero disfruté del momento tanto que si me descuido me quedo a comer. Mi caravana siempre huele a verano, si es que me acuerdo a qué huele el verano.

Después regresé a casa y seguí imitando mi vida anterior. Me fui al sótano y, de una sola patada, arranqué mi Vespa 150 Sprint de 1966 con matrícula de Córdoba, metí primera y me di unas diez vueltas entre los coches de mis vecinos. No había vuelto a oler el motor de mi novia italiana made in Spain desde que me operaron, así que disfruté del viaje a ninguna parte medio colocado por los vapores de la gasolina mezclada con aceite. Cuando me subo a alguna de mis motos -la otra es una Suzuki Burgman 400- me convierto en el centauro con manillar que realmente soy. No poder disfrutar ahora del parque móvil es otro daño colateral del puto cáncer y sus mariachis, por eso la simulación me sirvió para recordar cómo era la vida antes y para reafirmarme en cómo será después.

Acabé la mañana de simulacros tomándome una cerveza en mi local de cabecera, La Bodeguilla de San Lázaro. Vale, era una cerveza con truco, pero la disfruté en una mesa interior igual que en un chiringuito. No sé si lo sabéis, pero en el mundo de la oncología corre como la pólvora una marca concreta: la Superbock negra sin alcohol, quizás, de las descafeinadas, la que más se parece a la cerveza verdadera. Menos mal que nos queda Portugal. No me pagan por anunciarla, pero probad y me contáis.

Después tocó volver a la realidad sanitaria en la que vivo instalado. Llovía tanto y hacía tanto viento que estuve por llamar a los buzos de la Guardia Civil para que me llevaran al hospital en una lancha neumática con la sirena puesta. Al final lo hizo un amigo en un coche anfibio. Os aseguro, en cualquier caso, que entre la caravana, la Vespa y la cerveza entré en la freidora como quien va a tostarse al solarium. Lo que no fue una simulación fue el apagón provocado por la ciclogénesis que afectó a todos los aceleradores lineales de la churrería del Clínico Universitario de Santiago. Y estas máquinas, que son alemanas, no se arrancan tirando de una cuerda. Tuvieron que venir los físicos a resucitarlas y eso provocó algún problema en el servicio, solventado en todo caso por el magnífico equipo profesional que lo gestiona. No puede ser que semejantes aparatos estén a expensas de las tormentas. Los sistemas de alimentación ininterrumpida (SAI) se usan ya hasta en las lavanderías, conselleira. Menos escayolar montes y más inversión donde hace falta.

Me acuesto, que necesito descansar. Un consejo para todos aquellos a los que os toca la dura carga de acompañar a un enfermo oncológico: la escala de valores, prioridades y tiempos de los que tenemos cáncer no tiene nada que ver con la del resto del mundo. Por eso ayuda mucho que no estallen discusiones provocadas por chorradas; ayuda que nos digan que sí a cualquier estupidez que nos apetezca, por mucho que a otros les parezca una tontería o simplemente no lo entiendan. Olvidad la racionalidad como precepto. El problema verdaderamente importante es el cuadro clínico, con el que cargamos nosotros solos. No me canso de decirlo: nadie se radia ni se envenena por nosotros; nadie sufre los efectos secundarios de la radiactividad y de la química. Así que dadnos el gusto, aunque sea la razón del tonto. Veréis que bien nos va, a los que cuidan y a los cuidados. Me voy a la cama con Pasión. Con Pasión Vega y sus cosas que hacen que la vida valga la pena. Ahora toca ser feliz… (continuará)